Con sus
27 años de apostarle al ‘mal menor’ y de asustarnos con el ‘cuco de la derecha’,
en el fondo manteniendo y reproduciendo el sistema que beneficia a una mínima fracción
del riquerío, lo único que la exConcertación-Nueva Mayoría ha hecho es acrecentar
la desigualdad y la pobreza. Entonces, ¿qué esperaban?, ¿ganar éstas elecciones?
Desde 1990 y hasta hoy, la formación social chilena exhibe obscenos
niveles de injusticia y desigualdad económico-social, que los grupos
mantenedores y reproductores del sistema heredado de la dictadura –la
exConcertación, hoy NM y mañana FM- sólo
se han preocupado por maquillar. Cuando mucho, han salvado el qué dirán con un
acotado gasto social focalizado (como en tiempos dictatoriales). Por más de un
cuarto de siglo, manipulando el fantasma de los milicos golpistas, fomentando
el cuco de la derecha y la constante apuesta al “mal menor” (esta vez, en la
forma del ahueonao “Todoscontrapiñera”), se han jugado a fondo para que sus
limitadísimas reformas no dañen los sacrosantos equilibrios macroeconómicos.
La
desigualdad social puede ser expresada, desde una lógica básica, como el
fenómeno que afecta directamente la cohesión, el bien común y la calidad de
vida en una población, estableciendo brechas inconmensurables entre unas vidas
más confortables y otras más desfavorables. Se atribuye principalmente este
fenómeno a la injusta distribución de los ingresos, en el contexto de una
sociedad dividida en clases y donde la fuente de la riqueza de una nación
proviene principalmente de sus trabajador@s, pero donde las clases y fracciones
no productoras se apropian crecientemente de los frutos de ese trabajo.
Entendido
esto, se pueden crear lineamientos para medir qué tan desigual podemos estar
comportándonos como sociedad. Universalmente, existen varios métodos con los
cuales podemos realizar ésta cuantificación, siendo quizás el más aplicable el coeficiente de Gini, quien accede a graficar la distribución de las riquezas en
relación con la equidad social, situando numéricamente de 0 a 1 la relación de
menor o mayor desigualdad.
Conste
que entre 1990 y 1996, inicios de la actual ‘democradura’, ese coeficiente Gini pasó de
0,55 a 0,56; es decir, la desigualdad simplemente aumentó. Dos décadas después,
a finales de noviembre de 2015, la OCDE presentó un estudio económico sobre Chile 2015,
incluyendo su último informe sobre distribución del ingreso, donde nuestro país
lidera el ranking de los más desiguales, con un índice de Gini de 0,503 entre
el periodo 2006 al 2011. Ahora bien, según datos del PNUD los actuales niveles de desigualdad siguen siendo muy
elevados respecto de los países desarrollados; el coeficiente de Gini en
nuestra formación bordea los 50 puntos mientras que en la mayoría de los países
de la OCDE fluctúa entre los 24 a 35 puntos (la mejor, Eslovenia, con 24). Finalmente,
pero no menor, si nos atenemos a lo que sucede con el valor del índice de Gini
para la riqueza neta de los hogares chilenos, con datos del BC de julio pasado, éste alcanza
un 0,73, producto de las enormes distancias en la distribución del ingreso.
En suma, la literatura asume que un índice superior al 0,50 representa
situaciones de alta desigualdad, por lo que las cifras en Chile son alarmantes
en esta materia.
No
podemos dejar de mencionar que el único período en las últimas décadas en que
el índice Gini bajó a niveles menores a 0,47, fue durante los tres años del gobierno de la
Unidad Popular, entre 1970-1973.
