En SinPermiso
–public. 4/1/17
Las guerras que han
afectado a la región de Oriente Próximo desde que los EE.UU. y el Reino Unido
invadieron Irak en 2003 comienzan a producir ganadores y perdedores. Los signos
más notables son los sitios de Alepo Este en Siria y Mosul en Irak, que tienen
mucho en común a pesar de que los medios occidentales les dieron una cobertura
muy diferente. En ambas ciudades, los insurgentes suníes salafistas-yihadistas
estaban defendiendo sus últimas grandes fortalezas urbanas contra el Ejército
iraquí, en el caso de Mosul, y el Ejército sirio, en el caso de Alepo Este.
La captura de Alepo Este significa que el presidente Bashar al-Assad ha
ganado en esencia la guerra y permanecerá en el poder. Las fuerzas de seguridad
sirias avanzaron y la resistencia armada se desplomó más rápidamente de lo
esperado. Entre 8.000 a 10.000 combatientes rebeldes, machacados por la
artillería y los ataques aéreos y divididos entre sí, han sido incapaces de
organizar una última resistencia en las ruinas del enclave, como ocurrió en
Homs hace tres años, y está sucediendo ahora en Mosul (en la foto).
Pero lo que otorga a la derrota de los rebeldes en el este de Alepo su
importancia fundamental no es tanto la batalla en sí, sino el fracaso de sus patrocinadores
extranjeros - Turquía, Arabia Saudita y Qatar – a la hora de socorrerles.
Desde 2011, los avances y las retiradas de las fuerzas gubernamentales y rebeldes en Siria se han decidido gracias a la cantidad de armas, municiones y dinero que podían extraer de sus apoyos externos. El presidente Assad siempre ha dependido de Rusia, Irán y de paramilitares chiítas de Líbano e Irak.
Desde 2011, los avances y las retiradas de las fuerzas gubernamentales y rebeldes en Siria se han decidido gracias a la cantidad de armas, municiones y dinero que podían extraer de sus apoyos externos. El presidente Assad siempre ha dependido de Rusia, Irán y de paramilitares chiítas de Líbano e Irak.
El control existente en Siria e Irak, al 12/12/16 |
El momento decisivo
de la guerra siria tuvo lugar en septiembre de 2015, cuando la fuerza aérea
rusa intervino en apoyo del presidente Assad. A los EE.UU. no les gustó, pero
no estaban dispuestos a oponerse militarmente. Puede que Rusia no sea una
superpotencia global, pero si es considerada una superpotencia en el Próximo
Oriente. Cuando llegó el asalto al este de Alepo, los antiguos aliados de los
rebeldes en Ankara, Riad y Doha demostraron ser incapaces o no estaban
dispuestos a subir las apuestas sin el respaldo de los EE.UU.
Si los aliados
tradicionales de los rebeldes no les ayudaron cuando todavía controlaban el
este de Alepo, es poco probable que lo hagan después de que lo hayan perdido.
Esto no quiere decir que los EE.UU. sean una potencia en declive en Oriente
Próximo como afirman los críticos de Obama, pero la Casa Blanca ha sido muy
cuidadosa para no ser arrastrada a una guerra en Siria en interés de terceros.
Conseguir que los EE.UU. derrocasen a Assad estaba en el corazón de la política
de la oposición siria desde 2011, cuando creyeron que podían orquestar un
cambio de régimen en Damasco similar a lo que había pasado en Trípoli con el
derrocamiento y asesinato de Muammar Gaddafi.
La política de
Estados Unidos es más pro-activo de lo que se dice. Obama dio prioridad a
derrotar a Isis y es poco probable que Donald Trump vaya a cambiar ese
objetivo. Isis está demostrando ser un rival difícil en Irak y Siria, y en
diciembre fue capaz de recuperar Palmyra, que el Ejército sirio, fuertemente
apoyada por Rusia, había tomado, en medio de celebraciones autocomplacientes,
en marzo. Isis no fue derrotado en 2016 a pesar de todas las expectativas y
promesas, y su capacidad para determinar la agenda política se demostró de
forma sangrienta cuando un camión robado segó la vida de varias personas en una
feria de Navidad en Berlín el pasado 18 de diciembre.
Un signo más
sustancial de la fuerza de Isis es la ferocidad y la habilidad con la que ha
luchado por Mosul. La ofensiva del ejército iraquí y kurdo comenzó el 17 de
octubre, y alcanzó la ciudad de Mosul el 3 de noviembre. Desde entonces el
avance ha sido lento y a costa de numerosas bajas. Las fuerzas de seguridad
iraquíes, incluidos los paramilitares chiítas, tuvieron 2.000 bajas mortales en
noviembre, según la ONU. Isis está utilizando cientos de terroristas suicidas,
francotiradores y equipos de mortero para frenar el avance de su enemigo, que
hasta ahora sólo ha recuperado el 40 por ciento de Mosul Este. Algunos de los
batallones en la "División de Oro", con 10.000 soldados de élite han
sufrido pérdidas del 50 por ciento.
