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jueves, 3 de noviembre de 2016

CHILE, EL PARAISO DEL CAPITAL MONOPOLICO-FINANCIERO (1ª Parte)


Lejos de ser una formación donde campee el liberalismo o alguna forma renovada del mismo –sistema económico que sólo existió en el papel y que en todo caso sucumbiera allá por el siglo XIX-, en Chile y al menos desde los años “70s la fracción dominante de la gran burguesía es la monopólico-financiera, la que hegemoniza la esfera de lo económico y a partir de ella todo el entramado jurídico-político e ideológico. Pero pasemos a ver los hechos de la causa, puesto que -como dijeran nuestros antepasados positivistas- en ellos está la verdad

El Sistema Capitalista Mundial (SCM), integración económico-político-social-cultural de las diversas formaciones del orbe y expresión del predominio a este nivel concreto de la determinación económica del Modo de Producción Capitalista (MPC), ha atravesado diferentes fases. La primera, del Mercantilismo, del siglo XVI al XVIII, con la integración a las potencias capitalistas europeas del comercio de las nuevas zonas mundiales conquistadas. La segunda, inaugurada por la Revolución Industrial, que consolidó la “economía-mundo” (al decir de Wallerstein), con la integración de los mercados latinoamericanos, asiáticos y africanos por vía de la conquista colonial. La tercera, la fase del capital monopólico o imperialista I, caracterizada por la internacionalización del capital, desde 1880 en adelante. Y por último, una etapa de transición a la fase imperialista II, que comienza en el centro capitalista desde los años 50 y que cristaliza al nivel  mundial desde 1970-1980, la cual aceleró el proceso de integración e internacionalización del capital, para conformar un “solo mundo, que sólo tiene interior, (…) con una sola forma de producción capitalista”.[1]

El imperialismo, fase superior del capitalismo, apareció y se desarrolló a mediados del siglo XIX en Europa occidental, EE.UU. y Japón, y se encontraba ya constituido y cristalizado en Sistema Mundial a principios del siglo XX. Lúcidamente, Lenin se dio cuenta de ello hace casi un siglo y su análisis del fenómeno imperialista lo resumió en los siguientes cinco caracteres:

“1] La concentración de la producción y del capital ha llegado hasta un grado tan elevado de desarrollo, que ha creado los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2] La fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este ‘capital financiero’, de la oligarquía financiera;[2] 3] La exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere importancia particularmente grande; 4] La formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y 5] La terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes”.[3] Con todo, y en una situación de vital alcance actual, observemos que Lenin no afirmó que el imperialismo que él analizó sería la única y última fase del capitalismo.

Lenin, así como el bueno para los manuales Bujarin, expresa que si bien los Monopolios eran la expresión fundamental de la nueva fase del capitalismo, era imposible la creación pacífica de un monopolio único mundial, puesto que la competencia es una de las leyes inmanentes del capitalismo.

A mediados de los 80, en un aporte vernáculo al análisis del fenómeno imperialista y sus implicancias para nuestra dependiente formación, se calificaba correctamente la fase de transición imperialista que transitamos hasta la fecha: “(…) a diferencia de los sectores tradicionales de la burguesía, (durante la dictadura militar) los sectores de la burguesía monopólica financiera vinculados a las áreas más dinámicas de la economía y al capital extranjero, consideraban que el anterior sistema de dominación estaba agotado y su proyecto era fundar una nueva forma de Estado, de carácter autoritario, que no sólo consolidara la dominación burguesa sobre la clase obrera y el pueblo, sino además les permitiera imponer sus intereses particulares al resto de la burguesía. Tal propósito era coincidente con las concepciones de “seguridad nacional” y la estrategia contrainsurgente de las FF.AA., y se ajustaba igualmente a los intereses imperialistas y las tendencias del capital financiero internacional. La Junta Militar abandonó pronto su autonomía relativa y se convirtió en la Dictadura Militar del capital monopólico-financiero nacional e internacional (negritas nuestras).[4]

En la práctica, la superación de las moribundas relaciones económicas del ‘mercado orientado por los capitales monopólicos’ –vigente entre 1950-inicio de los “70s- por las de un franco ‘capitalismo monopólico transnacional’, impuesto al SCM desde su centro, habría llevado a principios de los 70 a la necesidad de una teorización del cambio de etapa. Esta elaboración es realizada por los ‘neoconservadores’ de Chicago, liderados por Friedman y Harberger y el ex-Chicago Hayek (EE.UU.), así como por los pensadores pro-sistema de las otras potencias imperialistas y de las IFI, a los que la bibliografía de todos los lados denomina malamente como “neoliberales” y que nosotros preferimos calificar como monopólico-transnacionalistas (o simplemente monopolistas), portadores de la ideología neoconservadora. Los supuestos ideológicos de estos héroes del capitalismo, se pueden resumir así:

