“En memoria de Ignacio Gutiérrez de la Fuente (1942-2017), el sacerdote jesuita que combatió la dictadura de Pinochet”
Hace
una semana, ante la indiferencia y silencio de los medios, el "Padre
Nacho" Gutiérrez falleció a los 75 años. Este texto es un homenaje al
humilde pero valiente jesuita español vetado por Pinochet y que denunció, sin
temor, las atrocidades cometidas por los agentes de la dictadura militar
Por Esteban Miranda Chávez, en El Desconcierto –public. 27/7/17
En abril de 1980, la
Revista “Solidaridad” hacía un reportaje a fondo a las actividades
desarrolladas por las comunidades cristianas de base en “Jesús Obrero”, una
Parroquia de la Zona Oeste de Santiago dirigida por Ignacio Gutiérrez de la
Fuente, sacerdote jesuita español llegado a Chile durante el gobierno de
Salvador Allende.
El
medio rescataba cómo, bajo su alero, se habían levantado una serie de
actividades y organizaciones de apoyo a los pobladores de Gabriela Mistral, La
Palma, Velásquez, Gasco, Esfuerzo, José Miguel Carrera, Edwards, Ruiz Tagle,
San Juan y María Luisa Fernández. De hecho, los corresponsales de la Vicaría de
la Solidaridad no ocultaban su sorpresa al indicar que “niños, mujeres, jóvenes
y adultos” daban intensa vida al recinto religioso.
“El día de nuestra visita”
–señalaban- “las salas de reuniones se hicieron pocas para recibir tanta
afluencia. Con la falta de espacio, debimos reunirnos con los representantes de
los distintos grupos de la comunidad en la sacristía, a los pies de la tumba
del Padre Hurtado”.
Estas
labores, sin embargo, estaban lejos de ser las únicas impulsadas por este
humilde pero valiente sacerdote. Siendo miembro fundador del Equipo de
Educación Popular (EDUPO), el Centro Cultural Alberto Hurtado y la Escuela de
Capacitación de Animadores Populares, la impronta del “Padre Nacho” se hizo
notar al interior de la Iglesia Católica, y en diciembre de 1983, fue nombrado
Vicario Episcopal de la Solidaridad.
En
dicho rol no sólo consolidó el compromiso de parte importante de la Iglesia con
la férrea defensa de los Derechos Humanos y la opción preferencial por los más
pobres y excluidos, sino que en innumerables ocasiones denunció, sin
temor, las atrocidades cometidas por los agentes de la dictadura militar,
indicando los signos de lo que él denominaba una “cultura de la muerte”:
rostros de cesantes agotados por la angustia; de niños con hambre; de niñas que
venden sus cuerpos; de familias a las que el terrorismo les había arrancado
para siempre uno de los suyos; de relegados lanzados a una soledad inhóspita;
de pobladores aterrorizados por los allanamientos en las noches; de torturados
con el temor a cuestas; de exiliados que añoraban desde la lejanía la
posibilidad de pisar su tierra; y rostros de desaparecidos que salían a las
calles en las solapas de sus madres, esposas e hijos.
Este
compromiso y valentía rápidamente encontró una respuesta de la dictadura
militar chilena. El 5 de noviembre de 1984, sólo unos meses después de promover
el Encuentro de la Pastoral del Exilio en Roma y de haber apoyado la
organización de la Jornada “Chile defiende la vida”, se le prohibió el
ingreso a nuestro país. Las cartas y manifestaciones de apoyo no se
hicieron esperar, y se multiplicaron por todo Chile. No obstante, la dictadura
no dio un solo paso atrás. Agraviado y con el dolor que significaba el
alejamiento permanente de Chile, Ignacio decidió renunciar definitivamente a
su sacerdocio.
La
semana pasada, y en medio de un silencio absoluto de la prensa nacional y de
la jerarquía de la Iglesia, falleció el “Padre Nacho”, a los 75 años. Había
regresado a Chile, en total hermetismo, hace un año. Como alguna vez escribiera
la Coordinadora de Comunidades Cristianas en Sectores Populares, “si no
hubieses contribuido denodadamente, como lo has hecho, a la construcción del
Reino de Dios entre nosotros, no se habría levantado contra ti el Reino de las
Tinieblas. Esta es su hora y cree que puede apagar todas las luces. Pero
nosotros no ignoramos que basta encender o mantener una luz, grande o pequeña,
para que se quiebren las tinieblas. No dejaremos que te apaguen”.
Que
este sea un pequeño pero sentido homenaje de este joven historiador, pero,
sobre todo, de los miles de desposeídos a los que entregaste cada uno de tus
días. Ignacio querido, en medio del oportunismo y el silencio, no dejaremos
que te apaguen.
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