“Chile. Hacia un Movimiento Amplio por los
Derechos Sociales”
"Cuando
creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las
preguntas" -Mario Benedetti
Andrés
Figueroa Cornejo
1. El articulado sintetizado en “Una línea política provisoria de las y los comunes”, se funda sobre la lectura de las
inestables relaciones de fuerza internacional, continental y chilena. Se trata
de una propuesta de línea política de los intereses históricos y objetivos de
las y los oprimidos, de las y los comunes, para enfrentar el aquí y el ahora.
Es una táctica en desarrollo e inconclusa, necesaria y provisoria, cuyo horizonte
de sentido último es la socialización de la vida, la liberación, la igualdad,
el establecimiento de las relaciones solidarias y la superación del modo de
producción y dominación denominado capitalismo. Y el capital es valor que se
valoriza a expensas de la súper explotación de la fuerza de trabajo humano, la
destrucción de la naturaleza, y la deuda, con el fin de la apropiación privada
del excedente mediante las formas mencionadas. Esto es, a través de la
privatización del valor producido por la venta de la fuerza de trabajo de
mujeres y hombres, del extractivismo que devasta comunidades y biodiversidad, y
del sistema financiero.
2. La proposición tiene una forma específica
de acuerdo a las relaciones de fuerza en Chile, condicionadas por las relaciones
de fuerza en América Latina y a escala mundial. La propuesta es la creación de
un Movimiento Amplio por los Derechos Sociales (MADS). No de un derecho social
particular que es preciso conquistar, sino que del conjunto de derechos
sociales por los cuales las y los dominados deben luchar para realizarse
libremente. Entonces, uno de los objetivos cardinales del MADS, es la
articulación de las fuerzas reales en lucha. No de los aparatos políticos y sus
agendas, por muy disidentes del capitalismo que se proclamen. No tiene que ver
con una mesa política o una coordinación de grupos insubordinados. No es un
agrupamiento ‘hacia adentro’, sino que una corriente política y social que se
vuelve, en su devenir, en un mismo conjunto con las luchas y resistencias diversas
realmente existentes. En consecuencia, su comportamiento principal es ‘hacia
afuera’, como un todo que paulatinamente fraterniza y contiene a la
multiplicidad individual y colectiva dispuesta a batallar por sus derechos.
Sobre sus tareas subsecuentes, es el mismo MADS el que debe democráticamente
presentárselas como desafíos según se transformen en necesidades de su propio
proceso.
Como
se habla de un Movimiento Amplio, no tiene otra alternativa que volver sencillo
lo complejo y acentuar los puntos de convivencia y no de quiebre. Porque el
MADS no es un partido político. Se trata de
la
forma que adopta, en sus distintos momentos, la lucha de las fuerzas sociales y
políticas concretas y reales que buscan hacerse de todo el poder, modificando
de manera orgánica y estructural la totalidad del orden establecido se acuerdo
a sus propios intereses históricos y objetivos. Es un movimiento político y
social amplio.
Por
otra parte, el partido político de la emancipación y la revolución de las y los
oprimidos, que aún no existe en Chile, tiene que ver con el MADS, pero no es el
MADS. La presente propuesta no pretende resolver esa cuestión aquí.
3. El MADS arranca desde el momento actual del
estado de la lucha de clases en Chile. Y clases sociales son grupos de personas
respecto de la posesión privada o no del
gran capital. La inmensa mayoría de las personas comunes sobreviven de la venta
de su fuerza de trabajo y carecen de capital e incluso de capacidad de ahorro.
Por eso, por ejemplo, la lucha de No más AFP y el regreso a un sistema
jubilatorio de reparto solidario, es justo, pero insuficiente si no se liga a
un aumento sustantivo del salario mínimo. De lo contrario, ¿de dónde saldrán
los recursos para una pensión que alcance para vivir? No basta con el incremento
de los llamados ‘pilares solidarios’, tanto del empresariado como del Estado.
