Lejos de ser una formación donde campee el liberalismo o alguna forma renovada del mismo –sistema económico que sólo existió en el papel y que en todo caso sucumbiera allá por el siglo XIX-, en Chile y al menos desde los años “70s la fracción dominante de la gran burguesía es la monopólico-financiera, la que hegemoniza la esfera de lo económico y a partir de ella todo el entramado jurídico-político e ideológico. Pero pasemos a ver los hechos de la causa, puesto que -como dijeran nuestros antepasados positivistas- en ellos está la verdad
El Sistema Capitalista Mundial (SCM),
integración económico-político-social-cultural de las diversas formaciones del
orbe y expresión del predominio a este nivel concreto de la determinación
económica del Modo de Producción Capitalista (MPC), ha atravesado diferentes
fases. La primera, del Mercantilismo, del siglo XVI al XVIII, con la
integración a las potencias capitalistas europeas del comercio de las nuevas
zonas mundiales conquistadas. La segunda, inaugurada por la Revolución Industrial ,
que consolidó la “economía-mundo” (al decir de Wallerstein), con la integración
de los mercados latinoamericanos, asiáticos y africanos por vía de la conquista
colonial. La tercera, la fase del capital monopólico o imperialista I, caracterizada
por la internacionalización del capital, desde 1880 en adelante. Y por último,
una etapa de transición a la fase imperialista II, que comienza en el centro
capitalista desde los años 50 y que cristaliza al nivel mundial desde 1970-1980, la cual aceleró el
proceso de integración e internacionalización del capital, para conformar un “solo mundo, que sólo tiene interior, (…)
con una sola forma de producción capitalista”.[1]
El imperialismo,
fase superior del capitalismo, apareció y se
desarrolló a mediados del siglo XIX en Europa occidental, EE.UU. y Japón, y se
encontraba ya constituido y cristalizado en Sistema Mundial a principios del
siglo XX. Lúcidamente, Lenin
se dio cuenta de ello hace casi un siglo y su análisis del fenómeno
imperialista lo resumió en los siguientes cinco caracteres:
“1] La concentración de la producción y del capital ha
llegado hasta un grado tan elevado de desarrollo, que ha creado los monopolios,
los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2] La fusión del
capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este
‘capital financiero’, de la oligarquía financiera;[2]
3] La exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías,
adquiere importancia particularmente grande; 4] La formación de asociaciones
internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo,
y 5] La terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias
capitalistas más importantes”.[3]
Con todo, y en una situación de vital alcance actual, observemos que Lenin no
afirmó que el imperialismo que él analizó sería la única y última fase del
capitalismo.
Lenin, así como el
bueno para los manuales Bujarin, expresa que si bien los Monopolios eran la
expresión fundamental de la nueva fase del capitalismo, era imposible la
creación pacífica de un monopolio único mundial, puesto que la competencia es
una de las leyes inmanentes del capitalismo.
A mediados de los 80, en un aporte vernáculo al análisis del fenómeno
imperialista y sus implicancias para nuestra dependiente formación, se calificaba
correctamente la fase de transición imperialista que transitamos hasta la
fecha: “(…) a diferencia de los sectores
tradicionales de la burguesía, (durante la dictadura militar) los sectores de la burguesía monopólica financiera
vinculados a las áreas más dinámicas de la economía y al capital extranjero,
consideraban que el anterior sistema de dominación estaba agotado y su proyecto
era fundar una nueva forma de Estado, de carácter autoritario, que no sólo consolidara
la dominación burguesa sobre la clase obrera y el pueblo, sino además les
permitiera imponer sus intereses particulares al resto de la burguesía. Tal
propósito era coincidente con las concepciones de “seguridad nacional” y la
estrategia contrainsurgente de las FF.AA., y se ajustaba igualmente a los
intereses imperialistas y las tendencias del capital financiero internacional. La Junta Militar
abandonó pronto su autonomía relativa y se convirtió en la Dictadura Militar
del capital monopólico-financiero nacional
e internacional”
(negritas nuestras).[4]
En la práctica, la
superación de las moribundas relaciones económicas del ‘mercado orientado por
los capitales monopólicos’ –vigente entre 1950-inicio de los “70s- por las de
un franco ‘capitalismo monopólico transnacional’, impuesto al SCM desde su
centro, habría llevado a principios de los 70 a la necesidad de una teorización del cambio
de etapa. Esta elaboración es realizada por los ‘neoconservadores’ de Chicago,
liderados por Friedman y Harberger y el ex-Chicago Hayek (EE.UU.), así como por
los pensadores pro-sistema de las otras potencias imperialistas y de las IFI, a
los que la bibliografía de todos los lados denomina malamente como
“neoliberales” y que nosotros preferimos calificar como monopólico-transnacionalistas
(o simplemente monopolistas), portadores de la ideología neoconservadora. Los
supuestos ideológicos de estos héroes del capitalismo, se pueden resumir así:
1.- La excesiva
intervención de los Estados en la economía, con sus múltiples formas de
regulación, entorpece el libre funcionamiento del mercado, impidiendo la
competencia de los capitales en busca de mejores condiciones para su desarrollo
y obtención de ganancias; 2.- El excesivo gasto social del estado genera
presiones inflacionarias incontrolables, desincentivan el empleo y promueven la
indisciplina laboral; 3.- Los altos grados de organización alcanzados por los
trabajadores, junto a la acumulación histórica de garantías laborales, ponen
límites a la ganancia, desmotivando la inversión y por tanto impidiendo el
crecimiento del capital.
