Carlos Sandoval Ambiado*
La crítica y los
cambios internos.
La
formación del Mir se debió, en gran parte, a la crítica que hizo el trotskismo
chileno a la izquierda. Por ello que, podemos afirmar, viejos dirigentes
obreros, intelectuales y profesionales adscritos a aquella tendencia
ideológica, tuvieron un papel protagónico en la conformación del Movimiento de
Izquierda Revolucionaria.
Es
un mérito que debe ser reconocido en la historia de este Partido.
Sin
la batería ideológica que dispuso el trotskismo, sin la presencia social aunque
escasa y la experiencia política de comunistas disidentes, difícilmente habría
podido nacer la Izquierda Revolucionaria.
Estos
hombres de izquierda, estos militantes revolucionarios creyeron ineludible la
misión de otorgar, a la nueva organización, un sesgo particular y
diferenciador.
Aquella
particularidad se lograría al imprimir a la Izquierda Revolucionaria, un sello
de autonomía e independencia (con respecto de Moscú). Además de ser
profundamente democrática y no un Partido monolítico, en donde todos pensaran
igual (1).
A
pesar de las "buenas intenciones fundacionales" varios problemas afectaban
a la izquierda revolucionaria; unos por causas externas, otros por disputas
internas.
Los
que venían desde fuera hablaban de represión; ¿responsable?: el gobierno
democratacristiano. En efecto, el ministro del Interior, en julio de 1967
inició a través de los Tribunales de justicia, un proceso contra los miristas,
caratulado "...del Teatro Roma". Ello significó, entre otras repercusiones,
la suspensión del diario.
Semanas
más tarde, se descubrió una escuela de guerrillas en Nahuelbuta, implicando la
detención de varios dirigentes miristas y, una estricta vigilancia policial en
la zona de Arauco.
A
raíz de la activa participación de los miristas en la huelga de APEUCH, muchos
de ellos fueron apaleados en refriegas callejeras, detenidos e interrogados por
los servicios policiales.
Por
último, a propósito del proceso "Al terrorismo", varios dirigentes nacionales
y regionales fueron detenidos y llevados a juicio, que se arrastró lentamente
en el tiempo.
Las
causas internas se detectan en la crítica, que años más tarde, hizo Edgardo
Enríquez (hermano de Miguel, considerado como uno de los "más impetuoso y
apegado a la línea") en una entrevista concedida a mediados de 1972. En
aquella ocasión, el miembro de la Comisión Política, refiriéndose al período
comprendido entre 1965 y 1967, dijo que el MIR "...no logró superar la
debilidad que había aquejado a los otros grupos que... habían precedido en el
intento de construir un partido revolucionario en Chile. Durante... dos años,
el MIR no logró ir más allá de un círculo de propaganda y discusión ideológica,
sin lograr una base política de masas..." (2).
En
estas lapidarias palabras, sintetizó la enorme crítica al ideologismo impuesto
por el trotskismo, distintivo de la prehistoria mirista.
En
ese escenario, coexistieron dos tendencias: una, los
"tradicionalistas" (en donde se agruparon trotskistas y ex comunistas);
la otra, los "no tradicionalistas" (grupo compuesto por jóvenes
socialistas y comunistas, marginados de sus partidos a inicios de la década del
sesenta).
Aquella
concepción, autonomía, independencia, democracia interna y rechazo al
monolitismo, habrían llevado al MIR a convertirse en "...una bolsa de gatos, de grupos, fracciones,
sin niveles orgánicos mínimos, con predominio del más puro ideologismo, carente
de estrategia y táctica y, aislado de las masas..."(3). A lo anterior,
se agregaba la falta de interés por realizar acciones armadas; a pesar que se
hablaba de ellas, como camino para la revolución.
Este
diagnóstico lo hicieron jóvenes universitarios, de Concepción y Santiago, en
estrecha relación con pobladores que para entonces, mostraban los primeros
síntomas de radicalización profunda, a que llegarían en las postrimerías del
sesenta e inicios de los setentas.
Tomando
en cuenta los problemas internos, el proceso político y las características que
asumía la lucha de clases, los no tradicionalistas se decidieron a superar los
moldes políticos orgánicos, impuestos en el congreso fundacional.