¿Por qué? Porque los ‘aportes’ del empresariado y del Estado salen del propio
trabajo de las y los asalariados. La demanda de un aumento del salario mínimo
debe cobrar la fortaleza suficiente para emplazar, al menos, a la inversión
productiva del Estado, convirtiéndose así en una lucha económica y política de
mayor dimensión ligada al pleno empleo de calidad, duradero, facilitador de la
organización de las y los asalariados, y negación de la flexibilidad laboral
reinante. De lo contrario, aunque
aumenten los salarios, la inflación haría trizas su crecimiento real. De ese
modo, un derecho social puntual abre un complejo de derechos sociales
intervinculados sistémicamente.
Ahora
bien, un pequeño productor o comerciante, en efecto, posee cierto capital. Pero
está subordinado a los precios impuestos por el gran capital y sus poderosos
grupos económicos, cuyo movimiento tiende a la formación de oligopolios, a la
concentración y a la destrucción de competencia. Por ejemplo, el gran capital y
su despliegue se observa en la reciente compra de la transnacional
agroalimentaria Monsanto por la transnacional química Bayer. Sus propietarios y
accionistas ya controlan buena parte del mercado mundial y pueden imponer sus
precios, siempre y cuando no tengan que encarar a fuerzas sociales organizadas
cuyos intereses se ven dañados por esos precios. Esa pugna también es lucha de
clases.
4. Este articulado propone, más allá de ser un
debate abierto, que el fascismo es el último recurso que emplean los opresores
para mantener sus privilegios. Y fascismo es el nombre que se le pueda dar, no
ya a la probada dictadura planetaria del capital, sino que a un tipo de régimen
político dictatorial y autoritario basado en el poder explícito, sistemático y
violento del Estado capitalista, apoyado por bandas armadas privadamente,
mediante el monopolio y en acción de su poder militar, dirigido por la doctrina
del enemigo interno y culturalmente antiliberal. Para el Estado capitalista el
enemigo interno es el conjunto de las fuerzas sociales, o voluntades colectivas
y sociales disidentes que se oponen multidimensionalmente a sus intereses
objetivos.
Pero
los textos sólo cobran sentido en los contextos.
América
Latina, África, parte de Asia y los países del sur de Europa corresponden a
regiones dependientes respecto de los polos nucleares del capital internacional
o imperialismos. Esto quiere decir que toda lucha por la independencia de un
pueblo geopolítica y económicamente delimitado, es antiimperialista,
anticapitalista y antifascista al mismo tiempo, porque el imperialismo sólo es
un estadio superior del capitalismo, y el fascismo, su último recurso. Sin
embargo, si se amplía estructuralmente el combate de los pueblos por la
libertad del género humano, entonces las batallas sociales, no sólo tienen
carácter antiimperialistas, anticapitalistas y antifascistas. Son, de igual
forma, combates antipatriarcales, por los derechos de la disidencia sexual, eco-socialistas
y eco-comunistas.
La
contradicción que está en la base del modo de producción y dominación del
capitalismo es capital versus humanidad. O como lo dicen mejor las y los
luchadores populares de la comuna chilena de Putaendo y sus alrededores en su
lucha en contra del extractivismo y por el agua y la tierra, “la contradicción
es entre vida o muerte”. Aquí, las pulsiones elementales de la existencia
humana cobran un sentido radical y diluyen las diferencias artificiales entre
lo político, lo económico, lo social, lo cultural y lo individual. Así como el
conocimiento es un todo que se ha ocultado premeditadamente por la opresión,
debido a la súper especialización necesaria para la más eficiente apropiación
privada del excedente y de la ganancia socialmente producida, el
desenvolvimiento de la lucha de las y los oprimidos vuelve a expresarse también
como un todo.
