“Ballotage en Argentina”
“No deja de ser un dato llamativo que un
gobierno que cultiva una retórica encendida contra la ‘derecha’, haya parido un
candidato conservador identificado con ese espacio ideológico.” (Daniel Scioli)
Por Rubén M. Lo Vuolo*
En SinPermiso
-8/11/15
Con los resultados
electorales suele suceder lo mismo que con las estadísticas económicas y
sociales: se pueden leer de distintas formas. La “voz del pueblo”, que en el
acto eleccionario se expresa como una mera opción frente a la oferta que recibe
del sistema político, no es uniforme. Mucho menos cuando la oferta no es entre
productos claramente diferenciados, ni ideológicamente ni personalmente.
Esto es evidente en
las recientes elecciones de Argentina, donde los principales actores políticos
no se agrupan por partidos definidos ideológicamente, sino que se organizan de
forma maleable y a la coyuntura electoral detrás de figuras “reconocidas”. Las
agrupaciones políticas en Argentina viven fraccionándose, reagrupándose e
incluso sus estrategias de alianzas electorales difieren en el ámbito nacional,
provincial y municipal para un mismo proceso electoral. Más aún, es posible ver
a figuras prominentes del espectáculo político cambiándose de agrupación aún en
el medio del proceso electoral.
En este contexto,
no es muy pertinente analizar los procesos y los resultados electorales en base
a dicotomías de tipologías ideológicas, como izquierdas/derechas o
progresistas/conservadores. Los votantes que simpatizan con posiciones de
izquierdas o derechas, quienes apoyan políticas más progresistas o
conservadoras terminan repartiendo sus votos entre las opciones electorales que
les ofrece un sistema que no está organizado por este tipo de contenidos
ideológicos.
Los recientes
resultados electorales en Argentina como así también el escenario del ballotage
tienen más que ver con dicotomías con oficialismo/oposición, continuidad/cambio
o sencillamente se vota “en contra” más que “a favor”. Este comportamiento,
habitual en la Argentina debido a su historia y a las formas en que se
configuran las opciones electorales, se ha visto potenciado en los últimos
tiempos por dos razones principales.
Una, debido a que
los continuos gobiernos del matrimonio Kirchner que finalizan con estas
elecciones, llevan doce años administrando al país alimentados por una dinámica
basada en la dicotomía “amigo-enemigo”. Esta dinámica derivó en una constante
concentración de poder por parte del gobierno, lo cual lo fue moldeando también
las acciones de las diferentes agrupaciones opositoras (incluyendo a las que se
fueron desprendiendo del propio gobierno de los Kirchner). A lo largo de estos
años, el oficialismo y las oposiciones han ido armando y desarmando alianzas
que ni siquiera son las mismas que se presentaron en la actual contienda
electoral.
Otra se relaciona
con las particulares reglas electorales del país que también moldean las
estrategias y decisiones de los actores políticos. Por ejemplo, para llegar a
la competencia presidencial, los candidatos tienen que sortear elecciones
primarias (PASO) en las que muchas agrupaciones se presentan sin contendiente y
otras compiten para elegir un representante entre varios postulantes de una
“alianza” coyuntural; en estas primarias, algunas opciones quedan fuera de la
puja principal por no sumar la cantidad mínima de votos. Así, en los hechos las
PASO actúan como una suerte de “encuesta oficial” previa a las elecciones
generales, que construye el escenario de las elecciones generales y orienta el
voto de la población.
Luego siguen las
particulares reglas de la elección general. El sistema electoral argentino
establece que no hay necesidad de ballotage si el candidato más votado logra 45%
o más de los votos, o si logra el 40% y una diferencia de más de 10% con el
segundo. Así, el sistema electoral va orientando los votos hacia dos
alternativas, en torno a las cuales se van diluyendo diferencias ideológicas
para privilegiar el tipo de opciones dicotómicas señaladas previamente.
De este modo, el
resultado de las PASO del 9 de agosto pasado definió seis candidatos para las
elecciones generales para el cargo de presidente del país. Dado que el
candidato oficialista Daniel Scioli sacó 38,67% y Mauricio Macri de Cambiemos
el 30,12%, la principal discusión de allí en más giró en torno a la posibilidad
de que Scioli gane en primera vuelta o que Macri fuerce un ballotage en las
elecciones generales. La casi totalidad de las encuestas más difundidas pronosticaban
una alta probabilidad de que Scioli gane en primera vuelta.
