“4 de agosto de 2011: el Día D del movimiento
estudiantil”
Luego de
tres meses de masivas movilizaciones en contra del sistema educacional chileno,
la administración de Piñera, primera de la derecha en Chile tras el fin de la
dictadura, vivía momentos complejos. La derecha dura y sus medios presionaban
contra la “emergencia social en las calles”, pero La Moneda debía combatir el
estigma del autoritarismo y la represión. La solicitud de dos marchas para la
jornada del 4 de agosto marcó un punto de inflexión en su política que apostaba
al desgaste natural del movimiento y decidió no autorizar ninguna marcha más
por la Alameda. La negativa significó “meterle más leña al fuego” y lograr un
apoyo ciudadano histórico, “era todo Chile contra Piñera”
Por Macarena Segovia
En El Mostrador –public. 4/8/16
Eran pasadas las 21
horas de un invernal jueves 4 de agosto de 2011. En la villa Laguna Azul, en
Pudahuel, los focos de las avenidas eran lo único que alumbraban a más de 400
manifestantes que antes se habían reunido en el Metro más cercano. Los
escolares, armados de tambores, mantenían encendidas las batucadas. El golpe
seco, percutado por niños y jóvenes alegraban a cientos de personas: abuelos,
padres, madres y jóvenes saltaban y gritaban con voz fuerte y firme: “El que no
salta es Piñera”. Pero también reían, aplaudían, vibraban con un momento de
catarsis colectiva que rompió con décadas de silencio y se manifestó
limpiamente ante una fuerte jornada de represión en contra del Movimiento
Estudiantil.
En
medio de la ruidosa cita, no solo se podía sentir el olor que deja el frío,
sino que también la esperanza. Un niño, en su único contoneo posible desde una
silla de ruedas, también vibraba animado por su hermana.
Abrigado con una bufanda y gorro negro sonreía y observaba con unos grandes ojos negros a su alrededor, mientras hacía sonar las tapas de una ollas.
Abrigado con una bufanda y gorro negro sonreía y observaba con unos grandes ojos negros a su alrededor, mientras hacía sonar las tapas de una ollas.
El
entonces estudiante de diseño, Jonathan Bravo, no podía dejar de observar cada
detalle a través del lente de su cámara. Se dio cuenta de que el hecho de que
ese niño estuviera ahí, protestando, era un hito. Él tuvo la certeza de que ese
día Chile había cambiado para siempre.
No les vamos a prestar la Alameda
Las
movilizaciones estudiantiles del año 2011 llevaban cerca de tres meses, la
postal parecía ser un movimiento en constante ascenso. Las marchas
multitudinarias, llenas de colores y de furiosos secundarios y universitarios
recorrían las calles principales a lo largo de todo Chile. La presión, el
vibrato de una generación completa que parecía no temerle a nada, ponía en
jaque a la renovación de la derecha: el Gobierno dirigido por el Presidente
Sebastián Piñera.
Los
primeros días de agosto parecían una olla a presión. Por más que el Gobierno
intentaba poner paños fríos al conflicto estudiantil e intentar tomar la agenda
política, cada apuesta hacía aguas, entre dos almas que nunca pudo hacer
convivir. Por un lado, la visión más conservadora, la derecha dura que
demandaba orden en las calles y, por otro, el temor de encarnar la caricatura
más absurda de la política represora, que tenía su origen histórico en la
dictadura de Pinochet, la que era encarnada una y otra vez en las
manifestaciones cuando “el que no salta es Pinochet” era equivalente a “el que
no salta es Piñera”.
A
pesar de que se habían adelantado las vacaciones de invierno y de los tres
meses de tomas, paros y cinco marchas multitudinarias en siete semanas, la
imagen del movimiento parecía estoica. “Los que reporteábamos el tema nos fuimos
dando cuenta de que había un movimiento que era de más largo aliento”, recuerda
el entonces periodista del frente de educación de Radio Bío Bío, Nicolás
Sepúlveda.
Fachada
distante a la realidad que corría por las venas del movimiento. Los voceros de la
Confech y de los secundarios recuerdan que en esos momentos vivían una fuerte
baja en la interna. Resentidos por la “apuesta al desgaste” de La Moneda, según
el entonces dirigente de la Federación de Estudiantes de la Universidad
Católica (FEUC), Giorgio Jackson, la “movilización del 4 de agosto se veía con
poca fuerza y entusiasmo”, dice el entonces presidente de la Federación de
Estudiantes de Valparaíso (FEUV), Sebastián Farfán.
En
una apuesta que parecía ser “desesperada” y tensionados por las voces de
personeros de la entonces “Alianza por Chile” y los constantes editoriales que
parecían pedir a gritos el “retorno del orden”, el Gobierno dijo “basta, no hay
más marchas por la Alameda”, mensaje que fue recibido por las intendencias de
todo el país.
Según
ex personeros del Gobierno de la época, las autoridades habían dado señales
políticas suficientes. Llevaban un mes esperando que los estudiantes dieran una
respuesta a la propuesta “Gran Acuerdo Nacional por la Educación” (GANE), anunciada en cadena nacional por
el Presidente Sebastián Piñera, quien pretendía establecer un nuevo marco de
“acceso, financiamiento y calidad” para la Educación Superior. Además, ya era
un secreto a voces que el sector más “ultra” de la Confech la iba a rechazar.
“Era un elástico que se había estirado demasiado”, agrega Sepúlveda.
Bajo
este clima, los estudiantes movilizados decidieron convocar a dos
manifestaciones para el 4 de agosto. Una a las 10:00 de la mañana, llamada por
los secundarios, principalmente la Asamblea Coordinadora de Estudiantes
Secundarios (ACES), y otra a las 18:30 hrs., convocada por el Colegio de
Profesores y la Confech. En ese entonces la relación entre los secundarios y
universitarios no era muy fluida. La entonces dirigenta del Cordón Ñuñoa y
posterior vocera de la Aces, Eloísa González, recuerda que la Confech “era
súper conflictiva, fría y distante con los secundarios, sobre todo con la ACES”.
