Entrevista a
Luciano Canfora, miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso
En SinPermiso
–public. 8/5/16
Sara
Minervini y Gerardo Perrotta entrevistaron a Luciano Canfora (miembro del
Consejo Editorial de Sin Permiso) a propósito de su último libro sobre Gramsci
y el fascismo. El pasado 22 de enero se cumplieron 125 años del nacimiento
del gran marxista sardo; el pasado 27 de abril, 79 años de su muerte.
Hablar
de Antonio Gramsci, con independencia del motivo y de la ocasión, es siempre
tocar un nervio vivo de la historia italiana del siglo XX. Muchos han buscado
administrar y, sobre todo, interpretar su legado moral e intelectual, pero
hacer un juicio de balance resulta empresa ardua, acaso imposible. El carácter
ético de la inteligencia, del espíritu, de las reflexiones de este “pensador
herético” rebasa cualquier definición: proponérsela, y no por casualidad,
termina siempre en algún tipo de instrumentalización.
El
primer y fundamental paso para, cuando menos, aproximarse a la figura de
Gramsci es tomar en cuenta esa vastísima cultura tan suya, inserta en una
formidable autonomía de juicio, una heterodoxia crítica que el marxismo, matriz
de su filosofía política, lejos de confinarla, abrió, en cambio, a horizontes
de libertad de pensamiento nunca antes surcados, tampoco, con toda
probabilidad, luego de su muerte el 27 de abril de 1937 bajo el largo
encarcelamiento a que lo había sometido el régimen fascista.
Con
motivo del 125 aniversario de su nacimiento (Ales, 22 de enero de 1891), hemos
entrevistado a Luciano Canfora, profesor emérito de filología clásica en la
Universidad de Bari y estudioso de Gramsci.
Usted abre su libro Gramsci en la
cárcel y el fascismo (Salerno Editore, 2012) refiriéndose a la reflexión de
Antonio Gramsci sobre la libertad. ¿Podríamos empezar tratando de detallar un
poco la noción de libertad de Gramsci?
El
concepto de libertad es la clave de bóveda de todo nuestro pensamiento
filosófico, de Homero en adelante. Gramsci es representante de una corriente
filosófica que se llama socialismo, en particular el de inspiración marxista,
que transfiere la idea de conflicto entre las clases a todos los aspectos de la
realidad y de la existencia. Teniendo esto en cuenta, la cuestión de la
libertad, que el liberalismo resuelve en términos abstractos, individualistas,
es, en cambio, para Gramsci la cuestión de independizar de la necesidad a las
clases oprimidas, dependientes, subalternas. Se trata, así pues, de un concepto
historizado y arraigado en el contexto del conflicto social.
A propósito de la libertad personal, Gramsci rechazó la
vía más sencilla, la de la petición de gracia, calificándola de “suicidio”.
¿Qué habría significado, en la economía del pensamiento intelectual de Gramsci,
solicitar la gracia al fascismo?
Es
preciso empezar diciendo que el Partido Comunista, que era el adversario
principal, y el más combativo, del fascismo, había dado a los militantes caídos
en manos enemigas y encarcelados la instrucción de que la solicitud de gracia
podía hacerse instrumentalmente, normalmente declarándose arrepentidos de las
culpas por las cuales habían sido condenados a cambio de la excarcelación. Tras
salir de la cárcel, los militantes que eran combatientes en servicio permanente
desaparecían y pasaban a la clandestinidad para reemprender la actividad de
lucha. El fascismo conocía esa directriz, razón por la cual le resultaba un
tanto embarazoso resolver concretamente los casos: si se acepta la petición de
clemencia, el opositor se escapa; si se rechaza, se ponen en causa las razones
mismas por las que debería admitirse la gracia, el arrepentimiento. El caso es
que Gramsci se dio cuenta de que el suyo era un caso aparte, que no guardaba
relación con el de los militantes que conseguían evadirse instrumentalmente
declarándose arrepentidos. Y eso lo condujo a la elección ética de no dar ese
paso humillante y, por otra parte, a la elección política de no conceder al
fascismo una formidable carta consistente en jactarse ante el mundo entero del
arrepentimiento de su principal adversario.
Uno de los momentos más duros de la vida de Gramsci en
prisión, y al que usted se refiere en su libro, fue darse cuenta de haber sido
víctima de “un organismo mucho más vasto” de condenadores. ¿Cómo fue posible,
en su opinión, una tal conjunción de fuerzas tan heterogéneas movidas de
consuno contra Gramsci? ¿Qué las animaba?