Las elecciones
generales finalmente indicaron la necesidad de un ballotage dados los
siguientes resultados (provisorios). Primero, Daniel Scioli (36,86%), ex
deportista nacido a la política con Carlos Menem. Scioli está identificado con
el peronismo conservador de la llamada “Liga de Gobernadores” que controla
territorios específicos en alianzas prácticas con el poder nacional. Scioli
cultiva un perfil de no confrontación, convocando desde la “fe y la esperanza”
a sus seguidores. La Presidenta Cristina Fernández de Kirchner lo eligió como
su candidato luego de descartar otros contendientes con perfil más afín a su
gobierno.
Segundo, Mauricio
Macri (34,33%), empresario emblemático de las fortunas acumuladas en el país
gracias a prebendas del Estado, vinculado al neocapitalismo defensor de la
primacía del mercado y actual Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Macri también cultiva un discurso conciliador de “buena onda” y desde ese lugar
encabezó el frente electoral Cambiemos tras ganar las primarias contra figuras
que se presentan como representantes del “liberalismo republicano”: Ernesto
Sanz (Unión Cívica Radical) y Elisa Carrió (República Libres e Iguales).
Tercero, Sergio
Massa (21,34%), peronista que también proviene de grupos afines al pensamiento pro-capital
ortodoxo. Fue administrador de la seguridad social y Ministro en los gobiernos
del matrimonio Kirchner, actual jefe de uno de los distritos de la provincia de
Buenos Aires. Le ganó la interna de la alianza llamada UNA al gobernador
peronista de la provincia de Córdoba José de la Sota. Massa, hizo campaña
criticando al gobierno al que perteneció y postulando políticas atentas a la
crisis económica y a la creciente inseguridad pública por el aumento del delito
en el país.
Cuarto, Nicolás del
Caño (3,27%), que ganó la interna del Frente de Izquierda y de los Trabajadores
para representar a la izquierda más combativa, vinculada a luchas sindicales y
de movimientos sociales cuestionadores del sistema capitalista en su conjunto.
Quinto, Margarita Stolbizer (2,53%), candidata por la Alianza Progresista que
aglutinaba candidatos de agrupaciones como el Partido Socialista, Libres del
Sur, grupos desprendidos de la Unión Cívica Radical y otros que se reivindican
como de centro-izquierda que rechazaron sumarse a Cambiemos. Sexto, Adolfo
Rodríguez Saá (1,67%), de la Alianza Compromiso Federal, histórico referente
peronista de la Provincia de San Luis, emblema de los feudos familiares del
interior del país y también ubicado en el espacio de la derecha. Como anécdota,
es quien en una semana como presidente provisional en plena crisis de diciembre
de 2001 declaró el default de la deuda pública.
En estos
resultados, la gran sorpresa fue la escasa diferencia de votos entre Scioli y
Macri, situación que volvió a cuestionar la eficacia y la profesionalidad de
las encuestas (incluso las que difundieron resultados a “boca de urna”). De
seguro ganador, Scioli pasó a ser visto como perdedor, en tanto se interpretó
que la mayoría de la ciudadanía votó por el cambio de gobierno. La explicación
de estos resultados no es sencilla ni lineal.
El código político
de continuidad o cambio
Un primer dato llamativo
para comprender el escenario electoral argentino es la figura del propio
representante de la continuidad: Daniel Scioli. El mismo fue ungido por la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner en desmedro de otros por quienes
mostraba públicamente mayor confianza y se identificaban más con las políticas
de su gobierno. Básicamente, los candidatos más queridos por la presidenta no
medían electoralmente y ese es un dato que da cuenta del rechazo de gran parte
de la población al oficialismo.
No deja de ser un
dato llamativo que un gobierno que cultiva una retórica encendida contra la
“derecha”, haya parido un candidato conservador identificado con ese espacio
ideológico. Daniel Scioli encarna así una situación política paradojal, porque
si bien es el representante del gobierno, muchos grupos de las propias huestes
oficiales lo han criticado y lo siguen criticando como representante genuino.
