“El año cero de los Cordones Industriales: 1972. Parte I”
Por Rafael Kries, en Aurora Roja –public. 6/11/17
Para la generación
que aún no cumple medio siglo, el proceso que viviera nuestro país, desde 1970,
puede parecer lejano. Sin embargo, su eco aún resuena en los oídos no sólo de
nuestro pueblo sino en el de muchos pueblos del mundo.
Se
esté de acuerdo o no, con la interpretación que se haga de sus hechos y
propuestas, la Unidad Popular de Salvador Allende – junto a los esfuerzos del
Che Guevara por abrir un nuevo camino a los pueblos de América Latina – está
entre los procesos relevantes del último tercio del siglo pasado a nivel
mundial.
Es
interesante observar la connotación ideológica global que adquirieron, aunque
en la base de este fenómeno esté la confrontación ideológica y de bloques que
se desplegó en la periferia del sistema capitalista mundial a posteriori de los
resultados inmediatos de la 2ª Guerra Mundial.
En
esa memoria colectiva algunas individualidades han adquirido una talla de
gigantes, algunas veces utilizadas con objetivos menores por diversas
perspectivas, pero lo interesante son algunos fenómenos sociales de esa época
que han logrado encarnarse como alegorías y leyendas en la conciencia mundial.
Uno
de los más evidentes ha sido para el caso de Chile, el de los Cordones
Industriales, eje central de los organismos de Poder Popular del país. Su mito
no ha dejado de crecer a pesar del esfuerzo de la ideología e instituciones de
la burguesía chilena para acallarlo y reducirlo o los esfuerzos de las propias
organizaciones, que se autodenominan de izquierda, para domesticarlo,
adocenarlo y olvidarlo.
Muchas
pueden ser las razones de ese fenómeno y probablemente varias de ellas tienen
que ver con la necesidad de los pueblos de pergeñar sus esperanzas. La
conciencia no es simplemente la evidencia de la positividad – en ese caso de
una articulación de asambleas de fábrica y su posterior derrota – es también la
búsqueda de la verdad, en la medida que esta exista, incluso más allá de las
racionalizaciones.
En
ese entonces, la generación a la que pertenezco – heredera de una larga lucha
del pueblo chileno por la libertad, la igualdad y el bienestar – contaba con una
edad cercana a la de muchos de ustedes, y estábamos convencidos que en esa
coyuntura – la que estaba abierta con la elección Allende – se abría una
posibilidad para una sociedad más justa, feliz y solidaria.
Las
exigencias sociales que recogíamos eran muy simples: vivienda, trabajo digno,
alimentación suficiente para todos, especialmente, para los niños, salud tan
buena como lo permite la naturaleza de cada uno, un bienestar material
alcanzable, y una educación responsable, ética e integral, con una ciencia
puesta al servicio de la humanidad y no de la guerra.
En
sólo mil días de Gobierno Popular se dio perfil a una esperanza social que no
lograba ser borrada por el egoísmo, el consumismo ni los esfuerzos de los
poderes fácticos de este país, que incluso en el presente sueñan con hacernos
olvidar ese intento.
Mil
días que no pueden ser medidos en base al tiempo habitual, pues en ellos cada
jornada no era de 24 horas, ni cada hora de 60 minutos pues ese tiempo restaba
preñado de esperanzas.
Esa
conciencia expresada en cada militante de diversas organizaciones, de avanzar
en el seno de una multitud que busca el bienestar colectivo, proporciona un
sentimiento de felicidad difícilmente comunicable, pero que es necesario
comprender para superar los enfoques de simple nostalgia.
Los
grupos y personas que convergimos en los Cordones no sólo éramos obreros o
empleados de fábrica, sino estudiantes profesionales y pobladores, militantes
todos de esa causa histórica. No había un reconocimiento o instructivos de partido,
excepto los esbozos de comprensión que la lectura permitió a algunos sobre los
períodos de poder dual, como los denominaban Lenin y Trotsky. La censura
ideológica en la izquierda era feroz en esa época impregnada de ortodoxia, y
guerra fría, durante la cual sólo mencionar el nombre de Rosa Luxemburgo abría
las puertas de una excomunión.
Pero
se había abierto un período de luchas de clase que impulsaba en la izquierda y
en el pueblo a organizarse para enfrentar las tareas del cambio que se buscaba
y para responder y compensar los daños que las huelgas, sabotajes y boicots de
los enemigos del proceso provocaban en nuestra marcha. Ciertamente se perdían posibilidades de
acción y organización, tal como la de los Comités de la Unidad Popular (CUP) al
inicio del proceso, pero siempre se buscaban y creaban otras, tales como los
organismos poblacionales y la movilización por tierras o salarios, así como los
esfuerzos por democratizar lo existente.
