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domingo, 26 de julio de 2015

50 AÑOS FUNDACION DEL MIR: LOS CAMBIOS ORGANICOS Y TACTICO-ESTRATEGICOS DE 1967


LOS CAMBIOS INTERNOS DEL MIR EN 1967
Carlos Sandoval Ambiado*


La crítica y los cambios internos.

La formación del Mir se debió, en gran parte, a la crítica que hizo el trotskismo chileno a la izquierda. Por ello que, podemos afirmar, viejos dirigentes obreros, intelectuales y profesionales adscritos a aquella tendencia ideológica, tuvieron un papel protagónico en la conformación del Movimiento de Izquierda Revolucionaria.

Es un mérito que debe ser reconocido en la historia de este Partido.

Sin la batería ideológica que dispuso el trotskismo, sin la presencia social aunque escasa y la experiencia política de comunistas disidentes, difícilmente habría podido nacer la Izquierda Revolucionaria.

Estos hombres de izquierda, estos militantes revolucionarios creyeron ineludible la misión de otorgar, a la nueva organización, un sesgo particular y diferenciador.

Aquella particularidad se lograría al imprimir a la Izquierda Revolucionaria, un sello de autonomía e independencia (con respecto de Moscú). Además de ser profundamente democrática y no un Partido monolítico, en donde todos pensaran igual (1).

A pesar de las "buenas intenciones fundacionales" varios problemas afectaban a la izquierda revolucionaria; unos por causas externas, otros por disputas internas.

Los que venían desde fuera hablaban de represión; ¿responsable?: el gobierno democratacristiano. En efecto, el ministro del Interior, en julio de 1967 inició a través de los Tribunales de justicia, un proceso contra los miristas, caratulado "...del Teatro Roma". Ello significó, entre otras repercusiones, la suspensión del diario.

Semanas más tarde, se descubrió una escuela de guerrillas en Nahuelbuta, implicando la detención de varios dirigentes miristas y, una estricta vigilancia policial en la zona de Arauco.


A raíz de la activa participación de los miristas en la huelga de APEUCH, muchos de ellos fueron apaleados en refriegas callejeras, detenidos e interrogados por los servicios policiales.

Por último, a propósito del proceso "Al terrorismo", varios dirigentes nacionales y regionales fueron detenidos y llevados a juicio, que se arrastró lentamente en el tiempo.

Las causas internas se detectan en la crítica, que años más tarde, hizo Edgardo Enríquez (hermano de Miguel, considerado como uno de los "más impetuoso y apegado a la línea") en una entrevista concedida a mediados de 1972. En aquella ocasión, el miembro de la Comisión Política, refiriéndose al período comprendido entre 1965 y 1967, dijo que el MIR "...no logró superar la debilidad que había aquejado a los otros grupos que... habían precedido en el intento de construir un partido revolucionario en Chile. Durante... dos años, el MIR no logró ir más allá de un círculo de propaganda y discusión ideológica, sin lograr una base política de masas..." (2).

En estas lapidarias palabras, sintetizó la enorme crítica al ideologismo impuesto por el trotskismo, distintivo de la prehistoria mirista.

En ese escenario, coexistieron dos tendencias: una, los "tradicionalistas" (en donde se agruparon trotskistas y ex comunistas); la otra, los "no tradicionalistas" (grupo compuesto por jóvenes socialistas y comunistas, marginados de sus partidos a inicios de la década del sesenta).

Aquella concepción, autonomía, independencia, democracia interna y rechazo al monolitismo, habrían llevado al MIR a convertirse en "...una bolsa de gatos, de grupos, fracciones, sin niveles orgánicos mínimos, con predominio del más puro ideologismo, carente de estrategia y táctica y, aislado de las masas..."(3). A lo anterior, se agregaba la falta de interés por realizar acciones armadas; a pesar que se hablaba de ellas, como camino para la revolución.

Este diagnóstico lo hicieron jóvenes universitarios, de Concepción y Santiago, en estrecha relación con pobladores que para entonces, mostraban los primeros síntomas de radicalización profunda, a que llegarían en las postrimerías del sesenta e inicios de los setentas.

