El acusado de traición a la patria en Perú cuenta su retorno
después de 23 años de prisión. Amor, odio, pasión y lucha, el relato de una
prisión
Hace justo un mes, a
la media noche del 15 de octubre, Jaime Castillo Petruzzi pasó el control
internacional del aeropuerto Arturo Merino Benítez. Decenas de personas lo
esperaban entre aplausos y banderas después de una controvertida expulsión del
Perú.
Se
ha dicho de él que es un terrorista, un combatiente, un asesino, uno de tres
líderes del MRTA, un guerrillero, un héroe. Se han dicho muchas cosas, pero
hasta ahora Castillo Petruzzi no había tenido la oportunidad de contar su
versión. Este es el resultado de tres encuentros en los primeros 30 días de
libertad del último chileno del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA)
preso en una cárcel peruana.
Cuando
faltaban 116 días para su liberación, el chileno Jaime Castillo Petruzzi, ex
militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y sindicado como
parte de la cúpula del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru de Perú (MRTA),
comenzó a anotar en una agenda roja la cuenta regresiva. Era la primera vez que
ponía atención a cuánto faltaba para salir tras las rejas. Lo hizo sin pensarlo. Abrió la libreta un día
lunes y contó en el calendario cuánto faltaba para el 14 de octubre de 2016,
fecha en que terminaba su sentencia.
Hace
exactos 23 años, el 14 de octubre de 1993, Castillo Petruzzi apareció en la
prensa y televisión peruana al ser capturado tras un intenso enfrentamiento con
las fuerzas del régimen fujimorista. Lo que parecían escenas de una película
era más bien la operación policial que puso fin al secuestro del empresario
Raúl Hirakoa Torres y a la que le
sucederían una decena de hechos irregulares que terminaron con 6 chilenos
pertenecientes al MRTA condenados a cadena perpetua por traición a una patria
que no era la suya. Aunque la condena parecía absurda, las reglas del juego
tenían la arbitrariedad que definen a las dictaduras.
Ese
año comenzó un camino de más de dos décadas privado de libertad. En él temió
por su vida más que ninguna otra vez, recorrió 5 cárceles peruanas, conoció el
amor, rompió un corazón, se distanció de uno de sus hijos y tuvo otros dos.
Vivió de manera intensa, como si los barrotes no fueran un límite ni el tiempo
una resolución.
Ahora
camina por las calles de su Santiago natal mirando asombrado los autos, los
nuevos edificios, los viajeros del metro pegados a sus teléfonos inteligentes,
las librerías cargadas de publicaciones que tiene pendiente leer. Está de
regreso, poniéndose al día con su familia, con manifestaciones de movimientos
sociales que demandan No Más AFP o Ni Una Menos, con amigos entrañables con los
que nunca perdió el contacto, con sobrinos que sólo conocía por fotos, con la
actualidad social del país y una crisis de legitimidad política que
protagonizan muchos de los que antes fueron sus compañeros de militancia.
Primer
encuentro: Alan nunca fue mi amigo
Jaime
Castillo Petruzzi es alto y fornido, aunque su presencia imponente contrasta
con una amplia sonrisa. De esa fisonomía proviene el sobrenombre cariñoso
“torito”, con que sus compañeros del MIR lo llamaban cuando apenas tenía 16
años y no dudaba en aplicar las técnicas de kárate que aprendió desde pequeño,
cuando la ocasión así lo ameritaba.
Este
viernes de primavera, Castillo Petruzzi elige el menú del almuerzo con el
entusiasmo de quien había olvidado lo que era elegir una ensalada, un café,
mirar por la ventana a los transeúntes y acariciar cada 10 minutos a su segunda
hija de 32 años que lo acompaña a la entrevista y lo observa sin creer lo que
ve.
