“La anulación de los Consejos de Guerra en la
Fach, por Enrique Villanueva, Ex Suboficial de la Fuerza Aérea - Exonerado en
1973”
En Diario
y Radio U. de Chile –public. 9/10/16
Sentimientos
encontrados es lo que sentimos algunos de nosotros, con el reciente fallo de la
Corte Suprema, de anular las sentencias dictadas en los Consejos de Guerra,
convocados por la Fuerza Aérea de Chile, con fecha 30 de julio de 1974 y 27 de
enero de 1975, en contra de 84 Oficiales y Suboficiales, acusados de traición a
la patria, por haberse negado a apoyar y participar en el golpe de Estado de
1973.
Nos
alegra y satisface esta sentencia histórica, porque deja claramente
establecido, que el haberse opuesto al golpe cívico-militar no fue un delito, y
el haber decidido, en esos momentos, ser leales al gobierno constitucional,
elegido democráticamente por el pueblo, no fue un delito.
Pero
no es posible dejar de pensar, en lo más íntimo de mi reflexión, que "nada
se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía", una reflexión
discutible, es cierto, pero que cobra vigencia, comparado con el recuerdo de
todos los daños que eso significó para nuestras vidas. Por decisión de esos
consejos de guerra fuimos expulsados de la institución, fuimos encarcelados y
sufrimos todo tipo de torturas y vejaciones, a manos de quienes hasta esa fecha
eran nuestros compañeros de armas o nuestros superiores.
Es
injusto porque hubiéramos querido que este fallo, originado en un mandato de la
Justicia Internacional, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que
reivindica el honor de quienes fuimos condenados, como la mayoría de los
chilenos y chilenas que sufrieron los rigores del terrorismo de estado, bajo el
rótulo de "traición a la patria", lo hubieran conocido quienes ya no
están con nosotros, entre otros, el general Alberto Bachelet, el general Sergio
Poblete, el coronel Carlos Ominami, el coronel de ejército Efraín Jaña, los
suboficiales Iván Figueroa, Enrique Reyes, Mario Arenas, Belarmino Constanzo.
En
todo caso es un fallo histórico, porque el mandato de la Corte Interamericana
ordenó reparar moral y materialmente solo a doce de los 84 afectados, que son
los que presentan la demanda internacional, y es la Corte Suprema quien lo hace
extensivo, no en la reparación material, pero si exculpando a todos aquellos
que fuimos víctimas de la aberración jurídica que fueron los Consejos de
Guerra. Un fallo que abre la puerta a que todos los chilenos y chilenas,
quienes fueron juzgados de manera arbitraria, sin permitir una defensa mínima y
el debido proceso, sean también beneficiados en el futuro.
Apagadas
las luces y calmada la emoción compartida del momento, aspiramos ahora a que
este importante fallo de la Corte Suprema, que reconoce que los Consejos de
Guerra y la tortura fueron mecanismos usados por las Fuerzas Armadas. Para
justificar la violencia indiscriminada, las persecuciones, el asesinato y la
desaparición forzada de personas, no quede como un impulso más de buenas
intenciones, sino que facilite, por primera vez en 27 años de gobiernos post
dictadura, que se termine por saldar la deuda con la verdad y la justicia
plena.
Aspiramos
entonces, a que se revise la doctrina militar, que amparo esos Consejos de
Guerra, la intolerancia y la tortura, identificando al enemigo interno, en el
ciudadano y ciudadana común, como amenazas para la nación por pensar distinto.
Al no hacerlo se validan todos aquellos argumentos que los mandos superiores y
subalternos de la época, emplearon para movilizar al conjunto de las Fuerzas
Armadas para derrocar al gobierno de Salvador Allende, justificar el cobarde
bombardeo a la moneda, la persecución política, el asesinato y la desaparición
de personas.
Me
pregunto, ¿Cuánto de esa doctrina del Ejército ha cambiado desde 1973 a nuestros
días? ¿Cuánto han cambiado las normas, valores y costumbres que determinan el
quehacer del ejército en su dimensión individual, como de los integrantes de la
Institución, como asimismo en su naturaleza como entidad fundamental de la
República?
Cuanto
han cambiado el conjunto de principios, de esa doctrina militar, que Pinochet,
Leigh, Merino y Mendoza, luego Mathei y demás sucesores, utilizaron para
trasformar al ejército de Chile en el principal actor de la persecución y
represión política en Chile. Una doctrina militar antidemocrática, que educó en
el pasado y educa en el presente a los oficiales y suboficiales en el desprecio
de la política, en el menosprecio por el movimiento obrero, por la organización
social progresista, a los que califica como antipatriotas y enemigos del
ejército.
Las
reformas post dictadura no han llegado a las Fuerzas Armadas, estas continúan
llevando el anticomunismo en su ADN, por años fueron ideologizadas por el
ejército norteamericano para formar parte de la cruzada anticomunista, discurso
a través del cual se transformaron en un mero instrumento político para frenar
cualquier intento de cambio social revolucionario en el continente en el siglo
XX. Un ejército que antes, en el siglo XIX, recibió la influencia alemana, prusiana,
"que concebía al mundo amenazado por el socialismo y el anarquismo",
una definición que luego del triunfo de la revolución bolchevique en 1917, tomo
el carácter de anticomunismo declarado".
