Santiago, 14 de julio de 2011 |
“Los sueños del 2011 que se rompieron con la
Reforma Educacional”
A cinco años del primer hito del movimiento
estudiantil del 2011, investigamos el desequilibrio entre las demandas de ese
año y la reforma educacional presentada este año por el Gobierno de Michelle
Bachelet. Complimiento de consignas y poca profundidad acusan estudiantes y
expertos en la materia
En Diario y Radio UChile –public. 6/8/16
Nataly Espinoza fue
presidenta de la Federación de Estudiantes de la Pontificia Universidad
Católica de Valparaíso en 2011. Piensa que ese año se cambiaron para siempre
una serie de elementos centrales. “A pesar de que el 2011 no lo planifica nadie
– ninguna fuerza política prevé su incidencia en la desestabilización política
que llegó a tener en el gobierno de Piñera – no es casualidad que éste se geste
en un Chile consumido por las deudas”, señala.
Espinoza
explica que el movimiento estudiantil supo utilizar muy bien la visibilización
de tres elementos. El descontento con la institucionalidad, donde la iglesia,
la policía, el gobierno y parlamento son espacios con valoración negativa. Su
desaprobación se encontraba en los niveles más bajos en años.
Un
segundo punto sería el ingreso de un nuevo actor a la movilización estudiantil:
los estudiantes de universidades privadas representan a los sectores medios
bajos de la sociedad chilena, son aquellos que deben trabajar para estudiar y
endeudarse a la vez. Estos datos no son nuevos, lo nuevo es que los estudiantes
de privadas representan el 70 por ciento del total universitario. La UCEN, como
principal actor en combatir el lucro en la educación, habría sido un hito inspirador para toda la revuelta
estudiantil de ese año.
El
tercer punto sería, a juicio de la ex dirigente, que el conflicto ingresa a los
hogares, lo que convierte los agentes de acción, en el entendido de que los
movilizados son los hijos del Crédito con Aval del Estado y otros fondos
crediticios utilizados para el acceso a la educación. El problema educativo ya
no era algo propio del estudiante sino de una familia completa que había
postergado sus necesidades por aportar a un proyecto educativo “que ya no es
individual sino colectivo”, señala.
“El
alejamiento de la sociedad sobre las decisiones del país se volvió cada vez más
insostenible. Fue el momento en que el canal del Congreso alcanza altos puntos
de rating cuando los dirigentes de la Confech debaten con los parlamentarios es
un momento que pasa a la historia. Los televidentes exigieron a los canales no
cortar a los estudiantes cuando se toman un canal, se envían cartas a los
periódicos apoyando las demandas estudiantiles, los trabajadores dando aliento
a las movilizaciones, los cacerolazos, las redes sociales. Los estudiantes han
abierto espacios de participación que la transición no pudo en 20 años, existe
una manera de decir que estoy de acuerdo o en desacuerdo con un tema país”,
señala Nataly Espinoza.
El mítico 4 de agosto
El
4 de agosto de 2011 fue una jornada clave en el movimiento estudiantil que
marcó ese año y que cambiaría el rumbo de la discusión sobre educación en Chile
para siempre. Ese día, los estudiantes emplazaron al gobierno a entregar una
nueva propuesta que destrabara el conflicto y diera cumplimiento a las demandas
de los estudiantes movilizados.
El
gobierno indignado ante la convocatoria a dos marchas , denegó los permisos y
envió amenazas por los canales de televisión. Amenazas que se concretaron en
una actitud particularmente violenta de la policía que terminó con 874 personas
detenidas.
La
Comisión Interamericana de Derechos Humanos diría posteriormente que ese día el
Estado de Chile restringió derechos fundamentales como el de expresión, reunión
y manifestación. Esa noche, se convocó públicamente al primer cacerolazo de
Chile desde el retorno a la democracia, y las ollas del país completo sonaron
en repudio ante la violencia de la policía.
Las
demandas que movilizaron a cientos de miles de estudiantes eran sencillas:
educación gratuita, de calidad, mejorías en el acceso y fin al lucro.