-“Tuve
que salir de Chile el año 1974 porque a dos vecinos y compañeros de militancia
los fueron a detener una noche. Ambos son ahora detenidos desaparecidos”, dice
para explicar por qué tuvo que salir de Chile a los 17 años con permiso
notarial rumbo a París, Francia.
Allá
se instalaría, estudiaría en la Université Vincennes y conocería a personas
clave en su vida, como a Víctor Polay, futuro máximo líder del MRTA y Alan
García, quien compartía departamento con Polay y por esta relación más tarde se
crearía el mito de una amistad que nunca existió.
-“Se
dijeron muchas cosas, como que éramos amigos, pero Alan García siempre fue un
déspota que me decía con desprecio: Hola, chilenito”, dice esta tarde,
aclarando el falso vínculo.
En
esos años en París mantuvo la militancia rodeados de otros latinoamericanos
provenientes de Brasil, Uruguay, Paraguay, Argentina, Bolivia y, por supuesto,
Perú.
Como
muchos otros de sus compañeros de partido, se preparó desde el exilio para
volver a Chile en la llamada “Operación Retorno”.
En
1980 ingresó clandestino al país, luego de tres años de recibir instrucción
militar en otros países y comenzó de inmediato el trabajo asignado por la
orgánica partidista. La situación era muy diferente a lo que recordaba: La
ciudad silenciosa, los vecinos desconfiados. Superficialmente, parecía que no
se hablaba de política y el MIR, su organización, ya contaba con muchos
desaparecidos y asesinados, entre ellos el histórico líder Miguel Enríquez.
-”Cuando
leí la noticia en la cárcel, sobre algunos ex presos políticos de mi
organización y de organizaciones hermanas involucrados en estos escándalos de
corrupción, de boletas falsas, me preguntaban: cómo es posible. ¡Incluso el
hijo de Miguel! No hay palabras para explicar. Lo único que puedo decir, es que
es muy triste”, diría después, al repasar los últimos acontecimientos políticos
que involucran a ex militantes de izquierda que fueron parte de la resistencia
a la dictadura de Augusto Pinochet.
Con
un nombre de chapa y sin que su familia supiera de su regreso, Castillo
Petruzzi permaneció en Chile hasta mediados de 1982, cuando un periódico
exhibió su fotografía con una leyenda que anunciaba su muerte.
-“Tuve
que llamar a mi casa y decir que no era yo el que estaba en la foto. Y mi papá
me decía:
¡Hijo
¿estás en Mozambique?! No papá, estoy acá, le dije. ¿Y las cartas que llegan de
Mozambique? Ya te explicaré, pero he estado todos estos años acá”, decía por
teléfono a su padre que escuchaba atónito.
Con
el plan guerrillero desmantelado y las identidades reveladas, Jaime Castillo se
asiló en la embajada de Francia. Esta
vez, realizaba el viaje junto a Beatriz, compañera de vida y militancia, quien
tenía 4 meses y medio de embarazo.
Se
instaló en París, aunque el panorama era muy distinto a su primera estadía:
Ahora hablaba francés, estaba próximo a ser padre y debía dedicar su tiempo y
esfuerzo en juntar los recursos para esperar a la primogénita, pero la estadía
duró poco. Al año siguiente partieron destinados a Nicaragua.
“Ahí
teníamos compañeros que colaboraban en la revolución, combatientes que habían
estado en la lucha revolucionaria antes, durante y después del triunfo,
recuerdo emocionado por eso años en que el Frente Sandinista de Liberación
Nacional le había doblado la mano a la dictadura de Anastasio Somoza”. Hoy ve
con desilusión el rumbo que ha tomado el gobierno de Daniel Ortega,
recientemente reelegido presidente en unas elecciones sin competencia.
En
ese país nacería la segunda hija de la pareja y en 1987. Luego, Beatriz decide
volver con las niñas a Chile. Jaime se uniría un año después. Mientras,
trabajaba con compañeros peruanos con la intención de unificar las luchas.