Las
tendencias mencionadas, se enfrentaron en el Tercer Congreso realizado en
diciembre de 1967. En aquel evento, fue derrotada la posición de los tradicionales,
asumiendo la dirección de la organización el grupo encabezado por Miguel
Enríquez, Bautista van Schouwen y Luciano Cruz (todos provenientes de
Concepción).
A
ellos se unieron dirigentes estudiantiles del Instituto Pedagógico como Sergio
Zorrilla Fuenzalida y Jorge Fuentes Alarcón (el recordado "trosko" Fuentes,
desaparecido a manos de los servicios policiales de la dictadura pinochetista).
Del
sector desplazado, algunos se marginaron y otros se organizaron como oposición
a la línea oficial.
Le
correspondió a Enríquez asumir la Secretaría General del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria.
La
Dirección Nacional en su totalidad y la mayoría del Comité Central (10 de 15
miembros) pasó a manos de los no tradicionales.
La
emergencia de Miguel Enríquez, Luciano Cruz, y Bautista van Schouwen al plano
nacional del mirismo, no fue fruto de una casualidad o de alguna "máquina"
montada. Al contrario, fue producto de una larga, costosa e incomprendida lucha
política. El liderazgo obtenido por los no tradicionales tuvo un fundamento
legítimo: trabajo de masa y construcción de Partido.
En
Concepción los miristas habían alcanzado un buen desarrollo. Tenían presencia
en la zona del carbón, en las industrias textiles de Tome, en algunas
poblaciones de Talcahuano y Chiguayante; la mayor expresión la tuvieron entre
los estudiantes penquistas.
Al
asumir la nueva Dirección, la novel instancia política no pasaba de ser un grupo
de propaganda y discusión ideológica.
Los
nuevos dirigentes centraron, sus preocupaciones en elaborar una estrategia que
diera respuestas a los problemas, que se presentaban desde 1965.
Notas:
1.-
“Convocatoria a la Asamblea Constituyente”, EL REBELDE, página 3, julio de 1965;
2.-
Entrevista a Edgardo Enríquez, página 183. Fechada el 28 de julio de
1972
y publicada en Documentos Internos; Santiago 1972;
3.-
Antecedentes del MIR. Escrito por Miguel Enríquez y publicado en Documentos Internos,
página 175. Santiago 1972;
LA
ESTRATEGIA MIRISTA DE 1967: LA VÍA ARMADA
Carlos Sandoval Ambiado*
Al
nacer, el MIR hizo un diagnóstico crítico de la Izquierda chilena. En él, se señalaron
tres grandes problemas que la afectaban: programa y estrategia, métodos de
lucha y la construcción del Partido Revolucionario.
Después
de dos años de vida, en opinión de los no tradicionales, la dirigencia de la
organización se mostraba incapaz de resolver aquellas dificultades.
En
este cuadro, se inició el largo camino de estructurar al MIR como un Partido Político
Revolucionario. En esta tarea tendría un rol protagónico la prensa partidaria
y, así se hizo notar desde un principio.
Los
"no tradicionales" se hicieron de la dirección del periódico, para
declarar que: "El Rebelde no es un
periódico imparcial. Estamos decididamente ubicados en la trinchera de los
obreros y campesinos revolucionarios, de los pobres del campo y la ciudad"
(4). Con estas frases reapareció el tabloide mirista, bajo la dirección de
Bautista van Schowen, en septiembre de 1968.
A
propósito de las elecciones programadas para 1969 (parlamentarias) y 1970 (presidenciales)
el MIR planteó su más absoluta desconfianza en el camino electoral diciendo
"...no presentaremos candidato
alguno ni tampoco apoyaremos a nadie..." (5).
Esa
sería la impronta política, que le pesaría años más tarde, del mirismo. Sin embargo,
no puede desconocerse que tuvieron una política electoral, aunque ésta hubiese
sido rechazando este tipo trabajo político.
Para
llegar a esta conclusión, hicieron un largo recorrido de experiencias y discusiones
internas; en él consideraron tanto hechos internacionales como nacionales.
El
análisis hecho por la dirigencia del MIR, es necesario ubicarlo en el contexto latinoamericano:
fuertes y sucesivas experiencias guerrilleras se daban en América del Sur,
contagiadas con el triunfo revolucionario del Movimiento 26 de Julio en Cuba.