Según
la dirigenta, la Confech había marginado a los estudiantes secundarios de las
mesas de diálogo con el Gobierno. Esto, sumado a algunas voces del mundo
universitario, que planteaban la necesidad de “negociar una salida política
para el conflicto estudiantil con el Gobierno”, hacían que la relación se
mantuviera distante. Giorgio Jackson reconoce que con los secundarios “no
éramos tan cercanos”, pero dice que esto no significaba “animadversión
necesariamente”. Según el actual diputado, la convocatoria a dos marchas
"fue una descoordinación por parte del movimiento estudiantil. El Gobierno
estaba apostando por el desgaste y no quería marcha y encontró la excusa
perfecta”.
La
noche del martes 2 de agosto, los personeros de Gobierno comenzaron las conversaciones
vía telefónica, entre la intendenta de Santiago, Cecilia Pérez, el Ministerio
del Interior y la Municipalidad de Santiago. El entonces alcalde de Santiago,
Pablo Zalaquett, inició la arremetida y metió presión al Gobierno: “No les vamos a prestar la Alameda", adelantó. Y le pidió al Ministerio
del Interior la garantía de que no iban a dejar que los estudiantes se la
tomaran.
Minutos
antes, el ministro del Interior de la época, Rodrigo Hinzpeter –quien dice no
tener muy claro los hechos ocurridos respecto a la movilización– intentó llegar
a un acuerdo con los estudiantes. “Se había convocado a una marcha para la cual
no se había cumplido con la normativa que exige un aviso previo a la
Intendencia”, asegura. El ex ministro recuerda que durante la conversación los
dirigentes le argumentaron que “las convocatorias adquieren impulso propio al
realizarse por medio de las redes sociales y que ningún acuerdo al que
pudiésemos llegar esa noche podía detener la marcha”.
La
tarde del miércoles 3 de agosto los dirigentes estudiantiles aún esperaban que
el Gobierno cambiara su posición. Pero tras una reunión de emergencia en La
Moneda, el ministro Hinzpeter señaló a la prensa: “Se acabaron las marchas estudiantiles por la Alameda” y agregó que el Gobierno
establecería "todas las medidas necesarias" para “hacer respetar las
decisiones de la autoridad". “Los tiempos de las marchas también culminan
y hay entender que, cuando culminan, la intransigencia puede ser el principal
obstáculo”, frase con la cual sellaba lo que desde el mundo secundario fue
leído como una “declaración de guerra que no dejaríamos pasar”.
Hinzpeter
reconoce que el no dar permiso para una manifestación se transa en un
“equilibrio súper precario (...) es un asunto muy delicado”, porque “uno está
negando un derecho a expresarse”. Pero, según el ex ministro, “las autoridades
deben procurar no exponerse a ser desafiadas y desobedecidas”.
La
decisión del Gobierno incendió la lista de correos de la Confech, la discusión
“estaba en llamas”, recuerda un representante. La situación se repetía a lo
largo de todo Chile. Las Intendencias habían denegado todas las solicitudes
para marchar, a pesar de que muchas de ellas cumplían con las normas
estándares, la información oficial era –en la mayoría de los casos– que se
había faltado al protocolo de solicitud. Tras asistir a la Intendencia de
Valparaíso, el presidente de la FEUV fue interceptado por la prensa: “Yo creí
que en Valpo le estaban poniendo color, así que dije que la convocatoria se
mantenía aunque estuviese sin autorización”. Luego llamó a algunos de sus pares
de Santiago. “Me dijeron: acá tampoco autorizaron la marcha, pero va igual”,
cuenta.
El
Gobierno sólo le había metido “más leña al fuego”.
Secundarios, barricadas y mil efectivos de
Carabineros en Santiago
La
bruma y baja temperatura de la madrugada del 4 de agosto en Santiago, parecía
anticipar un día complejo. La jornada de protesta comenzó temprano. Se
registraronbarricadas desde las 6:00 de la mañana. En Santiago las principales
manifestaciones se desarrollaron en las esquinas de Vicuña Mackenna con
Irarrázaval, Buenos Aires con Recoleta, San Pablo con La Estrella,
Independencia con Carrión y Santa Rosa con Mirador.
En
paralelo, el ex ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, llegaba hasta su
oficina en el Palacio de La Moneda, para monitorear las manifestaciones. “Para
mí la principal preocupación de las marchas tenía que ver con que ese día no
ocurriera una desgracia y terminara con una persona mal herida de muerte.
Realmente me enfocaba en que pudiera garantizarse la mayor seguridad posible,
independientemente de cuestiones políticas”, recuerda.
El
clima en La Moneda se cortaba con cuchillo, las barricadas matutinas y la
marcha no autorizada eran coronadas por las negras cifras dela encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP). La aprobación del
entonces Presidente de la República, Sebastián Piñera, caía al 26%, la más baja
de la historia de las CEP. Piñera recibía un duro golpe de manos del Movimiento
Estudiantil, que tenía convencida a la opinión pública de que “el Gobierno de
los mejores” no era capaz de manejar el conflicto educacional.
Esa
mañana los medios de comunicación reflejaban la tensión que había en el aire,
las portadas se disputaban los titulares entre las cifras negras de Piñera y
los focos de conflictos que se empezaban a desencadenar en Santiago. En El
Mostrador el rating estaba disparado, la columna “Bajemos el paro”, que jugaba con la tensión entre el clásico discurso del orden de
la élite, contra el estallido callejero de los estudiantes, no dejaba de ser
leída y compartida en redes sociales, lo que vaticinaba que la energía del día
estaría centrada en dicho conflicto.
