“En
Chiloé todo un pueblo lucha contra quienes contaminan sus aguas”
Por
Carlos Aznárez
En Resumen
Latinoamericano –public. 6/5/16
No es
exagerado decir que casi en el fin del mundo, en pleno Océano Pacífico, en el
sur de Chile, Chiloé es uno de los archipiélagos más referenciales de ese país.
Sin embargo, como suele ocurrir con aquellos enclaves que no implican grandes
ciudades ni su derivado de hacinamiento poblacional y consumo voraz, las islas
-como casi todo el sur- han sido históricamente ninguneadas por la metrópolis
chilena. Allí habitan, trabajan y sufren peripecias económicas para sobrevivir,
poco más de 167 mil chilotes, que es como se denomina comúnmente a los nativos
de ese lugar. Además de cada tanto recibir algunos turistas (la mayoría del
propio país), los chilotes se dedican a la pesca. En realidad, esa es
precisamente su señal de identidad y también de orgullo. Ser pescador o
pescadora artesanal (allí abunda el salmón) es para quien lo practica como
forma de vida, una verdadera cultura, que pasa de padres a hijos y que reúne su
buena cuota de sinsabores, pero también, de tanto en tanto, cae una alegría
“para ayudar a seguir aguantando”, como escribiera uno de los poetas de la
zona.
Hoy, sin embargo,
Chiloé se ha transformado en una gran barricada de protesta, por culpa de las
grandes empresas salmoneras que han convertido al archipiélago en un gigantesco
centro de contaminación. Al parecer, la impunidad y el desprecio por quienes
trabajan y viven en las islas, ha provocado que muchas de estas compañías que
habitualmente comercializan el salmón, arrojen al mar toneladas de nutrientes
de los desecho de pescados. Esto ha provocado un aumento desproporcionado de la
cantidad de algas, incentivando así la denominada marea roja, que actualmente
amenaza numerosos puntos pesqueros del Pacífico. Como se sabe, cuando se da
este fenómeno el consumo de mariscos contaminados puede afectar seriamente la
salud de las personas, incluso generar la muerte, y por eso las autoridades
chilenas han llamado a la población a comprar estos productos solo en lugares
autorizados, además de limitar al máximo la pesca hasta que el mal remita.
Esto quiere decir
que Chiloé vive una catástrofe medioambiental en toda línea, y que como
consecuencia de la misma, los pescadores son los que llevan la peor parte. Al
no echarse a la mar, no pescan y por lo tanto no cobran ni pueden alimentar a
sus familias. Pero lo peor de todo este cuadro, es que como siempre ocurre,
fueron precisamente esos trabajadores y trabajadoras los que desde hace tiempo
advirtieron al gobierno de Michelle Bachelet sobre la actitud criminal de las
grandes empresas salmoneras, al irrespetar las normas básicas para no
contaminar. Nada obtuvieron, ya que el gobierno hizo oídos sordos frente a
demandas tan justas, y por supuesto los empresarios siguieron haciendo dinero y
multiplicando sus maniobras de destruir el medioambiente.
Frente a este
panorama, cual Fuentovejuna, miles de pescadores artesanales de Chiloé su
pusieron de pie, movilizándose y cortando rutas. Varias comunas del
archipiélago fueron ocupadas, como son Ancud, Quellón y Queilén, impidiendo la
circulación y evitando así que ningún tipo transporte pueda entrar ni salir de
la isla. “Vamos a permanecer con la carretera cortada hasta que nos den una
solución, porque el intendente ofreció un bono de cien mil pesos, pero quién
vive con eso. La gente lleva casi tres meses sin trabajar. La autoridad viene y
cierra las playas y ahí está la gente sin trabajar. Vamos a dar la lucha hasta
al final porque todo lo que hemos ganado los pescadores ha sido en la calle,
peleando”, nos dijo Chile Hernández, presidente del sindicato de pescadores
artesanales Viento Sur de la localidad de Ancud.
La respuesta de
Bachelet y sus adláteres fue sacada de la misma receta que suele aplicarles a
los estudiantes, enviando más carabineros para reprimir a quienes sólo reclaman
poder trabajar y vivir dignamente. Esta actitud, sumada al accionar de
custodios y personal de seguridad de las empresas salmoneras, tratando de
atemorizar a los movilizados, provocó que la protesta crezca cada día más. Para
colmo, en un encuentro informativo con el ministro de Economía, Luis Felipe
Céspedes, los pescadores lo increparon porque el funcionario evitaba ofrecer
soluciones. Tal fue el clima de la charla, que en un momento una de las
dirigentas le preguntó a los gritos al “señor ministro”: “¿Acaso usted puede
vivir con cien mil miserables pesos que nos ofrecen?”, y esto provocó que un
amanuense del funcionario se indignara por el “maltrato”. Como suele ocurrir
con cierta burocracia estatal, siempre están atentos a los detalles poco
importantes y jamás sintonizan con la realidad de los de abajo.
Para los
pescadores el tema está muy claro: el Gobierno se lava las manos frente al
drama que afecta a miles de familias, tampoco quiere concederles el lógico
reclamo de abonar un bono que ayude a paliar las pérdidas que ocasiona el no
salir a trabajar, y por otro lado protege convenientemente a los ricos
empresarios de las salmoneras. Esos mismos que para amortiguar los olores de
los millones de salmones muertos, vierten químicos que ahora provocan esta
crisis.
Así las cosas,
los pescadores han profundizado las medidas de lucha y en medio del humo de los
neumáticos quemados y los gritos de “queremos justicia”, hombres, mujeres y
niños no están dispuestos a ceder si no se los respeta y se los atiende “como
ciudadanos que somos y no como población excluida”, afirman. El combustible
empieza a escasear como parte de los bloqueos de rutas, en los colegios los
maestros solidarios suspenden las clases y se suman con sus alumnos a las
marchas y concentraciones, y si faltaba algún ingrediente, no son pocos los
diputados (algunos de ellos del propio partido de Bachelet) que se han
manifestado en apoyo de los “rebeldes” y advierten que si no hay una pronta
solución el conflicto puede ser mayor al que se vivió en Aysén, la otra
pueblada del sur chileno que duró varias semanas y que no pudo ser resuelta ni
con gases ni con balas de goma.
Como
símbolo de la fuerza de este pueblo chilote, mientras se vela la noche en los
cortes de rutas, los pobladores se apiñan alrededor de los fogones para
ahuyentar el frío. De pronto, entre el agitar de banderas, muchas de ellas
mapuches, los vecinos comienzan a cantar en voz baja un corito que dice: “Ya no
hay pescao, ya no hay pescao, porque los grandes de aquellos bancos se lo han
llevao”. Aparece una guitarra y un par de bandoneones, y la música se suma al
vocerío, que se hace más y más potente. Hay risas, hay también algunos pasos de
baile improvisado, pero también hay bronca de años, de siglos de tanta pobreza.
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