Por Juan
Pablo Cárdenas, Radio
Universidad de Chile
Julio
27, 2015
“A la Concertación hay que atribuirle,
también, la impunidad que sigue favoreciendo a los terribles ejecutores del
terrorismo de estado desde que el primer gobernante concertacionista dijera que
‘solo se haría justicia en la medida de lo posible’”
Con un solo
interludio de cuatro años, los partidos de la Concertación han gobernado
durante toda la post dictadura, es decir lo que va corrido desde el año 1990
hasta el día de hoy. Dos democratacristianos, una socialista que “se repite el
plato” y otro de doble militancia que fue reconocido como propio por propio
Partido Socialista como el PPD. Los cuatro años de Sebastián Piñera se estima
que no ofrecieron variaciones sustantivas a los de los gobiernos anteriores. Se
resalta, incluso, que éste adoptó algunas medidas que los presidentes
concertacionistas no se resolvieron a tomar, como ese emblemático cierre del
Penal Cordillera, una reclusión de lujo para los espeluznantes homicidas de la
Dina y la CNI.
En
la frustración nacional por las demandas populares que fueron soslayadas por
estos gobiernos es que el candidato de la Concertación resulta derrotado en el
2010 y este referente se ve obligado a estructurar un pacto electoral nuevo, el
de la Nueva Mayoría, que esta vez promete un atractivo itinerario de reformas y
realizaciones que en su incumplimiento en menos de un año y medio tienen a la
presidenta Bachelet con menos de un 30 por ciento de adhesión ciudadana.
Es
de común aceptación que la reelección de Michelle Bachelet se debió a sus
atributos personales y no al legado de los gobiernos concertacionistas, aunque
ahora las viejas figuras de los partidos oficialistas y de los gobiernos de
Aylwin, Frei, Lagos, como de la primera Administración anterior de la actual
mandataria, se empeñen en reivindicar lo obrado anteriormente. De esta forma,
un sujeto tan cuestionado como Enrique Correa otorga hoy entrevistas para
fustigar al actual gobierno y atribuir su fracaso en el intento por
desperfilarse de los anteriores gobiernos. Intenta el ex ministro salvar la
imagen de aquella Concertación y ciertamente explorar la posibilidad de que un
Ricardo Lagos Escobar pueda retornar a La Moneda en brazos de lo que quede de
la Nueva Mayoría, como del gran empresariado y, si es posible, de ese derecha
política que todavía concita menos apoyo que el oficialismo. Es decir, de la
adhesión de todo ese mundo en que se desenvuelve, gana mucho dinero y demuestra
la destreza que le reconociera el propio Dictador y aseguró que, de haberlo conocido
antes, lo habría convocado a su gobierno.
Lo
que ya es convicción, sin embargo, en la opinión pública es que a los gobiernos
de la Concertación debemos atribuirle la sacralización de la Constitución de
1980, la perpetuación hasta hoy del modelo económico neoliberal y de todo un
sistema que ha restringido los derechos ciudadanos y laborales. Todo lo cual
tiene como herencia que nuestro país esté a punto de convertirse en la nación
de mayor inequidad en el mundo, con una concentración inaudita de la riqueza y
con salarios completamente indignos, que nunca llegaron a considerar el
crecimiento económico experimentado por el país. Fenómeno habitualmente
celebrado, pero que se explica fundamentalmente por el buen precio
internacional del cobre. Como que hoy los proclamados índices macroeconómicos
del país están tambaleando ante la nueva cotización del precio internacional
del metal rojo.
A
la Concertación hay que atribuirle, también, la impunidad que sigue
favoreciendo a los terribles ejecutores del terrorismo de estado desde que el
primer gobernante concertacionista dijera que “solo se haría justicia en la
medida de lo posible”, razón por la cual se fue al rescate de Pinochet en
Londres y posteriormente hasta se le tributaran solemnes exequias. A lo cual habría
que añadirle el homenaje rendido recién en la Cámara de Diputados y en que el
Presidente y el Vicepresidente demócrata cristiano y comunista de la
Corporación se pusieron de pie y participaron de un minuto de silencio.
Insensibilidad y hasta complicidad con los horrores, como ha quedado de
manifiesto con episodios tan trágicos como el de los estudiantes quemados en
que, nuevamente, el ex ministro Correa se encargara de darle un portazo a
Carmen Gloria Quintana, la víctima sobreviviente de tan brutal atentado.
Ni
qué hablar de la impunidad que la Concertación le ofreció a aquellos que se
hicieron de las empresas del Estado y cimentaron su actual fortuna en esta
apropiación indebida y de severa expoliación del patrimonio de todos los
chilenos. Uno de los cuales es Julio Ponce Lerou, ex yerno del Dictador,
convertido en regalón de los gobiernos concertacionistas al que además le
tributaron nuevas concesiones mineras y a quien asesora el propio Enrique
Correa, según propio reconocimiento. Es decir, al mandamás de una empresa, como
Soquimich, que junto al Consorcio Penta y otras entidades empresariales han
protagonizado los más severos fraudes al fisco en colusión con el conjunto de
la “clase política”.
Entre
tantos otros despropósitos, les deberemos también a los gobiernos
concertacionistas, la continua destrucción de la educación pública, la criminal
mantención del sistema previsional de las AFPs, así como del sistema de salud
en que el lucro es su principal cometido. Además de esa política exterior patrioterista,
demagógica y de desprecio absoluto por los ideales de la integración regional y
las buenas, como fructíferas relaciones con nuestros vecinos.
Y
cómo no añadir entre las obras de la Concertación los privilegios mantenidos a
la casta militar, el servilismo oficial a los inversionistas extranjeros y al
hecho de que ya no quede pedazo de tierra, océano y reservas del subsuelo en
que no estén totalmente enseñoreadas las transnacionales y algunos poderosos
empresarios criollos. Que se haya continuado renunciado a la soberanía real de
nuestro territorio, pese a las bravatas y pretensiones de nuestros cancilleres
y empolvados diplomáticos.
Y,
claro, cómo obviarlo: el legado de la corrupción; el fraude y el cohecho
programado por las leyes electorales; las coimas a los funcionarios públicos.
La realidad de los siniestros operadores políticos, la desnaturalización del
servicio público y la completa pérdida de identidad ideológica de los partidos
que dicen representarnos en La Moneda, el Parlamento y los municipios. Un
conjunto de vicios tan bien encarnados en el principal nostálgico de la
Concertación. En este Enrique Correa que hace de bisagra entre los llamados
poderes fácticos, el dinero y los ministros y otros peones que todavía pone y
mueve dentro del ajedrez de la política cupular.
No hay comentarios :
Publicar un comentario