Pero
una vez más el plan falló y entre los detenidos cae el líder del MRTA, Víctor
Polay Campos, junto a otros dirigentes del movimiento de izquierda. Castillo
Petruzzi es convocado a trabajar en la elaboración del plan de rescate que
incluía la construcción de un túnel de 300 metros de largo. Entonces, el
“torito” arma maletas, se despide de sus hijas y pone fin la relación amorosa
que lo unía con Beatriz. Se incorpora en Lima al trabajo partidario. Para ese
entonces, Castillo Petruzzi respondía más al MRTA que al MIR.
Segundo
encuentro: 5 minutos al día
La
segunda cita transcurre la tarde de un lunes. Jaime está a cargo del negocio
donde ha comenzado a trabajar hace apenas una semana y frente a él todo parece
novedad. Aunque intentó llevar una vida normal como interno, la cárcel siempre
será un paréntesis cuando se trata de tecnología y avances médicos. En este mes
de libertad recién aprende a manipular cheques y computadores.
Hoy
tiene cita con la oftalmóloga, pues necesita saber en qué estado se encuentra
su visión. En la cárcel, hasta lo más mínimo tiene un impuesto al encierro. Los
lentes ópticos no son la excepción. Por eso, hoy caminamos puntuales hacia la
óptica donde más tarde descubrirá que es miope. El ex guerrillero
internacionalista tiene una anomalía en los ojos que no le permite ver de forma
clara, sino más bien borroso, los objetos lejanos.
-“Lo
contrario pasa en la política. Con los años vemos más claro los errores”,
bromea al salir de la consulta. Y agrega en tono serio: “Objetivamente,
nosotros cometimos errores y esos fueron los aciertos del enemigo”.
Uno
de esos aciertos del enemigo fue cuando la policía peruana dio con la casa de
seguridad donde pasó un mes, luego de detectar que lo estaban siguiendo. Ese
mismo día, Castillo Petruzzi pensaba abandonar el Perú.
Aunque
los medios lo acusaron de escudarse, con metralleta en mano, detrás de una
anciana, Castillo Petruzzi desmiente esta versión. Dice que la policía los
acorraló, pero que ellos jamás faltaron a su ética. No traficaban, ni
colaboraron con el narcotráfico ni tuvieron blancos civiles. Asegura que
vestían uniformes militares en el campo para ser identificados y no ser
confundidos con los campesinos. Acepta, que hubo un número menor de víctimas
que no pudieron evitar.
-”Nosotros
como organización hemos pedido disculpas a los deudos de esas familias. A
diferencia del terrorismo de Estado, que sí afectó directamente a la población
civil con sus bombardeos masivos, con sus torturas sistemáticas, con las
desapariciones absolutamente masivas”, dice Castillo Petruzzi.
Eran
los primeros años gobernados por Alberto Fujimori, ex presidente del Perú que
durante una década cometió ilícitos que iban desde lo financiero, con
escándalos de corrupción, hasta el terror, con violaciones a los derechos
humanos y crímenes de lesa humanidad que hoy lo tienen cumpliendo una condena
de 25 años.
Pero
ese 14 de octubre de 1993, Jaime Castillo, pagó el precio de una seguidilla de
errores que terminaron con su detención. A eso le continuó un juicio de apenas
tres horas frente a un tribunal militar sin rostro. Allí comenzaron varias
irregularidades, en donde la arbitrariedad era el denominador común. Los
propios abogados no tuvieron acceso a los expedientes.
Hacinados,
en las peores condiciones, los prisioneros permanecían aislados, en celdas
mínimas sin baño ni luz. Apenas contaban con 5 minutos para salir agachados, en
cuclillas y custodiados por dos policías con fusil en mano apuntando sus
cabezas. En eso 5 minutos, una vez al día, los prisioneros debían elegir entre
ir al baño, cepillar sus dientes o tomar una ducha.
