“Crónicas del día de las víctimas de la violencia policial”
Por Javier Pineda, en Aurora Roja –public. 29/8/17
Tarde fría a los
pies del Cerro Huelén. Militantes, artistas y familiares de jóvenes víctimas de
la violencia policial vamos reuniéndonos en la plaza de Miraflores con la
Alameda, a un costado de la Biblioteca Nacional. Los Carabineros no respetan
nada. Un furgón policial a metros del escenario y Fuerzas Especiales haciendo
ronda alrededor, realizando controles de identidad a diestra y siniestra. En
Dictadura se utilizaba la detención por sospecha: hoy se utiliza el “control de
identidad preventivo” para amedrentar e identificar a luchadores sociales.
Parte
la actividad. Magally, Vocera de la Coordinadora de Padres y Madres movilizados
por la defensa de la Educación Pública, y Bárbara, Vicepresidenta de la FECH,
dan la bienvenida y nos recuerdan el motivo del acto cultural: la conmemoración
del día de las víctimas de la violencia policial.
Parten
los primeros números musicales, para luego dar paso a las palabras de Miguel
Fonseca, Coordinador de la Agrupación de Víctimas de Violencia Policial. Se
remonta a los días 24 y 25 de agosto. El movimiento estudiantil se transformaba
en movimiento social y no sólo los estudiantes se movilizaban. Trabajadores y
pobladores también lo hacían. Los más viejos dirían que no habían visto
similares protestas desde la Dictadura. Los pobladores de la Jaime Eyzaguirre
no serían ajenos a estas movilizaciones. La noche del 24 de agosto pobladores
saldrían a las calles a encender barricadas y defender sus derechos. Esto
provocaría la ira de los Carabineros, fieles perros del patrón. Miguel
Millacura, Cabo segundo asignado para reprimir a los manifestantes,
desenfundaría su Uzi – arma de guerra – para disparar en contra de los
pobladores. Uno de los disparos a mano salva – eufemismo para decir que
disparaba a cualquier lado – iría a alojarse en el corazón de Manuel Gutiérrez,
niño de 16 años que acompañaba a Gerson, su hermano, para ver las protestas.
Manuel caería inmediatamente al suelo sin vida. El carabinero cobarde se
escondería. A pesar de la complicidad de sus compañeros, Miguel Millacura sería
identificado.
Sin
embargo, la impunidad de las fuerzas policiales que atacan al pueblo es ley. No
son tratados como cualquier “ciudadano”. Tienen un estatuto privilegiado
denominado Código de Justicia Militar. Las fuerzas policiales no cometen
homicidio: sólo “uso excesivo de la fuerza con resultado de muerte”. Aun cuando
se determinó la culpabilidad de Miguel la pena no superó los 3 años y 1 día.
Esto le permitiría una pena remitida, sin pisar la cárcel. Esto nos demuestra
un derecho penal de clase, donde matar pobres no importa. La pena hubiese sido
mayor para el culpable si a Manuel lo hubieran asaltado en lugar de matarlo. En
nuestro país la propiedad vale más que la vida. Mientras Miguel Millacura
camina hoy libre por las calles de nuestro país, la familia de Manuel Gutiérrez
sigue clamando y alzando su voz exigiendo justicia. En memoria de Manuel cada
25 de agosto, desde el año 2016, se conmemora el día de víctimas de la
violencia policial.
Historia
similar pero en otras latitudes es la de José Vergara. Su padre, Juan, viajó
más de 20 horas en bus desde las pampas de Alto Hospicio para contarnos su
testimonio. José padecía esquizofrenia. Cuando se descompensaba, su padre
acostumbraba llamar a Carabineros para solicitar ayuda. Hizo lo mismo un día 13
de septiembre del año 2014, sin embargo, a diferencia de otras ocasiones, José
nunca más volvería. Su padre nos dice que José habría sido golpeado hasta
quedar inconsciente y luego habría sido enterrado en algún lugar del desierto o
bien lanzado a algún pique minero que suelen tener más de 100 metros de
profundidad. Los carabineros implicados serían Carlos Valencia Castro, Ángelo
Muñoz Roque, Abraham Caro Pérez y Manuel Carvajal Fabres. Tal como
acostumbraban hacer sus colegas en tiempos de dictadura, tienen un pacto de
silencio para no revelar el paradero de José. Dicen que lo abandonaron en
buenas condiciones en el desierto. Sin cuerpo el delito es de secuestro
calificado. Si hubiera cuerpo el delito sería secuestro con resultado de
muerte, delito con una pena mucho mayor.
