Traducción de: “The Age of Finance Capital—and the Irrelevance of Mainstream Economics”
A pesar del
hecho de que los fabricantes de ideas han elevado la economía a los niveles (contradictorios)
tanto de ciencia como de religión, digamos un mercado teodicea, la
economía dominante no nos explica mucho cuando se trata de comprender los
acontecimientos del mundo real. De hecho, como una disciplina cuidadosamente estilizada,
la economía se ha convertido en un corrupto, desorientador e inútil –más aún, perjudicial-
campo de estudio. Perjudicial, porque en lugar de explicar y aclarar, tiende a
mistificar y justificar.
Uno de los muchos
defectos de aquella disciplina es su carácter estático o ahistórico; esto es, adolece
de una grave ausencia de perspectiva histórica. A despecho de los significativos
cambios en la estructura del mercado a través del tiempo, dicha disciplina continúa
aferrándose al abstracto e idealizado modelo del capitalismo industrial
competitivo de antaño.
No es
sorprendente que gran parte de la literatura económica actual y la mayoría de los
"expertos" en economía sigan tratando de explicar los últimos ciclos
de burbujas financieras y estallidos mediante las obsoletas teorías
tradicionales de los ciclos económico/comerciales. En consecuencia, los
encargados de formular políticas a la cabeza de los bancos centrales y de los ministerios
de hacienda siguen prescribiendo recetas monetaristas que, en lugar de mitigar
la frecuencia y severidad de dichos ciclos, tienden a hacerlos aún más
frecuentes y más complejos.
Esta crucial
carencia de una dinámica a largo plazo o de perspectiva histórica explica por
qué, por ejemplo, la mayoría de los economistas oficiales no acierta en
visualizar que la crisis financiera de 2008 en los Estados Unidos, su
propagación a otros muchos países del mundo y el consiguiente estancamiento
económico mundial representan algo más que sólo otro ciclo recesivo. Lo que es
más importante, representan un cambio estructural, una nueva era en el
desarrollo del capitalismo, la etapa del capital financiero.
Una serie de
características destacadas distingue la etapa del capital financiero de anteriores
estadios del capitalismo; es decir, etapas cuando el capital financiero creció
y/o se distribuyó junto con el capital industrial.
Una de esas
características distintiva de la etapa del capital financiero es que, liberado
de las limitaciones regulatorias, el capital financiero en esta etapa puede, y
a menudo lo hace, crece independientemente del capital productivo o industrial.
Previo al ascenso de las grandes finanzas y del desmantelamiento de las
restricciones reglamentarias, se consideraba que el papel de las finanzas, en
gran medida, era el de servir de lubricador de las ruedas de la economía. Los
bancos comerciales consolidaron los ahorros de las personas como depósitos
bancarios y los canalizaron como crédito a las empresas manufactureras y
comerciales. Bajo estas circunstancias, en donde las normas regulatorias estipularon
los tipos y cantidades de inversiones que los bancos comerciales y otros
intermediarios financieros podían emprender, el capital financiero en gran
medida estuvo a la sombra del capital industrial; ellos fueron tomando cuerpo o
se ampliaron más o menos de forma pareja.
No ocurre así en
la etapa del capital financiero, en donde la compra y venta de títulos de
propiedad, en lugar de producir valores reales, se ha convertido en el principal
campo de inversión y la inflación de los precios de los activos constituye la
principal y creciente (parasitariamente) fuente de lucro. Esto no sólo ha
ralentizado el flujo tradicional del ahorro nacional (a través del sistema
bancario) hacia inversiones productivas en el sector real de la economía, sino
que, de hecho, ha invertido tal flujo de fondos. Hoy en día, existe una salida
neta de fondos desde el sector real al financiero.
El sector financiero, funcionando de forma apropiada, primariamente recicla
saldos inactivos para la formación de capital agregado. Años de desregulación
financiera propiciaron la creación de nuevos instrumentos, cada vez más
dependientes de métodos tipo Ponzi (de
estafa en multinivel –nota del CAD) de adquisición de ganancias,
invirtiendo esta dinámica y succionando los beneficios de la producción para
expandir el sector financiero en detrimento de la inversión productiva. (…) La
relación entre el sector financiero y el sector no financiero efectivamente se había
transformado de simbiótica a parasitaria [1].
