“La
Educación en la Revolución cubana, no se puede tapar el sol con mentiras”
“En
Cuba (…), está desterrada de nuestras escuelas la práctica del consumo de
sustancias tóxicas, no se esclarecen hechos de desaparecidos desde la propia
aula, no está en la agenda las deudas que contraen los estudiantes
universitarios para sostener sus estudios, ni de la falta de empleo una vez
graduados. (…) Para nosotros la educación es un acto sagrado.”
Por Rafael Cervantes
Martínez
En La Pupila Insomne –public. 9/11/16
Antropóloga Miriam
Celaya González, bloguera, independiente de la Patria:
Es
tan sólida la obra educacional de la Revolución que ni proponiéndose denigrarla
puede dejar de reconocer resultados que hoy son, lamentablemente, sueños para
muchos pueblos en el mundo que no han podido sacudirse de los mecanismos de
exclusión y dominación imperialista como lo hizo Cuba a partir de 1959.
Sus “apuntes” son absolutamente parciales, incompletos e interesados, no se
puede esperar otra cosa de quien se propone socavar un árbol frondoso. Así,
según usted, la campaña de alfabetización fue ante todo una campaña de
adoctrinamiento político a favor del gobierno, con un elevado costo económico y
social aun no calculado y el inicio de la fatídica experiencia del empleo
masivo de
maestros sin preparación pedagógica, en lugar de ser, como se ha reconocido mundialmente, un acto fundacional de la Revolución, de extraordinario valor cultural, al abrirle las puertas del conocimiento a millares de hasta entonces iletrados y ser un espacio de crecimiento espiritual grandioso para los propios alfabetizadores, que les permitió ser protagonistas de la naciente etapa de la historia cubana, al punto de que guardan esa experiencia de vida con celoso orgullo patrimonial.
maestros sin preparación pedagógica, en lugar de ser, como se ha reconocido mundialmente, un acto fundacional de la Revolución, de extraordinario valor cultural, al abrirle las puertas del conocimiento a millares de hasta entonces iletrados y ser un espacio de crecimiento espiritual grandioso para los propios alfabetizadores, que les permitió ser protagonistas de la naciente etapa de la historia cubana, al punto de que guardan esa experiencia de vida con celoso orgullo patrimonial.
Si
el Rey Midas todo lo que tocaba lo convertía en oro, ¿en qué pretende convertir
usted la gloria que se ha vivido? Le incomoda que la Revolución haya sembrado
sus ideas políticas emancipadoras en el pueblo, en el camino de favorecer la
creación del sujeto activo, crítico y consciente necesario para defender sus
intereses frente a la oligarquía financiera yanqui y las clases explotadoras
domésticas e iniciar el complejo camino del socialismo. ¿O es que debíamos
quedarnos en el oscurantismo anticomunista inculcado hasta los instintos, en la
afrenta al pensamiento patriótico y en la banalidad cultural?
El
colmo del absurdo, la apoteosis de la ilógica, es el entrecomillado del
propósito de la Revolución de formar maestros revolucionarios. ¿Qué si no
formadores del espíritu de un tiempo revolucionario puede querer un proceso
revolucionario? Igualmente no es óbice que a partir de la Ley de la
Nacionalización de la Enseñanza el Estado socialista haya asumido el deber y la
responsabilidad de la educación de la nación como un bien público.
La
obra de la educación en el período revolucionario es verdaderamente
impresionante. Cero analfabetismo, cobertura educacional del 100% en niños,
adolescentes y jóvenes. Más de un millón de graduados universitarios, decenas
de miles de doctores en ciencias, liderazgo científico en diversos campos del
saber, cumplimiento aventajado de indicadores de los organismos especializados
de las Naciones Unidas, atención especializada a todos los segmentos sociales
de acuerdo a sus necesidades educativas; por criterios de salud, etarios y
territoriales, un sistema de enseñanza artística masivo y multiplicador del
talento, sistemas de becas gratuito para asegurar el estudio a los que viven
distante, un sistema de docencia médica que ha incorporado conceptos muy
avanzados como el convertir todos los espacios de servicios en escenarios
formativos, amplio espacio a la solidaridad con otros pueblos, en Cuba y fuera
de ella, por solo citar a vuelo de pluma algunas de las realizaciones.
En
Cuba no se discute si los maestros deben ir armados para defenderse de
probables ataques de sus alumnos, está desterrada de nuestras escuelas la
práctica del consumo de sustancias tóxicas, no se esclarecen hechos de
desaparecidos desde la propia aula, no está en la agenda las deudas que
contraen los estudiantes universitarios para sostener sus estudios, ni de la
falta de empleo una vez graduados. No hay impunidad, cualquier violación de las
normas jurídicas o éticas es sancionada. Para nosotros la educación es un acto
sagrado.