En
un principio, las autoridades manifestaron su apoyo. Sin embargo, pasado el
tiempo los dejaron abandonados. Promesas desechas. Su padre continúa la
búsqueda. Lo único que espera es encontrar el cuerpo para dar el sepulcro que
su hijo merece. Lamenta que aquellos que están supuestamente destinados a
“proteger” a la población terminen asesinando, y no sean capaces de aportar
antecedentes sobre el paradero de José. Nos dice que el Estado siempre pisotea
a los pobres. Que siempre pisotea a los obreros. Pero agradece la solidaridad y
levanta su voz para decir que seguirá buscando a su hijo cueste lo que cueste.
Este año José tendría mi misma edad: 25 años.
Desde
Parral escucharíamos el testimonio de los familiares de Luciano Villanueva,
otra víctima de la violencia policial. Luciano era un joven de 20 años que
vivía con sus padres en la ciudad de Parral. En la noche del 9 de noviembre de
2014 Luciano rompería el vidrio de su vecino con quien habría tenido un
altercado. Esta vecina llama a Carabineros, quienes llegarían al domicilio para
detener a Luciano. Este ofrece resistencia para no ser detenido, dándose media
vuelta para intentar entrar a su casa. En ese intertanto el sargento segundo
Juan Morales Cortés, a menos de 2 metros de distancia, le dispara a quemarropa
matándolo en ese preciso momento. A Mauricio, su hermano, aún se le quiebra la
voz para contar la historia. Nos dice que recién después de 3 años es capaz de
contar la historia sin ponerse a llorar. La bala no solo mató a Luciano:
también dio de lleno en el corazón de sus familiares. No es capaz de comprender
como un Carabinero podría dispararle y asesinar a un joven que nada hacía. Dice
que el suicidio a veces pasa por la cabeza de su familia, se vuelve en una
buena solución para dejar de sufrir un poco. Mientras el Carabinero caminaba
libremente por las calles de Parral su familia caminaba por las mismas calles
para dirigirse al cementerio a dejarle flores a Luciano. La impunidad hace más
intenso el dolor. Manifiesta sus agradecimientos por los asistentes, pero al
mismo tiempo manifiesta su descontento por tan escasa asistencia. Le sorprende
que la plaza no esté llena, cuando existen miles de pobres y marginados
pisoteados por el Estado y que son víctimas día a día de la violencia policial.
La
violencia policial no es una cuestión aislada y estos testimonios son una
muestra de los cientos casos en nuestro país. Los detenidos desaparecidos no
son cuestión de Dictadura. Las ejecuciones políticas tampoco. José Huenante, Alex
Lemún, Matías Catrileo, Jaime Mendoza Collió y cuantos hermanos más siguen sin
justicia. La impunidad es regla general. Las y los pobres, inmigrantes,
estudiantes secundarios y universitarios siguen sufriendo la violencia
policial, que ya se ha naturalizado y es parte del día a día. También lo sufren
los mapuche, los pobladores, los trabajadores. Siempre hay balas locas que se
incrustan en el corazón del pueblo, para llevarse inocentes y luchadores
sociales.
Aunque
seamos pocos, persistimos en conmemorar a nuestros caídos. La lucha cotidiana
es nuestro homenaje y no pararemos hasta que se haga justicia y no haya más
impunidad.
En
el acto por el día de las Víctimas de la Violencia Policial, tal como nos decía
Jacqueline Gutiérrez, hermana de Manuel, alzamos nuestras voces para pedir
justicia, para exigir dignidad. Manuel, Luciano, José y todos nuestros
asesinados y detenidos desaparecidos, en dictadura y en “democracia”:
¡PRESENTES!
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