1.- La excesiva intervención de los Estados en la economía, con sus múltiples formas de regulación, entorpece el libre funcionamiento del mercado, impidiendo la competencia de los capitales en busca de mejores condiciones para su desarrollo y obtención de ganancias; 2.- El excesivo gasto social del estado genera presiones inflacionarias incontrolables, desincentivan el empleo y promueven la indisciplina laboral; 3.- Los altos grados de organización alcanzados por los trabajadores, junto a la acumulación histórica de garantías laborales, ponen límites a la ganancia, desmotivando la inversión y por tanto impidiendo el crecimiento del capital.

Desde hace más de tres décadas, los sectores dominantes del SCM avanzan en la construcción de un Poder Supranacional, que podríamos situar en las IFI y los demás órganos que ordenan y definen la economía política mundial y que reflejan los intereses de los polos centrales del capitalismo Monopólico-Transnacional (MT). Principalmente, debemos considerar tras ese poder el rol económico mundial de la política de EE.UU. y de los órganos regionales (UE, APEC, BID) y mundiales (OCDE, OMC, Foro Económico Mundial) de impulso del MT, los que van llenando los vacíos de la autoridad estatal.  Así, las fuerzas del mercado capitalista (no ese mercado ‘perfecto’ que pintan los amantes del gran capital) alcanzan a los individuos y a las comunidades de manera mucho más directa y penosa que en la ‘edad dorada’, cuando las contenían las instituciones estatales y no estatales. Entonces, la decisión colectiva queda restringida, se amplía la decisión individual, pero del que tenga el poder económico efectivo; las economías son más volátiles, pero ofrecen mayores oportunidades a los capitales internos, aliados subordinadamente al capital transnacional, para que puedan modelar y remodelar las formaciones económicas para sus fines. El consumo, la instalación de una matriz consumista-hedonista, se vuelve una especie de extensión y continuación del proceso de ganarse la vida. De esta manera el trabajo y el consumo comparten la misma ambigüedad: mientras llenan las necesidades básicas de supervivencia, van perdiendo cada vez más su contenido y significado interiores. Se produce también un desarrollo masivo de las instituciones de crédito para pequeños deudores, acorde con la estructura productiva del capitalismo actual que requiere para su reproducción de una masa laboral, y en general social, ‘disciplinada’, únicamente preocupada de obtener dinero para satisfacer ese acendrado y egoísta consumo, aprisionada por las deudas contraídas para realizarlo. Para decirlo todo en una frase, la orientación general es que el trabajador lucha ahora para que lo sigan explotando.

En su materialización, desigual y combinada, el patrón de acumulación de la etapa de transición del MT varía si se mira desde el centro o desde la periferia del SCM, aunque también lo hace al interior de cada uno de las partes del sistema. Así, a nuestra formación social y económica se le impone (aunque, como se dijo, optado dependientemente por el Bloque en el Poder hegemonizado por la fracción burguesa monopólico-financiera), el patrón primario-exportador con ventajas comparativas de bienes con bajo valor incorporado, además de exportador de capitales bajo forma de pagos de deuda; remesas de las ganancias de las corporaciones transnacionales establecidas en Chile; por otros conceptos más sutiles, tales como pagos por royalties, know-how, patentes, marcas; además de la parte extraída desde los enclaves externos del capital financiero dependiente interno.

¿Y qué Pasa con el Capital Monopólico-Financiero en Chile?

Algunos autores nacionales (Faúndez y otros)[5] aseveran que al año 2000 culmina un proceso de cambio estructural de la economía chilena, el que había comenzado en tiempos de la dictadura cívico-militar, específicamente con la creación de lo que se denominó “mercado moderno de capitales”, reprivatización de todas las empresas –con excepción de Codelco- que habían sido incluidas en el área social de la economía por el gobierno de la Unidad Popular y otras más que se encontraban en calidad de requisadas o tomadas al momento del Golpe militar de 1973. Terminado el mencionado proceso de reprivatización por parte de la dictadura, haciendo esta un paréntesis debido a la crisis del capital financiero que comenzó a evidenciarse en 1978 y que culminara en 1983 con el saneamiento proporcionado por el Estado a la banca quebrada, a continuación procedió a privatizar la mayor parte de las empresas públicas con excepción de unas pocas. Estas últimas, serían terminadas de privatizar bajo los gobiernos de la Concertación, especialmente en el período de Frei Ruiz-Tagle.      