Un claro indicio
de esta tendencia ominosa de la fuga de capitales desde el sector real al financiero
se refleja en la notoria discrepancia entre la rentabilidad empresarial y la
inversión real. Antes de la década de 1980, estas se movieron en conjunto -ambos
alrededor del 9% del PIB (en EEUU –nota del CAD). Desde entonces, mientras que
los beneficios empresariales han aumentado a alrededor del 12% del PIB, la
inversión real ha disminuido a alrededor del 4% del mismo producto [2].
Obviamente, esto
significa que, a medida que más y más porciones de las ganancias corporativas
son canalizadas fuera del sector real hacia el sector financiero (mayormente a
través de la recompra de deuda bursátil, las dudosas fusiones y las absorciones
depredadoras), la inversión real se ha reducido en consecuencia.
Estrechamente
relacionado con la marca distintiva de la etapa del capital financiero es el
hecho que el mecanismo de drenaje del sector real por el financiero está
facilitado por la política monetaria, que es creada por los apadrinados de la
aristocracia financiera a la cabeza de los bancos centrales y los departamentos
de hacienda. Cada señal de una caída del mercado se reunió con generosas
inyecciones de dinero barato a la banca y otras instituciones financieras, con
la idea ostensible de estimular la producción y el empleo mediante la
ampliación de créditos de bajo costo para las empresas del sector empresarial/productivo.
En realidad, sin embargo, los fondos casi libres de intereses así otorgados al
sector financiero apenas gotearon al sector real. En su lugar, se invirtió en
la inflación de los precios de los activos, o en la creación de auges y caídas
del mercado. Cada derrumbe es "remediado", una vez más, mediante inyecciones
de abundantes cantidades de dinero público y, por lo tanto, con la creación de
una burbuja más grande que, a su vez, implica un aumento de los costos sociales
para el rescate de la próxima caída -y así sucesivamente.
Así, cuando la
llamada burbuja de la deuda del Tercer Mundo reventó en la década de los
ochentas, el gran capital abandonó a las agobiadas naciones deudoras del centro
y el sur de Latinoamérica y se trasladó a nuevos mercados en Rusia, Turquía,
Indonesia, Tailandia, Corea del Sur y otros en el sudeste asiático en busca de empresas
especuladoras frescas. Después de insuflar una serie de burbujas financieras en
estos nuevos mercados, las cuales fueron seguidas por caídas y crisis
económicas en la segunda mitad de la década de los “90s, los especuladores
financieros internacionales, una vez más, empacaron y apresuradamente dejaron la
escena de sus crímenes, por así decirlo, en la búsqueda de nuevos campos de especulación.
El sector tecnológico fue considerado un candidato favorable para este
propósito. Tras la implosión de la burbuja tecnológica –o de las punto.com-, a
comienzos de los 2000s, el capital financiero especulativo se trasladó todavía a
otro mercado: el inmobiliario/hipotecario, cuya fantásticamente enorme burbuja
estalló en 2008, con consecuencias desastrosas para el 99% (de la población
–nota del CAD).
Por lo tanto, no
es exagerado sostener que, en la etapa del capital financiero, los bancos centrales
han evolucionado al rol de instituciones destinadas a subvencionar a los
poderosos intereses financieros con dinero público. El juego del ganar-ganar es,
por supuesto, una expresión equivalente a un oxímoron. No obstante, es
exactamente eso lo que los bancos de Wall Street y otras instituciones
financieras están disfrutando en la actualidad: ganan tanto como las burbujas
financieras que ellos crean y que continúan ampliando, pero además ganan cuando
las burbujas estallan, ya que luego son compensados por sus pérdidas con dineros
de rescate y con todo tipo de obscuros planes de salvamento.
¿Y quién, en
última instancia, debe pagar por el chantaje de dineros así otorgados a los
bancos demasiado-grandes-para-quebrar y a otras entidades financieras?
La respuesta es,
por supuesto, la gente, a través de amplias medidas de austeridad y de recortes.
