“Centenario de la Revolución Rusa. Parte III:
El primer gobierno de coalición y el problema agrario”
Mayo de
1917 fue un mes de transición entre las luchas de masas que se habían
desencadenado en abril y las que vendrán posteriormente en junio y julio. Pero
no fue sólo eso, inmerso en un período tan excepcional, no pudo ser un mayo
cualquiera
En Lucha de Clases -10/5/17
Nuevo gobierno
Las manifestaciones
de masas de abril se resolvieron con el sacrificio público de Miliukov, el
odiado líder del partido kadete (el partido de la burguesía liberal), que fue
obligado a dimitir para aplacar a las masas. La burguesía rusa, consciente de
su debilidad, emplazó a los dirigentes obreros conciliadores (mencheviques y
socialrevolucionarios) a incrementar su presencia en el gobierno, a lo que
estos accedieron. Fruto del nuevo acuerdo, de los quince ministerios del nuevo
gobierno, los socialistas moderados subieron su participación de uno a seis,
haciendo figurar en ellos a los caudillos más conocidos de sus partidos, como
Chernov o Tsereseli.
A pesar de que la
burguesía utilizaba a estos dirigentes del campo socialista para sus fines, la
mayor parte de las masas, inicialmente, veía con satisfacción la participación
de sus líderes en el gobierno:
"Si antes teníamos uno, ahora son seis" era el resumen del pensamiento generalizado. Solo en base a su experiencia, los trabajadores llegarán a comprender que "sus" ministros no estaban en el gobierno para hacer "su" política, sino la de la burguesía.
"Si antes teníamos uno, ahora son seis" era el resumen del pensamiento generalizado. Solo en base a su experiencia, los trabajadores llegarán a comprender que "sus" ministros no estaban en el gobierno para hacer "su" política, sino la de la burguesía.
“...El 5 de mayo
fueron aprobados por el Soviet de Petrogrado la lista del gobierno de coalición
y su programa. Los bolcheviques no lograron reunir contra la coalición más que
cien votos. «La Asamblea saludó calurosamente a los oradores ministros», relata
irónicamente Miliukov, hablando de aquella sesión. Pero con ovaciones no menos
estrepitosas fue recibido también Trotsky, que había llegado de Norteamérica el
día antes. Trotsky, antiguo caudillo de la primera revolución, condenó la
entrada de los socialistas en el gobierno, afirmando que la coalición no
acababa con el «doble poder»; que lo que hacía era «trasladarlo al ministerio,
y que el único poder verdadero que «salvaría» a Rusia no se instauraría hasta
que se diese un nuevo paso hacia adelante: la entrega del poder a los diputados
obreros y soldados. Entonces comenzaría «una nueva era, era de la clase que
sufre, de la clase oprimida alzándose contra las clases dominantes». Al
terminar su discurso, Trotsky formuló las tres normas que habían de presidir la
política de masas: «Tres preceptos revolucionarios: desconfiar de la burguesía,
vigilar a los jefes, no confiar más que en las propias fuerzas». Sujánov
[dirigente menchevique] observa, hablando de esta intervención: «Es evidente
que no podía contar con que su discurso fuera bien acogido.» Y, en efecto, la
despedida fue bastante más fría que el recibimiento. Sujánov,
extraordinariamente sensible para cuantas murmuraciones venían de los pasillos
intelectuales, añade: «Corrían rumores de que Trotsky, que no se había afiliado
todavía al partido bolchevique, era “aún peor que Lenin”»...” (Trotsky, Historia
de la Revolución Rusa, cap. XVIII).
La impotencia del primer gobierno
de coalición
Este nuevo gobierno
seguía siendo provisional. La convocatoria de la Asamblea Constituyente se
postergaba sine die con nuevas excusas, en la medida que el
partido kadete era consciente de que con elecciones libres quedaría en franca
minoría, perdiendo el poder frente a socialrevolucionarios y mencheviques.
Éstos, a su vez, tenían pánico de ejercer un poder que estaba al alcance de su
mano. Después de años de derrota, de reacción y de alejamiento de las masas, estos
dirigentes conciliadores habían sacado conclusiones netamente pesimistas
habiendo abandonado toda estrategia de transformación de la sociedad. Elevados
de repente hasta la cúspide del poder por la acción revolucionaria de las
masas, entre sorprendidos y atemorizados, esperaban un languidecimiento
paulatino de la revolución. Sin estrategia ni plan, no tenían ningún programa
que oponer al de la burguesía. Toda decisión progresiva que tomaban, era bajo
la hercúlea presión de las masas. Así, bajo la indecisión permanente, preferían
ir dejando pasar los problemas con la esperanza de que se solucionasen por sí
solos.