Voceros conspicuos del relato oficial se cansaron de decir que no era su opción
sino que lo iban a votar porque así lo ordenaba la presidenta. Se llegó a
sugerir que para el oficialismo el eventual triunfo de Scioli era una mera
transición para el regreso de Cristina Fernández de Kirchner al poder.
A Scioli le toca
representar a un gobierno cuya publicidad no es la propia. Scioli se sintió
siempre cómodo siendo un peronista conservador cultivando un perfil conciliador
de quien es capaz de soportar humillaciones públicas. Para muchos, Scioli es la
prueba de que el propio gobierno percibe el hartazgo con sus prácticas autoritarias
y asimismo de la maleabilidad de su “proyecto” que no sería otra cosa que
acumular poder y mantenerlo a cualquier costo.
De hecho, Scioli no
sólo es y ha sido maltratado por el gobierno que representa, sino que además
tuvo que aceptar candidaturas impuestas que no le sumaron adhesiones. Un caso
emblemático, aunque no el único, es Aníbal Fernández, Ministro que integró
todos los gobiernos del matrimonio Kirchner. Fernández sacó mucho menos votos que Scioli en la
elección a gobernador en la crucial Provincia de Buenos Aires (donde Scioli es
el actual gobernador). La gobernación la ganó inesperadamente María Eugenia
Vidal, candidata de Macri a quien pocos le otorgaban chances efectivas de
derrotar a los aparatos políticos montados por el oficialismo.
En este escenario
oficial, el candidato opositor Mauricio Macri se ha beneficiado de estas
debilidades del candidato del gobierno y logró concentrar el voto favorable al
cambio. Al ubicarse segundo en las
primarias PASO y único capaz de forzar un ballotage, Macri atrajo votos
cuyo objetivo principal es el cambio aun cuando no se simpatice con la persona
que lo encarna.
Entre otras cosas,
Macri logró mostrar un perfil más respetuoso de la institucionalidad
democrática, criticando las prácticas autoritarias y de concentración de poder
del gobierno. Consciente de que su historia no lo beneficia en ese sentido,
Macri logró ese perfil más institucional gracias a su alianza con figuras que
la ciudadanía reconoce por su historia en defensa de la institucionalidad republicana
y de denuncia de actos de corrupción política y económica.
Pero además, siendo
Macri reconocido como un empresario defensor de políticas económicas ortodoxas,
también se benefició de la crisis económica que atraviesa el país. El fracaso
de las políticas del gobierno para resolver esta crisis con políticas muy
cuestionables, ha legitimado el retorno de muchas de las figuras vinculadas a
la ortodoxia que llevó al país a la crisis de 2001-02. A esto se suma la imagen
de Macri como “buen administrador” de la ciudad de Buenos Aires.
Las crisis abren
oportunidades a las oposiciones que aparecen como el cambio. Esta es una
evidencia repetida de la que se beneficiaron en su momento los ex presidentes
Carlos Menem, Fernando de la Rúa y
Néstor Kirchner. Los profundos desbalances económicos en el país y sus
negativas consecuencias sociales son un tema central en estas elecciones. Por
ello, la poca discusión económica de la campaña se hizo en base a la
continuidad de los desajustes económicos o la necesidad de ajustar lo que está
desajustado.
1. Crisis económica: la continuidad del desajuste
o el cambio con ajuste
Argentina hace
cuatro años que no crece, el empleo privado prácticamente está estancado,
mientras el empleo público amortigua la situación adosado a prebendas
partidarias en todas las jurisdicciones. Pese a que la presión tributaria subió
más de diez puntos porcentuales del PBI en una década, el déficit fiscal no
para de crecer: en el primer semestre de este año los gastos públicos crecieron
más de 40% y los ingresos un poco más de 26%, proyectando un déficit fiscal
superior a 7% para 2015.
Este nivel de
déficit fiscal es el más elevado desde la recuperación de la democracia. Pero
no es sorpresa: el déficit del 2014 ya fue superior a 4%, ubicándose por encima
del valor alcanzado en 2001 (último año de la Convertibilidad). Los déficits
crecientes de los últimos años se han ido cubriendo con bonos de la deuda,
mayores “adelantos transitorios” del Banco Central al Tesoro, préstamos del
Banco Nación y de otros organismos públicos (incluyendo al sistema de seguridad
social).
