“Guerra privatizada: las mutaciones del capitalismo”
Por Alejandro Nadal, en SinPermiso –public. 16/7/17
El asesor especial del presidente Trump, el señor
Stephen Bannon, tiene un nuevo plan para ganar la guerra en
Afganistán: remplazar el ejército estadounidense con contratistas privados. De
este modo, la guerra se convertiría en un negocio redondo: la industria de
armamentos seguiría suministrando armas y pertrechos, pero ahora hasta las
acciones sobre el terreno serían responsabilidad de ejércitos privados. Se
llaman mercenarios, pero el eufemismo de contratistas privados es
útil para disfrazar el verdadero sentido de las guerras imperiales de nuestro tiempo.
La privatización de la guerra no es un negocio nuevo. La
experiencia bélica estadounidense en Afganistán a partir de 2001 es sólo el
ejemplo más reciente de operaciones de un ejército privado a gran escala. Por
ejemplo, inicialmente la invasión por tropas estadounidenses se presentó como
respuesta a los ataques del 9/11. Se dijo que el objetivo era desmantelar las
bases de al-Qaeda, pero muy rápidamente la lógica de la guerra se transformó
hasta convertirse en una ocupación militar de largo aliento. Una bien orquestada
campaña de propaganda sobre la reconstrucción de una nación acompañó
esta metamorfosis.
Los 15 años de duración de la guerra en Afganistán la
convierten en la experiencia bélica más larga en la historia de Estados Unidos.
Han fallecido más de 2 mil 400 soldados estadounidenses desde 2001, pero hoy
las fuerzas del Talibán controlan más territorio en ese país que al principio
de la guerra. Por eso Washington busca rediseñar una nueva estrategia
para ganar esta guerra cuyos objetivos son cada vez más esquivos.
En la actualidad hay unos 9 mil soldados estadounidenses
en ese país de Asia central, pero hay más de 28 mil 600 contratistas privados
cuyas tareas son difíciles de describir con precisión. Ni siquiera el mismo
Pentágono sabe exactamente qué está haciendo este personal. Lo cierto es que
durante años recientes el número de efectivos del ejército formal ha disminuido
con la supuesta finalidad de entregar la conducción de la guerra al gobierno de
Kabul, pero la cantidad de contratistas privados ha ido aumentando y
la guerra se ha ido privatizando.
No todos estos contratistas están involucrados
directamente en operaciones militares. El servicio de investigación del
congreso (CRS, por sus siglas en inglés) revela que 5 mil 500 están ocupados
como traductores, en la construcción o como personal de apoyo. ¿Qué hacen
los otros 23 mil contratistas privados?
El tema aquí no es solamente el del número de
contratistas o mercenarios enredados en la lucha armada de manera directa. Por
cada soldado en operaciones sobre el terreno se requieren centenares (si no es
que miles) de personas en tareas de apoyo: comunicaciones, servicios de salud,
transporte, preparación de alimentos, etcétera. En síntesis, más de 70 por
ciento del personal estadounidense en las tareas de ocupación en Afganistán se
compone de contratistas privados.
Washington ha gastado unos 110 mil millones de dólares en
la reconstrucción de ese país. Ese monto es muy superior al total
asignado al Plan Marshall para la reconstrucción de Europa después de la
segunda guerra mundial. Nadie sabe cuánto dinero se ha ido en obras inútiles o
insostenibles. Lo cierto es que en el paisaje afgano abundan los cascarones
vacíos de escuelas y clínicas abandonadas o a medio construir. En muchos casos
la energía eléctrica necesaria para el buen funcionamiento de estas obras no se
pudo garantizar. En otros el abandono se debe a las acciones de sabotaje
intermitente que han hecho incosteable la operación. Frecuentemente los
recursos invertidos en la reconstrucción de la nación han sido un
regalo para las empresas privadas encargadas de los proyectos. Pero
también sirvieron para disfrazar una ocupación militar que está más interesada
en objetivos estratégicos que en reparar los daños de una guerra que ha dejado
más de 400 mil muertes de civiles.
El capitalismo contemporáneo sigue sus mutaciones para
adaptar el mundo a sus necesidades. El salario ya no es la clave para
reproducir la fuerza de trabajo y ha sido substituido por el crédito. La tasa
de ganancias asociada a la actividad productiva ha sido remplazada por la
rentabilidad derivada de la especulación como referencia en el proceso de
acumulación. Y ahora hasta las fuerzas armadas se van transformando cada vez
más en un negocio privado. En este último renglón quizás se trata más de una
regresión a épocas precapitalistas pues los ejércitos privados de los señores
de la guerra fueron un recurso desde hace miles de años. Pero ahora hay algo
nuevo: la privatización de operaciones militares está insertada en una
tendencia económica más general. Al igual que la privatización del manejo del
sistema carcelario o del sistema de detención de migrantes, éste es otro
indicio de la profunda reconversión del estado en la etapa actual del
capitalismo. De ser una organización política, el estado hoy se ha convertido
en una matriz de intereses corporativos y su finalidad no tiene nada que ver
con el bienestar social.
Alejandro Nadal,Economista. Es miembro del Consejo Editorial de Sin
Permiso.
Fuente: La Jornada, 12 de julio 2017
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Colectivo
Acción Directa Chile -Equipo Internacional
Julio 22 de 2017
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