“Autonomía
y las luchas de los pueblos originarios de América Latina”
En El Irreverente -30/11/17
Autonomía es un concepto de
múltiples significados, aunque regirse mediante normativas y poderes propios,
opuestos en consecuencia a toda dependencia o subordinación heterónoma, sería
la acepción más generalizada, independientemente de los sujetos que la pongan
en práctica. No obstante, por este carácter polisémico del término, es
necesario precisar algunos elementos definitorios que permitan aclarar su uso
en un contexto histórico y sociopolítico específico: la lucha de los pueblos
indígenas de América por la preservación de sus territorios, recursos
naturales, saberes, identidades, formas de justicia y organización social por
medio de autogobiernos que se fundamentan en la democracia directa y
participativa.
Concebimos
la autonomía básicamente como un proceso de resistencia mediante el cual, las etnias
o pueblos soterrados, negados u olvidados fortalecen o recuperan su identidad a
través de la reivindicación de su cultura, derechos y estructuras
político-administrativas.
Destacamos el carácter dinámico y transformador de
las autonomías, que para ser tales, modifican a los mismos actores y en
dimensiones diversas: las relaciones entre géneros, entre generaciones,
promoviendo en este caso el protagonismo de mujeres y jóvenes; democratizando
las sociedades indígenas, politizando e innovando sus estructuras políticas y
socioculturales.
El
estudio de las autonomías desde una perspectiva integral y comparativa muestra
la naturaleza transformadora de estos procesos no sólo en su articulación, las
más de las veces contradictoria con los estados nacionales existentes, sino
también en el interior de los sujetos autonómicos. Así, no se trata sólo de la
existencia de autogobiernos tradicionales indígenas que se desarrollan de
diversas formas a lo largo de la colonia y la vida independiente, y que
perduran hasta nuestros días en numerosas comunidades de la geografía
latinoamericana. Tampoco se trata de competencias y atribuciones establecidas
desde arriba, administrativamente o por modificaciones constitucionales, pisos
y techos de modelos que no corresponden a realidades concretas y que
denotan los límites de una ciencia social a la zaga de los procesos
socio-étnicos.
Las
prácticas autonómicas actuales van más allá. Cuando los zapatistas, por
ejemplo, trascienden el autogobierno y lo asumen a partir de los principios de mandar
obedeciendo, la rotación de los cargos de autoridad, la revocación del
mandato, la participación planeada y programada de mujeres y jóvenes, la
reorganización equitativa y sustentable de la economía, la adopción de una
identidad política anticapitalista y anti sistémica y la búsqueda de alianzas
nacionales e internacionales afines a ésta, se lleva a cabo un cambio
cualitativo de las autonomías en su apropiación regional del territorio y la
extensión del poder desde abajo.
Ante
la agresión permanente de las corporaciones (o ávidos empresarios) en busca de
territorios, recursos (como el asesinato por buscadores de oro a integrantes de
una tribu de recolectores de huevos en la frontera de Brasil, Colombia y Perú)
y saberes de los pueblos, la autonomía busca redefinir la relación con el
entorno circundante. En la profundidad de territorio se busca la unión
complementaria de productores y comercializadores para desarrollar una economía
solidaria y la autosuficiencia alimentaria, así como la generación de proyectos
económicos para beneficio general, optimizando todos los esfuerzos para el
ejercicio real de la autonomía como tarea de todos y todas. La defensa de los
sujetos autonómicos a la acción del mercado y sus agentes estatales significa
el control del territorio desde abajo (comunidades) y desde la sociedad civil
nacional e internacional que acompaña en ocasiones a estos movimientos. Se
reafirma la urgencia de recuperar o desarrollar la autonomía económica,
productiva y alimentaria de los pueblos con el fortalecimiento del cultivo del
maíz autóctono (y no del transgénico), uso de abonos orgánicos (y rechazo a los
agroquímicos), cuidado del agua, uso y protección de las semillas propias; así
como la recreación y fortalecimiento de los sistemas de ayuda mutua, los
mercados y tianguis (locales y regionales) y el aprovechamiento de ecotecnias.
Los
procesos educativos y de socialización, asimismo, se generan a partir de y por las
comunidades, tomando en cuenta los saberes surgidos de los pueblos y otros
actores populares, y aquellos que enriquezcan a los sujetos autonómicos, en
el entendido que el dialogo intercultural fortalece la autonomía. Esta
situación es más notoria y necesaria cuando dos o más pueblos confluyen en un
proceso autonómico (Chiapas, regiones de Guatemala y Nicaragua, por ejemplo) y
la unidad del sujeto autonómico frente al Estado transnacionalizado se torna
indispensable, ya que en las actuales circunstancias, éste sujeto se opone
directamente a los agentes estatales (funcionarios, policías, ejército, jueces,
etcétera) al servicio del capital.
Si
la autonomía es parte de la cuestión nacional, el movimiento indígena que
practica y promueve las autonomías, en su lucha por prevalecer, establece las
alianzas necesarias, primero entre los propios pueblos indígenas, y a partir de
ello, con los sectores oprimidos y explotados del país que se trate. Esto
significa la construcción permanente del sujeto autonómico no sólo desde
abajo, sino también en sus alianzas con otros actores políticos y a partir del
control sistemático de los/as representantes a través de la rendición de
cuentas, revocación de mandato, según sea el caso, y rotación de cargos.
Es
evidente que todos estos procesos no se llevan a cabo de manera simultánea en
las etno-regiones y en todos los casos en que se ejerce el autogobierno
indígena, destacando la profundidad de algunos de ellos que por razones
especificas han podido desarrollar formas organizativas –incluso político
militares— como el EZLN, que dan coherencia e integralidad a las prácticas
autonómicas. Dependerá de la correlación de fuerzas que estos procesos superen
las dificultades y oposición del Estado, sus gobernantes y las corporaciones
transnacionales como en los casos de Guatemala, Honduras, Ecuador, Perú y Chile.
Es más, se cumplió más de un año del asesinato de Berta Cáceres, la que fue
ultimada por su defensa acérrima del territorio del pueblo Lenca y el respeto a
la consulta previa, libre e informada (CPLI). La defensa del río Gualcarque y
el empecinamiento de la empresa DESA en construirla, tuvo como resultado lo que
se puede denominar un crimen de Estado. La violencia con que ha respondido la
clase empresarial y funcionarios estatales en relación a la implementación de
la consulta previa se viene dando a lo largo y ancho de América. Como ejemplos
recientes se encuentra el asesinato, en enero pasado, de Sebastián Alonso Juan,
de 72 años y originario de Yulchen (Guatemala), hasta la militarización en
diciembre del año pasado de la comunidad Shuar de NanKints en Morona de
Santiago Ecuador, la cual fue concesionada a una empresa minera China, pasando
a la construcción de la represa de Barro Blanco Panamá y la inundación de la
aldea sagrada de Kiad, sin respetar la posición asumida por el pueblo Buglé en
la consulta efectuada. Sin embargo, el camino pasa por reafirmar el valor y la
importancia de las prácticas políticas que se materializan en las asambleas
comunitarias, los sistemas de cargo, el tequio y, en general, las obligaciones
y contribuciones del conjunto de la comunidad y sus miembros.
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