Pasada
las 9:00 de la mañana, columnas con cientos de secundarios, provenientes desde
distintos sectores de Santiago, intentaban llegar hasta Plaza Italia, pero el
centro de Santiago estaba acordonado por un contingente especial de mil efectivos de carabineros, destinados
especialmente a contener las escaramuzas que comenzaban a proliferar. Había
vallas papales que bordeaban la Plaza Italia y cortaban el paso peatonal a dos
cuadras a la redonda, un clima gélido, de agosto completamente invernal, daba
la sensación de un ambiente medio tétrico y grisáceo.
Los
estudiantes comenzaron a denunciar, vía redes sociales, que Carabineros estaba
impidiendo el paso a las distintas formas de movilización. En la estación
“Vicente Valdés” de la Línea 4, ubicada en la comuna de La Florida, se le negó
el acceso a un grupo de estudiantes. Sin mediar explicación, los guardias les
prohibieron el ingreso. Situaciones similares se replicaron en las estaciones
Las Rejas, Sótero del Río y Plaza Puente Alto, hechos que fueron lamentados por la empresa Metro, durante la jornada.
La
entonces dirigenta, Eloísa González, junto a sus compañeros del Liceo
Experimental Manuel de Salas –ubicado en la comuna de Ñuñoa–, tomaron una micro
para llegar a Metro estación El Salvador. En el trayecto observaban que cada
dos cuadras había un radiopatrulla, los funcionarios de Carabineros paraban los
buses y bajaban a los secundarios, a los compañeros de Eloísa “los subieron
altiro a la cuca”, recuerda.
Los
que alcanzaron a llegar, marcharon desde El Salvador, en donde confluyeron con
algunos liceos de Providencia, el Siete de Providencia, el Lastarria, entre
otros. En el Parque Balmaceda –que colinda con Avenida Providencia– los
esperaba una gran cantidad de efectivos policiales a caballo.
Mientras
los secundarios intentaban cruzar, algunos iban cayendo, “al recibir los
lumazos en las piernas”, asegura Eloísa. Salieron corriendo del lugar y
lograron subir a uno de los puentes que conecta con Avenida Andrés Bello. “Nos
metimos por las calles chicas hacia la Facultad de Derecho de la Chile, solo un
grupo pequeño, de unas 20 personas, alcanzó a llegar al Parque Forestal”.
Ya
más tranquilos, los dirigentes secundarios intentaron comunicarse con sus
pares. Ni los estudiantes que venían desde Santiago Centro, del Cordón
Agustinas –en el que se encontraban los liceos Amunátegui y Cervantes–, ni los
que provenían desde Parque Bustamante habían logrado llegar a Plaza Italia.
“En
la mañana estaba duro el tema, por lo sitiado que estaba Plaza Italia”,
recuerda Giorgio Jackson, quien intentó encontrar a los dirigentes secundarios
e informarles que estarían en una plenaria extraordinaria de la Confech, pero
solo alcanzó a llegar al Metro.
En
la superficie, las lacrimógenas eran lanzadas por doquier, el humo inundaba la
Alameda y solo era disipado por el agua de los carros lanzaguas. Los Carabineros
tomaban detenidos y los hacían tirarse al suelo, “como custodiándolos”,
recuerda el periodista Nicolás Sepúlveda. “La derecha una vez más atenta contra
la democracia en nuestro país, ni con las bombas lacrimógenas más fuertes nos
amedrentan",dijo Camila Vallejo, vía Twitter.
Al
mediodía las “escaramuzas estaban por todos lados y había una sensación muy
extraña de una represión que no se había vivido de esa forma anteriormente”,
señala Eloísa González. Freddy Fuentes, vocero de la Cones, había realizado un
llamado “a retirarse del centro por la represión”, pero los enfrentamientos
entre manifestantes y Fuerzas Especiales se mantenían. Una bomba lacrimógena
lanzada por Carabineros entró a la estación Metro Universidad Católica causando
el caos entre los usuarios, mientras “una verdadera batalla” transcurría a las
afueras del Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM) y frente a la Facultad de
Derecho de la Universidad de Chile, en Pío Nono.
Además,
otros focos incipientes empezaban a surgir en Portugal con Marcoleta, entre la
casa Central de la Universidad Católica y la Facultad de Arquitectura y
Urbanismo, señala la prensa digital de la época. La mayoría de los manifestantes comenzaron a
replegarse en sus universidades y colegios en toma. Otro grupo importante se
dirigió hasta las comisarías de Santiago Centro y Providencia.
La ex intendenta, Cecilia Pérez, contabilizaba en “133 los detenidos por
distintos desórdenes y dos carabineros lesionados” y el Gobierno comenzaba a
dar las primeras señales de respuesta ante las interpelaciones por la
represión.
Las
comisarías estaban atestadas. Además de los 133 detenidos, había una cantidad
de heridos desconocida, ya que varios de los que habían sido retenidos por
Carabineros “presentaban evidencia de requerir atención médica urgente debido a
golpes producidos en el contexto de la manifestación” y no habían sido
trasladados a centros asistenciales, según un informe sobre “seguimiento y
registro de abusos policiales” del INDH.
Mientras
Eloísa esperaba a saber qué ocurriría con su novia, que estaba detenida en una
comisaría de Santiago, la señal de respaldo desde el Gobierno, al actuar de
Carabineros, no tardó en llegar: “Carabineros ha actuado con rigor y
profesionalismo”, dijo el Ministro Vocero de Gobierno, Andrés Chadwick, quien agregó que “no hemos
tenido marcha, solo algunos focos de disturbios”.