La
frase que Gramsci escribe a su cuñada Tania reza así: “yo he sido condenado por
el tribunal especial en 1928, pero me ha condenado un tribunal más grande de
condenadores, y de esta maniobra de mayor alcance forma parte también la
‘extraña’ carta que he recibido de Ruggero Grieco, etc…”. Sobre esa base se
puede discutir mucho, investigar… Gramsci llegó a convencerse de que una parte
del partido del que él había sido la cabeza lo prefería en la cárcel. ¿Por qué
razón? Admitiendo que estamos en el plano de las conjeturas –él nunca pudo
escribir claramente su diagnóstico, siempre tuvo que limitarse a alusiones—,
podemos imaginar que, para el partido, tener un mártir tan insigne resultaba un
instrumento político particularmente eficaz. Quienes no se daban cuenta de que
la agitación en el exterior o las tentativas de contacto con el detenido –que
violaban determinadas reglas carcelarias— podían empeorar su situación, se
desinteresaron de este aspecto de la cuestión. Deseaban que quedara claro ante
el mundo entero que un insigne intelectual, la cabeza de los comunistas
italianos, era un detenido político, detenido por sus ideas. Es natural que
quien se encuentra en la posición en que se hallaba Gramsci se sienta
instrumentalizado: añádase a eso el hecho de que la posición personal de
Gramsci respecto de la evolución de la política soviética había despertado ya
alarmas cuando, en octubre de 1926, había expresado discrepancias con el modo
en que la mayoría del partido comunista ruso se imponía a la minoría. Esa voz
disidente, que no lo era en relación con la línea, sino con el método, tuvo
probablemente su efecto. Hace poco ha salido un libro importante de un autor
italiano, Giorgio Fabre (El intercambio: cómo Gramsci no fue puesto en
libertad, Sellerio,
2015), en donde se demuestra cómo, en cambio, los soviéticos trataron
reiteradamente de sacarlo de la cárcel. Pero el gobierno italiano siempre
contestó negativamente: sólo aceptó el atenuamiento de las condiciones de
cárcel, su ingreso en una clínica y la libertad condicional, pero no
restituirle la plena libertad. De manera que la idea de todos esos condenadores
es una idea totalmente equivocada, una idea que él se formó sobre interpretando
algunos episodios o, acaso, leyendo entre líneas. A mí no me resulta aceptable
esta idea de una gran conjura a costa suya; creo más bien que una parte
del partido –no Togliatti, sino otros— veía políticamente con buenos ojos que
él siguiera dentro como una forma de visualización extrema del carácter
opresivo del fascismo italiano.
Particular relieve ha adquirido la “extraña” carta que
recibió en 1928 Gramsci escrita por Ruggero Grieco, una carta que habría podido
agravar mucho su posición. El propio Gramsci llegó a preguntarse: “¿Se trató de
una villanía, o de un acto de irresponsable ligereza?”. Usted que
ha estudiado como nadie esta carta y en el marco de las acciones contra
Gramsci, ¿cómo lo interpreta?
Yo
he prestado mucha atención a esa carta durante mucho tiempo con varios
estudios. Al comienzo, avancé la hipótesis de que se trataba de una
falsificación, cosa de todo punto posible, habida cuenta de que el original ya
no existe, nunca se encontró; sólo hay distintas fotografías hechas en la
jefatura de policía de Milán. (...) ¿Se trata, así pues, de una falsificación?
Ahora creo que no. Porque otras cartas posteriores de Grieco tiene el mismo
carácter, la misma tipología. Hubo, efectivamente, por parte de Grieco la
voluntad de enviar una carta provocadora, en el sentido de que habla de
política como si Gramsci siguiera siendo un dirigente aún en el cargo, cuando
había sido condenado precisamente acusado de ser un dirigente político. El
elemento que aún resulta difícil de comprender es por qué la carta está llena
de inexactitudes fácticas, de datos erróneos. Hace algunos años, en 2009, se
publicó un artículo de un gran estudioso italiano, D’Alessandro, en Studi
Storici, revista del Instituto Gramsci. Pues
bien; este artículo, que habla del “procesote” que terminó en la condena de
Gramsci, reconoce que aquella carta está llena de cosas extrañas, de
contradicciones y sinsentidos. Porque Grieco era una persona de todo punto
racional, un dirigente destacado, una persona instruida. La pregunta es: ¿por
qué le da por escribir así? Y yo todavía me pregunto si estas cosas extrañas no
forman parte de la provocación. Dicho lo cual, surge una segunda cuestión: ¿por
qué estas cartas fueron reveladas tan tarde, en 1968, por Spriano, cuando su
existencia era bien sabida desde el comienzo, desde 1928, y el propio Gramsci
se refirió expresamente a ellas en su cartas? Se trata, pues, de un arcano, de
un secreto de partido. Hasta que no aparezca la ficha sobre Ruggero Grieco de
la policía política –todavía no se ha encontrado—, no llegaremos a tener una
comprensión verdadera y cabal de la “extraña” carta.