Perú
(en donde estuvo Miguel Enríquez entrevistando al comandante guerrillero de la
Puente), Bolivia (de donde se tenían difusas noticias del Ejército de Liberación
Nacional) y Uruguay (con la guerrilla urbana de los Tupamaros) eran escenarios
de lucha armada, en contra de los gobiernos burgueses.
Lo
mismo ocurría en Colombia con el M 19 y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en
Venezuela con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria y, en Brasil con el Ejército
de Liberación Nacional (cuyo líder era Carlos Marighella) y otros grupos (VAR
Palmares y MR 8).
El
respaldo teórico a la estrategia mirista, lo encontramos en dos documentos rescatados
parcialmente. Uno se denomina 'Tesis político militares', el otro "Sólo
una Revolución entre nosotros nos puede llevar a una revolución en Chile".
El
primero, contiene ideas referidas al quehacer político en Chile; el segundo, al
tipo de militante que se requería para la revolución.
A
lo anterior se agrega una interesante entrevista, publicada por la prensa, al Secretario
General de esta organización.
En
la reflexión mirista se vio al Partido Comunista sosteniendo que, en Chile, existía
una burguesía progresista; y como tal, ésta presentaba contradicciones con el Imperialismo.
Aquella
realidad exigiría cumplir varias tareas democráticas, previas a la revolución
socialista. Ello hacía suponer, a los comunistas, la presencia de resabios
feudalistas en el país.
Esto
implicaba un programa político que comprendía etapas en el quehacer de los
marxistas chilenos.
El
camino propuesto, desde hacía décadas, era el trabajo electoral y una política
de alianzas que atrajera a las representaciones políticas de aquella burguesía,
supuestamente, progresista.
En
las tesis del 67, el MIR planteó su rechazo al camino pacífico hacia el socialismo
y a la teoría de la revolución por etapas.
La
caracterización hecha por los miristas de la sociedad chilena, dijo que existía
un capitalismo atrasado y dependiente; y una burguesía chilena funcional
(porque asumía el papel de socia) a los intereses imperialistas.
De
consiguiente no presentaba contradicciones y menos tendría interés de implementar
tareas democráticas (como rescatar las riquezas básicas de manos extranjeras)
en alianza con los Partidos Políticos de izquierda.
Plantearon
los miristas, que era erróneo pasar por una fase democrático burguesa, bajo la
conducción de la burguesía industrial, antes que el proletariado tomara el
poder.
Ello
llevaba sólo a la colaboración de clase y desarmaba políticamente a los explotados.
La
opinión del documento, fue que la única clase social en condiciones de llevar adelante
las tareas democráticas pendientes, era el proletariado; orientado bajo una
perspectiva socialista y, conduciendo a las demás capas "menores" de
la sociedad.
Por
lo anterior, estimaron imperiosa la necesidad de redefinir la posición frente al
problema de la lucha armada, toda vez que dieron por descartado como ya se dijo
el camino pacífico (léase electoral).
Ellos
plantearon "...es más importante,
hoy que nunca, poder definir la línea general que seguirá nuestra acción y el
desarrollo de nuestra organización. Nosotros debemos reactualizar nuestras
tesis anteriores de manera de establecer una correlación concreta entre nuestras
abstracciones estratégicas y nuestra práctica revolucionaria cotidiana. La lucha
y la utilización de la violencia no constituyen hoy día uno de los caminos
posibles sino el único, para destruir el régimen semicolonial de vergüenza y de
miseria que es el nuestro" (6).
Esta
lucha armada la concibieron como una guerra revolucionaria, larga e irregular
que significaba "...la apertura de
algunos primeros focos armados que poco a poco crearán las condiciones
revolucionarias llamadas objetivas", es decir que ellas permitirán
progresivamente ganar a la población para integrarla a la lucha armada. Así se
constituirá el ejército revolucionario, en pleno régimen burgués, y así
podremos nosotros conquistar el poder político." (7)
La
forma de esa guerra revolucionaria sería la guerrilla; por tanto, afirmaron la "...dispersión de fuerzas prevalecerá sobre la
concentración, incluso si tácticamente ellas debieran reagruparse para atacar
objetivos determinados." (8)
La
concepción mirista de la guerrilla presentó algunos matices, que la alejaban del
foquismo (muy en boga en Latinoamérica después del triunfo de la Revolución
Cubana). Introdujo el criterio de guerrilla urbano rural, sin perjuicio de
otorgar carácter estratégico, a las acciones que se desarrollarían en el campo.