Desde hace más de
tres décadas, los sectores dominantes del SCM avanzan en la construcción de un
Poder Supranacional, que podríamos situar en las IFI y los demás órganos que
ordenan y definen la economía política mundial y que reflejan los intereses de
los polos centrales del capitalismo Monopólico-Transnacional
(MT). Principalmente, debemos considerar tras ese poder el rol económico
mundial de la política de EE.UU. y de los órganos regionales (UE, APEC, BID) y
mundiales (OCDE, OMC, Foro Económico Mundial) de impulso del MT, los que van
llenando los vacíos de la autoridad estatal.
Así, las fuerzas del mercado capitalista (no ese mercado ‘perfecto’ que
pintan los amantes del gran capital) alcanzan a los individuos y a las
comunidades de manera mucho más directa y penosa que en la ‘edad dorada’,
cuando las contenían las instituciones estatales y no estatales. Entonces, la
decisión colectiva queda restringida, se amplía la decisión individual, pero
del que tenga el poder económico efectivo; las economías son más volátiles,
pero ofrecen mayores oportunidades a los capitales internos, aliados
subordinadamente al capital transnacional, para que puedan modelar y remodelar
las formaciones económicas para sus fines. El consumo, la instalación de una
matriz consumista-hedonista, se vuelve una especie de extensión y continuación
del proceso de ganarse la vida. De esta manera el trabajo y el consumo
comparten la misma ambigüedad: mientras llenan las necesidades básicas de
supervivencia, van perdiendo cada vez más su contenido y significado
interiores. Se produce también un desarrollo masivo de las instituciones de
crédito para pequeños deudores, acorde con la estructura productiva del
capitalismo actual que requiere para su reproducción de una masa laboral, y en
general social, ‘disciplinada’, únicamente preocupada de obtener dinero para
satisfacer ese acendrado y egoísta consumo, aprisionada por las deudas
contraídas para realizarlo. Para decirlo todo en una frase, la orientación
general es que el trabajador lucha ahora para que lo sigan explotando.
En su
materialización, desigual y combinada, el patrón de acumulación de la etapa de
transición del MT varía si se mira desde el centro o desde la periferia del
SCM, aunque también lo hace al interior de cada uno de las partes del sistema.
Así, a nuestra formación social y económica se le impone (aunque, como se dijo,
optado dependientemente por el Bloque en el Poder hegemonizado por la fracción
burguesa monopólico-financiera), el patrón primario-exportador con ventajas
comparativas de bienes con bajo valor incorporado, además de exportador de
capitales bajo forma de pagos de deuda; remesas de las ganancias de las
corporaciones transnacionales establecidas en Chile; por otros conceptos más
sutiles, tales como pagos por royalties, know-how, patentes, marcas; además de
la parte extraída desde los enclaves externos del capital financiero
dependiente interno.
¿Y qué
Pasa con el Capital Monopólico-Financiero en Chile?
Algunos autores
nacionales (Faúndez y otros)[5]
aseveran que al año 2000 culmina un proceso de cambio estructural de la
economía chilena, el que había comenzado en tiempos de la dictadura cívico-militar,
específicamente con la creación de lo que se denominó “mercado moderno de
capitales”, reprivatización de todas las empresas –con excepción de Codelco-
que habían sido incluidas en el área social de la economía por el gobierno de
la Unidad Popular y otras más que se encontraban en calidad de requisadas o
tomadas al momento del Golpe militar de 1973. Terminado el mencionado proceso
de reprivatización por parte de la dictadura, haciendo esta un paréntesis
debido a la crisis del capital financiero que comenzó a evidenciarse en 1978 y
que culminara en 1983 con el saneamiento proporcionado por el Estado a la banca
quebrada, a continuación procedió a privatizar la mayor parte de las empresas
públicas con excepción de unas pocas. Estas últimas, serían terminadas de
privatizar bajo los gobiernos de la Concertación, especialmente en el período
de Frei Ruiz-Tagle.