La
Corte Interamericana de Derechos Humanos, la Corte Suprema y también la Cámara
de Diputados, la que recientemente declaro a Pinochet el "gobernante más
violento y criminal" de la historia de Chile. Han generado dictámenes que
abren una puerta para revisar, con altura de miras, la doctrina de las FFAA,
separando a todos aquellos que, utilizando el uniforme militar y a la
institución, cometieron tropelías en contra de nuestro pueblo.
Los
criminales confesos y condenados hoy recluidos en Punta Peuco, cárcel especial
solo para ellos y los que están involucrados en cientos de juicios pendientes
por cometer crímenes de lesa humanidad, no pueden seguir gozando de la
protección que se les da, al continuar siendo considerados miembros de las FFAA
y para muchos un ejemplo a seguir.
Me
pregunto qué efecto real tiene, en el interior de las Fuerzas Armadas, en este
caso de la Fuerza Aérea, la reivindicación que se nos hace, al levantarnos el
rótulo de traidores a la patria. Si quienes diseñaron o llevaron a la práctica
la doctrina militar antidemocrática y terrorista, y que nos impusieron esa
condena, continúan siendo parte pasiva o activa de las filas aéreas,
justificando desde las sombras su proceder aberrante, como es el caso de los
pilotos que bombardearon La Moneda,
Las
FFAA fueron artífices de una dictadura cívico-militar terrorista, comandada por
mandos corruptos y ambiciosos, algunos de los cuales están en Punta Peuco. Por
eso es tiempo ya de revisar la doctrina militar que las llevó a esa situación y
hacerse cargo de la profunda fractura que provocaron en la democracia y a la
convivencia nacional, de los muertos, torturados y miles de los detenidos
desaparecidos de cuyo destino no se sabe hasta hoy.
Sin
hacer este ejercicio necesario por la salud de Chile, no podremos reivindicar
la rectitud del general René Schneider, asesinado por la derecha, el compromiso
con la causa de la patria del general Alberto Bachelet y del general Carlos
Prats, del almirante Raúl Montero y del general director de Carabineros, José
María Sepúlveda, presente esa mañana del 11 de septiembre en La Moneda junto al
presidente Allende. Tampoco honraremos en conjunto a todos los militares,
marinos, aviadores, carabineros, detectives y gendarmes que decidieron
mantenerse firmes en sus principios y valores, de manera desinteresada,
patriota e incorruptible.
Hoy
día, tenemos la obligación moral, en honor y por el respeto a la memoria de
tantos compatriotas, la mayoría héroes y heroínas anónimos y anónimas, de
replantear la doctrina militar, sustentándola en valores éticos, morales y
espirituales propios de nuestra sociedad, que es lo que le otorga no sólo
legitimidad, sino que, además, asegura una unión de principios con la comunidad
a la que pertenecemos.
Solo
condenando de manera efectiva todo lo sucedido, se podrá prevenir lo que hoy en
el siglo XXI está sucediendo en otros países, donde vuelven a cometerse
genocidios y el aniquilamiento de personas a nombre de la libertad y la
democracia, transformándose, las FFAA, en una tecnología de poder utilizada
para disciplinar poblaciones y para transformar las relaciones sociales.
Ningún
gobernante tiene el derecho a imponer el olvido, como se ha hecho en nuestro
país, lo que hasta ahora ha favorecido la impunidad y ha ocultado la verdad.
Existe consenso en la comunidad internacional, que los crímenes de lesa
humanidad no prescriben. Es decir, que los reclamos de justicia sobre los
crímenes cometidos por la dictadura cívico-militar, pueden ser revisados sin
importar el paso del tiempo y castigar a los culpables, terminando además con
la supremacía de la justicia militar que les protege.
En
nuestro país hay muchos casos pendientes por investigar, otros sin castigo y
otros ocultos tras la cortina de la impunidad, nuestro caso es solo uno entre
miles, pero tiene que servir para ejercer la memoria como una forma de defensa
frente a la conveniencia de una justicia parcial y de los intentos de poner
punto final a la historia.
Como
nosotros en las FFAA, hay cientos de marineros que fueron detenidos ante del
golpe de Estado, militares y civíles condenados en el ejército, y compañeros
nuestros que fueron torturados y expulsados de la Fuerza Aérea, sin juicios ni
Consejos de Guerra. Quienes no han sido considerados en este dictamen judicial,
personas que desde esa época fueron discriminados laboralmente y socialmente,
sin ningún amparo político ni jurídico.
Queda
entonces, el desafío de completar el trabajo iniciado con la anulación de los
Consejos de Guerra de la Fuerza Aérea, reparando de manera integral a todas las
víctimas, no solo a grupos de ellas, incluidos los expresos políticos,
terminando así, con las formas del ejercicio de la justicia que se ha aplicado
hasta ahora, dejando de lado los intereses de cualquier índole, que insultan y
desatienden el deber natural de defender los derechos humanos básicos y universales
de nuestros compatriotas.
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