“Chile y la crisis de la democracia representativa. Elección de alcaldes y concejales: 66 % de abstención”
“(…) la crisis de legitimidad
de la democracia liberal chilena tiene una historia. Los gobiernos civiles
pos-dictadura han fundado sus administraciones en la inexistente participación
de la población en las decisiones relevantes del país. He allí una de sus
causas orgánicas.”
Por Andrés
Figueroa Cornejo
El domingo 23 de
octubre de 2016 se realizaron las elecciones municipales en Chile. De acuerdo
al calendario del sistema político dominante, las personas que fueron a
sufragar escogieron a los alcaldes y concejales de las 345 comunas en las que
está organizado administrativamente el país andino.
Más
allá de la “corrección” del sistema binominal (que permitió una multiplicación
de candidatos, pactos y subpactos); y más allá de los errores de la empresa que
implementó el nuevo software sobre las locaciones para las elecciones
municipales 2016, y más allá de la inscripción automática y el voto voluntario,
en los actuales comicios destacó la tendencia estructural del abstencionismo
respecto de las y los electores habilitados para votar.
Hoy
existen más de 14 millones de personas habilitadas para votar, pero sólo
concurrieron a las urnas alrededor de un 34 % (poco más de 4,5 millones de
personas), lo que corresponde a una abstención histórica.
De
todos modos, en la última elección de alcaldes y concejales de 2012, ya se
presentó una abstención de un 59.1%. Y en las elecciones presidenciales (2014),
la actual Presidenta Michelle Bachelet obtuvo alrededor de poco más del 25 %
del electorado habilitado para sufragar.
Muchos
‘analistas’ atribuyen la abstención a los casos de corrupción de buena parte de
los miembros del sistema político chileno. Sin embargo, la revelación
sistemática del pago de grandes capitalistas a miembros de cargos ‘de servicio
público’ vía sufragio, es posterior a la inauguración de la tendencia
abstencionista.
En
este sentido, la crisis de legitimidad de la democracia liberal chilena tiene
una historia. Los gobiernos civiles pos-dictadura han fundado sus
administraciones en la inexistente participación de la población en las
decisiones relevantes del país. He allí una de sus causas orgánicas. Incluso
los partidos tradicionales chilenos, paulatinamente, se han transformado en
‘bolsas de trabajo’ y abandonado toda vida militante y formación política de
sus adeptos con el fin de garantizar una nueva generación de cuadros políticos.
De ahí también que de hace más de un cuarto de siglo se reiteran en los cargos
las y los mismos ‘personajes’, los mismos apellidos, mientras que el padrón
electoral continúa envejeciendo y reduciéndose desde el plebiscito de 1988.
Llamó
la atención la victoria edilicia del flamante alcalde Jorge Sharp en la comuna
de Valparaíso, miembro de un movimiento autonomista, distinto y a la izquierda
de los bloques bipartidistas tradicionales (Chile Vamos y Nueva Mayoría), y
parecido a Podemos de España. El joven abogado obtuvo casi 38.700 preferencias.
En la comuna de Valparaíso, de todas maneras, hubo una abstención de alrededor
de un 75 %.
Así
y todo, y como es habitual en las elecciones chilenas desde el retorno de las
administraciones civiles, las alcaldías se distribuyeron ‘equitativamente’
entre Chile Vamos (los ‘republicanos’) y la Nueva Mayoría (los ‘demócratas’),
un retrato criollo del sistema político norteamericano. Eso sí, en estas
elecciones, entre ambos bloques, perdieron aproximadamente 1,2 millón de votos
respecto de los comicios comunales de 2012.
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