Las cuentas
externas también se vienen deteriorando sistemáticamente y las reservas del
Banco Central no dejan de caer. Los controles cambiarios distribuyen en
cuentagotas las pocas divisas con las que cuenta el país y no lo hacen de forma
eficiente ni distributivamente justa. Las exportaciones que eran de 84 mil
millones en 2011, cerrarán el año cerca de 60 mil millones, frente a lo cual el
Gobierno se fue desprendiendo de reservas para mantener consumo pero a costa de
liquidar activos y aumentar los desbalances. Un costo de esta política fue el
agotamiento del saldo comercial y la caída de reservas (que probablemente no
superen los 3 puntos del PBI cuando asuma el nuevo presidente).
Mientras el control
de divisas recorta dólares para pagar insumos importados y bienes de capital
que necesita el sector productivo, se subsidia el ahorro en dólares y el
turismo en el exterior de los grupos de más altos ingresos (con una brecha
entre el tipo de cambio oficial y paralelo que oscila entre 60% y 70%). Esto
sucede en un país con déficit energético donde el costo de las importaciones de
gas comprimido y licuado es altísimo para un sector marcado por la reiteración
de cortes en el suministro y déficit en el balance de divisas.
El bienestar de la
población hace tiempo se viene deteriorando sistemáticamente y el gobierno
lleva ocho años adulterando las cifras de los indicadores oficiales para
intentar ocultarlo. El indicador oficial de pobreza por ingresos se ha dejado
de publicar; las últimas estimaciones oficiales lo ubican en torno a 6%, cuando
los estudios alternativos estiman que supera a 25%. La inflación se ubica cerca
de 30% anual pese a controles de precios y del tipo de cambio.
La cantidad de
desbalances en la economía argentina son tan evidentes que la discusión en la
campaña electoral gira en torno a la forma y los tiempos de llevar a cabo las
necesarias correcciones que el gobierno no quiere o no sabe hacer. El escaso
debate sobre el tema discute si los necesarios cambios pueden ser graduales o
se necesita un shock (aunque la historia argentina muestra que en estos
escenarios de crisis los cambios graduales terminan en shock).
Todo apunta a que
el próximo gobierno deberá hacer ajuste fiscal, cambiario y monetario en
simultáneo y esto implica mayor recesión en el corto plazo. De hecho, al
comienzo de 2014 el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner anticipó este
probable escenario cuando aplicó un paquete que devaluó 22%, al tiempo que
subió fuerte las tarifas de servicios públicos y las tasas de interés. El
resultado fue que el PBI descendió cerca de 2%.
Frente a estos
previsibles resultados, de allí en más el gobierno resolvió profundizar los
desajustes económicos para no perder chances electorales. Así pisó tarifas,
aumentó deuda, bajó reservas, salió a buscar dólares a cualquier costo,
profundizó las restricciones a las importaciones, etc. El creciente ahogo
financiero derivado de estas políticas ha revitalizado la renta financiera.
Como ejemplo, basta señalar que en las últimas semanas electorales el Banco
Central elevó la tasa de interés de sus Letras a 30%, llenando los bolsillos de
los grandes bancos y empresas que cuentan con elevado stock de moneda nacional
por la emisión desenfrenada para cubrir el déficit y sostener la demanda. Otro
ejemplo son los seguros de cambio que el Banco Central le está garantizando al
denostado “mercado”. En breve, el sistema consiste en garantizar un precio
futuro del dólar “oficial”, comprometiéndose a que en caso de una devaluación (que todos descuentan) el Banco Central pagará
la diferencia en pesos.
En la práctica pese
al discurso oficial contra los especuladores financieros, el país está cada vez
más a merced de los actores del mundo financiero. La imperiosa necesidad de
divisas obligará a hacer concesiones a impensadas varios años atrás. De hecho,
el propio gobierno anticipó lo que puede venir cuando el año pasado firmó un
acuerdo oneroso con el Club de París sin por ello lograr mejor acceso a fuentes
de financiamiento externo.