Teniendo como interés estratégico el capital monopólico-financiero hacerse técnicamente del manejo de la estructura económica (amenazado como estuvo por el gobierno que encabezara Allende y el movimiento popular que se perfilaba) y de los capitales públicos, facilitado ello grandemente merced a una brutal dictadura militar, se debía quebrar el eje que había gravitado en la economía chilena desde la década de los años “30, el de la industrialización ligera y semiligera, no derivada de la actividad primaria, con intervención y fomento estatales. En todo caso, éste último modelo no impugnaba la hegemonía del gran capital sobre lo económico, pero había entrado en decadencia ya para fines de los años “50. 

Para que en Chile discurriese sin mayor competencia el fenómeno de la concentración y centralización de los capitales, basamento del capital monopólico-financiero, la dictadura cívico-militar (especialmente los epígonos civiles del gran capital) desarrolló desde el mismo 11 de septiembre de 1973: una política de libertad de precios y preeminencia de la propiedad privada en toda la esfera de la economía; desenvolvimiento de un mercado modernizado de capitales, lo que incluía el recurso de los fondos previsionales; la devolución a la burguesía de las empresas y capitales apropiados por el gobierno popular y privatización de las empresas públicas; apertura al comercio exterior, rebajando aranceles e intentando diversificar la matriz exportadora; una elevada concentración económica y centralización de capitales en manos de unos pocos grupos económicos nacionales, directamente o aliados subordinadamente a los capitales transnacionales, aunque a estos también se le proveía de la libertad necesaria para intervenir en las áreas de mayor y más rápida reproducción de capital (D.L. 600); tercerización de la economía, dando preeminencia a las áreas de servicio con mayores posibilidades de obtención de plusvalía absoluta; dislocación de los procesos productivos y priorización relativa de la producción de materias primas exportables con ventajas comparativas; restricción y obstrucción de los derechos laborales, ajuste del sindicalismo al rol de mero transmisor de políticas arriba/abajo, flexibilización de la mano de obra, etc.  

El gran poder de los grupos monopólicos para absorber vertical y horizontalmente diversos sectores y ramas de la economía social, les permite dominar tanto la producción social (la producción, el cambio, la distribución y el consumo) como las esferas de lo jurídico-político e ideológico, toda vez que detentan la propiedad de los medios de comunicación social, de establecimientos educacionales, despliegan sus ‘think tanks’, compran a representantes políticos, crean ‘opinión pública’ y ‘sentido común’. Ahora bien, en la medida en que esos grupos monopólicos crecen por la concentración y centralización, tienen más poder para incursionar en nuevos mercados,[6] dando pie a la presencia de monopolios ‘chilenos’ en diversos países de Latinoamérica.

¡Que la Historia Nos Aclare el Pensamiento!
¡Solo la Lucha y la Unidad Nos Harán Libres!

Colectivo Acción Directa CAD –Chile
Noviembre 3 de 2016



[1] F. León Florido: “¿Imperialismo o Imperio?”; revista de filosofía “A Parte Rei”, 23. Sept. 2002; Pág. 10.
[2] Aún hoy, existen autores que no ven al capital industrial integrado en la síntesis superior que es el capital financiero; más bien, lo contraponen al bancario (o no productivo): "Nos parece un grave error seguir caracterizando al capitalismo mundial actual como dominado por el capital financiero como en la mayoría de los análisis, incluyendo a los cientistas sociales críticos. El predominio del capital productivo por sobre las otras formas de capital permite asignarle mayor significado a la relación de dominación del capital sobre el trabajo y la sociedad, (…)”, Dante Caputo, en “La economía mundial a inicios del siglo XXI”; desde cetes@entelchile.net  
[3] V.I. Lenin; “El imperialismo, fase superior del capitalismo”; Editorial Cartago, Argentina; 1960; tomo III, pp. 708-709.
[4] Andrés Pascal A.: “Balance Histórico”; Mimeo; Chile, 1985; p. 39.
[5] “Investigación Concentración Económica en los Mercados de Chile”, Centro Democracia y Comunidad, enero 2015; en: http://www.cdc.cl/web/wp-content/uploads/2015/04/Concentracion_Economica.pdf
[6] Rolando Astarita, “Centralización del capital”, en:

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