“Mi piel, tu piel”
En Radio-Diario U. de Chile –public. 6/7/17
Esta historia ya la
conté. Pero no importa. Pienso volver a contarla. Las historias no sirven. A
cada rato tenemos la prueba y, sin embargo, solo tenemos historias, palabras
para decir dolores, esperanzas. Fue más o menos así.
Un
niño abrió la puerta del aula. Pasó la cabeza. Saludó. Traía un mensaje. Los
mensajes entre profesores, en esa escuela, se mandaban con papelito. Era un
honor ser distinguido por un profesor para hacer de mensajero. En su mayoría,
los niños no estaban familiarizados con los honores. Estaban familiarizados con
otras cosas. Vivían en un barrio de trabajadores pobres, en un momento en que
la pobreza no generaba lazos de solidaridad (o no como antes, con mayor
dificultad). El niño que pasó su cabeza por la puerta, esa mañana, se veía
contento. Sonreía cuando el profesor le asestó esta frase de bienvenida: “¡Pero
qué alumno más feo!”.
El
niño era un niño y su piel era oscura. Negra. El maestro era francés. El niño
también. (Hijo de inmigrantes, originarios de una ex colonia francesa). Sería
el año 84. La escena fue, a su modo, una clase magistral. Decía eso: las
historias no sirven, las palabras tampoco, como no sea para herir. No sirven
las revoluciones, ni las declaraciones, ni los derechos.
Sucede
que en ese mismo lugar, en ese mismo momento, había un tipo de personas que no
se daba por vencida. No solamente se movilizaban y marchaban cada vez que les
era posible contra toda forma de discriminación y de racismo, sino que además
lo hacían señalándose a sí mismas de una manera especial. Es sabido que, en
ciertos lugares, en determinado momento, se pintaron en las puertas o en las
fachadas de algunas casas, letras para señalar que ahí vivía un tipo especial
de “otro”. Un “otro” al que se denegó humanidad. Estos hombres y mujeres hacían
algo parecido, pero en sentido inverso, pintaban sus propias puertas, pegaban
ahí todo tipo de inscripciones y etiquetas, que los identificaba con claridad
como militantes anti-racistas. Lo hacían subrayando el vínculo. A ese “otro”,
que algunos pretendían expulsar, lo llamaban “mío”. “Mi amigo”, “mi yunta”. Y
advertían: “no te metas con mi yunta”.
Había
que tener coraje para comportarse así en esos años. Antes y después hubo
crímenes en Francia. Crímenes que tuvieron como víctimas a migrantes e hijos de
migrantes. Por intolerancia. Por ignorancia. Por miedo. Por estupidez. Por
odio. Por maldad. Por cobardía. Por lo que fuera. Los militantes anti-racistas
de Francia también ofrecieron una lección magistral. Lo que de alguna manera
dio un mensaje de esperanza: la escuela, en sentido estricto, no lo es todo; la
escuela, quizás para bien, no lo es todo; la escuela y la educación por la que
se lucha tienen muchos escenarios.
¿Por
qué nos movilizamos? ¿Por qué se moviliza la gente? ¿Qué nos hace salir? (Tarea
para la casa: hagamos la lista). ¿Qué cosas, en cambio, por graves que nos
parezcan, no nos mueven? ¿No nos conmueven? ¿No de la misma forma? (Lo mismo: hagamos
la lista) ¿Qué tipo de situaciones hacen que uno se sienta tocado, en su propia
humanidad, por una situación que no nos tiene como protagonistas? Porque esa es
una de las cuestiones. Cuando nos movemos, ¿nos movemos por nosotros o por
otros? ¿Cuál es la relación?
Sucede
con las movilizaciones lo mismo que con las historias. No sirven para nada y
sin embargo no hemos inventado nada mejor. Nada mejor para decirle a un ser
humano desdichado: tu destino me importa, tu destino es mi destino. “Mi piel,
tu piel. Mi corazón, tu corazón. Vivamos en paz”.
Es
en esos términos que el Movimiento de
Acción Migrante está llamando a reunirse el sábado 8 de julio, a las 13.00,
para dar inicio a una campaña de sensibilización ante los agravios que están
padeciendo, en Chile, personas que, desde distintos lugares, han llegado al
país con la esperanza de vivir y trabajar. Vivir y trabajar. VIVIR. NO MORIR de
frío, como se dice que en otro siglo se dejó morir a Toussaint Louverture, tras
apresarlo y desterrarlo a Francia, como castigo por haber luchado por la
libertad en nuestro continente. ¿Mata el frío? ¿O la mano que no cobija? ¿Que
deja hacer?
Dice
el comunicado del MAM:
“EN MEDIO DE LA
VIOLENCIA VEMOS EL ESFUERZO POR VIVIR EN PAZ.
La
Defensoría Penal Pública expresaba en el año 2016 que el porcentaje de
migrantes que estaban en calidad de víctimas de delito, se había incrementado
en un 14%; nos desazona el caso de un trabajador haitiano quien fue atropellado
por un conductor sin licencia de conducir y ahora está en el Hospital Sotero
del Río con su cadera fracturada por lo que perderá muchos meses de trabajo, el
de otro trabajador haitiano que fue apuñalado por un trabajador igual que él,
solo que uno había nacido en Chile.
Estos
son solo ejemplos de lo que cotidianamente nuestra gente sufre ante las
expresiones más crudas del racismo y la xenofobia. De la falta de garantías en
sus derechos.
TODAS
LAS AGRESIONES FISICAS SON MENORES FRENTE A LA SENSACION DE INJUSTICIA QUE
PROVOCA LA DISCRIMINACION
Todos
estos hechos son consecuencias de los lamentables discursos xenófobos y
racistas de algunos líderes de opinión, que irresponsablemente ad portas a las
elecciones, siembran odio, dudas y prejuicios. Hay un cierto sentido común
generado en conceptos falsos de deshumanización frente a los “otros” que hace
creer que la vida de los migrantes no vale nada, que somos desechables. (…)
Llamamos a las personas sensibles y respetuosas de los derechos humanos, a los
trabajadores, a las organizaciones sociales, movimientos culturales y
autoridades a expresarse y a actuar (…)”.
No
podré sumarme el sábado porque, habiendo nacido en Chile, vivo y trabajo en
otro país. En Argentina, en Buenos Aires. Aquí, hace poco, me contaron un
diálogo del que todos, me parece, tenemos algo que aprender. Sus protagonistas:
un kiosquero y una niña. Me escribe su madre:
“Charla
entre kiosquero y Frida, en ese orden, mientras kiosquero aguarda que yo
encuentre la billetera:
–
¡Qué rico alfajor te compró mamá! ¿Ya te vas al jardín?
–
Sí.
–
¿A cuál vas?
–
Al de la esquina, ese de la puerta grandota y de madera.
–
Ahhh, ahí estás llena de peruanos.
–
Y chinos.
–
Jajaja, ¡estás invadida!
–
Bueno, es que no son extraterrestres. Y el mundo y las escuelas son de todas
las personas. Incluso de usted. Si quiere, también puede ir al colegio”.
Le
agradecemos a Frida sus palabras que demuestran que uno suele equivocarse. Sus
palabras abrigan, cobijan.
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