Por Raúl Zibechi
En La Jornada
–public. 19/8/16
El 14 de agosto la
página desinformemonos.org advertía sobre
los 31 feminicidios registrados en Querétaro desde enero de 2015, con un breve
y estremecedor relato.
“Los juegos, los
sueños, la escuela, los amigos, la familia, los cumpleaños, los viajes, la
seguridad, la libertad, la dignidad y la vida han dejado de ser derechos para
convertirse, vergonzosa, intolerable y lamentablemente en beneficios que se
adquieren cuando ‘moderas’ tu manera de hablar, cuando ‘cuidas’ la manera en
que vistes, los horarios en que sales, lugares que frecuentas, cuando dejas de
confiar en las personas y cuando tu vida deja de ser tu vida.”
El artículo destaca
que "los feminicidios son a todas luces violencia de Estado";
denuncia "la impunidad que los arropa y propicia la repetición del
daño", y destaca que la mayoría de las víctimas suelen ser mujeres
indígenas y pobres.
La información
remite directamente al libro de Silvia Federici, Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria
(Traficantes de Sueños, 2010). Un trabajo de duradera influencia, que
contribuye a iluminar la realidad permitiendo una mejor comprensión de un
conflicto social. Analiza la caza de brujas en la sociedad medieval, y a la vez
contribuye a la comprensión de lo que sucede en este periodo de la historia.
Federici sostiene
que el feudalismo fue erosionado por el poder y la autonomía conseguidos por
las clases populares, y que la respuesta de las clases dominantes fue una
violenta ofensiva que sentó las bases del capitalismo.
La esclavitud y el
colonialismo, el sometimiento de los trabajadores en la producción y el
confinamiento de las mujeres en la reproducción, la creación de jerarquías de
raza, género y edad, formaron parte de esta nueva dominación.
El capitalismo no
sólo llegó "chorreando sangre y lodo desde los pies a la cabeza"
(Marx), sino creando "un inmenso campo de concentración", donde la
esclavitud en las plantaciones y la mita en las minas impulsaron la acumulación
de capital (Federici, p. 91). El poder de las mujeres fue destruido con la caza
de brujas, y los varones (y las mujeres, niños y niñas) fueron sometidos
mediante la esclavitud asalariada y la esclavitud, para apropiarse de los
bienes comunes.
Hoy atravesamos la
crisis del capitalismo y la clase dominante vuelve a utilizar la violencia para
perpetuarse. En la base de esta crisis está el poder adquirido por los sectores
populares organizados en movimientos, en particular desde la década de 1960,
cuando obreros fabriles desarticularon el poder patronal al desbordar la
disciplina fordista.
La ofensiva en
curso del capital busca destruir esa capacidad de organización y de lucha de
los de abajo. Pero el mundo popular es hoy bien diferente al de antaño, en
particular por la crisis del viejo patriarcado. Cualquiera que conozca los
movimientos antisistémicos sabe que las mujeres juegan un papel central, aun
cuando no sean tan visibles como los varones. Ellas son la argamasa de la vida
colectiva, son las encargadas de la reproducción de la vida y de los
movimientos. Además de cocinar, tejer y cuidar los animales en sus hogares, se
juntan con otras mujeres para hacer lo mismo, pero en colectivo. Son las
guardianas de los bienes comunes, materiales e inmateriales.
Ellas, y sus hijos
e hijas, son las sostenedoras del mundo popular, de las familias extensas y de
las organizaciones, desde las comunidades urbanas hasta las campesinas e
indígenas, desde Chiapas y Cherán hasta Wall Mapu y los Andes. No es casual que
estemos ante una nueva caza de brujas, cuando la reproducción ocupa un lugar
tan importante en la resistencia y en el poder de las mujeres, con sus
comunidades.
Las mujeres, y sus
hijas e hijos, han desarticulado la familia nuclear patriarcal, el poder de la
Iglesia y del cura, el papel disciplinante de la escuela, el cuartel, el
hospital y el taller. Han creado un mundo donde las relaciones colectivas
prevalecen sobre las familiares y la cooperación entre ellas hace que "la
división sexual del trabajo" sea "una fuente de poder y de protección
para las mujeres", como escribe Federici sobre la sociedad medieval (p.
41). Prestar atención a lo que sucede en un tianguis, un comedor o un barrio
popular hace innecesarios más comentarios.
La violencia para
aniquilar a los sectores populares, a través del narco, del feminicidio y de
las guerras contra los pueblos, ha sido diseñada por las clases dominantes para
destruir nuestros poderes. No sólo los explícitos. Federici nos recuerda que
los trabajadores del siglo XV ensayaban múltiples resistencias: dejaban de
trabajar cuando tenían lo suficiente, sólo aceptaban tareas por tiempo
limitado, se vestían de forma ostentosa, de modo que eran "indistinguibles
de los señores" (p. 78).
La nueva caza de
brujas, ahora sin juicios ni formalidades, sino a bala limpia, es parte de la
cuarta guerra mundial del capital para eliminarnos como pueblos. Para triunfar
en la lucha de clases, la burguesía debe arrasar la autonomía de los pueblos,
de las comunidades y de las personas; la violencia y las políticas sociales
son, en ese sentido, complementarias. El ataque a las mujeres y sus hijos es
uno de los nudos de esta guerra.
Como en los albores
del sistema, en su decadencia la violencia vuelve a ser el principal agente de
la acumulación de capital. Lejos de cualquier ilusión, debemos comprender que
la violencia no es ni un error ni una desviación momentánea, sino una
característica sistémica del capitalismo en decadencia, en particular en las
zonas donde la dignidad de los seres humanos no es reconocida.
Por esa razón, urge
dilucidar las estrategias para enfrentar la violencia sistémica y la voluntad
de aniquilación de los pueblos. Si el feminicidio y el asesinato indiscriminado
de jóvenes y mujeres son sistémicos, ¿qué sentido tiene elegir gobiernos de
diferentes colores que van a mantener el sistema en pie?
Colectivo Acción Directa Chile -Equipo Internacional
Agosto 20 de 2016
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