Da
pena que a estas alturas alguien pueda de algún modo dar cuenta de satisfacción
con el cuadro educacional denunciado por Fidel en su alegato La historia me
Absolverá y menos referirlo a que otros países andaban peor. Esto me recuerda a
informes internacionales de hoy que hablan de niveles de desempleos de 5 ó 6 %
como algo “saludable” y “manejable”, de índices de endeudamiento también saludables,
de avances en reducción de los niveles de pobreza y de hambrientos aunque las
cifras sean de millones. Es el cinismo de la insensibilidad de los que explotan
o sirven ideológicamente a los explotadores; ambos no sienten absolutamente
nada por los demás, los ven solo como simples cifras.
No
hay en su “crítica” a la obra educacional revolucionaria una sola alusión al
contexto de agresiones y acoso en que se ha visto envuelta la vida del país por
casi seis décadas. Manuel Ascunce Domenech no es solo el nombre de un
destacamento pedagógico sino el de un maestro mártir víctima de la violencia
aupada desde el gobierno de los Estados Unidos al que se unen muchos otros
mártires de la educación. La hostilidad de las políticas implementadas por las
sucesivas administraciones norteamericanas en todos los órdenes también ha
impactado sin dudas al sector educacional, pues las afectaciones a la economía
del país han sustraído importantes montos de recursos que sin dudas una parte
se habrían destinado a la educación. También como en todos los demás sectores
hay innumerables afectaciones directas. Tampoco se ha podido tener un
intercambio directo entre las comunidades educacionales de ambos países y
experiencias enriquecedoras como las visitas de estudiantes universitarios
norteamericanos en el programa docente Semestre en el Mar, que ratifican el
valor de las mismas en condiciones de respeto mutuo, por desgracia, son rarezas
excepcionales.
Quizás
usted no conozca lo que significa para la educación guantanamera la existencia
del enclave de la ilegal Base Naval norteamericana en sus cercanías, en
particular para Caimanera y Boquerón. Si tiene interés le anticipo que existen
investigaciones de profesores cubanos que abordan esas complejidades.
El
concepto de hombre nuevo es la antítesis de lo que usted señala como “aliento
fascistoide”; nada de superioridad con relación a otros pueblos y sí mucho de
solidaridad internacionalista profesada en la práctica por el mundo entero.
Cuba ha salvado la vida a millones de personas a lo largo de todo el planeta,
ha ayudado a la alfabetización de decenas de millones. Si quiere una prueba de
los valores de nuestro pueblo revolucionario busque un solo ejemplo donde un
colaborador cubano haya sido rechazado por alguna comunidad donde haya
desempeñado su trabajo a pesar de que se han desempeñado en contextos
culturales muy diversos en lenguas y dialectos no conocidos por nosotros, con
características muy propias. Estos misioneros han tenido la humildad de
servidores y no de amos fascistas de nadie.
Hemos
cometido errores y enfrentamos hoy grandes retos, pero no los ocultamos, están
en documentos públicos. No nos avergüenza porque son una obra humana. Pero sí
le aseguro una cosa, hay suficientes evidencias para testificar que tenemos
razones para enorgullecernos con resultados concretos. Cualquier análisis sobre
la educación en nuestro país es más riguroso y objetivo que sus conjeturas.
Dentro
de la Revolución no ha faltado la mirada crítica y rigurosa. Es copiosa la obra
de Fidel en este sentido, creada en permanente diálogo con los protagonistas
principales, maestros y alumnos. El legado del trabajo ejemplar y rigurosamente
organizado del compañero José Ramón Fernández es valoración obligada de sus
colaboradores y de todos aquellos que trabajaron bajo su dirección. Tengo una
hermana del Primer Contingente del Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce
Domenech que tenía en alta estima la carta que como ministro Fernández le
enviaba cada año. Soy testigo de cómo la compañera Asela de los Santos, hasta
el día de hoy con el Proyecto Guerra de Liberación Nacional, impregna su pasión
por la historia patria a los jóvenes. Todo con mucho realismo.
Me
es imposible por razones de tiempo para el trabajo creador seguir a pie
juntillas su red de falsos argumentos, me he limitado a esclarecer, solo para
el lector menos informado sobre la realidad de Cuba, los puntos de mayor
relieve. Me detendré en el que conceptualmente encierra la mayor cuota de
veneno, pues pretende enfrentar de forma antagónica a la Educación en la
Revolución con la tradición de la Escuela Pedagógica Cubana.