Allí
se crearía el Ejército Popular, en los sectores rurales se anclaría el embrión del
"doble poder" o poder dual, antagónico al poder burgués, porque
ofrecía, social y geográficamente, mayor seguridad para la actividad armada del
contingente revolucionario.
Si
la historia sirve, es para observar y aprender de las experiencias sociales, políticas,
bélicas y económicas; tanto en los éxitos como en los fracasos.
Respecto
de la lucha armada de carácter guerrillero rural, saltan a los ojos del observador
más derrotas que triunfos. Esto es algo indesmentible, de lo contrario los
intentos, desde 1968 hasta hoy, se habrían consolidado y otro discurso se
habría tenido.
Las
causas pueden ser muchas: la escasa densidad demográfica en el campo, el atraso
ideológico de la masa campesina, el desarrollo industrial que aglutina a un
mayor contingente de explotados, la enorme distancia entre "las
selvas" y las concentraciones urbanas (la ciudad más cercana de la única
"selva" que tenemos está a unos 200 km).
El
problema de la lucha armada, al menos en lo teórico, habría quedado resuelto y,
por el camino señalado, transitaron algunos experimentos guerrilleros.
Abundando
en la estrategia elaborada, Miguel Enríquez se refirió conversando con Manuel
Cabieses el año 68 a temas candentes del momento. Hablaron sobre el terrorismo,
las diferencias que separaban al MIR del resto de la izquierda, la lucha armada
bajo un régimen democrático representativo, la relación entre elecciones y vía
armada, y el cuestionamiento que se hacía desde el resto de la izquierda a la
guerra de guerrillas.
En
el primer tema, los miristas no rechazaron la práctica del terrorismo porque era
"...una arma susceptible de usarse
en el combate social...". Sin embargo, consideraron que debía subordinarse
a una política revolucionaria y, ser congruente con el estado de la lucha de
clases (9).
Dicho
de otro modo, el terrorismo para el MIR era un problema político y no ético,
toda vez que un acto de ese tipo era "...repudiable según sea la política que
sirva...". Esta posición no fue un maquiavelismo desenfrenado del
dirigente, su pensamiento entrañaba la realidad mundial; además era una forma
de desenmascarar la hipocresía de la izquierda en su crítica.
Así
se desprende de sus palabras: "...nadie se escandaliza, y por el contrario
todo el mundo aplaude, las acciones terroristas del FLN sud-vietnamés contra la
embajada de Estados Unidos en Saigón…” (10).
A
pesar de la argumentación anterior y aceptando que los actos terroristas del momento
tenían una orientación política correcta, los rechazó porque "...el método no corresponde a la etapa que
vive el movimiento revolucionario en Chile". (11)
En
el mismo sentido explicó, que el cuestionamiento a la vía violenta venía de sectores
políticos y sociales funcionales a una institucionalidad, diseñada por la clase
dominante, para mantenerse como tal.
Ese
era un punto; el otro, que la base social de los partidos incluyendo los de izquierda
se encontraba en las clases medias urbanas. Ellas aceptaban y presionaban
políticamente, para mantener la institucionalidad democrática, porque eran las
que más profitaban del andamiaje político.
Se
desprende de la entrevista, que la crítica al violentismo
"ultraizquierdista" encerraba un alto grado de cinismo, porque en los
años sesentas y desde antes las expresiones armadas eran el sustrato normal de
la vida política latinoamericana. De otra manera, no se explicarían los
sucesivos golpes militares.
Según
Enríquez, en aquel marco, Chile no era la excepción. El gobierno freísta usaba
con más frecuencia la violencia; el uso de la fuerza policial contra trabajadores,
estudiantes y campesinos se hacía cotidiano y, la derecha con desenfado
utilizaba grupos armados ilegales. Frente a todo esto, los explotados iban
comprendiendo que el camino legal, era cada vez más estrecho; de consiguiente
se volcaban, más a menudo, a vías extra institucionales.
En
resumen, la institucionalidad democrática era cuestionada fuertemente desde
ambos lados de la sociedad: por dominantes y dominados, por ricos y pobres, por
privilegiados y marginados.