En
Valparaíso se había convocado a una sola marcha en la mañana, que se iniciaría
a las 11:30 hrs., pero también estaba sin autorización, “entonces íbamos al
choque”, recuerda Sebastián Farfán, el entonces presidente de la FEUV. La Plaza
Sotomayor estaba “desbordada”, parecía que todos los estudiantes de Valparaíso
habían llegado a marchar. Durante toda la mañana los noticiarios y la
intensificación de la protesta en Santiago, fue el mejor caldo de cultivo para
tornar más intensas las manifestaciones a lo largo del país. “Era un momento
histórico y a los cabros los estaban haciendo mierda en Santiago, nosotros no
podíamos no marchar”, recuerda Marjorie Cuello, estudiante de Historia de la
UV, en 2011.
Era
tal la presión en la Región Metropolitana, que en Valparaíso la Intendencia
cedió y los dirigentes lograron llegar a un acuerdo con Carabineros. La marcha
avanzó guiada por un fuerte contingente de la policía a caballo, mientras
Fuerzas Especiales monitoreaba los alrededores.
Se
podía oler el temor en las calles, el comercio estaba totalmente cerrado y, a
medida que la columna de estudiantes avanzaba, cientos de carabineros les
seguían el paso por las calles paralelas a la marcha. Era como una bomba
esperando estallar, cada paso de los estudiantes se traducía en el tic tac del
reloj, que “se iba a reventar igual, pero no sabíamos dónde”, relata Marjorie.
A una cuadra del Congreso, “la cuestión se prendió, literalmente”, agrega. Las
protestas se concentraron en la calle Errázuriz, en el “Cordón Brasil”, frente
a la Universidad Católica de Valparaíso. Los enfrentamientos se mantuvieron
durante todo el día.
“Les están sacando la mierda”
Mientras
el estallido y fuerza social se desataba en las calles, la tensión política al
interior del Movimiento Estudiantil estaba en la sesión extraordinaria que
desarrollaba la Confech, en la sede Santiago de la Universidad de Valparaíso,
ubicada en la comuna de San Miguel. En una cita anómala que se desarrolló a
mediados de semana y duraría solo media jornada. Además, hasta el día anterior
muchos representantes no querían realizarla, pero la presión del momento
político que se veía parecía hacerla obligatoria.
La
pequeña sala tonos crema de la UV Santiago estaba repleta de dirigentes y,
asimismo, “estudiantes de base”. La propuesta “GANE” de Piñera pasó a un
segundo plano y la tensión se centró en la apuesta estratégica que harían los
estudiantes ante un Gobierno con una aprobación ciudadana en el suelo y que
parecía “dar manotazos de ahogado”. La discusión fue tensa. Hacía un mes
aproximadamente se arrastraban tensiones internas, principalmente ante la
disyuntiva de pactar o no una salida al conflicto con el Gobierno. A la Confech
le faltaba la solidez y unidad inicial, recuerda Giorgio Jackson.
Muchas
voces se alzaron en pos de contener el conflicto y bajar la movilización de la
tarde, “no habíamos visto la represión que vino después en contra de los
secundarios”, agrega Jackson. Según el entonces Secretario General de la FEUC,
Sebastián Vielmas, “había una gran desorientación y presión. Estábamos tomando
el rol de instituciones que no funcionaban, desde el movimiento salían
diagnósticos y propuestas de políticas públicas”. A esto, se le sumaba la
sensación de una ciudad sitiada, “los secundarios solos y tú no estabas ahí”,
señala.
Mientras
avanzaban las horas, los periodistas comenzaron a agolparse en las afueras de
la universidad. Algunos estudiantes estaban atentos a las transmisiones de la
radio y monitoreaban a cada minuto las redes sociales. En aquella época aún no
existía WhatsApp, “por lo que las comunicaciones eran un poco más lentas”,
recuerda un estudiante.
A
medida que ingresaban nuevos asistentes se daban informes. “Uno no sabía quién
era el presidente de federación o encargado de base, estaban todos allí, fue un
llamado abierto y todos metían la cuchara”, dice Sebastián Farfán, que llegó
pasadas las 13:00 hrs. desde Valparaíso. En un momento se “filtró un rumor de
que los militares se estaban movilizando en Valparaíso, me dijeron: ‘Los
marinos se están moviendo y salieron a las calles a poner orden’”. Tras un par
de llamadas, desmintió la información.
Mientras
se mantenía la discusión, una dirigenta del norte alzó la voz desde el final de
la sala. Venía llegando del bus y al sacarse el bolso gritó: “Mientras estamos
discutiendo entre nosotros, a los cabros secundarios los pacos les están
sacando la mierda”. Cada vez crecía más la presión para salir a las calles a
apoyar a los escolares “que estaban dando cara”.
“Salimos
de ahí, le dijimos a la prensa que la marcha iba y nos fuimos directo a Plaza
Italia en una micro del Transantiago. Cuando llegamos fue la hecatombe, porque
ya estaba la embarrá”, recuerda Sebastián Farfán.
Insurrección popular
Cerca
de las cuatro de la tarde, Santiago parecía muerto. El Gobierno parecía mudo,
mientras en la oposición alimentaba la caricatura del “retorno de la
dictadura”, el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) en conjunto con la
Unicef y una serie de ONGs, sacaron una declaración pública en la que señalaron que durante las protestas matutinas
hubo “falta de protección integral de los niños, niñas y adolescentes” de
Chile.
Entre
los pasillos de La Moneda se escuchaba el rumor de que se declararía “Estado de
Sitio”, que era una opción que el Ministerio del Interior, dirigido por
Hinzpeter, estaba barajando. Como pocas veces, los empleadores permitieron que
los trabajadores se retiraran temprano a sus casas. “No había locomoción”, lo
que complicaba el tránsito, “muy poca gente transitaba por la Alameda, parecía
domingo en la tarde”, asegura el periodista Nicolás Sepúlveda, que continuaba
reporteando la jornada de movilización para la Radio Bío Bío.