Fue
la primera vez que Castillo Petruzzi enfrentaba esas condiciones carcelarias y
durante esos tres meses, en los que estuvo detenido en la base aérea Las Palmas
de la Fuerza Aérea del Perú (FAP), su cuerpo se acostumbró a permanecer doblado
en un espacio que compartía con otros 10 compañeros del MRTA, entre los cuales
habían 5 chilenos y 6 peruanos.
Entre
la oscuridad y la tortura psicológica, hubo algunos arrepentidos que pedían una
segunda oportunidad en medio de sollozos nocturnos. Él, en cambio, permanecía
firme y para no ceder a la locura o al miedo, cantaba Venceremos o el Himno de
los trabajadores a viva voz, recitaba poesía o invitaba a sus compañeros a
reflexionar sobre distintos momentos de su lucha.
Jaime
Castillo está consciente de que su pasaporte chileno espantó la posibilidad de
ser torturado físicamente. Aunque sí hubo condiciones que dañaron su estado
físico y psicológico.
-”Ahí
comprobamos que el hombre es un animal de costumbre. El cuerpo se acostumbró, entonces
cuando salías en posición de rana, hacías tus necesidades en un minuto, y
después te bañabas y volvías”, reconoce Castillo.
Luego
de tres meses detenido entre la Dirección Nacional contra el Terrorismo
(Dircote) y la FAP, de decenas de interrogatorios y presión psicológica, fue
trasladado a un penal civil. La condena fue una decisión política del Estado:
cadena perpetua para todos por traición a la patria.
“Chileno,
te voy a matar”, amenazaban a Jaime Castillo, quien luego de 23 años recluido
en prisiones peruanas tiene un inconfundible acento peruano. Tres de sus hijos
comparten esa nacionalidad y varias palabras recurrentes en su vocabulario
reflejan la fusión cultural después de años de convivencia.
Castillo
compara las irregularidades con que fue juzgado con lo que sucede con la Ley
Antiterrorista chilena, donde existen testigos protegidos. “Es lo mismo, no ha
cambiado nada en todos estos años.
En el Perú
hasta el día
de hoy, así
como en Chile,
tenemos las constituciones
dictatoriales. Eso es inconcebible, hermana”, señala incrédulo. Y agrega: “En
Chile tenemos 26 años de democracia y seguimos con la misma constitución. En
Perú tenemos desde el año 2000, y todo lo que levantan asamblea constituyente,
nueva constitución ha sido estigmatizado”, dice con la certeza de quien sabe de
estigmas.
Al
MRTA se le acusó de todo. Sus años de acción coincidieron con los de la
organización Sendero Luminoso, perteneciente al Partido Comunista, con la que
siempre han mantenido distancia y han marcado sus profundas diferencias en
cuanto a estrategia y procedimientos. Pero los medios de comunicación, en medio
de la vorágine de enfrentamientos entre uno y otro bando, señaló al MRTA como
responsable del asesinato a civiles y de sembrar el terror entre la población.
También fueron acusados de homofóbicos y de perpetrar asesinatos u ataque a
homosexuales.
-”Nunca
fue política de la organización el asesinar a gente por su orientación sexual.
Nunca lo fue ni en los documentos ni en la actitud de los dirigentes. Ha sido
una metida de pata de mandos locales, enceguecidos, y esto lo han utilizado
para decir que el MRTA es homofóbico”, aclara ante la pregunta y asegura que
dentro del MRTA hubo varios compañeros y compañeras homosexuales a quienes
jamás se les juzgó por esa razón y sólo se les evaluó por su desempeño y
compromiso político.
En
este segundo encuentro, Jaime Castillo, se acerca a la grabadora y aprovecha de
despejar otro aspecto que, según su versión, no es más que un mito: “Yo nunca
fui uno de los tres líderes. Fui un
cuadro medio. Tenía responsabilidades, pero no era ninguno de los tres
primeros”, dice para luego señalar a Víctor Polay Campos, Miguel Rincón Rincón
y Néstor Cerpa Cartolini como los tres primeros en orden jerárquico del MRTA.