De
las palabras del dirigente se desprende que, junto al juego democrático formal,
se desarrollaba un sentimiento subterráneo entre obreros e intelectuales.
Ese
sentimiento los impulsaba a buscar nuevos caminos, que llevaran a modelos
políticos y orgánicos diferentes a los conocidos. Esa sería la única forma de
dar inicio a los cambios políticos y sociales que el país requería (12).
Frente
a las elecciones que se aproximaban, el alto dirigente, las rechazó por no ser
un camino de éxito. Su opinión la sostuvo en cuatro razones: era dar batallas
políticas en una campo diseñado por el enemigo; significaba consumirse orgánica
y políticamente en un escenario infructuoso y fracasado; implicaba domesticar a
las masas, creándoles falsas ilusiones al sujetar sus aspiraciones a la
emergencia de una ley y; encerraba el peligro de afirmar la institucionalidad
vigente (13).
La
impugnación no era sólo un problema de principios. La crisis económica que azotaba
a Chile con sus secuelas de inflación, cesantía, bajos sueldos, carencia de
viviendas, hambre, enfermedades etc. No eran un dato político técnico para los
trabajadores; al contrario, para ellos era un asunto de vida. Esta situación, agregada
a la frustración por los fracasos en el camino legal, operaba de modo tal que
se iniciaba la configuración de una nueva conciencia política, expresada en una
permanente radicalización que cuestionaba los métodos y objetivos de la lucha
política tradicional.
Por
otro lado siguiendo con la lógica de Enríquez los partidos de izquierda tomaban
un camino inverso al del movimiento de masas; ellos preparaban el escenario
electoral, llegaban a acuerdos con el gobierno (el PC dio su aprobación al
reajuste salarial impulsado por la DC, el que era cuestionado por los
trabajadores), se alejaban del radicalismo típico en períodos no electorales y se
cargaban a la derecha.
Esta
contradicción derechización de la izquierda y radicalización de la masa el FRAP
intentaba resolverla atrayendo al pueblo hacia el proceso electoral. Esta situación
sería resuelta parcialmente: las masas votarían pero carentes de fe; ya no
tendrían el estado de ánimo del año 64. Ahora votarían simplemente por un gobierno
que les hiciera menos daño que el anterior; más aún, esperarían sólo leves
reformas que aliviaran la caótica situación nacional.
A
la conclusión que llegó este dirigente mirista con sus reflexiones era que el fracaso
democratacristiano, la ineficacia del FRAP para constituirse en alternativa y
la frustración de las masas, creaban un campo propicio para el desarrollo del
MIR (14).
El
cuestionamiento al uso de la violencia, se hizo tomando en cuenta el fracaso de
la guerrilla en Ñancahuazú y la muerte del CHE en la sierra boliviana.
Enríquez
sostuvo que serían atendibles esas críticas si ellas desmentían, válidamente,
tres premisas fundamentales que sostenían la propuesta de guerrilla rural. Esos
tres nódulos teóricos eran "...la
necesidad política de la lucha por el poder; la lucha armada como vía para la conquista
del poder y la correlación de fuerzas entre el movimiento revolucionario y el imperialismo
y la burguesía..." (15).
Ninguno
de los argumentos esgrimidos socavaban la argumentación citada, por eso tenía
plena validez, conservaba su vigencia la guerrilla rural. Sin embargo no como la
fórmula mágica, que funcionara al margen de las condiciones históricas y
sociales.
La
lucha armada en el campo como estrategia, debía considerar varios elementos o
factores.
El
primero de ellos se refería a la necesidad de contar con "...una organización política previa que permita realizar un
trabajo ideológico que homogenice un pensamiento coherente..." (16).
Dicho de otra forma, la guerra revolucionaria exigía la creación de un Partido
Revolucionario. La necesidad de una organización de este tipo, se debía a que
Chile contaba con años de vida política muy desarrollada, una izquierda
tradicional poderosa, un elevado nivel de organización y conciencia de las
masas, de lo cual se desprendía "...la
importancia (que tomará) antes y durante el proceso revolucionario, las ideas
po1íticas claramente expresadas, la propaganda y la agitación..." (17).
Ese
partido, que Miguel anunció, debía crear vínculos estrechos con los explotados,
única forma de influir en las decisiones de las grandes masas.
