"La privacidad en juego
Las ciudades inteligentes y el problema de
la vigilancia”
Las tecnologías inteligentes apuntan a
mejorar las condiciones de vida en las ciudades. Sin embargo, son también
capaces de poner en entredicho nuestra privacidad. ¿Cuál es el límite de lo
smart?
Por Patricio Velasco
En Derechos Digitales –public. 4/1/17
Las ciudades
inteligentes, o smart cities, han sido promovidas como uno de los
últimos grandes logros provenientes de la reunión entre tecnología y prácticas
sociales. Grandes empresas globales -entre las que se cuentan Siemens, Cisco y
Telefónica- han comenzado a desarrollar e implementar proyectos que buscan
cambiar la forma en que habitamos la ciudad, de manera que una serie de
cuestiones relativas a la vida urbana se hallan ahora adosadas al adjetivo smart:
transporte inteligente, manejo de residuos inteligente, energía inteligente,
salud inteligente y seguridad inteligente. Estas etiquetas buscan alinear los
desarrollos de las tecnologías digitales, generar espacio para la innovación y gestionar
de mejor forma los entornos urbanos. El argumento subyacente es que las
tecnologías ofrecen una oportunidad para el desarrollo y resultaría contraintuitivo oponerse.
Sin embargo, sí
resulta adecuado poner en entredicho los eventuales avances que promueven las
tecnologías smart. Principalmente, porque sitúan a las tecnologías en
una dimensión que naturaliza su aporte al desarrollo: con más tecnología, se
nos dice, estaremos siempre mejor.
Pero existen ámbitos en los cuales la tecnología no es siempre una respuesta o, al menos, donde la inclusión de tecnología puede generar riesgos mayores a sus eventuales beneficios. Un aspecto donde esto resulta especialmente importante es el de la privacidad.
Pero existen ámbitos en los cuales la tecnología no es siempre una respuesta o, al menos, donde la inclusión de tecnología puede generar riesgos mayores a sus eventuales beneficios. Un aspecto donde esto resulta especialmente importante es el de la privacidad.
Varios autores han
dado cuenta de las implicancias de las tecnologías de la vigilancia en las
ciudades contemporáneas, destacando cómo estas tecnologías se vinculan con
proyectos smart. Fernanda Bruno, por ejemplo, ha señalado que vivimos en
un contexto de vigilancia distribuida, juicio que se torna razonable al observar
cómo los circuitos de vigilancia -pública y privada- han plagado ciudades como Londres.
La contracara
evidente del problema de la vigilancia es el valor que asignamos a nuestra
privacidad, sobre todo en espacios públicos. Una cuestión que se mostró
abiertamente en tensión en el caso de los globos de vigilancia en Santiago. Esta problemática no ha
sido ajena a otras latitudes, donde las políticas smart ya cuentan con
más años de despliegue. Es el caso de Holanda, donde un grupo de investigadores ha dado cuenta cómo las nociones entorno a la privacidad se ven afectadas por estos procesos. Luego su
investigación en Amsterdam concluyen que un componente central de la población
es la de ambivalencia ante la inclusión de estas tecnologías: si bien por un
lado se reconoce el eventual valor de ellas, la recolección automática de datos
en el espacio público eleva grandes dudas, especialmente en lo referente al
gobierno de tales datos, los permisos asociados a estos y sus posibles usos.
El uso generalizado
de tecnologías de vigilancia en centros urbanos, el discurso smart
asociado a tales desarrollos y las adecuadas consideraciones de la población en
torno al uso de datos recabados en el espacio público, sitúan la pregunta por
las tecnologías smart en una dimensión que va más allá del mero -y
supuesto- desarrollo. En el caso latinoamericano esto queda en evidencia: Santiago de Chile ya firmó un convenio con CISCO, mientras
que en Río ya se ha denunciado las implicancias de las tecnologías smart para el transporte público.
Es en esta línea
que, recientemente, un núcleo de investigadores planteó la pregunta por la ética de los datos. Esto resulta de vital interés, pues permite cuestionar los
valía de la aplicación de nuevas tecnologías más allá del argumento de la
eficiencia. En buena hora, se vuelve a plantear la pregunta por la tecnología y
sus implicancias, atendiendo a para qué las necesitamos y cuáles son los costos
asociados a su implementación. Lo anterior permite plantear la pregunta por el
adecuado uso de los datos en el contexto de las smart cities, tal
como lo ha postulado Kitchin.
El creciente
interés que despiertan estas temáticas en la comunidad académica dista, con
mucho, de lo que se puede observar en la realidad chilena. Mientras la
discusión legislativa se dilata de formas inexplicables, en el contexto de una
ley que ya en 1999 se encontraba desactualizada respecto a las tecnologías
existentes, las prácticas tecnológicas que posibilitan sistemas comoTransantiago ponen en entredicho nuestros derechos cotidianamente.
En esta línea, a
nivel latinoamericano la cuestión no es mejor. Tal como fue presentado en Latin America in a Glimpse (pág. 11), la inversión en
software de vigilancia como la realizada en México, así como el bloqueo de
WhatsApp acontecido en Brasil, son antecedentes que debieran elevar alertas.
Particularmente, apuntando a identificar que hoy, más que nunca, la privacidad
es un concepto en disputa.
Colectivo
Acción Directa Chile -Equipo Internacional
Enero 21 de 2017
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