“IMPERTINENCIAS DE UN ACTOR”
Domingo,
12 de julio de 2015
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A
propósito de un video que subió Begoña sobre un grupo de actores ingleses
haciendo recuerdos del Old Vic, del cual ellos son miembros fundadores, le
comenté a Bego que desgraciadamente en Chile, en general, no cuidamos nuestra
tradición teatral.
Nuestra
memoria chilena es corta no solamente en casos luctuosos y trágicos. Yo diría
que por una especie de “sicología sísmica”, nuestro gesto cultural no tiende al
rescate crítico de nuestros sedimentos. Antes por el contrario – borrón y
cuenta nueva - nuestra actitud es suficientemente ególatra como para pensar, y
en definitiva sentir, que la “historia comienza con nosotros”.
En
economía, en política, en producción de bienes de servicio, en arte, etc., la
historia en Chile “comienza conmigo”. Es una actitud que pareciera ser
mayoritaria, aunque inconscientemente.
De
los pioneros de nuestro Teatro Nacional, fines del S. XIX, comienzos del XX, no
nos queda otro nombre - menos mal, el nombre -, que el de Pedro Sienna. Y eso,
gracias a un film del cine mudo que él mismo dirigiera, El Húsar de la Muerte.
Solamente algunos especialistas recuerdan de vez en cuando que Sienna, además,
y quizás sobre todo, fue un poeta, dramaturgo, periodista, crítico de arte,
actor y director de teatro, y productor.
Sin
embargo, el mayor aporte cultural de Pedro Sienna, es que él fue uno de los
pioneros de nuestro teatro vernáculo. Podríamos decir que a comienzos del S.
XX, Adolfo Urzúa Rozas, Pedro Sienna, Enrique Báguena, Arturo Bührle, Armando
Mook, Elena Puelma, Elsa Alarcón, entre otros varios, fueron los « pirquineros
del Teatro Nacional Chileno ». Pirquineros culturales. Los restos dejados por
el teatro español y europeo, comenzaron a ser reelaborados por un entusiasta y
bohemio grupo de « cómicos » chilenos.
Pero
en Chile, no solamente no volvemos la mirada a nuestro teatro de los comienzos
del siglo XX (el Teatro de la Universidad Católica – TEUC - le hizo un valiente
empeño en la década del 60), sino simplemente ignoramos todo lo que vaya más
atrás de la década del 80.
Tengo
la impresión que en todas las disciplinas artísticas y del pensamiento chilenos
la situación es similar.
Es
cierto que literalmente pertenecemos al Nuevo Mundo según los europeos, quienes
desconocieron olímpicamente al Viejo Mundo cultural que ellos invadieron.
Consecuente
con esa actitud del Conquistador, Chile – « asentamiento de inmigrantes » como
el resto de hispano parlantes - ha ignorado siempre a los habitantes originarios
de de los lugares ocupados por la fuerza de las armas.
Quizás
México, Guatemala y Bolivia son los asentamientos de inmigrantes que por
razones porcentuales con los pueblos originarios han sido permeados por las
culturas allí existentes. Produciendo sin embargo muchas veces frutos híbridos
aberrantes, cuando ha predominado el espíritu del Conquistador.
Shakespeare,
el paradigma de la poesía y dramaturgia inglesa, emergió luego de unos 500
años, hasta que su Reino que había emergido, diluido y vuelto a nacer muchas
veces, logró asentarse. Dicho esto, sin que se desconozcan sus sedimentos
originarios y complejos, desarrollados prácticamente desde la extinción del
Imperio Romano.
Nosotros
en Chile, de manera absurda, insistimos en que nuestro nacimiento cultural como
país surgió en 1810. Borrando con ello de una plumada la continuidad
caracterológica chilena iniciada con la Conquista, tres siglos antes.
Tal
vez esa recóndita herencia reduccionista, racista y clasista – que forma parte
de nuestro « gesto cultural » - sea la que impide nuestro respeto y nuestro
rescate crítico-histórico de las culturas en que fuimos desembarcados, culturas
pre-existentes en el norte, centro y sur de nuestro « largo pétalo de mar y
vino y nieve ».
Herencia
de la cual no terminamos de desembarazarnos hoy día, expresándose en el
desinterés generalizado por quienes nos han antecedido en las diversas
actividades culturales y artísticas.
De
esta manera, hemos seguido y seguiremos siendo, en general, una cultura racista y clasista – y ególatra -
que solamente sabe vivir el presente.
Continuaremos
de este modo, manteniendo nuestro gesto cultural que acepta que a ciertos
sectores sociales les corresponde su rol dominante – ni más ni menos que como
antiguamente aceptamos la dominación de los sectores más cercanos a la
Monarquía conquistadora -, dejándonos permear ayer y hoy por sus actitudes
corruptas y demagógicas.
En
la historia de nuestro « asentamiento chileno», sin duda en el terreno social
hay muchas cosas a no olvidar.
Pero
entre ellas, quizás la más trascendente, es no olvidar lo que hemos hecho y lo
que hemos admitido en nosotros mismos y con los pueblos originarios.
Tal
vez, desde una actitud de rescate crítico y autocrítico, nazca en nosotros la
voluntad férrea de corregir nuestro gesto cultural adquirido acríticamente
desde la Conquista misma.
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