En
el mismo sentido, el movimiento interno del capital requiere incesantemente de
mercados o grupos de personas con capacidad de compra. Y de distintas maneras,
desigualmente, usando múltiples estrategias y tecnologías, el capitalismo ya
copa todo el mundo, aunque sea diferenciadamente. Los imperialismos
capitalistas en algunos territorios usan la guerra militar abierta y en otros,
el sometimiento pasivo o ‘por consentimiento’. En medio de ambos casos, existe
una escala de grises que hacen la mayoría. De cualquier modo, en cada uno de
ellos está involucrada la fuerza. En la forma de drones sin pilotos asesinando
población civil siria, o mediante la batería alienante más sofisticada. El
márquetin también es la continuación de la política por otros medios. Y la
política no sólo es la economía concentrada. Es fuerza y relaciones de fuerza.
El
sistema-mundo es una totalidad inestable y desde la hegemonía histórica del
modo de producción capitalista, se organiza de acuerdo a la división
internacional del trabajo. Ciertamente los imperialismos y capitalismos
centrales se deslocalizan. Por eso por la misma cantidad de horas trabajadas,
un asalariado de Alemania obtiene un precio por su labor mucho mayor que un
asalariado guatemalteco, aunque sean empleados por la misma corporación
transnacional. ¿Qué quiere decir esto? Que aunque se deslocalicen, los Estados
imperialistas concentran en sus complejos de poder los flujos de valor
producidos por las regiones dependientes. La contradicción capital versus
trabajo funciona geopolíticamente. Y en cada país se reproduce a escala entre
la contradicción ciudad versus campo. O sea, en esa relación asimétrica donde la
miseria es todavía más dramática en las zonas rurales que en las metrópolis. De
hecho, cuando las y los dominados venzan a la minoría dominante y se impongan
la liquidación del modo de producción capitalista, no sólo tendrán que destruir
paulatinamente la propiedad privada de los medios de producción y realizar su
correlativa socialización. Asimismo, deberán destronar la concentración
metropolitana y tornar trabajosamente homogéneas las relaciones entre la ciudad
y el campo.
Ahora
bien, retornando al fascismo, es constatable la crisis global de las
democracias liberales representativas. Y los denominados Estados de Bienestar o
‘de compromiso’ se han ido haciendo añicos uno tras otro desde los 90 del siglo
XX. Para ilustrar, allí están las denominadas ultraderechas en las últimas
elecciones parciales en la Alemania de Merkel, el fenómeno norteamericano de
Trump, la xenofobia feroz en Francia, el Brexit inglés, los nazis del siglo XXI
en Austria, los gobiernos del sur de Europa; los llamados ‘golpes institucionales’
en Brasil, Honduras, Paraguay; el reciente triunfo del No a la paz en Colombia,
la Argentina de Macri; el poderío que ostentan las versiones más
fundamentalistas del Islam y del cristianismo, etc. Esto es, que no solamente
se verifica una modificación de las relaciones de fuerza entre los intereses de
los opresores y de las y los oprimidos. También se verifica el fracaso de las
administraciones políticas redistribucionistas o más o menos ‘progresistas’.
Y
como en la guerra, todo terreno que se cede es ocupado por el enemigo, de igual
modo, al resultar insuficientes las fuerzas de las resistencias organizadas en
contra de la opresión capitalista, entonces ella avanza. Aquí vale la pregunta,
¿el fascismo, como el de Alemania e Italia de antes y de durante la Segunda
Guerra Mundial, requiere en la actualidad de partidos de masas propios, por un
lado, y de los de entonces fuertes partidos políticos de izquierda, por otro,
para su emergencia? ¿Desaparece el fascismo o se usa según lo demande la
opresión? ¿Una crisis y depresión mundial, como la que estalló y continúa su
curso desde el 2007, también necesita de formas fascistoides de gobernanza para
recuperarse? ¿Para los pueblos de Medio Oriente, como Irak, Libia, Siria, las
guerras interimperialistas e intercapitalistas que se libran en su seno, son
fascismo?