Tomando en cuenta los problemas internos, el proceso político y las características que asumía la lucha de clases, los no tradicionalistas se decidieron a superar los moldes políticos orgánicos, impuestos en el congreso fundacional.

Las tendencias mencionadas, se enfrentaron en el Tercer Congreso realizado en diciembre de 1967. En aquel evento, fue derrotada la posición de los tradicionales, asumiendo la dirección de la organización el grupo encabezado por Miguel Enríquez, Bautista van Schouwen y Luciano Cruz (todos provenientes de Concepción).

A ellos se unieron dirigentes estudiantiles del Instituto Pedagógico como Sergio Zorrilla Fuenzalida y Jorge Fuentes Alarcón (el recordado "trosko" Fuentes, desaparecido a manos de los servicios policiales de la dictadura pinochetista).

Del sector desplazado, algunos se marginaron y otros se organizaron como oposición a la línea oficial.

Le correspondió a Enríquez asumir la Secretaría General del Movimiento de Izquierda Revolucionaria.

La Dirección Nacional en su totalidad y la mayoría del Comité Central (10 de 15 miembros) pasó a manos de los no tradicionales.

La emergencia de Miguel Enríquez, Luciano Cruz, y Bautista van Schouwen al plano nacional del mirismo, no fue fruto de una casualidad o de alguna "máquina" montada. Al contrario, fue producto de una larga, costosa e incomprendida lucha política. El liderazgo obtenido por los no tradicionales tuvo un fundamento legítimo: trabajo de masa y construcción de Partido.

En Concepción los miristas habían alcanzado un buen desarrollo. Tenían presencia en la zona del carbón, en las industrias textiles de Tome, en algunas poblaciones de Talcahuano y Chiguayante; la mayor expresión la tuvieron entre los estudiantes penquistas.

Al asumir la nueva Dirección, la novel instancia política no pasaba de ser un grupo de propaganda y discusión ideológica.

Los nuevos dirigentes centraron, sus preocupaciones en elaborar una estrategia que diera respuestas a los problemas, que se presentaban desde 1965.

Notas:
1.- “Convocatoria a la Asamblea Constituyente”, EL REBELDE, página 3, julio de 1965;
2.- Entrevista a Edgardo Enríquez, página 183. Fechada el 28 de julio de
1972 y publicada en Documentos Internos; Santiago 1972;
3.- Antecedentes del MIR. Escrito por Miguel Enríquez y publicado en Documentos Internos, página 175. Santiago 1972;


LA ESTRATEGIA MIRISTA DE 1967: LA VÍA ARMADA
Carlos Sandoval Ambiado*

Al nacer, el MIR hizo un diagnóstico crítico de la Izquierda chilena. En él, se señalaron tres grandes problemas que la afectaban: programa y estrategia, métodos de lucha y la construcción del Partido Revolucionario.

Después de dos años de vida, en opinión de los no tradicionales, la dirigencia de la organización se mostraba incapaz de resolver aquellas dificultades.

En este cuadro, se inició el largo camino de estructurar al MIR como un Partido Político Revolucionario. En esta tarea tendría un rol protagónico la prensa partidaria y, así se hizo notar desde un principio.

Los "no tradicionales" se hicieron de la dirección del periódico, para declarar que: "El Rebelde no es un periódico imparcial. Estamos decididamente ubicados en la trinchera de los obreros y campesinos revolucionarios, de los pobres del campo y la ciudad" (4). Con estas frases reapareció el tabloide mirista, bajo la dirección de Bautista van Schowen, en septiembre de 1968.

A propósito de las elecciones programadas para 1969 (parlamentarias) y 1970 (presidenciales) el MIR planteó su más absoluta desconfianza en el camino electoral diciendo "...no presentaremos candidato alguno ni tampoco apoyaremos a nadie..." (5).

Esa sería la impronta política, que le pesaría años más tarde, del mirismo. Sin embargo, no puede desconocerse que tuvieron una política electoral, aunque ésta hubiese sido rechazando este tipo trabajo político.

Para llegar a esta conclusión, hicieron un largo recorrido de experiencias y discusiones internas; en él consideraron tanto hechos internacionales como nacionales.