A
esa misma hora, luego de que salieran en libertad gran parte de los detenidos,
los principales dirigentes de la ACES se reunieron en la Confederación de
Empleados Particulares de Chile (CEPCH), que se encontraba al lado del
Ministerio de Educación, en el Metro Moneda.
El
objetivo era “evaluar qué se iba a hacer después de esto”, políticamente
hablando. “Estábamos en una especie de punto muerto donde había movilizaciones
sostenidas pero sin inflexiones. El 4 de agosto significó un cambio en la
coyuntura política súper grande”, dice Eloísa González. Mientras permanecían en
la sede, “llegó mi mamá a buscarme” y junto con ella “entró una nube gigantesca
de lacrimógena hacia la Confederación”, tanto así que debieron desplazarse del
lugar.
Para
las 16:30 horas, estaba convocada una conferencia de prensa en la sede de la
Fech, ubicada a algunas cuadras de Plaza Italia, por avenida Vicuña Mackenna.
La expectación era grande, casi como la espera de una cadena nacional
presidencial, la ciudadanía movilizada y las autoridades políticas esperaban
las palabras que dirían los dirigentes sociales. Era como si el futuro del país
dependiera de lo que dijeran los estudiantes. En Valparaíso un grupo de
dirigentes y estudiantes de base se reunieron en la sede de la FEUV, en el
centro de la ciudad, para esperar la conferencia. “Teníamos una tele en la
federación muy charcha, y uno de los chicos dice que el Seba va a estar
en esa conferencia”, estaban agotados, tenían hambre y muchos empezaban a
resentir los golpes de más de cinco horas de enfrentamientos ininterrumpidos
con Carabineros.
“El
Gobierno no da el ancho, sus respuestas son de carácter ideológico. Responden
en las calles coartando las libertades constitucionales”, arremetió la presidenta de la Fech, Camila Vallejo, quien además convocó a un
cacerolazo a las 21:00 hrs. Era un momento complejo, los dirigentes sociales
debían dar el ancho y responder ante las expectativas que se habían generado
durante el día, dar “conducción al estallido social”, pero el presidente del
Colegio de Profesores, Jaime Gajardo, salió con una desafortunada frase: "Esta represión nos
recuerda los métodos sionistas y del Apartheid", dijo, refiriéndose a la
figura de Hinzpeter, un “judío liberal” reconocido. Las críticas no tardaron en
llegar, hasta de parte de los organismos de DD.HH.
Este
es “un día de vergüenza nacional para esta llamada democracia. Hacemos un
llamado a todos nuestros compañeros a avanzar con todas las fuerzas que sean
necesarias, a pasar por encima de estas barreras que nos están poniendo”,
declaró Sebastián Farfán, quien en medio de la emoción y la adrenalina parecía
llamar a una “insurrección social”, era “todo Chile contra Piñera”, recuerda.
El mensaje entregado en ese punto de prensa de la Confech “le dio otro aire” al
resto de la jornada.
Pero,
los estudiantes también resentían la presión. Durante esa especie de limbo
temporal que hubo entre las movilizaciones de la mañana y la tarde, el
presidente de la FEUC de 2011 recuerda haberse reunido con parte del resto de
la directiva, para “ver qué iba a pasar”.
Terminada
la reunión, Giorgio Jackson se mantuvo en la sede de la FEUC de la Casa Central
de la UC, incomunicado y solo con sus pensamientos, “no sabía qué hacer, qué
decir cuando saliéramos, porque esto había sido más o menos espontáneo. Podía
quedar la cagá pa' cualquier lado”, se sincera. Durante esas horas los
periodistas no dejaban de llamarlo, pero él no pudo contestar. “Había mucha
incertidumbre. Al final, no era nuestra responsabilidad, pero al día siguiente
nosotros íbamos a tener que dar algún tipo de explicación, los que éramos
conocidos como voceros o dirigentes”, dice. A esto, se le sumaba una serie de
rumores sobre un estudiante fallecido, no estaba claro si en Santiago o en
regiones.
A
Valparaíso también llegó el rumor de un estudiante muerto, pero en Santiago.
Uno de los manifestantes que tenía un megáfono lo anunció a viva voz. “Ahí
quedo la cagá, la escoba. Todo el mundo se enajenó, si en un minuto iba
decayendo el enfrentamiento con Carabineros, desde ahí despegó”. Un
manifestante recuerda que a esas alturas ya estaba anocheciendo.
“No
puedo entender a quién se le pudo ocurrir inventar algo así”, sentencia
Jackson.
Marcha Confech: cientos de bombas
lacrimógenas y helicópteros
A
las seis de la tarde ya había oscurecido. Los enfrentamientos con Carabineros
empezaban a reactivarse. Las comunicaciones entre los dirigentes habían sido
complejas durante toda la jornada, “no sé por qué, pero siempre los celulares
morían un día antes, durante y después de la movilización”, dice Sebastián
Farfán. Desde Valparaíso el resto de la directiva de la FEUV intentaba
contactarlo, pero solo sonaba un “chirrillo” desde el otro lado de la línea.
Farfán
intentó llegar desde la Fech hasta el punto de reunión para la marcha. Nunca
pudo llegar a Plaza Italia pero entre la oscuridad y densidad del aire por el
polvillo de las lacrimógenas y el agua con químicos del carro lanza-aguas,
observó cómo las barricadas se sucedían unas a otras en cada esquina del centro
de Santiago. Le llamó la atención un helicóptero “con su luz encima, era como
esas películas de control social”.