Ubicando
la mira en América Latina, y en Chile en particular (esto es, en regiones de
desarrollos históricos periféricos a veces parecidos y otros, no), puede
afirmarse que ha existido un “fascismo dependiente”, distinto que el alemán o
el italiano o el japonés. Las dictaduras cívico militares que asolaron al
Continente entre los 60 y fines de los 80 del siglo pasado responden al
fascismo como ‘regímenes políticos dictatoriales y autoritarios basados en el
poder explícito, sistemático y violento del Estado capitalista, apoyados por
bandas armadas, mediante el monopolio y en acción de su poder militar, dirigido
por la doctrina del enemigo interno y culturalmente antiliberal’.
En
Chile, el fin pactado de la dictadura cívico militar entre grandes capitalistas
mediados por el imperialismo norteamericano, abrió un período de
administraciones civiles, actualmente en crisis de representación y
legitimidad. Ni la dictadura cívico-militar, ni los gobiernos civiles
restauraron las condiciones del capitalismo anterior al golpe de Estado de
1973. Y el gobierno de la Unidad Popular fue la administración del Estado con
mayores libertades democráticas y civiles en la historia de Chile.
De
algún modo, el golpe de Estado fue una revolución y refundación de la minoría
dominante, acorde con una de las crisis profundas del capitalismo acaecida ese
mismo año (la crisis de los petrodólares), y que inmediatamente devino en la
generación de las condiciones para la crisis de la deuda de inicio de los 80.
Se destruyeron grupos económicos que no lograron adecuarse a la nueva
situación, y surgieron otros. Asimismo, la violencia popular organizada y con
fines políticos, alcanzó niveles inéditos en la historia del país. La resistencia
antifascista de las militancias políticas de las y los oprimidos colaboró
notablemente con la masificación de la insubordinación popular gatillada por la
crisis de la deuda.
Desde
mediados de los 70 y como resultado de las crisis sucesivas del capital, se
mundializó la deuda financiera como manera de contrarrestar la caída de su
propia tasa de ganancia. Asimismo, Estados Unidos, de acreedor, comenzó a
convertirse en uno de los más grandes deudores del mundo, entre otras causas,
por los gastos comportados por la guerra de Vietnam.
En
Chile, como un laboratorio que reunía todas las condiciones para ello, se
aplicó un programa liberal ortodoxo que, con el tiempo, se volvería el
capitalismo hegemónico a nivel planetario. Las administraciones civiles que se inauguraron
en los 90, justo con la implosión de la Unión Soviética, no hicieron más que
profundizar el programa liberal ortodoxo, esta vez, bajo un régimen político
formalmente legal y sustentado por la alta oficialidad de las Fuerzas Armadas y
las policías. O por ‘la familia militar’ o ‘el Partido Militar’.
Los
rostros de la opresión son nítidos en Chile: El imperialismo norteamericano, el
chino después y luego el europeo (que son financieros, comerciales y
extractivistas); la alta oficialidad de las FFAA y las policías; la jerarquía
de las iglesias cristianas; el régimen político bipartidista y de matices
confusos que administra alternadamente el Estado; los medios masivos de
comunicación. Estas fuerzas operan como un todo de acerada unidad política y de
intereses. Las fricciones intercapitalistas fueron saldadas tempranamente en la
historia del país. El problema de la unidad está abajo. En el campo de las y
los dominados.
¿Pero
qué pasó con el fascismo? Ya se señaló que el régimen político, sus partidos
políticos tradicionales, incluidas las llamadas izquierdas tradicionales, están
en crisis. Participar o no de las elecciones en cualquiera de sus niveles,
comporta sólo un incidente, no un aspecto orgánico o estructural a la hora del
desafío de las y los oprimidos de transformar la sociedad tras sus intereses
históricos. El Estado capitalista chileno no sólo es antipopular por conducta y
definición. También se convierte en Estado policial cuando emerge algún
movimiento de envergadura por abajo, como el estudiantil, como el del Pueblo
Mapuche, como el de las y los trabajadores subcontratados, como las luchas del
ambientalismo consecuente, como las movilizaciones regionalistas. El Estado
capitalista chileno es precautorio, reprime por sospecha y anticipación. La
doctrina del enemigo interno se mantiene intacta. ¿Es esto fascismo
dependiente? ¿Qué es la militarización de los territorios Mapuche? Camino a la
segunda década del siglo XXI, lo que existe es una suerte de fascismo selectivo
y focalizado. El Estado capitalista de Chile dosifica su violencia y vocación
represiva. Se ha perfeccionado con el tiempo, ha aprendido. Ahora adquiere
formas fascistas de ‘baja intensidad’. Se comporta en ‘modo fascista’ sólo por
momentos. Para cautelar la ‘imagen país’ y la inversión del gran capital,
acciona la violencia militar únicamente de manera puntual.