De
su paso por la cárcel de Lima, en Miguel Castro Castro, recuerda las
condiciones en que encontraron el recinto con apenas 600 personas de su
capacidad para 1200 presos. Fue poco
después del ataque por tierra y aire que terminó con la vida de más de 200
prisioneros políticos de Sendero Luminoso y del MRTA, en una matanza en la que
se responsabiliza a Fujimori.
En
esas condiciones de reapertura, recién comenzaba una batalla judicial que tuvo
varios reveses durante los 23 años de reclusión. Aunque sabían que la cadena perpetua no se
concretaría, los emerretistas confiaban
sobre todo en que sus compañeros no los abandonarían y
más temprano que tarde iban a planificar un rescate.
Jaime,
el hombre macizo y de sonrisa recurrente, se emociona al recordar el bullado
episodio de la toma de la residencia del embajador japonés en Lima, el 17 de
diciembre de 1996. Ese día, miembros del MRTA tomaron como rehenes a
diplomáticos, militares y funcionarios de alto rango del gobierno de Fujimori.
Luego de 125 días, la toma terminó con un rescate protagonizado por las Fuerzas
Armadas de Perú en la que murieron todos los militantes del MRTA.
Derrotada
la vía del rescate, la estrategia de liberación se enfocó en el derecho
internacional. Con la ayuda de un grupo de abogados, entre ellos los chilenos
Verónica Reyna, de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas
(Fasic), y Nelson Caucoto, Corporación de Promoción y Defensa de los Derechos
del Pueblo (Codepu), presentaron el caso ante la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos, una vez que se agotaron todas las instancias nacionales. En
mayo de 1999, el caso pasó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos
(CIDH), donde se atestigua que no había ningún tipo de voluntad política ni
jurídica de parte del Estado peruano.
Pidieron
su libertad inmediata por todos los vicios procesales, por la tipificación del
delito y, sobre todo, por considerarlos traidores a la patria, una cosa
ilógica, considerando su nacionalidad chilena. Todo esto sin una defensa adecuada,
sin un proceso legal bajo los estándares internacionales y sometidos a fuertes
presiones psicológicas, incluidos los abogados, quienes recibieron presión
política y acoso.
El
2003 comenzaron los nuevos juicios, en un momento en que el país vivía una
transición política post era fujimorista y tras un breve gobierno de Valentín
Paniagua. Con Alejandro Toledo en la presidencia, se realizó un nuevo juicio
que duró 4 meses. A uno de los compañeros lo condenaron a 15 años, a otro a 18,
a uno a 20 y a Jaime Castillo Petruzzi, a 23 años. Gracias a un movimiento
político importante, apoyado por organizaciones de izquierda y progresistas, el
Partido Comunista logra recolectar medio millón de firmas y gracias a una
iniciativa ciudadana con la que el Congreso apruebe beneficios penitenciarios
para todos los presos políticos del Perú. Esa nueva condición, le otorga a
Castillo Petruzzi la posibilidad de salir en libertad a los 17 años de pena, es
decir, en 2010.
Todos
los chilenos consiguieron la salida en menos años gracias a los beneficios,
salvo Castillo Petruzzi. Ahí aparecería nuevamente en la historia Alan García
Pérez, quien bajo su segundo mandato como presidente cortó todos los
beneficios, el 14 de octubre de 2009. Con un decreto de ley, el mismo que según
los medios era amigo de Castillo Petruzzi, postergó su posibilidad de recuperar
la libertad. No importó su buena
conducta, las horas de estudios universitarios certificados dentro del penal, ni
las horas de trabajo. Los días en la cárcel continuaron con la esperanza puesta
en el 2016.