A
5 años de las movilizaciones estudiantiles del 2011, el Gobierno de Michelle
Bachelet ha presentado una reforma que, desde el ejecutivo, da cumplimiento a
la demanda de la gratuidad que fuera, por cierto, una de sus promesas de
campaña.
Marta
Matamala, vocera actual de la Confederación de Estudiantes de Chile, comparó
los sueños y las demandas del 2011 con la actual respuesta institucional.
“Creíamos
que tenía que existir la educación gratuita, pero ampliando la parte estatal.
Fortaleciendo y haciéndose cargo de las instituciones que ya existían. Si uno
compara esas demandas con la propuestas que tiene hoy día el gobierno, que es
otorgar becas arancelarias, se ajusta a un porcentaje de la población que va a
ir en aumento, es como ir convirtiendo el papel y el rol del Estado como
garante de la educaci´pon de todos los chilenos, simplemente como una especie
de estado subsidiario que va a hacerse cargo de un porcentaje simplemente de
las personas que puedan y que logren pasar todas las barreras que implica llegar
a la educación superior”.
Territorializar los conflictos
sociales
La
posibilidad de tomar una idea, una consigna y otorgarle un nuevo significado,
adecuado a los propios intereses es la forma que se define la idea de
territorialización. Este fenómeno entonces, tomar la consigna y reasignarle un
valor dentro de la estructura del sistema, es uno de los elementos claves que
parecen describir lo que ocurre con la reforma.
“Este
modelo tiene una capacidad de regenerarse y corregirse dentro de sus propios
parámetros. Es un modelo que tiene una capacidad de absorción y de cooptación
de críticas y de movimientos contestatarios. Por ejemplo, la gratuidad
universal en un contexto de un modelo en el cual el 15 por ciento de la
matrícula es pública en el caso de las Universidades, si tu aplicas hoy día la
educación gratuidad universal, tu paradojalmente consolidas el actual sistema
privatizado”, señala Ernesto Águila, académico de la Facultad de Filosofía y
Humanidades y director del Departamento de Estudios Pedagógicos (DEP) de la
Universidad de Chile.
La
idea de cambiar la educación, fue tomado como una punta de lanza para que los
estudiantes del 2011 pudieran cuestionar, no solo la educación que estaban
recibiendo, el modelo de lucro y las instituciones, sino que también era
percibida como un puntal, como el primer paso en cambiar la sociedad completa.
Mario
Sobarzo, investigador del Observatorio Chileno de Políticas Educativas, explica
que cambiar la educación no la una solución intrínseca al problema de los
conflictos sociales, sino que responde a una forma estructural de entender la
relación entre política, economía y otros dispositivos.
“La
educación es siempre correlacional, siempre es bastante semejante al sistema
social que tiene. La educación es un subsistema del sistema social. Entonces no
se trata aquí de cambiar la sociedad sólo a partir de cambiar la educación. Lo
que si fue la movilización estudiantil la que despertó justamente a la gente y
la hizo movilizarse para pelear por otros temas que también son relevantes con
respecto al nivel social. En ese sentido ese subsistema social logró permear a
la sociedad para que peleara por elementos profundos, estructurales que son los
que hoy día están en cuestión como las AFP, por citar un ejemplo”.
Tal
y como señalaba Mario Sobarzo, parece ser que la naturaleza de las condiciones
de reproducción del capital impidieran estructuralmente que el sistema acogiera
la profundad de las demandas y realizara cambios estructurales.
Pese
a esto, la movilización habría servido para incentivar una actitud crítica
respecto al sistema y a las opresiones cotidianas, que nos permitiría
actualmente, preocuparnos de otras luchas, de otras causas, que unidas podrían
atacar el corazón de las dinámicas de explotación actuales.
“Ese
año el movimiento estudiantil se convirtió en un actor principal entendiendo
que la radicalidad de su fuerza está determinada por la masividad que ésta
pueda tener. Además, su capacidad de convocar se juega en su autonomía de
aquellos que quieren cambiarlo todo para no cambiarlo nada. Sus demandas como
más participación y educación gratuita para todas las capas sociales son
banderas que llaman al sentido común. Se sueña a sí misma como un interlocutor
válido para proponer nuevas formas de relacionarnos y de construir un proyecto
país”, finalizó Nataly Espinoza.
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