5. La propuesta de la creación de un
Movimiento Amplio por los Derechos Sociales (MADS) entiende que la verdad es
desesperada, pero más comprende que la realidad de las actuales relaciones de
fuerza en Chile y de la situación concreta de la lucha de clases, condiciona
los deseos y la propia voluntad de las franjas de las y los oprimidos más
atentos y ya organizados o aún no organizados. El movimiento real, o las fuerzas
sociales todavía descoyuntadas que en su desenvolvimiento enfrentan a los
intereses del gran capital, corresponde a un momento necesario y anterior a la
construcción del instrumento político de la emancipación chilena. Eso no quiere
decir que, si bien el instrumento de la liberación todavía no existe, sí
existan sus tareas.
De
manera lógica, dinámica y contradictoria, el movimiento real de los intereses
de las y los oprimidos antecede a las formaciones amplias (como el MADS). Y las
formaciones amplias de las y los comunes que luchan conscientemente por sus
derechos, anteceden al instrumento político revolucionario. Semejante
encadenamiento se presenta de manera combinada. Sólo para la explicación y el
análisis se secuencia lógicamente en sus distintos momentos. Si el instrumento
de la liberación chilena, que a la vez es continental e internacional o no
será, significa la condensación de la orientación política y orgánica
subordinada al movimiento real, entonces precisa de la articulación de las
luchas concretas de los pueblos. Si el enemigo de los intereses de los pueblos
emplea como estrategia “quitarle el agua al pez”, en consecuencia, las tareas
de las y los oprimidos organizados es transformarse en un océano lo más extenso
posible y cuya única frontera es su independencia respecto del Estado
capitalista y de las representaciones políticas de los intereses de la
opresión. Al respecto, la estatura de los opresores determina la estatura
necesaria de las y los dominados. De allí se desprende su talla épica, ética,
estética y política.
6. ¿Cómo construir el MADS? Lejos del presentismo
y de sustituir a las facciones de pueblos en lucha tras sus demandas que
interpelan al Estado capitalista. Lejos del aparatismo y del sectarismo. Desde
su inicio el MADS debe contener las pistas de la superación de lo viejo. No por
capricho o zalamería dedicada a las nuevas generaciones. Primero se rescatan
los aciertos y lecciones del movimiento popular chileno y sus formaciones
políticas históricas. Lo nuevo a construir, se quiera o no, tiene de
continuidad y ruptura. Es un proceso que en su caminata destruye lo inútil e
inoficioso y, al mismo tiempo, produce las nuevas formas de acuerdo a las
relaciones de fuerza y al estadio de la lucha de clases. Nunca atrás y nunca
más adelante que los sectores más avanzados del movimiento real. Desde un principio
el MADS tiene que colaborar y ser parte de las luchas concretas. Sus tareas
iniciales están asociadas a la participación generosa y protagónica en esas
luchas con el fin de articularlas. Aquí debe funcionar la propaganda de manera
ampliada, privilegiando el cara a cara, ofreciendo sentido y poniendo el
cuerpo. Al contrario que la opresión, el MADS debe obtener su autoridad y
atracción por su corrección y consecuencia política y ética, o poliética. Nadie
se incorpora a lo que vacila o no sabe hacia dónde va.
La
articulación va de la mano con la vocación de poder y de conducción. Por lo
tanto, el MADS es un proceso que persigue disputar la orientación del
movimiento real y de las luchas parciales e inestables.
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