Por Perry Anderson*,
en Resumen
Latinoamericano
Publicado julio 24, 2015
La crisis griega ha
provocado una mezcla previsible de indignación y autosatisfacción en Europa,
donde los ánimos oscilan entre el lamento por la dureza del acuerdo impuesto a
Atenas y el aplauso por la permanencia in
extremis de Grecia en el seno de la familia europea, o bien ambas cosas a
la vez. La primera reacción es tan fútil como la segunda. Un análisis realista
no deja espacio para ninguna de las dos. Que Alemania sea una vez más la
potencia hegemónica del continente ya no es noticia en 2015: es un hecho
evidente desde hace por lo menos veinte años. Que Francia se comporte como su
sirviente, en una relación bastante parecida a la del Reino Unido con respecto
a EE UU, tampoco constituye una novedad política: después de De Gaulle, la clase
política francesa recuperó sus reflejos de la década de 1940. Se adapta a la
potencia dominante de la época, a la que incluso admira: ayer Washington, hoy
Berlín.
Menos
sorprendente aún es la cuestión actual de la unión monetaria. Las ventajas
económicas de la integración europea, que se dan por supuestas entre los
bienpensantes de todo pelaje, han sido en realidad, desde el principio, muy
modestas. En 2008, los cálculos de Barry Eichengreen y Andrea Boltho,
dos economistas favorables a la integración, concluían que la misma había
incrementado el PIB del mercado común un 3 o 4 % entre finales de la década de
1950 y mediados de los años setenta, que el impacto del Sistema Monetario
Europeo era insignificante, que el Acta Única Europea pudo añadir un 1 % y que
la Unión Monetaria no había repercutido prácticamente en el crecimiento o la
producción.
Esto
era antes de que la crisis financiera mundial golpeara a Europa. Desde
entonces, el yugo de la moneda única ha sido tan desastroso para los Estados
del sur de Europa como ventajoso para Alemania, donde la represión salarial
–que oculta un crecimiento muy endeble de la productividad– ha asegurado la
ventaja competitiva de la industria alemana frente al resto de Europa. En
cuanto a la tasa de crecimiento, la comparación con las cifras del Reino Unido
o de Suecia, desde Maastricht, basta para desmontar la afirmación de que el
euro ha beneficiado a algún país distinto de su principal arquitecto.
Esta
es la realidad de la “familia europea”, tal como ha sido construida por la
unión monetaria y el pacto de estabilidad. Sin embargo, su ideología se muestra
impertérrita: en el discurso oficial e intelectual, la UE sigue garantizando la
paz y la prosperidad del continente, ahuyenta el fantasma de la guerra entre
las naciones, defiende los valores de la democracia y de los derechos humanos y
hace respetar los principios de un libre mercado moderado, fundamento de todas
las libertades. Sus reglas son sólidas, pero flexibles, y responden al doble
imperativo de solidaridad y eficacia. Para las sensibilidades que se regodean
en esta ideología común al conjunto del personal político europeo y a la gran
mayoría de la opinión mediática, el sufrimiento de los griegos ha sido un
espectáculo doloroso, pero por fortuna ha acabado imponiéndose el buen sentido,
se ha encontrado un buen compromiso y ya solo queda esperar todos juntos que la
Unión no haya sufrido un daño irreparable.
Desde
la victoria electoral de Syriza[1] en
enero, la evolución de la crisis en Grecia era previsible, salvo el esperpento
final. La crisis tiene un doble origen: la cualificación fraudulenta para el
acceso a la zona del euro por parte del PASOK[2] de
Simitis y el efecto de la crisis global de 2008 en la frágil economía de una
Grecia endeudada y no competitiva. Desde 2010, la troika –formada por la
Comisión Europea, el BCE y el FMI– han venido aplicando sucesivos programas de
austeridad, antes llamados “planes de estabilización”, dictados por Alemania y
Francia, cuyos bancos eran los más expuestos al riesgo de impago por parte de
Grecia. Al cabo de cinco años de desempleo masivo y de recortes presupuestarios
del gasto social, la deuda batía nuevos récords. En este contexto, Syriza ganó
las elecciones porque prometía a bombo y platillo poner fin a la sumisión a la
troika. Aseguraba que “renegociaría” las cláusulas de la tutela europea.
¿Cómo
pensaba lograrlo? Simplemente implorando un trato más flexible, y protestando
cuando este no se producía; imploraciones y protestas dirigidas, por tanto, a
los nobles valores de Europa, ante las cuales el Consejo Europeo no podía
permanecer indiferente. Estaba muy claro, desde el principio, que este torrente
de súplicas e imprecaciones era incompatible con toda idea de abandono del
euro, y ello por dos razones. Los dirigentes de Syriza no conseguían distinguir
mentalmente entre la pertenencia a la zona del euro y a la UE, considerando que
la salida de aquella equivalía a la expulsión de esta: la peor de las
pesadillas para los buenos europeos que afirmaban ser. Además, sabían que
gracias a los fondos estructurales y a la convergencia inicial de los tipos de
interés europeos, el nivel de vida de los griegos había mejorado efectivamente
durante los años Potemkin de Simitis. Los griegos guardaban por tanto un buen
recuerdo del euro, que no relacionaban con la miseria actual. Más que tratar de
explicar esa relación, Tsipras y sus colegas han venido repitiendo a quien
quisiera entenderles que ni por asomo pensaban abandonar el euro.