El
periodista Sepúlveda salió al aire a las 18:00 hrs. y recuerda que de un
momento a otro empezó a llegar mucha gente, “instantáneamente empezaron a lanzar
mucha bomba lacrimógena”. Mientras despachaba la descripción era: “Esto es
mucho humo en Santiago y la Plaza Italia estaba un poco sitiada”. Las
barricadas y enfrentamientos en la FAU, Agustinas, alrededor del Barrio Yungay,
y en algunos puntos en la Alameda, se reactivaron, “empezó a subir como la
espuma, como de repente”, describe Sepúlveda.
Sepúlveda
se trasladó hasta la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile,
ubicada en Portugal con Marcoleta. Desde la radio lo enviaron a chequear el
rumor de un estudiante baleado por carabineros, “había enfrentamientos, pero
nadie baleado”, sentencia. Una cuadra más hacia la costa, en Marcoleta con
Lira, se encontraba Giorgio Jackson.
En
la esquina del Hospital de la Católica se topó con otros dirigentes de la
Confech. Desde allí se apreciaba “una imagen bien dantesta”, una gran
barricada, había “enfrentamientos durísimos”, describe Jackson. A su lado
también había una fogata, habían cortado la calle Diagonal Paraguay, “pero no
era nada comparado con lo que estaba allá”.
Pasada
las siete de la tarde, tanto Jackson como el periodista de Radio Bío Bío
se trasladaron hasta la Fech, en donde estaba replegados gran parte de los
dirigentes de la Confech y representantes de todas las organizaciones
políticas. Nicolás Sepúlveda tomó un taxi en la calle Portugal. “Me subí y
estaba la escoba. Le dije: ‘A Plaza Italia, por favor’, y me dice: ‘No, no voy
para allá’”. Percibía un clima eléctrico, de tensión, así que mejor se bajó del
automóvil y tomó otro taxi hacia la federación. “El otro taxista nos siguió y
terminó rompiéndole la puerta al automóvil que me llevaba”, recuerda. Sepúlveda
llegó a la sede de la Fech, debía entrevistar a Camila Vallejo. “Había
enfrentamientos entre Carabineros y estudiantes. Logré cruzar el humo de las
lacrimógenas y entré”, detalla.
Giorgio
Jackson, junto a los dirigentes que estaban a la altura de la metro Universidad
Católica, también se dirigieron a la Fech, “estaba la información de que
estaban tirando mucha lacrimógena hacia adentro”, señala. No lograron entrar,
había al menos tres carros lanza-aguas y dos zorrillos parapetados en Vicuña
Mackenna con calle Periodista José Carrasco Tapia, el humo de decenas de bombas
lacrimógenas no dejaba ver más allá de las manos. El presidente de la FEUC
cruzó hacia Providencia, hasta calle Seminario, a una cuadra de Plaza Italia,
pero desde la zona oriente.
Estuvo
durante dos horas deambulando por los alrededores, hasta que empezó a tomar
fuerza el rumor de un estudiante fallecido en Valparaíso, decían que en la
prensa lo habían confirmado. “Sentía las piernas débiles, en un sentido de
responsabilidad”, asegura. Tras un segundo supuesto fallecido, quedó
“completamente devastado. Sentía que tenía el peso sobre mis hombros. Me sentía
terrible, terrible, terrible, terrible, hasta que llega un momento en que se
desmiente y me recuperé un poco”.
Los
enfrentamientos se mantenían. “El actuar de la fuerza policiaca fue aún más
violento”, según los Observadores de DD.HH. Los helicópteros de Carabineros
volaban a baja altura y con sus focos alumbraban a los pequeños grupos de
manifestantes que intentaban desplazarse en medio de Parque Bustamante. De
esto, señala el organismo de DD.HH., se “habría dado aviso a las fuerzas
policiales terrestres”, que llegaron como una estampida persiguiendo a cerca de
40 manifestantes.
“Carabineros
usó de manera indiscriminada, arbitraria y brutal gases lacrimógenos tóxicos,
disparados incluso a quemarropa contra los manifestantes y al interior de
recintos educacionales, sitiados durante horas por Fuerzas Especiales”, señala
un informe de los Observadores de DD.HH.
Se
habría lanzado más de un “centenar de bombas lacrimógenas solo en Santiago”,
algunas de ellas al interior de las dependencias de Metro. Días después, la
entonces dirigenta Camila Vallejo, llegó hasta el frontis de La Moneda con
cerca de 150 casquillos de bombas lacrimógenas que habían sido recogidos
durante la jornada del 4 de agosto en las inmediaciones de la Fech, con los que
construyeron el signo de la paz.
En
la noche, cerca de las 21:00 hrs.,el subsecretario del Interior, Rodrigo Ubilla, cifró en 5 mil los manifestantes
a “nivel nacional”. Agregó que resultaron 29 Carabineros lesionados, “uno de
ellos en estado grave” y que, de los 284 detenidos en Santiago, “la mayoría
cayó en esta situación por desórdenes públicos, porte ilegal de armas y porte
de artefactos explosivos”. Días después se conocerían las cifras oficiales. Se
registraron 874 detenidos en Santiago. En Valparaíso, hubo 90 detenciones, del
total, solo 31 personas pasaron a control de detención.
Cacerolazo: ¡Aquí estoy apoyando la causa!
A
las 21:00 horas la temperatura había bajado considerablemente, el vapor emergía
de los labios cada vez que alguien en el Puerto de Valparaíso sacaba una fuerte
voz de pecho y gritaba: “Vamos, compañeros, hay que ponerle un poco más de
empeño, salimos a la calle nuevamente, la educación chilena no se vende, se
defiende”. De fondo se escuchaba el tintinear de las cucharas, palos y trozos
de plástico que chocaban en contra de ollas o cualquier artículo que produjera
un ruido.
El
sonido del cacerolazo era ensordecedor y hacía eco en los cerros de Valparaíso.