(...)
En la cárcel, Gramsci define el fascismo como
“revolución pasiva” de un futuro potencialmente muy largo y destinado a cumplir
un papel histórico parecido al jugado por el liberalismo en el siglo XIX. Este
error de prospectiva, ¿viene sólo del pesimismo dimanante del encarcelamiento,
o hay razones políticas e históricas más de fondo?
Él
habla de revolución pasiva del siglo XX; de modo parecido al liberalismo que,
tras 25 años de revolución francesa y Napoleón, fue la revolución pasiva del
siglo XIX. Pero ¿qué quiere decir “revolución pasiva”? Quiere decir una
modificación lenta, molecular, de la realidad en dirección renovadora, pero no
actuada de manera espectacularmente rápida, como ocurre en las revoluciones. En
ese sentido es pasiva: es un proceso histórico lento, pero que transforma en un
sentido de progreso. Se trata de una concesión muy fuerte al papel histórico
del fascismo, una concesión notabilísima, que él funda en la investigación que
está desarrollando en la cárcel sobre el corporativismo como tercera vía entre
el liberalismo salvaje y el colectivismo soviético. ¿Por qué lo consideramos
nosotros un error de prospectiva? Porque sabemos cómo terminó, porque sabemos
que con la entrada en escena del nacionalsocialismo alemán y su carácter
agresivo-imperialista, bélico, a cuyo carro se sube Mussolini, aquel proceso
que podía parecer de largo plazo se acelera y termina transformándose en una
guerra gigantesca que puso patas arriba al mundo entero. Pero Gramsci había ya
muerto en ese momento, no llegó a percibir ese giro, aun cuando –ya se ha
dicho— en los Cuadernos de cárcel se presta una atención muy particular
al fenómeno del nacionalsocialismo alemán. En otro libro que escribí poco
después, siempre sobre el período de detención de Gramsci, Espías soviéticos
y fascismo (Salerno Editore, 2012), destaqué lo que, me parece, no ha recibido
suficiente atención hasta ahora, y es a saber: las investigaciones
desarrolladas por Gramsci sobre el caso alemán. Porque comenzó a percatarse de
que algo estaba cambiando en relación a lo que él pensaba en el 32, cuando
escribió la frase citada, algo que era muy importante. Hay, naturalmente, un
elemento de verdad en lo que dice, si nos ponemos en la óptica de 1932 y
tratamos de no pensar en lo que sucedió después: en el sentido de que el
fascismo, no obstante la violencia con que llegó al poder, al presentarse como
genuina revolución nacional en contraposición con las revoluciones de tipo
bolchevique-internacionalista, ha transformado la realidad económica del país,
por ejemplo, con la creación del I.R.I. [Instituto para la Reconstrucción
Industrial], o sea la participación pública en el desarrollo de la industria,
buscando una tercera vía entre el liberalismo clásico (que no está de ningún
modo dispuesto a hacer concesiones al mundo del trabajo, sino que se limita a
perseguir el beneficio) y el colectivismo, que trae consigo una extrema
violencia expropiadora, algo que Gramsci dice del modo más claro. Ese elemento
de tercera vía que connota el fascismo, afecta también al pensamiento
económico-social, por ejemplo, del mundo católico. Hoy vivimos en una época en
la que continuamente se pide la intervención del Estado en momentos de crisis,
como pasó con la crisis económica iniciada en 2007 y que todavía dura. Así
pues, aquel núcleo de pensamiento que Gramsci lee en el fascismo de los años 30
no es una invención suya. Es un hecho. Luego, los desarrollos ulteriores
tendrán que ver con la política exterior, con la política de potencia, pero
todo eso trasciende al análisis. El análisis se refería a la novedad específica
que el fascismo les ofrecía al llegar al poder y estabilizarse en torno
al proyecto corporativo.
El otro elemento sobre el que se funda la reflexión
gramsciana sobre Mussolini es el del “cesarismo”, identificando en Mussolini la
solución “cesarista” de la crisis italiana. Se trata de una reflexión que ha
sido a menudo instrumentalizada. ¿Podríamos tratar de delimitar sus contornos
más precisamente?
