“INDEFINICIÓN QUE PRIVILEGIA DISCURSO DE
LA DERECHA”
Una
clara señal de la confusión ideológica del gobierno fue la entrevista que
Michelle Bachelet concedió al diario La Tercera y que fue publicado este domingo[1]. En pocas palabras, la
Presidenta trata de “nunca quedar mal con nadie”
Por Víctor Herrero, en Radio
Universidad de Chile
Agosto
10, 2015
La Presidenta
Michelle Bachelet se encuentra en la incómoda posición de ser —para tomar
prestada una expresión popular— el jamón del sándwich.
La
izquierda resiente que la mandataria no aproveche la mayoría que tiene en el
Congreso para llevar adelante las reformas comprometidas en su campaña,
mientras que la derecha la acusa —arrojando cifras de doble lectura sobre la
economía, las inversiones privadas y la seguridad ciudadana— de llevar al país
al precipicio.
Como
el ADN de la Concertación recorre el ideario político de Michelle Bachelet,
ante la duda en el diagnóstico, La Moneda parece haber optado, una vez más, por
girar hacia la derecha. De hecho, en rigor las administraciones de la
Concertación han sido gobiernos de centro-derecha al estilo europeo. O tal vez
un poco más a la derecha aún de Angela Merkel en Alemania o Nicolás Sarkozy en
Francia.
Una
clara señal de la confusión ideológica del gobierno —ideología, una palabra que
desde la dictadura equivale a invocar a Lucifer, como si las transformaciones
económicas y políticas de Pinochet y sus asesores civiles en estos temas no
hubiera estado impregnado de una profunda ideología— fue la entrevista que
Michelle Bachelet concedió al diario La Tercera y que fue publicado ayer.
En
pocas palabras, la Presidenta trata de “nunca quedar mal con nadie”. Afirma que
en su frase “realismo sin renuncia” lo importante fue la segunda parte: “sin
renuncia”. Es decir, en la medida de lo posible la agenda de reformas del
gobierno se llevará adelante. “Parece que algunos leyeron sólo la palabra
‘realismo’ y no escucharon el ‘sin renuncia’”, afirmó.
Lo
curioso es que justamente sus ministros del Interior y de Hacienda (Jorge
Burgos y Rodrigo Valdés) pertenecen a los que evidentemente no escucharon la
segunda parte de su ya famosa frase. Y así, una vez más, la Presidenta aplica
una cierta gimnasia intelectual para hacer cuadrar el círculo. En otras
palabras, la necesidad de la mandataria de ser querida por todos, o al menos
por muchos, sigue siendo un motor emocional clave de su liderazgo.
Pese
a ese caramelo retórico que ofreció a la base de sus votantes —el “sin
renuncia” es igual o más importante que el realismo”—, Michelle Bachelet fue
incapaz de identificar con nombre y apellido a los contrarios a su programa de
reformas. Frases como “hay personas que no quieren que haya cambios en este
país” o “puede haber elementos que generen incertidumbre en algunos sectores…
pero tampoco creo justo… asegurar que (el programa de gobierno) es el factor
principal del bajo crecimiento”, pero sin identificar quiénes son esas personas
o esos algunos sectores, mantiene en suspenso el necesario enfrentamiento
ideológico sobre el futuro inmediato de Chile (enfrentamiento lo que no tiene
nada de malo; ello forma parte de una democracia sana).
Pero
echarle la culpa de todos los males políticos, o al menos indefiniciones
políticas, a La Moneda no es del todo justo. La coalición de partidos que está
detrás del gobierno se ha convertido en un enjambre difícil de controlar. Como
afirma un editorial de El Mercurio de ayer, “la magnitud de las diferencias
entre los miembros de la Nueva Mayoría es tal que resulta ya imposible la
elaboración de una plataforma o paraguas común”. Ese diario, que representa los
intereses permanentes de la derecha chilena, más allá de los partidos de ese
sector, tiene esta vez razón. Entre la Democracia Cristiana y el PPD (por no
mencionar al Partido Comunista) existe hoy un abismo enorme. El debate en torno
al aborto terapéutico —que existió hasta 1989 y que fue introducido nada menos
que por el gobierno de Eduardo Frei Montalva en los años 60— es una ilustración
evidente.
Sin
embargo, existen temas más sensibles para la coalición gubernamental. Tras la
muerte el viernes pasado del ex jefe de la DINA, Manuel Contreras, el Partido
Socialista encabezado por Isabel Allende se indignó que éste muriera siendo
general, vestido con el uniforme de gala correspondiente antes de ser
incinerado. Ahora, ese partido de gobierno quiere ponerle suma urgencia a un
proyecto de ley para degradar a uniformados condenados por violaciones a los
derechos humanos durante la dictadura. Pero, ¿por qué no lo hizo antes? Después
de todo, el Mamo Contreras estaba en el Hospital Militar, agonizando, desde
septiembre del año pasado. Tuvieron 11 meses para presentar ese proyecto
legislativo.
Si
bien la derecha permanente —encarnada por El Mercurio, La Tercera, la Sofofa,
la CPC y el CEP, entre otros— se ha aprovechado de la baja popularidad de la
mandataria para imponer su visión-país, a pesar de que la derecha política está
por los suelos, lo cierto es que este sector recibió, desde el comienzo del
segundo gobierno de Michelle Bachelet, el apoyo indirecto de los sectores más
conservadores de la Concertación. Desde marzo de 2014, pro-hombres de la vieja
Concertación como José Joaquín Brunner, Genaro Arriagada, Andrés Zaldívar,
Jorge Marshall, e incluso los “más jóvenes” como Eduardo Engel, Andrea Repetto
y Jorge Insulza, han prestado “ropa” a las visiones más derechistas (en el
sentido europeo, no chileno) sobre la política de desarrollo del país.
En
definitiva, el segundo gobierno de Michelle Bachelet ya tiene todos los
elementos para ser el sexto gobierno de la Concertación (y eso incluye,
incluso, al de Sebastián Piñera). Es decir, un gobierno de consensos que tiende
a girar hacia la derecha permanente, la de los empresarios. Aguar la reforma
laboral cuenta con el apoyo transversal de la elite política. No tocar el
sistema privado de pensiones también, a juzgar por las conclusiones
preliminares de la llamada “comisión Bravo”, que no sólo no le arrebata poder
económico a los gestores que financian a las grandes empresas, sino que
pretende otorgarle aún más fondos al aumentar la edad de jubilación. Tener una
AFP estatal es como tener al BancoEstado: un actor de mercado más que, al tener
el apellido de “Estado”, enmascara una supuesta mayor equidad.
Al
final, pese al plebiscito de 1988, pese a las victorias de una supuesta
centro-izquierda durante gran parte de un cuarto de siglo, la derecha
permanente sigue mandando en Chile.
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