Necesario
es señalar que pobreza y desigualdad no significan lo mismo. Si bien Chile en
estos últimos 27 años ha reducido sus niveles de pobreza (aunque se vuelve
menester señalar que, aparte de la aplicación de ciertas políticas públicas focalizadas
para superar la pobreza y extrema pobreza, mejores resultados tuvo el cambio de las formas de medición de estas problemáticas sociales y recalcular la línea de la pobreza), se observa con creciente preocupación
como la brecha entre quienes tienen menos –la inmensa mayoría nacional- y
quienes más -un restringidísimo grupo de la población- va aumentando ostensible
e ignominiosamente en beneficio de estos últimos.
Esa
permanentemente regresiva distribución del ingreso
Durante
estos 27 años de seudodemocracia, tanto los cabecillas de Hacienda de la
Concerta-NM como de Piraña: Foxley, Aninat, Velasco, Larraín Bascuñan, Eyzaguirre y otros más, nos han jurado de guata que todos los parámetros de la
economía social iban a mejorar con un “mayor crecimiento”, con lo que podemos constatar
que heredaron –entre otras cosas- el discurso tan caro al gran capital que
rezumaba la dictadura cívico-militar. Así, la generación de empleo, reducción
de desempleo, incremento de salarios reales, constituirían los mecanismos del
"trickle down" ("rebalse") que supuestamente resolverían la
cuestión distributiva. Si esto es así, entonces ¿para qué preocuparse
específicamente por dicha cuestión? La prioridad central debiera ser la
mantención de una tasa de crecimiento del 7% o más, porque la cuestión
distributiva se estaría resolviendo automáticamente. Cuando se centra el debate
en estos términos; es decir, lograr que la economía siga creciendo sobre un x%,
entonces la discusión se encajona, casi automáticamente, en pos de alcanzar
constantes y altos niveles en inversión y en cómo se puede aumentar el nivel del
famoso ahorro. Pero, ¿ha resultado efectivo el permanente olvido de la cuestión
distributiva?
Para
que constatemos lo que ha sucedido en estos 27 años de democracia gorila, donde
lo menos validado por los gobiernos del duopolio ha sido la justicia social, veamos
lo que ocurre respecto de la desigual distribución del ingreso. En 1990, lo
que percibía el 20% más pobre de la población era de un 10,65%, mientras que el
20% más rico se apropiaba de un 78%; o sea, la diferencia era de casi 17 veces en
favor de los adinerados. Ahora, sí vamos a ver cuánto se embolsilla en la
actualidad el 20% más rico, en base a información del BC de mediados de éste año, ello llega a un 73% de la riqueza del
país. Así, en 27 años de cacareada “democracia”, casi se ha mantenido la
regresiva distribución de la riqueza producida por la gran mayoría nacional. Con
todo, si nos atenemos a cuánto gana hoy el 10% más rico, ello corresponde a 26,5 veces más que el 10% más pobre,
superando en más de un 100% el promedio de los países de la famosa OCDE.
Pero,
ojo. Ese quinto quintil –el más rico- posee altos niveles de dispersión. Esto
quiere decir que las mayores diferencias en riqueza se concentran también entre
los hogares más ricos de la población, evidenciando una diferencia
significativa con los otros cuatro quintiles, que presentan niveles de
dispersión bajos, y dando cuenta de que dentro del quintil más rico existe un
porcentaje reducido que dispara las cifras. Así, se puede afirmar que en Chile
hoy existe una fuerte concentración de la riqueza entre los hogares chilenos.
Por
otra parte, el 20% más pobre presenta niveles de riqueza nula o negativa.
Dentro de ese quintil, el 83% de los hogares muestra una riqueza negativa,
mientras que el restante posee una riqueza nula.
Respecto
a la desigualdad de ingresos, es oportuno señalar otras situaciones que históricamente se han ido profundizando
y que permanecen o incluso se agravan en este último cuarto de siglo: los
hombres ganan más que las mujeres desempeñando la misma función o cargo; los
parlamentarios de la cámara de diputados ganan sobre 40 veces un sueldo mínimo
mientras que los senadores ganan sobre las 80 veces. Y el 1% más rico de Chile
paga lo mismo en Impuesto al Valor Agregado (IVA) que el 20% más pobre, al
momento de comprar un kilo de pan. Otro aspecto interesante de la distribución del
ingreso en Chile es su significativa heterogeneidad regional. Este hecho sugiere que analizar el comportamiento de
la desigualdad a nivel nacional (promedio) no constituye un análisis completo,
pues un análisis de este tipo oculta los significativos cambios que ocurren a
nivel regional.
