“El gesto que salva”
La
noticia se publicó el 27 de enero en Página/12. En la edición electrónica
figura abajo de todo. Yo no la vi. Me la indicaron. Algunos tenemos esa suerte
de tener, en medio del bombardeo, alguien que nos diga: “mira, ahí”. Son
personas capaces de captar con una sola mirada la panorámica y el detalle. Se
trata, en este caso, de un video. La noticia es ésta: “Turistas defendieron a
un mantero en Monte Hermoso”.
Indica
Página/12 que: “El hecho ocurre a semanas del desalojo de los vendedores
ambulantes de la zona de Once, en la ciudad de Buenos Aires y en medio de la
polémica desatada por los dichos de la ministra de Seguridad, Patricia
Bullrich, que vinculó directamente a los inmigrantes latinoamericanos con el
narcotráfico y aseguró que el 33 por ciento de los presos por narcotráfico son
extranjeros”.
Cualquier
parecido con situaciones vividas en otros países no es mera casualidad.
Definitivamente,
hemos quedado en manos de canallas. Ni en los peores escenarios imaginados por
quienes escriben ciencia ficción podría haberse pensado algo tan trágico como
tener de ministra de seguridad a Patricia Bullrich, capaz de transitar en unos
cuantos años por un amplio espectro de sectores ideológicos y de bucear quién
sabe en qué aguas. Turbias. Sin duda, no hay incoherencia. La gente que
transita esos caminos, debe tener su plan y lo sigue. Lo que importa es el
poder. Venga de donde venga. El poder de salvarse poniendo a otros de rodillas.
De
rodillas estaba también el mantero aquejado el 27 de enero. Hombre negro, como
la mayoría de los vendedores que frecuentan las playas argentinas en esta época
y que venden anteojos de sol, gorros, sombreros. La policía intentó sacarle su
mercadería. Sin embargo, la noticia no es la intervención de la policía sino la
intervención de la gente: los turistas, las familias que estaban ahí y que
defendieron al mantero.
En
el video que alguno captó, se ve al hombre en la arena, de espaldas. Llora.
Llora como un hombre negro. Como en plegaria. Llora y el desconsuelo es total.
(“Así sería el llanto cuando los traían en los barcos negreros” dijo alguien
que vio). No hay un lugar en el mundo donde un hombre negro pueda no sentirse
un paria. Un expulsado. A merced de la arrogancia de cualquiera. Indefenso ante
catástrofes. Uno siente esa indefensión y lo terrible que tiene la condición de
inmigrante cuando se asemeja a una condena perpetua. Cuando no hay tregua.
Alrededor, sin embargo, pasan otras cosas. Hay bullicio. La gente se mete,
opina, protesta. Hay también un hombre blanco que intenta consolar al hombre
negro. Lo hace de rodillas también y a la manera en que se acostumbra por esto
lados, dando palmadas. Como diciendo: vamos, viejo, todo va a estar bien. Hasta
que el hombre blanco, desnudo o casi desnudo como suele estar la gente en la
playa, sintiendo quizás que la palmada no alcanza, que no hay forma de aplacar
el dolor de siglos, termina abriendo sus brazos para cobijar completamente el
cuerpo del hombre negro que desaparece en el abrazo.
Y
no es más que eso en realidad. No es más que eso. Dos hombres que se
encuentran. Dos hombres y punto.
Escenas
como éstas se repiten cada vez más. En éste y en otros contextos. Ciudadanos
aquejados por políticas aberrantes. Prepotencia de las autoridades frente a los
trabajadores más humildes. Solidaridad entre personas comunes. Coraje de
hombres y mujeres sin mandatos.
Imagino
un diario con nuevos títulos.
NOTICIA: A PESAR DE LOS ESFUERZOS DESPLEGADOS POR
MÁXIMAS AUTORIDADES POR DESTRUIR TODO VINCULO ENTRE LAS PERSONAS, SE HAN
OBSERVADO FOCOS DE HUMANIDAD EN LA ZONA DE…
Y
nuevas órdenes, cada vez más absurdas: prohibido ayudar, prohibido abrazar,
prohibido salvar. Prohibido llorar.
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