La gran mayoría de los manifestantes se concentraron en una comisaría ubicada
en el centro del puerto. Llegó tanta gente que un carro lanzaguas intentó
dispersar a los manifestantes, y hasta “mojó la comisaría para adentro”,
recuerda Marjorie Cuello. Lo que, entremedio de la indignación, porque no
dejaban ver a los detenidos, causó una gran carcajada masiva.
“Había
mucha gente adulta y tú efectivamente escuchabas el cacerolazo en el cerro, lo
que era algo muy atípico y eso significaba que había señoras que habían salido
a cacerolear o estaban caceroleando desde sus casas en el cerro”, agrega.
“Pudimos ver que el tema de la represión ese día caló súper hondo en la gente”,
hasta bajaron las señoras del “Círculo de abuelas por la educación gratuita”.
"Eran tantos los focos de movilización, que Carabineros tampoco tuvo la
capacidad de detener las concentraciones espontáneas en los cerros, Fuerzas
Especiales se vio bastante desbordada por la situación”, recuerda la estudiante.
Sebastián
Vielmas, estaba saliendo de un Consejo Académico en el Campus Lo Contador de la
UC, junto con el entonces Consejero Superior de la UC, Carlos Figueroa. El
campus está ubicado en Providencia, en calle Lo Contador con Monseñor Carlos
Casanueva, a un costado de la Clínica Indisa, alejado de las grandes avenidas y
de Plaza Italia. Los dirigentes escuchaban pasar uno tras otro los
helicópteros, “pasaban carabineros a toda velocidad dirigiéndose hacia quién
sabe dónde, era una cosa apocalíptica”, estaba oscuro y el frío invernal calaba
los huesos.
Desde
allí se trasladaron a la casa de “Pepo Glatz”, pieza clave de la Nueva Acción
Universitaria (NAU) durante el 2011, la que también quedaba en Providencia,
allí se reunió toda la directiva de la Feuc. “Nos impactó que en un barrio
medio cuico, en Bilbao con Los leones, hubiera movilización. Tú no te esperas
que sea el lugar con mucha solidaridad al movimiento estudiantil y empezamos a
escuchar cacerolas que estaban por todos lados”, señala Vielmas.
Reconoce
que no “hay que hacerse el héroe. Todos teníamos miedo, porque era como que
habíamos despertado el gran monstruo del Estado en su faceta represora. El
estado de sitio de ese día estaba dirigido a intimidar a quien quisiera
continuar movilizándose contra el orden establecido (...) pero al menos no
estábamos solos”, agrega.
Una
de las principales postales de aquel día es el centenar de personas que se
reunió en la Plaza Ñuñoa. “Estaba llenísimo, fue una cuestión impresionante”,
recuerda Eloísa González, quien se dirigía al Liceo Manuel de Salas. “Sentíamos
que salíamos y toda la gente estaba exactamente en la misma, no había
cuestionamientos hacia la violencia, no había cuestionamiento hacia las
herramientas de lucha y protesta propiamente tal, y esa sensación generó como
un sentimiento de complicidad, por decirlo de alguna forma”, agrega.
Para
la ex dirigenta secundaria, “fue una manifestación masiva, absolutamente
transversal. Políticamente significó legitimar la protesta como herramienta
válida, no solamente para los estudiantes sino también para todos los
sectores”.
La
misma tranquilidad invadió a los dirigentes de que estaban en la Fech, que
comenzaron a escuchar sonar las cacerolas en Santiago Centro, “era muy masivo”
y a pesar de la tensión se vio algo de alivio en los rostros de los dirigentes,
dice el periodista Nicolás Sepúlveda. Los estudiantes habían realizado una
jugada arriesgada y la ciudadanía respondía con un apoyo transversal.
Sebastián
Farfán había salido de la sede de la Fech. “El momento más glorioso fue cuando
iba por el centro de Santiago y se empezaron a escuchar las cacerolas, fue muy
emocionante”. Los balcones de los edificios se inundaban con la gente con “sus
cacerolas y banderas chilenas aplaudiendo a los que estaban abajo”.
Mientras
se acercaba al metro, observó que la forma de manifestarse era distinta a la de
la mañana. En los semáforos se reunían papás con sus hijos, abuelos, de todo tipo
de gente, que solo avanzaban hacia la calle cuando les daba la luz verde para
el peatón, allí tocaban las ollas y hacían flamear las banderas cuando daba la
roja, volvían a la vereda para no intervenir el tránsito, justo al lado de
ellos “había barricadas”. Ya en el Metro, que estaba desierto a esa hora, y
camino hacia Puente Alto, Sebastián veía, a medida que avanzaba el tren, cómo
la postal de protesta se repetía.
Cerca
de la casa de su pareja, a la altura de metro, Eloísa Correa vio una estación
repleta de de gente “me di cuenta que no éramos solo nosotros. Pasó una
caravana con banderas chilenas gritando: ‘buena, cabros’”, recuerda. “Era una
tensión que la palpas en el aire, un clima eléctrico, se veía en la mirada de
la gente, hasta con lo que conversaban en el metro, era como que todos estaban
hablando de lo que estaba pasando”, sentencia Farfán.
Las
estaciones de Metro parecían ser el punto de encuentro en las zonas periféricas
de la Región Metropolitana. En el Parque San Francisco, también ubicado en
Puente Alto, cerca de cien personas se dieron cita para protestar por la
violencia desatada en la jornada. La escena era poco habitual, ya que la villa
es descrita como una población dormitorio, “donde no hay vida de comunidad,
salvo aquellos que se congregan en las iglesias del sector. Entonces es
sorprendente que esa vez se haya convocado tanta gente”, rememora Patricio
Cavieres, vecino del lugar que en esa época tenía 52 años.