Los
Grupos dominantes, desde el ascenso de Allende a la Presidencia, habían
abandonado su cacareado respeto por la Democracia y su supuesto pacifismo, para
complotar, boicotear y generar grupos para-militares así como conspirar con el
Gobierno de Nixon en el Imperio Americano, de modo de debilitar, destruir y aplastar
un proyecto social que estaba siendo desarrollado ante los ojos del mundo por
un pueblo pequeño ubicado en donde el mundo se cierra.
Es
interesante constatar que en Chile en ese período no se desarrolló un
movimiento guerrillero anclado en las capas media o en el campesinado, tal como
sucedió en países vecinos. La UP y el movimiento de trabajadores que estaba en
su seno atrajeron a su cauce a diversos movimientos políticos que, sin
coincidir con su estrategia política o su programa, se plegaban a su fuerza y a
su conducta.
En
ello había indudablemente un giro de la esfera política que solo encuentra
explicación en los procesos de crisis global y de las modalidades de la
acumulación de capital, que hemos mencionado en otros escritos. Éramos producto
del fin de los años de prosperidad de la posguerra y de las movilizaciones y
guerras que se resolvían en una y otra dirección momentáneamente.
Pero
ese combate en ascenso de nuestra clase trabajadora y los Partidos del Pueblo,
de esa época, no tiene parangón en cuanto a su peculiar carácter. La elección
de Allende, el respeto al programa – que nacionalizó Bancos y la Minería del
Cobre, que creó un sector de la economía en manos del Estado –, o el
surgimiento de Cordones Industriales y otros organismos de Poder Popular,
tienen explicación en niveles profundos de nuestra conciencia e historia.
El
entusiasmo desbordado de las multitudes, que anulaba parcialmente el espíritu
de secta en la izquierda política, así como el espíritu grupal de un pueblo que
con sus hijos a cuesta asistió a actos
políticos, pintó barrios y escuelas, combatió plagas, hizo trabajo voluntario y
que, como señalaban con asombro los extranjeros que venían, leen publicaciones,
libros y cuentos – por miles – y que recitan y cantan en los momentos
compartidos, no pueden borrarse a pesar de la ferocidad de la represión
posterior ni de la traición oportunista de sus legatarios.
Esa
actitud, ya cuando surge, no podía ser permitida por los grupos dominantes. Esa
valoración del bien común antes que los intereses privados, les parecía
subversiva. Ese amor por la tierra y esa fusión con la herencia mapuche
ancestral, esa esperanza de profundizar la conciencia social y de grupo, y de
una democracia real, participativa y lo más ampliamente directa, les parecía
una locura que atentaba contra el sagrado carácter que le daban a los objetos y
mecanismos que ellos controlaban y que eran la base de sus privilegios.
Empresarios
de viejo y nuevo linaje, con sus medios de comunicación que incluso hoy hablan
de libertad y patriotismo, políticos de derecha y de centro coludidos y
financiados por empresas transnacionales, comandados por una potencia
extranjera y sus servicios secretos, articularon un golpe de militares y
civiles chilenos para destruir esperanzas, cuerpos y mentes de un pueblo que
había logrado en ese período ponerse de pie para exigir su derecho a la
libertad, a la justicia y a la fraternidad.
El
año 1972, Año Cero de los Cordones Industriales, fue un año decisivo del enfrentamiento de la clase dominante en la estructura social chilena contra la
población. Pero allí debieron enfrentar y diluir la respuesta que intentó
consolidar el pueblo chileno ante su barbarie: Organizar Poder Popular, crear
Cordones de Industria, exigir un rol central para los trabajadores en el
proceso. Y lo lograron.
Todos
conocemos los pasos hacia adelante y hacia atrás que se dieron, tratando de
mantener el diálogo político y el funcionamiento de la economía y la
institucionalidad bajo control y diseño de la hegemonía pre-existente, por
parte de los rivales que se enfrentaban. Algún día se podrá hacer un balance
histórico que dé cuenta de ese último período sin egoísmos partidistas ni
justificaciones banales.
La
fuerza de las ideas heredadas y generadas por nuestro pueblo, su moral de
combate y su ética, su deseo de justicia y generoso amor siguen en la bruma del
tiempo expresándose como mitos sobre Allende y los Cordones, épicas sobre el
Poder Popular y la Unidad Popular, leyendas sobre la posibilidad de luchar más
allá de las fronteras partidarias por una posibilidad de cambio real y profundo
que permita enfrentar las nuevas amenazas creadas por el capitalismo tales como
la precariedad de la vida y el Cambio Climático.
Parafraseando
una consabida idea: los Cordones y el Poder Popular son algo que nunca ocurrió
tal como se cuenta, pero que siempre como esperanza nos está ocurriendo.
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