La
desigualdad también se encuentra presente –y no ha variado significativamente
en estos 27 años- en el actual sistema de educación chileno. Lo que debiese ser
un derecho garantizado por el Estado, por un lado, se encuentra predeterminado
por la lógica del mercado (educación de enseñanza básica y media particular
pagada y una buena parte de la subvencionada; así como toda la rama crediticia
frente al acceso a la educación técnica profesional y superior), mientras que
por otro lado se observa un debilitamiento de la educación pública, tanto en el
ámbito de enseñanza básica y media, como en las instituciones de educación
superior pertenecientes al Estado, sobre todo, las que tienen carácter
focalizado en lo regional. Es más, constitucionalmente el Estado no garantiza
directamente el derecho a la educación. En el artículo 19° sobre las garantías
constitucionales, número 10 inciso 2, establece que “Los padres tienen el
derecho preferente y el deber de educar a sus hijos. Corresponderá al Estado
otorgar especial protección al ejercicio de este derecho”. Con ello, el Estado
se desentiende constitucionalmente de todos los niños que por distintas razones
socioeconómicas no puedan estar estudiando en la actualidad y vivan en
situación de calle, sin desmerecer el rol y potenciamiento del mismo que
debemos propender otorgar al Sename.
Empleo y
salarios a la baja
En
los años “90, una economía que crecía al 7% inevitablemente tendría que haber
conducido a una reducción del desempleo y a un aumento de los salarios reales. Pero
como ello ocurre sólo en esa economía teórica, ilusamente perfecta, etérea,
pintada por los clásicos del capitalismo, a la cual adscriben, tanto los
neocapitalistas de Chicago como los economistas que han creado el programa
económico de los grupos mantenedores del sistema de la Concertación-NM, lo que en realidad ocurrió en Chile durante esa década fue que el desempleo
–luego de una baja de un 18.5% entre el lustro 1985-1990 y el siguiente, 8,1 y
6,6%, respectivamente- permaneció estable en 6,6% aún con un crecimiento
económico mayor a 7% anual. Además, los salarios reales iniciaron la década con
un promedio de aumento de 4,8% para terminar el período con apenas un 1,9%.
Otro tanto ocurrió con el crecimiento del empleo, que pasó de un 2,6% entre
1990-1995 a sólo un 1,7% en 1997.
Pero,
si alguien esperaba que esas cifras se revirtieran con 27 años de democracia al
peo, se tiene que quedar con las ganas. Un
estudio de la OCDE,
llamado “¿Cómo va la vida?”, reveló entre otros datos lo que muchos
intentan negar: que en Chile la mayoría nacional, el 77,5% de la población, es
pobre o vulnerable económicamente.
Entre
otras cosas, el documento señala que un 52,65% está en la categoría de
vulnerable económicamente, es decir que si bien están sobre la línea de
pobreza, están en riesgo de caer en ella ya que no cuentan con recursos
financieros que le permitan protegerse en caso de sufrir la perdida de sus
ingresos por tres meses, cifra que “es decidora de la baja capacidad de ahorro
que tienen las familias y por cierto el lugar en el ranking refleja nuestra
situación de desarrollo relativo respecto de los países de la OCDE”, comentó
David Bravo, director del Centro de Encuestas y Estudios Longitudinales (CEEL)
de la U. Católica a La Tercera.
Señala también el
estudio que un 22,19% de la población es pobre por ingresos y activos, lo que
significa que sus ingresos están por debajo del 50% del ingreso mediano y que
su riqueza financiera es menor al 25% del ingreso de la línea de pobreza.