El arte y
el amor
Aunque
Jaime Castillo Petruzzi asegura que donde más temió por su vida fue en la
cárcel, en su encierro también supo de amor y pasión. Allí conoció a su actual
pareja, Maite, quien por esos días visitaba a su padre, Walter Palacios,
periodista y también preso político. De esos encuentros nació una pasión
incontrolable que los convenció de terminar con sus respectivas relaciones y
enfrentar el futuro juntos.
Maite
Palacios dejaba su vida en Italia, mientras intercambiaba mensajes de texto con
su nuevo enamorado. Jaime Castillo, al otro lado del océano y tras las rejas,
transcribió en una libreta cada una de las respuestas de Maite. Mientras el
tiempo transcurría entre mensajes telefónicos y días de visita, nacieron sus
dos hijos, Paula y Rocco, de 11 y 6 años respectivamente.
Esta
tarde, en el café, Jaime Castillo Petruzzi, cambia el tono alegre y optimista
con que se expresa. Su voz se quiebra al recordar el nacimiento de sus hijos, los
que sólo pudo seguir por teléfono, alentando a su compañera y escuchando el
primer llanto de los más pequeños de sus 5 hijos. Dice que desde los 15 días de
nacidos Maite los llevaba a la cárcel para comenzar una rutina que jamás cesó.
Dice, también, que los niños siempre han sabido por qué su padre estaba preso,
a qué grupo pertenecía y por qué vivían esa situación.
Tercer
encuentro: La lucha sigue
La última
cita se produce
un poco más
alejada del centro de Santiago, en una de las dependencias
de su nuevo trabajo. Jaime prepara café de grano, dispone dátiles y pistachos
para desayunar. El ritual, es parte de los pequeños placeres que adquirió
cuando se instaló solo y menor de edad en París, sin hablar ni una palabra de
francés. Allí aprendió la lengua de Molière de la mano de argelinos, marroquíes
y palestinos. Con un marcado acento árabe.
Jaime comenzó
a dominar un
idioma que años
más tarde se transformaría en su gran distracción, pues
se dedicó por mucho tiempo a impartir talleres de francés a sus compañeros
internos y funcionarios de la policía. También domina el italiano y dice
orgulloso algunas frases en árabe que, pese a los años, jamás olvidó.
En
la cárcel el tiempo es lo único que sobra. Con la disciplina de la militancia
aprovechó las horas, los días y los años en aprender a trabajar la cerámica,
creando obras que después serían las protagonistas de exposiciones en España,
Francia, Italia y Chile. Una entrada de dinero que no venía mal.
Aprendió
también a tejer en macramé. Una cura para el estrés que conlleva la espera. Un
recuerdo que hoy luce en su muñeca derecha en una pulsera que combina hilos en
rojo y negro, los colores oficiales del MIR y del MRTA.
Además,
realizó talleres de karate y mantuvo constantes encuentros con políticos,
periodistas, miembros de la Cruz Roja y una larga fila de visitantes. En esas
circunstancias fue que conoció a Víctor Hugo de la Fuente, director del
periódico francés Le Monde Diplomatique-Chile, quien en un viaje a Lima se
animó a visitarlo en la cárcel. Durante años de la Fuente le envió
correspondencia y material literario, pero sólo en ese viaje comenzó una
amistad que se afianzó en el tiempo. Por eso, cuando supo que se había
confirmado la fecha de su liberación, no dudó en comprar un pasaje a Lima y
acompañar a su amigo Jaime en el esperado retorno a su país.
“Me
parecía necesario que no viajara solo. Emocionalmente, creo que era mejor que
estuviera acompañado y fue así como nos encontramos minutos antes de abordar el
avión”, relata un mes después Víctor Hugo de la Fuente.