El
cesarismo es un concepto del que Gramsci se sirve insistentemente, y al que
vuelve más veces, ampliando el texto originario en que lo introdujo. Es, pues,
un concepto que él se toma muy a pecho. En el mundo de la Tercera
Internacional, del bolchevismo, en cambio, el cesarismo se usaba, por así
decirlo, con corriente alterna. Por ejemplo, contra Trotsky: se lo acusaba de
tener “aspiraciones cesaristas”, es decir, de bonapartismo. Y Trotsky
reaccionaba afirmando que Stalin representaba el Termidor de la revolución, es
decir, el freno en sentido conservador de la revolución. Marx, en su época,
escribió que el cesarismo era un concepto inútil para la realidad
contemporánea. En las Lecciones sobre el fascismo, Togliatti dice que el
cesarismo es una categoría vitanda. De modo que el hecho de que Gramsci se
sirva de ella es un signo de gran originalidad en relación con su propia
tradición política-cultural, una anomalía. Y el hecho de que él no sea un
ortodoxo subordinado a una doctrina, sino más bien un pensador original es
enteramente mérito suyo. Cuando incluye a la figura de Mussolini, en aquella
página famosa sobre el cesarismo, como uno de quienes han representado una
solución de compromiso entre revolución fallida y reacción incapaz de recuperar
el poder, no es una concesión; es una interpretación bastante convincente del
papel histórico que al menos durante una década llegó a jugar Mussolini en
nuestro país, situándose indudablemente en el vértice de un movimiento que se
presentaba como revolucionario, sí, pero de otro tipo, como un “gran mediador”.
Como dice Gramsci, una solución cesarista es la que se afirma y afianza cuando
ninguno de los contendientes puede vencer o prevalecer. Yo no puedo creer que
ese diagnóstico parezca errado o resulte instrumental, ni tampoco se puede
decir que se trate de una concesión a la figura moral y política de Mussolini;
es una interpretación de todo punto legítima de un hecho nuevo en la dinámica
política de nuestro país.
La atención prestada por Mussolini a Gramsci seguirá
incluso después de la muerte de este último (baste recordar el episodio del
artículo aparecido el 12 de mayo de 1937 en la primera plana de Il Messaggero, en
el cual se reprochaba a Gramsci haber terminado “sus días en una soleada
clínica de Roma”). ¿Qué razones animaban a ese encarnizamiento post mortem?
Hubo
incluso más. No sólo el artículo sin firma aparecido en Il Messaggero,
sino el artículo, esta vez firmado, publicado en Popolo d’Italia, en el
que se reproducían literalmente las palabras de un anarquista, Ezio Taddei, que
era en realidad un medio espía de la OVRA [policía política del régimen
fascista], y quien se refería con insultos a los presuntos privilegios de que
habría gozado Gramsci en la cárcel. ¿Qué pretendía Mussolini con esta
operación? En parte, dar a entender que el tipo de tratamiento que habría
tenido Gramsci habría sido, al menos hasta cierto punto, distinto del
habitualmente dispensado a los detenidos políticos. “Sabed”, dice al mundo a
través de su periódico, “que lo hemos tratado bien”. La polémica va también
contra los soviéticos: en la URSS se termina fusilado, si se es disidente
político; en la Italia fascista, llegado el caso, uno puede terminar hasta bien
atendido en una clínica. ¿Por qué está provocación? Porque, entretanto, las
relaciones entre Italia y la Unión Soviética habían empeorado a causa de la
Guerra de Etiopía; los soviéticos se adhirieron a las sanciones contra nuestro
país recomendadas por la Sociedad de Naciones, lo que disgustó a Mussolini al
punto de que considerara caduco el pacto de amistad italiano-soviética firmado
en 1933 y se reagudizara la polémica. Por eso saca la cuestión de Gramsci, para
decir que el fascismo es mucho más humano que el régimen comunista. Lo que
duele es que se haya utilizado el artículo de un anarquista publicado en un
periódico anarquista impreso en Norteamérica, L’adunata dei refrattari. Probablemente,
Mussolini sabía quién era ese Taddei, y yo creo haber contribuido al
conocimiento de este hombre en el libro citado citado, Gramsci in carcere e
il fascismo.
Entre las notas más interesantes de los Quaderni gramscianos,
están las dedicadas al americanismo y el fordismo, sobre las que ya en los años
70 llamó la atención el historiador Franco de Felice. Mucho más recientemente,
esas mismas notas han dado pie a interpretaciones políticas que han hecho
hablar de un Gramsci “liberal”. ¿Hasta qué punto le parecen fundadas esas
lecturas?
