“CASCARITAS
DE PIÑA
¿DE QUÉ MUJERES CUBANAS HABLA TRUMP?”
Lunes,
26 de junio de 2017
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“El presidente de Estados
Unidos, durante un mitin político en Iowa, demostró su evidente ceguera
respecto a nuestro país y ahora acusó al gobierno cubano de tratar de manera
“terrible” a las mujeres”
“Granma”, La Habana 26/06/17
Mi
Comentario:
A
la luz de la Historia Universal, todo Imperio en decadencia tiene su Emperador
estúpido o desquiciado. Algo de eso parece demostrar la elección de Donald
Trump en los EEUU. Ahora pretende criticar el trato de Cuba con las mujeres.
Quienes
tuvimos la oportunidad de vivir durante años en Cuba, fuimos testigos de la
igualdad de género que la Revolución Cubana estableció desde sus comienzos. En
la creación artística, en los cuadros intelectuales, en las tareas de defensa,
en la salud, educación, en la economía, en los puestos de dirección política,
en fin, en el desarrollo mismo de la Revolución, la mujer cubana ha estado
presente en igualdad de condiciones. No es fácil encontrar otro país en donde
la igualdad de género esté tan nítidamente establecida.
“En Chillán planté una rosa…”
Sábado,
1 de julio de 2017
……………………………………
Descansando un
instante del sin sentido que entregan diariamente los medios de información,
decidí revisar unos escritos que tal vez un día sean parte de mis memorias. Y
me encontré con un fragmento que intenta dar una semblanza de mi ciudad natal
en 1940.
Muchos
vestigios del terremoto de Chillán de enero del 39 quedaban todavía en mi
ciudad: muros destruidos, sitios eriazos con escombros y por supuesto muchos
edificios y viviendas en proceso de renovación o construcción.
Chillán
de aquellos años aún tenía una fuerte presencia rural en su paisaje urbano, en
sus habitantes, y en su espíritu. Dentro del cuadrado de las cuatro avenidas,
varias calles eran simples terraplenes y otras poseían adoquines. Las más
antiguas conservaban todavía piedras de huevillo, y más tarde de adoquines. Más
allá del perfecto cuadrado de las cuatro avenidas, crecían las “poblaciones”
que rodeaban la ciudad.
Reforzando
la presencia rural en mi ciudad de aquel tiempo, en las mañanas entraban a
Chillán carretelas con productos de las chacarerías y huertos cercanas que se
instalaban en un costado del Mercado, creándose allí una Feria Libre. Pero no
solamente carretelas, porque también llegaban carretas que viajaban 20 o 30
kilómetros para participar en aquella Feria. Los campesinos venidos de lejos se
quedaban en la ciudad, durmiendo bajo la carreta, hasta liquidar su mercadería
vendiéndola a veces “a precio de huevo” (serían baratísimos los huevos,
supongo).
La
leche, se repartía por las calles de la ciudad a caballo o en carretela, traída
de los fundos cercanos que también solían ofrecer panes de queso añejo y queso
fresco expandiendo su perfume en el aire.
Del
mismo modo entraban a la ciudad las carretas de carbón, pequeñas, estrechas,
con ruedas de madera maciza y altas barandas de ramas. Pasaban por las calles
vendiendo carbón a granel con su medida del almud, o en sacos que aportaba el
cliente: “¡Caarbón, caaarbón!!”
Así
mismo, entraban a Chillán recuas de mulas venidas de la costa, cargadas de cochayuyos
y “pescá seca” (pescadilla), además de ristras de cholgas y piures secos:
“¡Coochayuyo y pescá seca, cooochayuyo y pescá seca!”
Quiero
decir, que el campo y su gente entraban diariamente a la ciudad.
Chillán,
además de tener tiendas y almacenes, contaba con diversos maestros y vendedores
ambulantes: soldadores; hojalateros; ropavejeros; afiladores de cuchillos;
vendedores de frutas, de dulces; vendedores de diarios y revistas;
barquilleros; heladeros; el elegante “vendedor viajero” que tocaba a tu puerta
ofreciendo joyas, relojes, lapiceras, cortes de tela; etc., etc., etc.. Todos, recorriendo la
ciudad, anunciándose con gritos publicitarios, con pitos, cuernos, en fin.
Eran
tiempos en que pasaban volando por los cielos de Chillán, grandes bandadas de
“choroyes” de sur a norte o de norte a sur, dependiendo de la estación del año.
En aquel tiempo los choroyes eran los barómetros del tiempo, anunciaban buen o
mal tiempo, dependiendo en qué dirección volaban. Era una época en que los
temporales, se anunciaban con una gran manta negra de nubes, que surgía por el
horizonte del norte de la ciudad, y un par de horas después llovía dos semanas
seguidas y más.
Las
calles de Chillán en sentido Este-Oeste se transformaban literalmente en ríos,
porque todos los años se desbordaba “el Canal de la Luz” y/o el Estero de las
Toscas que corría un trecho por el lado Este de la ciudad para bajar luego
hacia el Oeste.
Y
claro, ironías de la vida, el barrio más afectado, el que pasaba las peores
tristezas del invierno solía ser “Villa Alegre”, que quedaba hacia el Oeste,
cruzando la línea del tren, avenida que terminaba en el Cementerio de la
ciudad.
Pero
en fin, además de vivir en una ciudad que tenía muy presente el mundo agrario,
yo tuve una relación directa con ese mundo por raigambre materna, a 46
kilómetros hacia el sudeste de Chillán. En el pueblo de El Carmen, subiendo
hacia Los Puquios, viví años fundacionales de mi personalidad.
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