Respecto de la temática del salario mínimo y promedio, si revisamos los datos con detención
podremos constar que entre 1990 y 2015 la tasa anual de crecimiento promedio del
primero acumuló apenas un 8,6%, en tanto que el segundo anotó un alza algo
mayor al 6%. En el mismo lapso, el PIB aumentó un 8%.
En
nuestro país, la derecha política y económica, así como la exConcerta-NM, nos
han acostumbrado a que l@s trabajador@s debemos percibir esmirriados salarios
por el bien de los equilibrios macro. Claro que ello sucede en tiempos de vacas
flacas, así como de gordas, no llegando a mejorar nunca como debieran. Así, no
resultan raros los datos que arroja un reciente estudio de la Fundación SOL: el 53,5 % de los trabajadores chilenos gana menos de
$300.000 y el 70% menos de $426.000 líquidos; sólo el 15,9% gana más de $652.000
líquidos; 83,5% de las mujeres que tienen un trabajo remunerado gana menos de
$550.000 líquidos; en las regiones de La Araucanía, Maule, Biobío y Los Ríos,
el 70% de los trabajadores gana menos de $350.000 líquidos; en las ramas de
actividad económica del Comercio, Construcción, Hoteles y Restaurantes, Agricultura,
Pesca, Industria Manufacturera y Otros Servicios comunitarios y sociales, el 70%
de los trabajadores no supera los $400.000 líquidos; Tal como se podría
esperar, los trabajadores asalariados contratados por grandes empresas (aquellas
que tienen más de 200 trabajadores) registran salarios más altos, no obstante, el 50 % (mediana) gana menos
de $400.542 líquidos.
¿Basta el
puro gasto social “focalizado” para acabar con la injusticia social?
Así
como en la dictadura cívico-militar, hoy en día se sigue apostando a que las transferencias de servicios sociales de
educación, salud y vivienda permiten reducir de modo significativo la
desigualdad en los recursos que disponen los hogares, llegándose a plantear que
este es un efecto que se ha profundizado en las últimas décadas. Los impuestos,
por su parte, contribuyen marginalmente a la reducción de la desigualdad. El
gasto público en servicios sociales en Chile tiene un impacto distributivo
relevante si se le compara con el promedio de los países de la OECD, pero este efecto
es compensado por el bajo impacto distributivo que tienen las transferencias
monetarias y el impuesto a la renta en el país.
Se
verifica a partir de registros tributarios que el 1% más rico de perceptores en
Chile captura entre el 12,5% a 15% del ingreso, en el período 2006 a 2013. Este
es un porcentaje alto, pero no extraordinario en la comparación internacional.
Sin embargo, las altas tasas de evasión tributaria y los incentivos a la
reinversión de utilidades causan subestimación de este indicador en el país.
Fairfield y Jorrat (2014) muestran que la participación del 1% más rico es
mucho más elevada
si se corrige
por subreporte de ingresos y se incluyen las utilidades no
distribuidas como ingreso devengado.
Ahora
bien, en relación al gasto en servicios sociales respecto del PIB, en promedio y a
2014, los gobiernos de la OECD destinan un 13% comparado con un 8,7% en Chile.
Estos servicios son las transferencias no monetarias que reciben los hogares en
términos de educación, salud, vivienda, cuidado de menores y de adultos
mayores. En materia de transferencias monetarias, se tiene que los gobiernos de
la OECD gastan el equivalente a un 11% del PIB y Chile sólo un 5,1%. Sin
embargo, la brecha más significativa ocurre en el impuesto a la renta de las personas.
En la OECD este tributo recauda en promedio un 13,2% del PIB y en Chile solo un
1,9%.