Argentina llega al
2016 no sólo con un régimen de crecimiento económico agotado hace años sino
también en una situación de debilidad con un contexto externo mucho más
adverso. No hay un número económico y social a la salida del gobierno de
Cristina Fernández de Kirchner que muestre mejoras con respecto a la salida del
gobierno de su antecesor Néstor Kirchner. En ciertos aspectos, se ha
retrocedido incluso a registros de indicadores económicos y sociales de años
más lejanos.
El gobierno ha
profundizado los desajustes macroeconómicos para dar la sensación de que
controla y administra la crisis. Sus seguidos ven en estas políticas una
decisión heroica por evitar un ajuste más recesivo y con impactos negativos en
los sectores más vulnerables. Por el contrario, otra parte importante de la
población presiente que sólo se ocupa de tapar de forma irracional una olla a
presión que transfiere los costos del ajuste a su sucesor.
2. El ballotage
En este escenario
se ha de desarrollar el ballotage, de resultado incierto. Conforme al
razonamiento anterior, Macri arranca con mayores chances por representar el
cambio, porque ha logrado legitimar su perfil de pro-capital ortodoxo y por los
desajustes que repercuten en malestar económico y social. Frente a este
escenario, Daniel Scioli ha resuelto dejar su perfil de conciliador y
predicador esperanzado, para hacer campaña atemorizando a la población con los
males que sobrevendrán si Macri gana.
Ante los desajustes
de la economía, Macri presenta un equipo económico afín con la ortodoxia neocapitalista,
al tiempo que promete preservar políticas masivas de asistencialismo
condicionado que viene aplicando este gobierno. Scioli trata de diferenciarse
señalando que en su caso el ajuste será más gradual y que no sólo va a
preservar políticas sociales sino en algunos casos pretende ampliarlas. Ni en
un caso ni en el otro se dice cuáles son las políticas que se está pensando
aplicar específicamente.
Más allá de las
formas que adopte el ajuste, el “modelo” económico que puede esperarse en ambos
casos no parece muy diferente en lo sustantivo. Por ejemplo, ambos se
pronunciaron a favor de continuar con la expansión de la economía extractiva
basada en la apropiación de recursos naturales que lleva a cabo el actual
gobierno, También se refieren al “desarrollo” como resultado de mega obras de
infraestructura y con ello anticipan la continuidad de la burguesía contratista
con el Estado (muy vinculada a las denuncias de corrupción). Ambos sugieren que
es necesario volver a negociar con los organismos internacionales de crédito (y
con los holdout) para intentar conseguir financiamiento externo. Prometen
levantar el “cepo” cambiario y corregir el tipo de cambio sobrevaluado, aunque
no está claro las formas en que han a hacerlo dada la situación acuciante del
sector externo.
El escenario del
ballotage argentino se parece bastante al vivido hace poco en Brasil con su
ballotage. La oposición de “derecha” era acusada de pretender hacer un ajuste
que iba a terminar con los logros del gobierno del PT. Ganó Dilma Rousseff e
inmediatamente se embarcó en políticas de ajuste macroeconómico, muchas de las
cuales todavía se están discutiendo en el Legislativo. A poco de ganar, la legitimidad
de Rouseff cayó abruptamente junto con la ola de apremios judiciales por causas
vinculadas a corrupción de funcionarios del partido en el gobierno.
En el caso
argentino lo llamativo es que tanto el heredero elegido por gobierno como su
opositor se identifican con la zona derecha del espectro ideológico. Frente a
esta evidencia, se escuchan argumentos de los más diversos, variados y hasta
risueños para promover la votación a uno u otro, mientras algunas agrupaciones
de izquierda y centro izquierda llaman a votar en blanco.
Así, el ballotage
no se definirá por cortes ideológicos como algunos pretenden. Más bien serán
las dicotomías continuidad/cambio y oficialismo/oposición las que polarizarán
el voto. Quedará por ver cómo se hará luego para construir legitimidad en un
nuevo gobierno que nacerá con márgenes de maniobra muy estrechos política,
social y económicamente.
miembro del Consejo
Editorial de Sin Permiso, investigador del Centro Interdisciplinario para el
Estudio de Políticas Públicas (Ciepp, Argentina) y miembro fundador de la Red
Argentina de Ingreso Ciudadano (Redaic).
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