Lo malo para ellos
era que la revolución no podía seguir estos sabios derroteros. Estaba el
problema del nivel de vida, que empeoraba constantemente con el incremento del
desabastecimiento; de la reforma agraria y el reparto de la tierra; de la
convocatoria de una asamblea constituyente auténticamente democrática; o,
finalmente, el de la guerra, que llevaba hasta límites insoportables todas las contradicciones
existentes en la sociedad. En efecto, fruto de la dislocación de la economía
debido a la acción bélica, la mitad de las líneas de ferrocarril no
funcionaban; las ciudades estaban desabastecidas con lo que los precios de los
productos básicos crecían cada vez más; las cosechas disminuían... Los
problemas no se resolvían solos.
La burguesía, que
había obtenido fabulosos beneficios con el negocio de la guerra, empezó en la
industria una labor sistemática de boicot a la producción. El avance del poder
obrero era para los capitalistas una amenaza a combatir. El cierre de fábricas
(lockout) se llevó a cabo como forma de dividir a los obreros, si bien
se hizo de manera gradual para no provocar una explosión general.
"Expulsar a los ministros
burgueses del gobierno"
Los trabajadores
veían este proceder y actuaban en consecuencia, produciéndose constantes
huelgas contra el descenso del nivel de vida y los cierres de empresa. Todos
estos problemas se agravaban día a día, semana a semana, agobiando a las masas.
El resultado de esto, en mitad de la situación revolucionaria que hizo que en
la imaginación de millones por primera vez en su existencia fraguase la
convicción de que dando un paso activo al frente podían cambiar sus vidas, fue
producir un avance notable del nivel de conciencia. Así, los trabajadores
radicalizaban progresivamente sus posiciones.
De esta manera,
empiezan a llover resoluciones y delegaciones sobre el Comité Ejecutivo del
Soviet y sobre el gobierno, pidiendo que el Estado se hiciese con el control de
las fábricas que cerraban; pero estas peticiones no son escuchadas. El nuevo
gobierno no soluciona tampoco sus problemas y progresivamente va penetrando la
idea de que hace falta un gobierno exclusivamente socialista. De ahí que las
consignas que en ese momento avanzan los bolcheviques como
"expulsar a los ministros burgueses del gobierno" y "todo el
poder a los soviets", empiezan a encontrar un apoyo creciente entre las
masas.
La realidad era que
el poder del gobierno provisional existía sólo sobre el papel.
“...Los soviets
convertíanse en órganos de gobierno, no se avenían a teoría alguna de división
de poderes y se inmiscuían en la dirección del ejército, en los conflictos
económicos, en los conflictos de subsistencias, en las cuestiones de transporte
y hasta en los asuntos judiciales. Presionados por los obreros, los soviets
decretaban la jornada de ocho horas, destituían a los funcionarios que se
distinguían por su reaccionarismo, hacían dimitir a los comisarios menos gratos
del gobierno provisional, llevaban a cabo detenciones y registros, suspendían
las publicaciones enemigas. Obligados por las dificultades, cada día más
agudas, de abastecimiento y por la gran penuria de mercancías, los soviets
principales abrazaban la senda de las tasas, decretaban la prohibición de
exportar fuera de los límites de cada provincia, ordenaban la requisa de todos
los víveres almacenados. Pero al frente de los organismos soviéticos se
hallaban, casi en todas partes, elementos socialrevolucionarios y mencheviques,
que rechazaban indignados la consigna de los bolcheviques: «¡Todo el poder, a
los soviets!»...” (Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, cap.
XVIII).
La realidad era,
pues, contradictoria en grado sumo. Pero en la vida normal la contradicción
existe a cada paso. La diferencia ahora era que la situación revolucionaria, al
despertar a las masas y ponerlas en acción, había desencadenado una nueva
dinámica de fuerzas que, una vez puestas en acción, iban a desgarrar todo lo
existente hasta resolver las contradicciones más apremiantes.
El problema agrario
El ejército era
inmensamente campesino en su composición. Ganarse al soldado para la revolución
significaba ganarse a la mayoría del campesinado. Aquí también la revolución
sacudió todos los cimientos del antiguo régimen.
En muchos sitios,
los terratenientes, asustados por la revolución, dejaban las tierras sin
sembrar. En la difícil crisis de subsistencias por la que estaba atravesando el
país, las tierras sin sembrar reclamaban un nuevo dueño. Los terratenientes,
desconfiando del nuevo poder, liquidaban rápidamente sus propiedades. Los kulaks o
campesinos acomodados se apresuraban a comprar las tierras de los grandes
propietarios, confiando en que el decreto de expropiación forzosa prometido
inicialmente por el Comité Ejecutivo de los Soviets no se haría extensivo a
ellos, por su condición de «campesinos».