La
distribución de los servicios sociales está mucho más focalizada en Chile que en
el promedio de los países de la OECD (en una dinámica que se mantiene desde
tiempos de la dictadura, luego de aplicar ésta su política de “shock” con asistencialismo
a los más afectados por los efectos del modelito). El valor monetario de los
servicios que recibe el primer quintil de ingresos en Chile representa un 125,5%
del ingreso del hogar, mientras que el quinto quintil recibe el equivalente a un
2,4% del ingreso monetario. Los respectivos porcentajes para el promedio de los
países de la OECD son 75,8% y 13,7%. Además de reflejar distintas concepciones
de la política social, más focalizada versus más universal, los porcentajes
descritos reflejan también diferencias en el nivel de ingreso monetario de los hogares.
En Chile, el ingreso del primer quintil es muy bajo respecto del ingreso del
quintil quinto; es decir, es nuestra pobreza en los quintiles más bajos lo que
contribuye al resultado descrito.
¿Y qué se
puede hacer para acabar con la desigualdad y la injusticia social?
Bueno,
de buenas a primera, nos parece que lo más efectivo para resolver ésta
intríngulis sería la realización de una revolución popular, cuyo gobierno, el
que se apoyaría en los órganos del poder del pueblo, debiera disponer de todas
las medidas pertinentes para expropiar la riqueza de la cual se ha apoderado malhadadamente
la pequeña clase de los ricos y pasar a una distribución equitativa de ella entre
toda la población del país, entre mujeres y hombres, y entre todas las regiones.
Pero,
¿en qué nos basamos para aseverar que se debe expropiar al riquerío para
democratizar la actualmente inicua distribución de la riqueza nacional? El
mismísimo BID señaló, poco tiempo atrás,
que sin considerar el último quintil (o decil) de la población, la desigualdad
en Chile es similar a la exhibida por otras economías. Esto confirma que la desigualdad
es “explicada” por el comportamiento del segmento más rico de la población. La
diferencia entre el cuarto y el quinto quintil es significativa. Luego si
queremos entender qué explica los altos niveles
de desigualdad y sus cambios debemos poner especial atención en el segmento
más rico (Q5) de la población.
La
Fundación SOL apunta, como solución para acortar tales distancias, a políticas
laborales y tributarias: “Si se va generando riqueza en los espacios
productivos y esa riqueza no chorrea porque los trabajadores no tienen poder,
porque no hay derecho a huelga efectivo, donde no hay sindicatos fuertes, en
general es muy probable que las riquezas tiendan a concentrarse. Un segundo
factor son las políticas tributarias. Cuando rompes todos los espacios de
elusión y de beneficio para los más ricos también puedes ayudar a que exista
menos concentración de la riqueza”.
Luego
de 27 años de democradura, de gobiernos del duopolio derecha/mantenedores del
sistema, las graves injusticias y diferencias socio-económicas no sólo se han
mantenido, sino que en algunos aspectos se han profundizado. Por tanto, al no
comprometerse la NM en estas elecciones con reformas radicales que resuelvan de
verdad las penurias por las que atraviesa la población trabajadora del país, junto
con su histórica carencia de iniciativas tendientes a acabar con la obscena
desigualdad e injusticia social imperantes, así como tener la seguridad de que
la derecha lo hará tanto o peor que los regentes actuales de La Moneda, la
mayor parte de los potenciales votantes se abstuvo de sufragar (51,3%), lo hizo
en blanco o anuló (1%). De tal manera, se dio pábulo al triunfo de la pandilla
de Piraña, aunque con un apoyo tan débil que no llega ni al 26% del electorado total.
La
segunda elección del rapiña empresario, en todo caso, viene a comprobar que
cada 4 años veremos la alternancia del duopolio oficial en el gobierno, de los
cafiches de la mayoría nacional. Eso, hasta que l@s trabajador@s y los pueblos
no digamos y hagamos otra cosa.
¡Que la Historia Nos Aclare el Pensamiento!
¡Sólo la Lucha y la Unidad Nos Harán Libres!
Colectivo
Acción Directa CAD –Chile
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