“Empleo por Cuenta Propia y el Mito del
Emprendimiento”
Por Carla Brega –Fundación SOL
En Diario
y Radio U. de Chile –public. 26/10/16
Entrada de una estación de metro en Santiago Centro, seis de la
tarde. Una joven vende chocolates para cubrir los gastos de su hijo y aportar
económicamente en su casa. Sentada en una orilla, conversa con un jubilado que
vende vasos de fruta picada –preparados en casa por su esposa- para
complementar los insuficientes ingresos que recibe como pensionado. Más allá se
venden ropa usada y llaveros. Es que se acerca fin de año, y el empleo por
cuenta propia es el rey de la temporada estival, especialmente en la rama del
comercio
Es cierto que el
empleo independiente es heterogéneo y engloba distintas condiciones de trabajo
y vida, no obstante, existe una diferencia fundamental entre empleadores
y trabajadores por cuenta propia. La actividad independiente de
los primeros se orienta a la recuperación del capital invertido en su negocio y
la maximización de sus ganancias –empleando mano de obra-; mientras, por otro
lado, las actividades de los trabajadores por cuenta propia se dirigen
principalmente al sustento del hogar o bien al consumo familiar. Como describe
la nueva Encuesta Nacional de Empleo NENE, los trabajadores por cuenta propia
son aquellas personas que se auto-emplean o ejercen independientemente una
profesión u oficio, pero que no cuentan con ningún empleado a su servicio. En
palabras simples, podemos designar cuentapropistas a aquellos trabajadores y
trabajadoras que auto-explotan su fuerza de trabajo.
En
el trimestre diciembre-febrero 2015, temporada alta de trabajo cuentapropista,
la NENE contabilizó más de 1,6 millones de trabajadores por cuenta propia. En
el último trimestre disponible (julio-agosto 2016), el número ya sobrepasa los
1,7 millones, por lo que se podría esperar un número aún mayor en los meses de
verano.
Para hacerse una idea de su magnitud, de los más de 1,1 millones
de empleos creados en los últimos seis años y fracción, el 35,2% (la mayoría)
corresponde a trabajo por cuenta propia (372.223 nuevos empleos).
El
cuentapropismo ha tenido una importante incidencia en la contención del aumento
coyuntural del desempleo, y esto es parte de lo que algunos se han empeñado en
llamar “resiliencia” del mercado del laboral en un período de desaceleración
económica. Sin embargo, el trabajo por cuenta propia aparece más bien como una
característica propia del mercado del trabajo chileno y, lejos de tratarse de
virtuosos emprendimientos personales, se acerca más a decisiones motivadas por
una circunstancia adversa en donde se necesita asegurar un ingreso mínimo para
la reproducción (subsistencia) propia y la de la familia en caso de tenerla (es
decir, un ingreso destinado a consumo y no a la maximización). Por estas
características, los cuentapropistas terminan por asimilarse a los trabajadores
asalariados, más que al perfil de emprendedores que se les pretende atribuir.
En ese sentido, si hay alguien “resiliente” son las personas y colectividades
que en tanto agentes se resisten a la tendencia estructural negativa de una
desaceleración económica y un mercado del trabajo que, de forma intrínseca,
amplifica la desigualdad de la distribución de ingresos y promueve y agudiza la
explotación y auto-explotación de los trabajadores y trabajadoras.
Entre
los cuentapropistas encontramos desde profesionales y agricultores
independientes hasta vendedores callejeros y trabajadores en domicilio (sobre
todo en rubros como textil o alimentación). De acuerdo a los datos
recientemente liberados de la encuesta CASEN 2015, el empleo por cuenta propia
corresponde a un 19,2% de la estructura ocupacional del país, y de los más de
1,45 millones de cuentapropistas consignados, el 41,7% son mujeres. A su vez,
casi el 50% de los trabajadores por cuenta propia tiene entre 45 y 65 años,
mientras que el 10% tiene más de 65 años, es decir, sobre la edad legal de
jubilación. En promedio, las horas habituales de trabajo son 38,4 semanales,
pero también es un área que se ve afectada por el subempleo: querer trabajar
más horas y no poder hacerlo. A lo anterior se suma la informalidad del
trabajo, que deja a la gran mayoría de los casos sin protección social alguna,
como cotizaciones previsionales o de salud.