El análisis hecho por la dirigencia del MIR, es necesario ubicarlo en el contexto latinoamericano: fuertes y sucesivas experiencias guerrilleras se daban en América del Sur, contagiadas con el triunfo revolucionario del Movimiento 26 de Julio en Cuba.

Perú (en donde estuvo Miguel Enríquez entrevistando al comandante guerrillero de la Puente), Bolivia (de donde se tenían difusas noticias del Ejército de Liberación Nacional) y Uruguay (con la guerrilla urbana de los Tupamaros) eran escenarios de lucha armada, en contra de los gobiernos burgueses.

Lo mismo ocurría en Colombia con el M 19 y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en Venezuela con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria y, en Brasil con el Ejército de Liberación Nacional (cuyo líder era Carlos Marighella) y otros grupos (VAR Palmares y MR 8).

El respaldo teórico a la estrategia mirista, lo encontramos en dos documentos rescatados parcialmente. Uno se denomina 'Tesis político militares', el otro "Sólo una Revolución entre nosotros nos puede llevar a una revolución en Chile".

El primero, contiene ideas referidas al quehacer político en Chile; el segundo, al tipo de militante que se requería para la revolución.

A lo anterior se agrega una interesante entrevista, publicada por la prensa, al Secretario General de esta organización.

En la reflexión mirista se vio al Partido Comunista sosteniendo que, en Chile, existía una burguesía progresista; y como tal, ésta presentaba contradicciones con el Imperialismo.

Aquella realidad exigiría cumplir varias tareas democráticas, previas a la revolución socialista. Ello hacía suponer, a los comunistas, la presencia de resabios feudalistas en el país.

Esto implicaba un programa político que comprendía etapas en el quehacer de los marxistas chilenos.

El camino propuesto, desde hacía décadas, era el trabajo electoral y una política de alianzas que atrajera a las representaciones políticas de aquella burguesía, supuestamente, progresista.

En las tesis del 67, el MIR planteó su rechazo al camino pacífico hacia el socialismo y a la teoría de la revolución por etapas.

La caracterización hecha por los miristas de la sociedad chilena, dijo que existía un capitalismo atrasado y dependiente; y una burguesía chilena funcional (porque asumía el papel de socia) a los intereses imperialistas.

De consiguiente no presentaba contradicciones y menos tendría interés de implementar tareas democráticas (como rescatar las riquezas básicas de manos extranjeras) en alianza con los Partidos Políticos de izquierda.

Plantearon los miristas, que era erróneo pasar por una fase democrático burguesa, bajo la conducción de la burguesía industrial, antes que el proletariado tomara el poder.

Ello llevaba sólo a la colaboración de clase y desarmaba políticamente a los explotados.

La opinión del documento, fue que la única clase social en condiciones de llevar adelante las tareas democráticas pendientes, era el proletariado; orientado bajo una perspectiva socialista y, conduciendo a las demás capas "menores" de la sociedad.

Por lo anterior, estimaron imperiosa la necesidad de redefinir la posición frente al problema de la lucha armada, toda vez que dieron por descartado como ya se dijo el camino pacífico (léase electoral).

Ellos plantearon "...es más importante, hoy que nunca, poder definir la línea general que seguirá nuestra acción y el desarrollo de nuestra organización. Nosotros debemos reactualizar nuestras tesis anteriores de manera de establecer una correlación concreta entre nuestras abstracciones estratégicas y nuestra práctica revolucionaria cotidiana. La lucha y la utilización de la violencia no constituyen hoy día uno de los caminos posibles sino el único, para destruir el régimen semicolonial de vergüenza y de miseria que es el nuestro" (6).

Esta lucha armada la concibieron como una guerra revolucionaria, larga e irregular que significaba "...la apertura de algunos primeros focos armados que poco a poco crearán las condiciones revolucionarias llamadas objetivas", es decir que ellas permitirán progresivamente ganar a la población para integrarla a la lucha armada. Así se constituirá el ejército revolucionario, en pleno régimen burgués, y así podremos nosotros conquistar el poder político." (7)

La forma de esa guerra revolucionaria sería la guerrilla; por tanto, afirmaron la "...dispersión de fuerzas prevalecerá sobre la concentración, incluso si tácticamente ellas debieran reagruparse para atacar objetivos determinados." (8)

La concepción mirista de la guerrilla presentó algunos matices, que la alejaban del foquismo (muy en boga en Latinoamérica después del triunfo de la Revolución Cubana). Introdujo el criterio de guerrilla urbano rural, sin perjuicio de otorgar carácter estratégico, a las acciones que se desarrollarían en el campo.