Sin embargo, los
jornaleros y mujiks (campesinos pobres) no podían esperar para
solucionar su situación al decreto prometido... y rápidamente olvidado. La resolución
del problema agrario iba a escindir en dos al tradicional partido campesino (el
socialrevolucionario, llamado eserista por las siglas del
partido, SR), dándose en otoño la división entre eseristas de derecha y
eseristas de izquierda. En mayo ya se delineaban estas tendencias claramente.
Al militante o simpatizante eserista de a pie le llegaban las noticias de la
capital y pasaba a la acción.
“...Los
socialrevolucionarios rurales creían que la tardanza en publicar los ansiados
decretos nacía de la resistencia de los terratenientes y los liberales, y
aseguraban a los campesinos que en el gobierno los «suyos» hacían todo lo que
podían. El campesino, naturalmente, no tenía nada que objetar contra esto. Pero
sin incurrir, ni mucho menos, en una cándida credulidad, entendía que era
necesario ayudar a los «suyos» desde abajo, y tan a conciencia lo hacía que los
«suyos», encumbrados en las alturas, no tardaron en sentirse dominados por el
vértigo (…).
“...A fines de
marzo, en la provincia de Tambov una muchedumbre de campesinos, capitaneada por
algunos soldados con licencia, saquea las casas señoriales (…) El 5 de abril
uno de los comités cantonales de la provincia de Jarkov acordó practicar
registros en las casas de los terratenientes, con el fin de recogerles las
armas. Nos hallamos ya ante el presentimiento claro de la guerra civil... El
comisario de la provincia de Simbirsk traza un cuadro del movimiento campesino:
los Comités locales y cantonales detienen a los terratenientes, los expulsan de
la provincia, sacan a los braceros de las tierras de los grandes propietarios,
se apoderan de las fincas y fijan la renta que les place... Del distrito de
Kaschira, situado muy cerca de Moscú, llegan quejas de que el Comité excita a
la población a ocupar sin indemnización las tierras de la Iglesia, de los
conventos y de los grandes propietarios... A fines de mayo entra en acción la
lejana estepa asiática. Los kirguises, a quienes los zares habían despojado de
las mejores tierras en beneficio de sus servidores, se levantan ahora contra
los terratenientes, invitándoles a abandonar con la mayor rapidez las haciendas
robadas...”. (Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, cap. XXI).
La derecha clamaba
impotente contra la “anarquía” que sacudía el país, es decir, clamaba contra la
revolución misma.
“... A un liberal
que afirmaba a principios de mayo que cuanto más hacia la izquierda se
inclinaba el gobierno más hacia la derecha viraba el país -huelga decir que por
«país» este liberal entendía las clases poseedoras exclusivamente-, Lenin hubo
de replicarle: «Os aseguro, ciudadano, y podéis creerlo, que el país de los
obreros y campesinos pobres es mil veces más izquierdista que los Chernov y los
Tsereteli, y cien veces más que nosotros. Y si usted vive, ya lo verá.» (…) El
soldado Pireiko cuenta que en las elecciones al Congreso de los soviets,
celebradas en el frente después de tres días de discusiones, todos los puestos
fueron para socialrevolucionarios, pero que, a renglón seguido, sin hacer caso
de las protestas de los jefes, los diputados soldados votaron un acuerdo sobre
la necesidad de quitar la tierra a los grandes propietarios sin esperar a la
Asamblea Constituyente. «En las cuestiones asequibles a los soldados, el estado
de opinión de éstos era más izquierdista que el de los bolcheviques más
extremos.» A esto era a lo que se refería Lenin cuando decía que «las masas
estaban cien veces más a la izquierda que nosotros.»...” (Trotsky, Historia
de la Revolución Rusa, cap. XXI).
La radicalización del campesinado
En un país
fundamentalmente agrícola, aunque la ciudad empezara la revolución, ésta debía
ganar al campo. El problema agrario, en definitiva, constituía el problema
decisivo a resolver. La transmisión del proceso revolucionario fue mucho más
rápida que en la anterior revolución de 1905-6. El soldado acantonado en la
ciudad, contaminado por la revolución, “contaminaba” a su pueblo cuando
marchaba a éste de permiso. Cuando volvía al regimiento multiplicaba la desazón
de los “campesinos con uniforme” al describirles las enormes extensiones de
tierras sin cultivar que había visto en su viaje clamando por unos brazos que
las trabajasen, brazos inútilmente desaprovechados en el frente sosteniendo un
fusil. A millares primero, y a decenas de miles después, comenzó el proceso de
deserción masiva de los soldados, pugnando por volver a su pueblo o aldea.
Muchos fueron detenidos, encarcelados o fusilados. Para los que daban este paso
ya no había vuelta atrás, por eso las más de las veces llevaban consigo el
fusil. Por eso la revolución debía triunfar. Ahora, o nunca.
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¡Qué la Historia nos aclare el pensamiento!”
Colectivo Acción
Directa Chile -Equipo Internacional
Julio 9 de 2017
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