Una
de las características fundamentales que establece diferencias entre los
trabajadores por cuenta propia es el nivel educacional; CASEN indica que el
84,5% de ellos no es calificado, lo cual incide significativamente en su nivel
de ingresos mensual: mientras el 50% de los cuentapropistas calificados gana
menos de $450.000 mensuales, el 50% de los no calificados gana menos de
$200.000 al mes. Las brechas de género también se hacen presentes: el 50% de
las trabajadoras por cuenta propia sin calificación percibe un ingreso inferior
a los $150.000 mensuales. En todos los casos, los ingresos son inferiores a los
de los asalariados.
La
diferencia de calificación resulta también relevante en tanto desde una
perspectiva meritocrática –que atribuye la capacidad de movilidad social a
características individuales como el esfuerzo, el interés y el nivel de
educación- se identifica a todos a los trabajadores por cuenta propia como
emprendedores (tanto por las instituciones como por la sociedad en su
conjunto). Así, se entiende la condición de cuentapropista como una decisión
racional basada en una natural disposición al riesgo y un rechazo a trabajar en
una relación de dependencia. La crítica a este punto de vista suele reducirse a
que los cuantapropistas calificados (como aquellos profesionales
independientes) gozan de autonomía, mientras que los no calificados sólo
concentran incertidumbre. Sin embargo, algunas investigaciones destacan
que, como podría esperarse, los cuenta-propia calificados también se consideran
expuestos a la incertidumbre y los no calificados también perciben cierta
autonomía en su trabajo. De esta manera, lo relevante es qué significa esa
autonomía.
Para
los cuenta propia calificados, la autonomía se asocia en general a una efectiva
decisión sobre el desarrollo independiente de actividades calificadas y sus
condiciones, mientras que, para los no calificados, ésta reside más bien en la
cantidad de horas y el horario de trabajo. En el caso de las cuentapropia no
calificadas, tal autonomía se relaciona además con que las obligaciones
domésticas y de crianza (que aún recaen mayoritariamente en las mujeres) no se
topen con las exigencias de un trabajo formal. A este respecto es notable que
–según la NENE julio-agosto 2016-, el 20% de los trabajadores por cuenta propia
realiza su trabajo en la calle o vía pública, y el 18,6% las realiza en su
propio hogar. De esta manera, el cuentapropismo no calificado aparece más bien
como una inserción precaria en el mundo laboral; la opción viable para asegurar
un ingreso de subsistencia ante la imposibilidad de acceder al mercado formal
de trabajo.
Pese
a todo, más allá de la mayor o menor autonomía de la que gozan los trabajadores
o del análisis de las posibilidades que brindaría un mercado laboral que además
presenta condiciones formales precarizantes (bajos salarios, flexibilidad
laboral, facilidad de despido, desincentivo a la organización sindical,
pensiones insuficientes al momento de jubilar, etc.), los desafíos más
importantes que presenta el trabajo por cuenta propia son de carácter
ideológico y político. Y es que la percepción meritocrática, que concibe a cada
uno como responsable de su éxito o fracaso, desconociendo las determinantes
estructurales de la sociedad, no tiene otra motivación más que distanciar a
estos trabajadores cuentapropistas de su identificación de clase con otros
trabajadores (los asalariados), individualizándolos y promoviendo su
identificación con la figura del emprendedor-empresario. Esto no sólo tiene
como consecuencia un no reconocimiento de sí mismo como trabajador, sino
que resulta en una sensación de desamparo, marginación y desconocimiento de los
derechos laborales individuales y colectivos, situación a la que sólo se puede
hacer frente reconociendo a los cuenta propia y su condición de precarizados
como un sector relevante para la organización de los trabajadores en su
conjunto.
Carla
Brega es socióloga – Fundación SOL
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