Desde
el propio triunfo, bajo la dirección de Fidel, el Che, Hart y muchos otros
dirigentes se trabajó por hacer de la cultura nacional un bien de todo el
pueblo y la Escuela Cubana no fue la excepción. Solo habría que preguntar a los
cientos de miles de maestros y profesores graduados en el período
revolucionario, a las decenas de miles de profesionales que han transitado por
la enseñanza posgraduada en sus diversas modalidades hasta llegar a maestrías y
doctorados si han faltado los estudios sobre Caballero, Varela, Luz, Martí,
este último al cual usted no incluye en su selección de ilustres pedagogos
cubanos, y Varona. Sus idearios y nombres prestigian hoy los espacios
educacionales y universitarios cubanos.
Sería
fácil constatar en honor a la verdad, distinguida antropóloga, que lo que
afirmo se encuentra plasmado en los programas de estudio pasados y vigentes,
todos celosamente guardados para la historia de la Pedagogía, la validación de
notas, y ahora, también útiles para defender a la Revolución de falsificaciones
históricas. Pero más importante que los programas es la cultura pedagógica que
sobre esa tradición se ha enraizado en nuestros profesionales y no
necesariamente solo de los del campo de la educación.
Conozco
muchos filósofos cubanos que han defendido y promovido los estudios sobre
nuestra tradición pedagógica, existen Cátedras de Pensamiento cubano,
asociaciones como la Sociedad Económica de Amigos del País, la de Pedagogos de
Cuba, de Filósofos, de Economistas, entre otras muchas que le han prestado y le
prestan la mayor atención a este importante asunto con profesionales insignes
como Rolando Buenavilla, Justo Chávez, Armando Chávez, Nancy Chacón, Horacio
Díaz Recio, Olivia Miranda, Isabel Monal, y muchos otros.
También
ello ha estado apoyado desde instituciones como la Universidad de las Ciencias
Pedagógicas Enrique José Varona, el Instituto de Filosofía de Cuba, la
Universidad Central de Las Villas Marta Abreu, la Universidad de la Habana, la
Universidad de Oriente, el Instituto de Historia y muchas otras, en todas ellas
existen las evidencias de los esfuerzos realizados con muchas salidas, como
eventos y congresos. Jamás la Revolución limitó ninguna iniciativa al respecto
porque la Revolución, como ha dicho Fidel, es hija de la Cultura y de las
Ideas.
Quiero
especialmente destacar el empeño del compañero Armando Hart hacia la
comprensión profunda de nuestras raíces. Como Ministro de Educación atrajo a
ilustres maestros y maestras cubanas como Max Figueroa, de Santiago de Cuba,
colaborador de Frank País, León Bicet, José Aguileras Maceiras, Cañas Abril,
González Puig, de Las Villas, Gaspar Jorge García Galló, Herminio Almendros,
Dulce María Escalona, Héctor Ferrán, las hermanas María y Ramona Ruíz Bravo y
muchos otros que construyeron un mensaje educacional con énfasis en el rescate
de la herencia de la Escuela Cubana. Fue Hart quien le propuso a Fidel la
constitución de la Orden Félix Varela de Primer y Segundo Grado, aprobada por
el Consejo de Estado.
Luego
continuó esa obra en el Ministerio de Cultura acompañado también por destacados
intelectuales como Alejo Carpentier, Roberto Fernández Retamar, Alfredo
Guevara, Raquel Revuelta, Herminio Almendros, Rafael Somavilla, Julio García
Espinosa, Isabel Monal, Abel Prieto (padre), Abel Prieto Jimenez, Graziella
Pogolotti, Helmo Hernández, Omar González y Rolando Rodríguez, entre muchos
otros. Cabe preguntarse si ellos y ellas habrían comulgado con cualquier
intento de desarraigo.
En
los últimos veinte años el compañero Armando Hart, al frente de la Oficina del
Programa Martiano y como Presidente de la Sociedad Cultural José Martí ha dado
continuidad a estos esfuerzos, ahora multiplicados en Clubes y Cátedras
martianas en todo el país y por el mundo sembrando cultura desde los valores de
nuestra tradición. Mientras más comprendemos nuestras raíces históricas, mejor
preparados estamos para nuestras luchas presentes en defensa de un proyecto
emancipatorio cubano, socialista, internacionalista, digno y soberano.
Su
prolífica obra puede ser consultada en Granma, Juventud Rebelde, Bohemia,
órganos todos de prensa de la misma Revolución que según usted afirma se ha
propuesto borrar la cultura pedagógica precedente. Siendo consecuente con su
punto de vista, debe resultarle una verdadera forma de disidencia, una herejía
de estos medios que se oponen a la línea ideológica trazada. Por si fuera poco,
estos análisis los puede encontrar en revistas, libros y se atesora en el
proyecto Kronicas.
El
que haya leído uno solo de esos trabajos encontrará sin falta a Caballero,
Varela, Luz, Martí y sus continuadores. Ese es el verdadero mensaje de la
Revolución. No creemos en fantasmas.
Colectivo Acción Directa Chile -Equipo Internacional
Noviembre 18 de 2016
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