Allí se crearía el Ejército Popular, en los sectores rurales se anclaría el embrión del "doble poder" o poder dual, antagónico al poder burgués, porque ofrecía, social y geográficamente, mayor seguridad para la actividad armada del contingente revolucionario.

Si la historia sirve, es para observar y aprender de las experiencias sociales, políticas, bélicas y económicas; tanto en los éxitos como en los fracasos.

Respecto de la lucha armada de carácter guerrillero rural, saltan a los ojos del observador más derrotas que triunfos. Esto es algo indesmentible, de lo contrario los intentos, desde 1968 hasta hoy, se habrían consolidado y otro discurso se habría tenido.

Las causas pueden ser muchas: la escasa densidad demográfica en el campo, el atraso ideológico de la masa campesina, el desarrollo industrial que aglutina a un mayor contingente de explotados, la enorme distancia entre "las selvas" y las concentraciones urbanas (la ciudad más cercana de la única "selva" que tenemos está a unos 200 km).

El problema de la lucha armada, al menos en lo teórico, habría quedado resuelto y, por el camino señalado, transitaron algunos experimentos guerrilleros.

Abundando en la estrategia elaborada, Miguel Enríquez se refirió conversando con Manuel Cabieses el año 68 a temas candentes del momento. Hablaron sobre el terrorismo, las diferencias que separaban al MIR del resto de la izquierda, la lucha armada bajo un régimen democrático representativo, la relación entre elecciones y vía armada, y el cuestionamiento que se hacía desde el resto de la izquierda a la guerra de guerrillas.

En el primer tema, los miristas no rechazaron la práctica del terrorismo porque era "...una arma susceptible de usarse en el combate social...". Sin embargo, consideraron que debía subordinarse a una política revolucionaria y, ser congruente con el estado de la lucha de clases (9).

Dicho de otro modo, el terrorismo para el MIR era un problema político y no ético, toda vez que un acto de ese tipo era "...repudiable según sea la política que sirva...". Esta posición no fue un maquiavelismo desenfrenado del dirigente, su pensamiento entrañaba la realidad mundial; además era una forma de desenmascarar la hipocresía de la izquierda en su crítica.

Así se desprende de sus palabras: "...nadie se escandaliza, y por el contrario todo el mundo aplaude, las acciones terroristas del FLN sud-vietnamés contra la embajada de Estados Unidos en Saigón…” (10).

A pesar de la argumentación anterior y aceptando que los actos terroristas del momento tenían una orientación política correcta, los rechazó porque "...el método no corresponde a la etapa que vive el movimiento revolucionario en Chile". (11)

En el mismo sentido explicó, que el cuestionamiento a la vía violenta venía de sectores políticos y sociales funcionales a una institucionalidad, diseñada por la clase dominante, para mantenerse como tal.

Ese era un punto; el otro, que la base social de los partidos incluyendo los de izquierda se encontraba en las clases medias urbanas. Ellas aceptaban y presionaban políticamente, para mantener la institucionalidad democrática, porque eran las que más profitaban del andamiaje político.

Se desprende de la entrevista, que la crítica al violentismo "ultraizquierdista" encerraba un alto grado de cinismo, porque en los años sesentas y desde antes las expresiones armadas eran el sustrato normal de la vida política latinoamericana. De otra manera, no se explicarían los sucesivos golpes militares.

Según Enríquez, en aquel marco, Chile no era la excepción. El gobierno freísta usaba con más frecuencia la violencia; el uso de la fuerza policial contra trabajadores, estudiantes y campesinos se hacía cotidiano y, la derecha con desenfado utilizaba grupos armados ilegales. Frente a todo esto, los explotados iban comprendiendo que el camino legal, era cada vez más estrecho; de consiguiente se volcaban, más a menudo, a vías extra institucionales.