Teniendo como
interés estratégico el capital monopólico-financiero hacerse técnicamente del
manejo de la estructura económica (amenazado como estuvo por el gobierno que
encabezara Allende y el movimiento popular que se perfilaba) y de los capitales
públicos, facilitado ello grandemente merced a una brutal dictadura militar, se
debía quebrar el eje que había gravitado en la economía chilena desde la década
de los años “30, el de la industrialización ligera y semiligera, no derivada de
la actividad primaria, con intervención y fomento estatales. En todo caso, éste
último modelo no impugnaba la hegemonía del gran capital sobre lo económico,
pero había entrado en decadencia ya para fines de los años “50.
Para que en Chile
discurriese sin mayor competencia el fenómeno de la concentración y centralización
de los capitales, basamento del capital monopólico-financiero, la dictadura
cívico-militar (especialmente los epígonos civiles del gran capital) desarrolló
desde el mismo 11 de septiembre de 1973: una política de libertad de precios y
preeminencia de la propiedad privada en toda la esfera de la economía;
desenvolvimiento de un mercado modernizado de capitales, lo que incluía el recurso
de los fondos previsionales; la devolución a la burguesía de las empresas y
capitales apropiados por el gobierno popular y privatización de las empresas
públicas; apertura al comercio exterior, rebajando aranceles e intentando
diversificar la matriz exportadora; una elevada concentración económica y
centralización de capitales en manos de unos pocos grupos económicos
nacionales, directamente o aliados subordinadamente a los capitales transnacionales,
aunque a estos también se le proveía de la libertad necesaria para intervenir
en las áreas de mayor y más rápida reproducción de capital (D.L. 600); tercerización
de la economía, dando preeminencia a las áreas de servicio con mayores
posibilidades de obtención de plusvalía absoluta; dislocación de los procesos
productivos y priorización relativa de la producción de materias primas
exportables con ventajas comparativas; restricción y obstrucción de los derechos
laborales, ajuste del sindicalismo al rol de mero transmisor de políticas arriba/abajo,
flexibilización de la mano de obra, etc.
El gran poder de
los grupos monopólicos para absorber vertical y horizontalmente diversos
sectores y ramas de la economía social, les permite dominar tanto la producción
social (la producción, el cambio, la distribución y el consumo) como las
esferas de lo jurídico-político e ideológico, toda vez que detentan la
propiedad de los medios de comunicación social, de establecimientos
educacionales, despliegan sus ‘think tanks’, compran a representantes
políticos, crean ‘opinión pública’ y ‘sentido común’. Ahora bien, en la medida
en que esos grupos monopólicos crecen por la concentración y centralización,
tienen más poder para incursionar en nuevos mercados,[6]
dando pie a la presencia de monopolios ‘chilenos’ en diversos países de
Latinoamérica.
¡Que la Historia Nos Aclare el Pensamiento!
¡Solo la Lucha y la Unidad Nos Harán Libres!
Colectivo
Acción Directa CAD –Chile
Noviembre 3 de 2016
[1] F. León Florido: “¿Imperialismo o Imperio?”; revista de filosofía “A Parte Rei”, 23. Sept. 2002; Pág. 10.
[2] Aún hoy, existen
autores que no ven al capital industrial integrado en la síntesis superior que
es el capital financiero; más bien, lo contraponen al bancario (o no
productivo): "Nos parece
un grave error seguir caracterizando al capitalismo mundial actual como
dominado por el capital financiero como en la mayoría de los análisis,
incluyendo a los cientistas sociales críticos. El predominio del capital
productivo por sobre las otras formas de capital permite asignarle mayor
significado a la relación de dominación del capital sobre el trabajo y la
sociedad, (…)”, Dante Caputo, en “La
economía mundial a inicios del siglo XXI”; desde cetes@entelchile.net
[3] V.I. Lenin; “El imperialismo, fase superior del capitalismo”; Editorial Cartago, Argentina; 1960; tomo III, pp.
708-709.
[4] Andrés Pascal A.: “Balance Histórico”; Mimeo; Chile, 1985; p. 39.
[5]
“Investigación Concentración Económica en
los Mercados de Chile”, Centro Democracia y Comunidad, enero 2015; en: http://www.cdc.cl/web/wp-content/uploads/2015/04/Concentracion_Economica.pdf
[6]
Rolando Astarita, “Centralización del
capital”, en:
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