A más largo plazo,
el gobierno iraquí probablemente tomará Mosul, aunque para entonces ya no tenga
un aspecto muy diferente que Alepo Este. Uno de los pocos temas de la política
exterior de Trump que quedó claro en la campaña electoral fue que la
eliminación de Isis será la primera prioridad. Esto tiene consecuencias
importantes para la región: la gran revuelta árabe sunita en Siria e Irak que
buscaba un cambio de régimen, que parecía que iba a tener éxito en varias
ocasiones entre 2011 y 2014, está agotándose y es probable que sea derrotada. Assad
y el gobierno dominado por los chiítas en Bagdad van a sobrevivir.
Rusia fue la gran
ganadora en 2016 y otras potencias comenzaron a verla, tal vez de forma algo
exagerada, como una renacida superpotencia. El presidente Putin es demonizado
por los gobiernos occidentales y los medios de comunicación, pero esto es un
reconocimiento en definitiva de su influencia global. Al mismo tiempo, los
EE.UU. no han sufrido ninguna gran derrota y está recomponiendo sus relaciones
con Irán. Las metas de Obama pueden haber sido modestas, pero, a diferencia de
las de George W Bush, eran alcanzables.
Siria se ha
convertido en un campo de batalla en el que se libran enfrentamientos y
rivalidades que tienen poco que ver con Siria. Esta es la razón por la que la
guerra llegó a ser tan intratable. Irán se ha salido con la suya porque la
alianza chiíta que dirige está ganando en Irak y Siria. Puede parecer más
potente de lo que realmente es debido a que los EE.UU. destruyeron a los
talibanes en 2001 y a Saddam en 2003, las dos potencias sunitas que habían
previamente cercado a Irán en el este y el oeste. Pronto sabrá si su relación
más positiva con los EE.UU. será revertida por la administración Trump.
La Primavera Árabe
de 2011 trajo consigo la revolución, pero también la contra-revolución: Arabia Saudí
y Qatar, junto con las ricas monarquías suníes petroleras del Golfo, trataron
de hacerse cargo de la dirección del mundo árabe que una vez había
correspondido a Egipto, Irak y Siria. Los estados del Golfo han demostrado ser
incapaces de cumplir con su nuevo papel y sus diversas iniciativas han
producido o agravado guerras desastrosas en Siria, Irak, Libia y Yemen.
Las políticas más
proactivas y agresivas de Arabia Saudí desde que el rey Salman ascendió al
trono en enero de 2015 han terminado generalmente en frustración. La
intervención saudí en Yemen no ha puesto fin a una guerra estancada y los
ataques aéreos han llevado al país al borde de la hambruna.
El mayor perdedor
de todos en 2016, además de los pueblos sirio e iraquí, ha sido Turquía. Ayudó
a avivar la guerra en Siria sólo para encontrar que los principales
beneficiarios han sido los kurdos sirios, cuya dirección política y militar
proviene del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que ha luchado
una guerra de guerrillas en Turquía desde 1984. El presidente del país, Recep
Tayyip Erdogan, está dedicando sus mayores esfuerzos a frustrar la creación de
un estado de facto kurdo en el norte de Siria, y la caída de Assad se ha
convertido en una cuestión secundaria.
Erdogan está
creando un estado más autoritario a medida que refuerza su control sobre las
instituciones del Estado y los medios de comunicación tras el fallido golpe
militar de 15 de julio pasado. Justifica sus acciones como reacciones a las
crisis, como la insurgencia kurda de Turquía, que son en gran parte de su
propia creación. Isis, a cuyos voluntarios se les permitió cruzar la frontera
entre Turquía y Siria con pocas dificultades en el pasado, ahora están
volviendo clandestinamente para perpetrar ataques suicidas en Turquía.
Donald Trump puede
tratar de cambiar la actual política de Estados Unidos en el Oriente Próximo,
pero no lo hará si quiere aplicar su agenda nacional. Por otro lado, el Oriente
Próximo es una región de crisis perpetuas que arrastran a las potencias
externas, les guste o no. Lo que los últimos cinco años han demostrado es que
la violencia desatada en el Oriente Próximo no puede ser contenida
regionalmente, y que tiene repercusiones en el resto del mundo en forma de
refugiados desesperados en busca de nuevas viviendas o ataques terroristas
salvajes.
Patrick Cockburn es el autor de The Rise of Islamic State: ISIS and the
New Sunni Revolution.
Fuente: Counterpunch
Traducción: Enrique García
Colectivo
Acción Directa Chile -Equipo Internacional
Enero 11 de 2017
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