El
director de Le Monde Diplomatique fue testigo privilegiado de las últimas horas
de Castillo Petruzzi en Perú, justo antes de su expulsión de por vida del
vecino país. En el avión, la entusiasta conversación hizo que el viaje se
hiciera corto y que pese a la importancia del acontecimiento, Castillo Petruzzi
se mostró “fuerte, entero, alegre y, por supuesto, emocionado”.
Aunque
fue retenido por la Policía de Investigaciones apenas pisó el salón
internacional del aeropuerto Arturo Merino Benítez, el interrogatorio que
parece ser parte de la rutina habitual tras una deportación, fue en un tono
amable y respetuoso.
Cuando se
abrieron las puertas
automáticas de la salida de pasajeros de vuelos
internacionales, se escuchó
una ovación. Decenas de personas
lo esperaban con cantos, banderas, guitarras y aplausos.
Quien
había sido expulsado como terrorista por las autoridades peruanas, era recibido
como héroe por sus compañeros de vida y de lucha. Eran las dos caras de una
misma moneda que, en ambos casos, confirmaban una manifestación política que no
dejaba lugar a interpretaciones.
“Hice
lo que tenía que hacer, que era acompañarlo. Ya lo había ido a ver muchas veces
desde hace como 15 años”, recuerda emocionado de la Fuente, quien dice que el
resto no necesita descripción pues las imágenes hablan por sí solas.
-“Realmente
emocionado a decir basta. Imposible describir este momento con palabras”, decía
esa noche Castillo Petruzzi.
Un
mes después Jaime Castillo describe con palabras lo que fue ese día, pero se
quiebra al recordarlo.
-“Ha
sido un periodo de nuestra vidas, de todos, de prueba, de poner adelante
nuestras convicciones. Nos consideramos sobrevivientes a la dictadura, al
militarismo. Hemos mantenido la dignidad de los presos políticos
revolucionarios del continente, de Chile, del Perú. Venimos con la más amplia
voluntad de juntarnos a la construcción del mundo nuevo, para seguir empujando
el carrito de la Historia, con humildad, con mucha humildad. Ser uno más”, decía Castillo ante los medios
que se congregaron ese 15 de octubre en el aeropuerto.
Hoy,
como uno más, analiza el acontecer político y social mientras sorbe su café.
Confiesa que no deja de sorprenderse cómo los medios de comunicación han manipulado
tanto la información. Destaca la figura de Nelson Mandela, de quien dice
admirar la convicción de sus actos, los sacrificios personales que tuvo que
asumir y cómo la Historia terminó reconociendo su recorrido, cuya lucha armada
fue tachada de terrorista, para ser merecedor finalmente del Premio Nobel de la
Paz.
Es
difícil no hacer la comparación con quien fuera considerado el preso político
más famoso del mundo, luego de 27 años de prisión. Por eso, lo instala junto al
Che, a Trotsky, Lenin, Ho Chi Minh y Fidel Castro, dentro de los
revolucionarios que más admira.
Ha
sido un mes de actividades intensas. Antes de eso, los últimos 15 días de sus
23 años en prisión fueron frenéticos. Aprovechó de participar en todas las
actividades y homenajes en su honor. Hizo correr un cuaderno donde sus
compañeros estamparon mensajes con buenos deseos, números y direcciones para no
perder el contacto. En él se leen dedicatorias en francés e italiano de quienes
por años fueron sus alumnos.
-¿Valió
la pena?, le pregunto.
-”Por
supuesto. Estoy vivo. Soy sobreviviente. Y tenemos mucho por hacer todavía.
La
lucha sigue compañera”, me responde con una sonrisa plena, mientras sigue
repasando los mensajes que escribieron sus compañeros.
En
la página del “día cero”, apuntado en su agenda roja donde llevaba la cuenta
regresiva, aparece escrito en mayúsculas la palabra Nascere, que en italiano
significa nacer. Está apuntada justo debajo de donde se lee “14 de octubre”.
Ese día, a los 60 años, Jaime Castillo Petruzzi dice que volvió a nacer.
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