En resumen, la institucionalidad democrática era cuestionada fuertemente desde ambos lados de la sociedad: por dominantes y dominados, por ricos y pobres, por privilegiados y marginados.

De las palabras del dirigente se desprende que, junto al juego democrático formal, se desarrollaba un sentimiento subterráneo entre obreros e intelectuales.

Ese sentimiento los impulsaba a buscar nuevos caminos, que llevaran a modelos políticos y orgánicos diferentes a los conocidos. Esa sería la única forma de dar inicio a los cambios políticos y sociales que el país requería (12).

Frente a las elecciones que se aproximaban, el alto dirigente, las rechazó por no ser un camino de éxito. Su opinión la sostuvo en cuatro razones: era dar batallas políticas en una campo diseñado por el enemigo; significaba consumirse orgánica y políticamente en un escenario infructuoso y fracasado; implicaba domesticar a las masas, creándoles falsas ilusiones al sujetar sus aspiraciones a la emergencia de una ley y; encerraba el peligro de afirmar la institucionalidad vigente (13).

La impugnación no era sólo un problema de principios. La crisis económica que azotaba a Chile con sus secuelas de inflación, cesantía, bajos sueldos, carencia de viviendas, hambre, enfermedades etc. No eran un dato político técnico para los trabajadores; al contrario, para ellos era un asunto de vida. Esta situación, agregada a la frustración por los fracasos en el camino legal, operaba de modo tal que se iniciaba la configuración de una nueva conciencia política, expresada en una permanente radicalización que cuestionaba los métodos y objetivos de la lucha política tradicional.

Por otro lado siguiendo con la lógica de Enríquez los partidos de izquierda tomaban un camino inverso al del movimiento de masas; ellos preparaban el escenario electoral, llegaban a acuerdos con el gobierno (el PC dio su aprobación al reajuste salarial impulsado por la DC, el que era cuestionado por los trabajadores), se alejaban del radicalismo típico en períodos no electorales y se cargaban a la derecha.

Esta contradicción derechización de la izquierda y radicalización de la masa el FRAP intentaba resolverla atrayendo al pueblo hacia el proceso electoral. Esta situación sería resuelta parcialmente: las masas votarían pero carentes de fe; ya no tendrían el estado de ánimo del año 64. Ahora votarían simplemente por un gobierno que les hiciera menos daño que el anterior; más aún, esperarían sólo leves reformas que aliviaran la caótica situación nacional.

A la conclusión que llegó este dirigente mirista con sus reflexiones era que el fracaso democratacristiano, la ineficacia del FRAP para constituirse en alternativa y la frustración de las masas, creaban un campo propicio para el desarrollo del MIR (14).

El cuestionamiento al uso de la violencia, se hizo tomando en cuenta el fracaso de la guerrilla en Ñancahuazú y la muerte del CHE en la sierra boliviana.

Enríquez sostuvo que serían atendibles esas críticas si ellas desmentían, válidamente, tres premisas fundamentales que sostenían la propuesta de guerrilla rural. Esos tres nódulos teóricos eran "...la necesidad política de la lucha por el poder; la lucha armada como vía para la conquista del poder y la correlación de fuerzas entre el movimiento revolucionario y el imperialismo y la burguesía..." (15).

Ninguno de los argumentos esgrimidos socavaban la argumentación citada, por eso tenía plena validez, conservaba su vigencia la guerrilla rural. Sin embargo no como la fórmula mágica, que funcionara al margen de las condiciones históricas y sociales.

La lucha armada en el campo como estrategia, debía considerar varios elementos o factores.

El primero de ellos se refería a la necesidad de contar con "...una organización política previa que permita realizar un trabajo ideológico que homogenice un pensamiento coherente..." (16). Dicho de otra forma, la guerra revolucionaria exigía la creación de un Partido Revolucionario. La necesidad de una organización de este tipo, se debía a que Chile contaba con años de vida política muy desarrollada, una izquierda tradicional poderosa, un elevado nivel de organización y conciencia de las masas, de lo cual se desprendía "...la importancia (que tomará) antes y durante el proceso revolucionario, las ideas po1íticas claramente expresadas, la propaganda y la agitación..." (17).

Ese partido, que Miguel anunció, debía crear vínculos estrechos con los explotados, única forma de influir en las decisiones de las grandes masas.