“Ciertamente,
había algo que los convocaba, había un malestar con el Gobierno, un malestar
social, pero era un apoyo claro y directo al movimiento estudiantil. Los viejos
demostramos que teníamos las esperanzas puestas es esta generación de cabros
que parecía no temerle a nada”, agrega.
Un
centenar de personas se congregó en la esquina de Nonato Coo con Luis Matte,
recuerda una vecina que prefiere mantener su nombre en secreto. “Fuimos
acompañando a los niños del colegio, yo salí con mi hija, había varios papás”.
La vecina del sector recuerda que era primera vez que salía a manifestarse,
“había batucadas, varios niños, mi hija salió con algo para golpear, una tapa o
una olla, parece que después la rompió y la golpeaba con una cuchara”.
Avanzaron por Nonato Coo hasta la estación Protectora de la Infancia, parte de
la Línea 4 de Metro. En la vereda oeste de Vicuña Mackenna había “harto
resguardo policial. Furgones y Carabineros, yo creo que había tantos porque
sabían que era el cacerolazo”, agrega.
En
medio de las manifestaciones le llamó la atención un hombre, “que estaba con
una mochila. No parecía mucho estudiante. Él empezó con una botella a golpear
una señalética que había en la esquina. Yo le dije que no hiciera eso y las
mamás también le dijeron que no hiciera eso, porque después los Carabineros
podían venir y echar a los jóvenes que estaban con batucadas”, agrega.
La
situación que más la marcó fue ya de vuelta a casa. Iba junto a su hija
caminando, “mi marido nos fue a encontrar y fuimos a dejar a una amiga de mi
hija. Nos topamos en la esquina, la de Nonato Coo con Maestro Palomo, con un
furgón de Carabineros, los tipos iban como despacito a un costado de nosotros,
un auto patrulla, como que nos observaba”.
Al
otro extremo de la Región Metropolitana, en la villa Laguna Sur, cerca de
Pudahuel Sur, la imagen se repetía. Jonathan Bravo estaba terminando su carrera
de diseñador en la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM). El 4 de agosto
no salió a manifestarse durante el día y se quedó en casa de su madre, estaba
“súper desligado del movimiento, viviéndolo más como espectador”, asegura.
Recuerda
que durante el día los medios de comunicación transmitían un alto grado de
tensión en las noticias. Al igual que en otros sectores, “pasaba harto
helicóptero. Era súper rara la sensación del cómo se decide volcar tanta
represión y tanta fuerza sobre cabros chicos”, dice.
En
la noche, en el pasaje Naminco de Laguna Sur, se escuchaba el ruido del
cacerolazo desde la estación de Metro llamada igual que la villa. Un vecino del
pasaje puso el sonido de una cacerola desde el computador, las que se repetían
una y otra vez, “casi como que saco los parlantes pa’ la calle”, recuerda el
joven. Jonathan, junto a su hermano, salieron, otros vecinos también empezaron
a salir. El papá de uno de manifestantes venía desde el metro y les contó que
“estaba la embarrá, en el sentido que había mucha gente y fue como '¡ah
ya, en el metro está pasando!'”, agrega.
Jonathan
recuerda que en la estación de Metro estaban “las familias manifestándose, por
la represión que habían tenido sus niños durante el día, cachai, que era la
manera que tenía la gente de expresar su descontento frente a la actitud que
había tomado el Gobierno”. Tras presenciar esa escena, se devolvió a su casa en
busca de su equipo para la grabación de un documental que era su proyecto de
título. “Me di cuenta que el material que estaba registrando estaba súper
interesante y entonces se tenía que hacer algo con él. Finalmente como que me
abanderé en el sentido de que esta gente no saliera a marchar en vano, sino que
quedara registro de eso”.
“Ese mismo día en la noche lo edité. Tenía
como intenciones, no sé si decir más artísticas, porque no eran esas las
pretensiones, pero ponerle una canción ad hoc, que finalmente a la gente
que viera el registro le hiciera sentido la música que tuviera la canción”.
Jonathan
logró captar en su cámara un momento único en la historia de la postdictadura
en Chile. Según el diseñador audiovisual, muestra la esencia del país: una
familia. “El Estado en ese momento se encargó de castigar y reprimir de una
manera súper heavy a sus niños”. Es por eso que cientos de personas
salieron a manifestarse esa fría noche de agosto en Pudahuel Sur, los padres y
niños salían con latas de café, con todo lo que sirviera para generar ruido,
“para decir estoy aquí, estoy apoyando la causa”.
Jonathan
no puede olvidar una escena en donde un niñito salió a protestar en su silla de
ruedas, junto a su madre o hermana. Abrigado con una bufanda y gorro negro
sonríe y observa con unos grandes ojos negros a su alrededor, mientras hace
sonar las tapas de una ollas. Detrás de él las batucadas tocadas por los
escolares no paraban de sonar y cerca de cuatrocientas personas, entre niños,
abuelos, padres, madres y jóvenes, saltaban y gritaban con voz fuerte y a pesar
del frío: “El que no salta es Piñera”. Pero también reían, aplaudían, vibraban
con un momento de catarsis colectiva que rompió con décadas de silencio y se
manifestó limpiamente ante una jornada de represión.
*****
El
4 de agosto fue una jornada de resistencia, desafiante, tan peligrosamente
improvisada, que llegó a generar temor en sus propios impulsores. El día en que
los estudiantes, pertenecientes a la generación que empujó a los pingüinos en
2006, rompió con las ataduras del miedo y puso en jaque a la élite gobernante,
la que observaba pasmada la esencia más profunda del Movimiento Estudiantil. El
4 de agosto de 2011 es un fantasma que persigue y recuerda la capacidad de la
sociedad movilizada, un destello de luz que arrastrará la historia de este
país.
No hay comentarios :
Publicar un comentario