De
este modo, han renunciado a todo intento serio de negociar con la Europa real,
no la Europa fantasmal que imaginaban. La amenaza económica de un Grexit era
sin duda más débil en 2015 que en 2010, no en vano los bancos alemanes y
franceses habían tapado mientras tanto sus agujeros gracias a los llamados
planes de rescate de Grecia. A pesar de algunas voces alarmistas marginales, el
ministerio de Hacienda alemán sabía a ciencia cierta que las consecuencias
materiales del impago por parte de Grecia no serían dramáticas, pero desde el
punto de vista de la ideología europea, a la que se adhieren todos los
gobiernos de la zona del euro, semejante golpe simbólico a la moneda única y al
“proyecto europeo”, como gustan de llamarlo estos días, habría supuesto una
regresión terrible que había que evitar a toda costa. Si Syriza hubiera
elaborado desde su acceso al poder un plan B de impago organizado –preparando
el control de capitales, la impresión de una moneda paralela y otras medidas
transitorias aplicables en 24 horas para evitar el desorden– y amenazado a la
UE con aplicarlo, habría dispuesto de una baza de negociación. Si hubiera
declarado que en caso de una prueba de fuerza retiraría a Grecia de la OTAN,
hasta Berlín se lo habría pensado dos veces antes de imponer un tercer programa
de austeridad, debido al temor que suscita en EE UU semejante perspectiva. Sin
embargo, para los cándidos de Syriza, esto era todavía más un tabú que la idea
de un Grexit.
Ante
un interlocutor carente de bazas y que alterna los ruegos con los insultos,
¿por qué iban a hacer las potencias europeas la menor concesión, sabiendo desde
el principio que todo lo que decidieran sería finalmente aceptado? Visto así,
su conducta ha sido absolutamente racional. La única sorpresa notable en esta
crónica escrita de antemano fue el anuncio a la desesperada, por parte de
Tsipras, de un referendo sobre el tercer memorando y el rechazo masivo por
parte del electorado. Armado con este “no” rotundo, Tsipras pronunció entonces
un Sí avergonzado a un cuarto memorando todavía más duro que el anterior,
afirmando a la vuelta de Bruselas que no tenía otra opción a causa de la
voluntad de los griegos de permanecer en el euro. En este caso, ¿por qué no
plantear esta cuestión en el referendo: estáis dispuestos a aceptar lo que sea
con tal de permanecer en el euro? Al llamar a votar No y exigir un Sí dócil una
semana después, Syriza ha cambiado de chaqueta con la misma rapidez con que la
socialdemocracia alemana votó los créditos de guerra en 1914, aunque esta vez
una minoría del partido ha salvado su honor. A corto plazo, Tsipras prosperará
sobre las ruinas de sus promesas, como hizo el primer ministro laborista
británico Ramsay MacDonald, cuyo gobierno de unión nacional, compuesto
mayoritariamente por conservadores, impuso la austeridad en plena Gran
Depresión, antes de morir en el desprecio de sus coetáneos y de la posteridad.
Grecia ya cuenta en su haber con dirigentes de esta calaña: pocas son las
personas que han olvidado la Apostasía de Stephanopolous en 1965[3]. Sin
duda, el país tendrá que sufrir a algunos más.
¿Qué
hay de la lógica más amplia de la crisis? Los sondeos muestran que en todas
partes la adhesión a la Unión Europea ha caído en picado –con razón– en los
últimos diez años. Ahora se la ve como lo que es: una estructura oligárquica,
gangrenada por la corrupción, construida sobre la negación de la soberanía
popular, que impone un régimen económico cruel, basado en los privilegios de
unos pocos y en obligaciones para todos los demás. No obstante, esto no
significa que esté mortalmente amenazada desde abajo. La rabia aumenta entre la
población, pero salvo en caso de catástrofe, la primera reacción instintiva
siempre será aferrarse a lo que ya existe, por repugnante que pueda ser, antes
que arriesgarse a lo que podría ser radicalmente diferente. Esto solo cambiará
cuando la rabia sea más fuerte que el miedo. De momento, quienes viven del
miedo –la clase política a la que ahora también pertenecen Tsipras y sus
colegas–pueden estar tranquilos.
Traducción: VIENTO SUR
*Perry Anderson (76) es un historiador
británico y ensayista político. Es especialista en historia intelectual, a menudo
identificado con el marxismo occidental post-1956 de la Nueva Izquierda.
Profesor de Historia y Sociología en la Universidad de California en Los
Ángeles (UCLA) y editor de la New Left Review –nota del CAD
Equipo Internacional –CAD CHILE
Julio
29 de 2015
[1]
Coalición de la Izquierda Radical (Syriza), es un partido de izquierda amplia,
donde cohabitan desde “socialistas democráticos” a marxistas-leninistas. Creado
aproximadamente en 2001, logra aprovechar el descontento causado por las
políticas económico-sociales de sus antecesores en el poder, el PASOK
(socialdemócratas) y Nueva Democracia (derecha), y hacerse del gobierno en
enero pasado. No obstante, está siguiendo un derrotero como el de PASOK, el que
resumimos debajo –nota del CAD; ver: http://greece.greekreporter.com/2014/10/12/is-syriza-the-new-pasok/
[2] Movimiento
Socialista Panhelénico (PASOK), es un partido socialdemócrata de Grecia, que
agotado su reformismo, en los “70s-“80s, devino antipopular y pro-gran capital
europeo. A principios de los “80s, obligó al país a entrar a la Comunidad
Económica Europea (actual Unión Europea). Al finalizar su período en el
ejecutivo, 1989, uno de sus fundadores, Andreas Papandreou, fue encausado por
un escándalo bancario. En los “90s, fue casi todo el tiempo gobierno. En 1996,
con Costas Simitis a la cabeza del partido y del ejecutivo, terminaron por
integrar a Grecia a la Eurozona –nota del CAD;
[3] La
Apostasía designa al grupo de tránsfugas, encabezados por Stephanos Stephanopoulos,
que pasaron de un gobierno de Unión de Centros a otro nombrado por el rey, dos
años antes del golpe de Estado militar de 1967
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