Lo
anterior no era suficiente, la lucha armada debía darse en concierto con las características
propias de la situación política chilena y, congruente con lo que estaba
sucediendo en el resto de Latinoamérica.
Por
último esa hipotética guerra de guerrilla, que en lo estratégico se realizaría en
el campo, no excluía en lo táctico, el desarrollo de la lucha armada en ciudades.
En
mayo de 1969, año de la fractura definitiva con la oposición interna (trotskistas
y otros militantes que darían origen al MR2 y la VOP), salió a circulación
interna el segundo documento. Con él se procuró resolver el problema del tipo
de militante y el Partido que se necesitaba.
Para
entonces, se estableció que "...tareas
fundamentales de un partido de vanguardia son la preparación de sus cuadros, la
penetración en los frentes de masas considerados como estratégicos, la
agitación callejera, la propaganda y las tareas especiales..." (18).
El
diseño realizado por Miguel Enríquez el año anterior, exigía una condición sine qua non, la más férrea disciplina
interna:
"Hoy día y
especialmente mañana, para una organización que pasa a la acción o que está en
guerra un cierto número de cosas deben ser modificadas. Si los objetivos son
los mismos las prioridades y los métodos son diferentes. El volumen relativo de
tareas "especiales" debe aumentar enormemente. Las "tareas
especiales" deben dejar de ser privativas de un sector de la organización
para transformarse en el problema de la mayor parte del Movimiento. Las cuestiones
políticas estarán estrictamente ligadas a las tareas especiales. Los cuadros
"especiales" deberán ser políticos y los políticos pasarán
frecuentemente por lo "especial". De la integración de lo político y
de lo militar se hará una realidad.
No habrá más
espacio para tendencias demasiado divergentes. La organización deberá adquirir
una relativa homogeneidad política: solo los matices y los desacuerdos menores
podrán subsistir. Luego de la discusión la minoría deberá someterse a la
mayoría y la disciplina deberá ser reforzada. Sin violar en lo esencial los
principios de la democracia interna y del centralismo se pedirá a la militancia
acordar una mayor delegación de poderes en las estructuras intermedias y
superiores. Estas deberán adquirir una mayor autonomía.
Los militantes
deberán aceptar las reglas de una rigurosa clandestinidad. El tipo de militante
que ingresará al MIR debe ser diferente que antes. Los aficionados deberán
abandonar la organización. No será suficiente respetar pasivamente los horarios
de reuniones. No se ingresará ni se hará abandono del partido de cualquier
forma. La entrega de sí mismo deberá ser total. La organización decidirá si un
militante debe o no trabajar o estudiar, o donde habitar etc.
Es la única manera
de constituir una organización sólida, disciplinada, eficaz, capaz de discutir
menos y de operar en plena clandestinidad. Es esta organización la que
realizará acciones e iniciará la guerra de clases en Chile." (19)
En
estas frases, encontramos la esencia organizativa de los miristas (vigente hasta
las postrimerías de 1977), los Grupos político Militares o G.P.M.
NOTAS:
(4)
EL REBELDE, editorial, septiembre de 1968.
(5)
EL REBELDE, “Nuestra Estrategia”, pág. 3, septiembre 1968.
(6)”LE
PARI CHILIEN”, Cap. 8. “LE MIR: Pour une radicalisation permanent”, página 222,
Catherine Lamour.
(7)
Op. cit. pág 223.
(8)
Ibíd.
(9)
Entrevista a Miguel Enríquez en Punto Final, pág. 2, abril de 1968.
(10)
Ibíd.
(11)
Ibíd.
(12)
Op. cit. Págs. 3 y 4
(13)
Ibíd.
(14)
Ibíd.
(15)
Ibíd.
(16)
Ibíd.
(17)
Ibíd.
(18)
“LE PARI CHILEAN”. Cap. 8, página 228. Catherine Lamour.
(19)
Op. cit, pág. 228.
* Ambos textos fueron
transcritos del libro "MIR (una historia)", de Carlos Sandoval
Ambiado; Santiago de Chile, 1990, Sociedad Editorial Trabajadores. Corresponden
a su capítulo segundo, y se extienden desde las pp. 35-38, el primero, y de
38-47, el segundo.
COMITÉ
DE INICIATIVA 50 AÑOS DE LA FUNDACIÓN DEL MIR
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