Un
Gramsci liberal, para nada. Es una definición errónea, porque liberal quiere
decir una cosa de todo punto distinta, y la cultura política de Gramsci anda
lejísimos de aproarse al liberalismo. Quien diga esto, no puede aportar
argumentación seria. Me imagino que aquí se hace también referencia a las
polémicas recientes sobre “el cuaderno faltante”, en el cual cuaderno, de cuya
existencia estoy persuadido, se hablaba de cosas que ignoramos porque no hemos
sido capaces de encontrarlo. Hacer conjeturas sobre el contenido de ese
cuaderno faltante es metodológicamente absurdo. Pero es muy importante haber
señalado que todos los indicios convergen en la constatación de que ese
cuaderno estaba y ya no está. Cuando, en abril de 1945, Togliatti afirma que
los cuadernos han llegado a Roma, dice que son 34; en cambio, nosotros
disponemos de 33. Es claro que falta uno. Pero inventarse lo que está escrito
allí, es cosa harto distinta. Inventarse, además, que se trataba de una opción
tardía por el liberalismo es todavía más arbitrario. Las páginas de los
cuadernos que podemos leer son en este sentido inequívocas, y me refiero
particularmente a una, en el Cuaderno 11 – El número y la calidad de los
regímenes representativos—, que es un texto gramsciano fundamental, en los
antípodas de la mentalidad y de la práctica del liberalismo político.
En 1947, Croce describía así a Gramsci: “apertura hacia
la verdad viniera de donde viniera, escrúpulo de exactitud y de ecuanimidad y
afectuosidad del sentir”. Casi 70 años después de esa descripción, ¿usted cómo
describiría hoy a Gramsci?
Muchas
de estas fórmulas que Croce acuñó me parecen pertinentes y muy apropiadas. La
gentileza un poco menos, porque Gramsci fue un fiero polemista. Croce dijo esas
palabras en la recensión, publicada en La Crítica, de la primera edición
de las Cartas, y es obvio que en las cartas, exclusivamente dirigidas a
familiares, todo lo que dice Croce es la pura verdad. Pero cuando salió el
primero de los Cuadernos de cárcel, El materialismo y la filosofía de Benedetto
Croce, Croce se negó a reseñarlo, porque no compartía en absoluto el
contenido, muy polémico, del análisis que Gramsci hacía de su pensamiento
filosófico. En fin, yo diría que comparto las palabras definitorias que usted
citaba de Croce, añadiendo por mi parte su carácter de polemista implacable.
En Literatura y vida nacional, Gramsci
analizó, y en algunos casos, avaló, algunos de los fenómenos literarios que
luego han influido en la evolución de la literatura italiana. ¿De qué modo se
puede decir que la literatura italiana de la posguerra ha dialogado con una
personalidad tan limpia y aguda como la gramsciana?
La
figura de Gramsci, desde el punto de vista filosófico, político y literario, ha
influido en nuestra cultura durante medio siglo. La operación de Togliatti, que
publicó los 33 Cuadernos, transformándolos en libros y facilitando su lectura
al convertirlos en genuinos ensayos, tuvo un impacto decisivo en la cultura
italiana. Tampoco los adversarios han podido dejar de tenerlos en cuenta. Yo
estoy convencido de que la evolución de la literatura italiana luego del 45 va
estrechísimamente ligada al pensamiento y a las enseñanzas de Gramsci. La
editorial Einaudi,
que publicó los Cuadernos por expresa voluntad de Togliatti (no, pues, una
editorial del partido, sino una editorial cultural), ha publicado también
tantos y tantos volúmenes de literatura italiana que se hacen eco de lo que se
lee en los Cuadernos: autores, desde Bilenchi hasta Calvino, literalmente
impregnados de los Cuadernos. Yo diría que la literatura italiana ha sido, por
muchos decenios, gramsciana.
¿Qué queda del legado político e intelectual de
Gramsci?
En
mi opinión, la crítica, siempre valiosísima, del llamado mecanismo
parlamentario democrático electivo que es el fetiche, dígase así, de nuestros
regímenes políticos actuales, que fingen creer que nuestros sistemas son
democráticos. Lo que son, en realidad, es mecanismos electorales dominados por
élites de potentados. Gramsci ha escrito páginas fundamentales y todavía muy
válidas para desvelarlo.
Traducción para www.sinpermiso.info:
Ventureta Vinyavella
Luciano Canfora miembro del Consejo Editorial
de SINPERMISO, es un historiador marxista italiano y el más importante
clasicista europeo vivo.
Fuente:
Colectivo Acción Directa Chile –Equipo
Internacional
Mayo 11 de 2016
No hay comentarios :
Publicar un comentario