Bajo el capitalismo liberal de la etapa industrial competitiva, un ciclo largo de
contracción económica solía aniquilar no sólo puestos de trabajo y la
producción, sino también la carga de la deuda que fuera acumulada durante el
ciclo expansivo que precedía al ciclo de contracción. Aunque tales
destrucciones masivas de la deuda fueran a menudo dolorosas, especialmente para
los especuladores financieros gigantes, ellas también ocasionaban mucho mayores
efectos saludables al liberar a la sociedad/economía de deudas insostenibles y,
así, brindar un nuevo comienzo, o una pizarra limpia.
Por el contrario,
en la etapa del capital financiero la sobrecarga de la deuda es artificialmente
apuntalada mediante su monetización, o socialización. En efecto, debido a la
influencia de poderosos intereses financieros, la carga de la deuda nacional se
ve a menudo agravada por los gobiernos y sus generosos planes de rescate de la
bancarrota de los gigantes financieros y la transferencia o conversión de la deuda
privada en pública.
De ello se deduce
que, en la etapa del capital financiero, la política monetaria se ha convertido
en un instrumento de redistribución de la renta y/o riqueza de abajo hacia
arriba. Esto es, por cierto, diametralmente opuesto a las políticas convencionales
(monetaria y fiscal) de la era del New Deal Socialdemócrata, en donde tales políticas
fueran diseñadas para moderar la desigualdad de los ingresos y en la distribución
de la riqueza en favor de los de abajo. No es de extrañar, entonces, que en los
principales países del centro capitalista la desigualdad se convirtiera en algo
menos desequilibrada desde finales de la década de 1940 y hasta finales de los “70s,
pero se ha tornado cada vez más desigual desde finales de la década de 1970 y
principios de los “80s.
De ello también
se desprende que, en general, el capitalismo financiero es más conducente a la
desigualdad que los estadios anteriores del capitalismo o, inclusive, que las
formaciones socioeconómicas pre-capitalistas. Bajo los modos pre-capitalistas
de producción, así como en las etapas anteriores del capitalismo; es decir, bajo
el capitalismo manufacturero o industrial, la creación de ganancia requería de
la producción materia prima/industrial y, por tanto, del empleo de la fuerza de
trabajo. Esto significaba que aunque esta última fuerza seguía siendo explotada
y a pesar de la pobreza y de un nivel de salarios de subsistencia, no obstante ella
se beneficiaba de la producción.
En la era del
capital financiero, sin embargo, la creación de ganancia está en gran medida
divorciada de la producción real y del empleo, ya que proviene principalmente
de la inversión especulativa o mediante la exacción parasitaria del resto de la
economía. Como tal, no emplea más que a un porcentaje muy pequeño de la fuerza
laboral, lo cual significa que el sector financiero genera ingresos o ganancias
sin compartirlas con la abrumadora mayoría de la fuerza de trabajo y/o la sociedad.
Así, no resulta sorprendente
que otra característica indeleble de la etapa del capital financiero sea el estancamiento
crónico y las continuamente altas tasas de desempleo. Como el sector financiero
se apropia sistemáticamente del grueso del excedente económico de la sociedad, ello
redunda en el socavamiento de la capacidad productiva de esa sociedad. En el
corazón del estancamiento persistente, como se mencionó anteriormente, se
encuentra una aguda disminución de la inversión productiva. Mediante la absorción
constante del superávit económico de una sociedad y participando en
manipulaciones financieras para aumentar su propia riqueza personal a expensas
de la pública, las élites financieras privan a la sociedad de la ampliación de
su capacidad productiva, de la creación de empleo y de ingresos para sus
ciudadanos. El resultado es el enlentecimiento económico prolongado, tasas
crónicamente altas de desempleo, la constante declinación de los niveles de
vida y una creciente pobreza y desigualdad.
*Ismael Hossein-zadeh es profesor Emérito de
Economía (Universidad Drake). Es
el autor de Beyond
Mainstream Explanations of the Financial Crisis (Routledge
2014), The
Political Economy of U.S. Militarism (Palgrave–Macmillan 2007),
y de Soviet
Non-capitalist Development: The Case of Nasser’s Egypt (Praeger
Publishers 1989). Además, contribuyó en Hopeless:
Barack Obama and the Politics of Illusion.
Referencias:
Equipo Internacional –CAD CHILE
Octubre 24 de 2015
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