Lo anterior no era suficiente, la lucha armada debía darse en concierto con las características propias de la situación política chilena y, congruente con lo que estaba sucediendo en el resto de Latinoamérica.

Por último esa hipotética guerra de guerrilla, que en lo estratégico se realizaría en el campo, no excluía en lo táctico, el desarrollo de la lucha armada en ciudades.

En mayo de 1969, año de la fractura definitiva con la oposición interna (trotskistas y otros militantes que darían origen al MR2 y la VOP), salió a circulación interna el segundo documento. Con él se procuró resolver el problema del tipo de militante y el Partido que se necesitaba.

Para entonces, se estableció que "...tareas fundamentales de un partido de vanguardia son la preparación de sus cuadros, la penetración en los frentes de masas considerados como estratégicos, la agitación callejera, la propaganda y las tareas especiales..." (18).

El diseño realizado por Miguel Enríquez el año anterior, exigía una condición sine qua non, la más férrea disciplina interna:

"Hoy día y especialmente mañana, para una organización que pasa a la acción o que está en guerra un cierto número de cosas deben ser modificadas. Si los objetivos son los mismos las prioridades y los métodos son diferentes. El volumen relativo de tareas "especiales" debe aumentar enormemente. Las "tareas especiales" deben dejar de ser privativas de un sector de la organización para transformarse en el problema de la mayor parte del Movimiento. Las cuestiones políticas estarán estrictamente ligadas a las tareas especiales. Los cuadros "especiales" deberán ser políticos y los políticos pasarán frecuentemente por lo "especial". De la integración de lo político y de lo militar se hará una realidad.

No habrá más espacio para tendencias demasiado divergentes. La organización deberá adquirir una relativa homogeneidad política: solo los matices y los desacuerdos menores podrán subsistir. Luego de la discusión la minoría deberá someterse a la mayoría y la disciplina deberá ser reforzada. Sin violar en lo esencial los principios de la democracia interna y del centralismo se pedirá a la militancia acordar una mayor delegación de poderes en las estructuras intermedias y superiores. Estas deberán adquirir una mayor autonomía.

Los militantes deberán aceptar las reglas de una rigurosa clandestinidad. El tipo de militante que ingresará al MIR debe ser diferente que antes. Los aficionados deberán abandonar la organización. No será suficiente respetar pasivamente los horarios de reuniones. No se ingresará ni se hará abandono del partido de cualquier forma. La entrega de sí mismo deberá ser total. La organización decidirá si un militante debe o no trabajar o estudiar, o donde habitar etc.

Es la única manera de constituir una organización sólida, disciplinada, eficaz, capaz de discutir menos y de operar en plena clandestinidad. Es esta organización la que realizará acciones e iniciará la guerra de clases en Chile." (19)

En estas frases, encontramos la esencia organizativa de los miristas (vigente hasta las postrimerías de 1977), los Grupos político Militares o G.P.M.

NOTAS:
(4) EL REBELDE, editorial, septiembre de 1968.
(5) EL REBELDE, “Nuestra Estrategia”, pág. 3, septiembre 1968.
(6)”LE PARI CHILIEN”, Cap. 8. “LE MIR: Pour une radicalisation permanent”, página 222, Catherine Lamour.
(7) Op. cit. pág 223.
(8) Ibíd.
(9) Entrevista a Miguel Enríquez en Punto Final, pág. 2, abril de 1968.
(10) Ibíd.
(11) Ibíd.
(12) Op. cit. Págs. 3 y 4
(13) Ibíd.
(14) Ibíd.
(15) Ibíd.
(16) Ibíd.
(17) Ibíd.
(18) “LE PARI CHILEAN”. Cap. 8, página 228. Catherine Lamour.
(19) Op. cit, pág. 228.

* Ambos textos fueron transcritos del libro "MIR (una historia)", de Carlos Sandoval Ambiado; Santiago de Chile, 1990, Sociedad Editorial Trabajadores. Corresponden a su capítulo segundo, y se extienden desde las pp. 35-38, el primero, y de 38-47, el segundo.



COMITÉ DE INICIATIVA 50 AÑOS DE LA FUNDACIÓN DEL MIR

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