Hace 44 años, el 10 de noviembre de 1971, el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana,
Fidel Castro, pisó suelo chileno en el aeropuerto Cerro Moreno de Antofagasta.
Su visita fue la primera oficial de un mandatario isleño a Chile
Eran millones los
que querían dialogar con Fidel. En las elecciones de hacía un año, la Unidad
Popular había resultado vencedora sobre las fuerzas de la derecha y la Democracia
Cristiana, en tanto que el mismo “71 se impuso en las elecciones parlamentarias
de marzo, y el entusiasmo no solo se sentía en las organizaciones políticas
sino que desbordaba a vastos sectores de trabajadores, estudiantes,
intelectuales y cristianos. Para ellos la visita –motivo de escarnio para la
oposición– se constituyó en una suerte de “escuela de cuadros” que se iba dando
a través de la radio, o de los actos a los que se lograba asistir.
Durante
tres semanas, Fidel recorrió la larga y loca geografía chilena, para conocer al
detalle desde la producción minera hasta la fabricación de los mejores vinos.
Se reunió con obreros, campesinos, estudiantes, participó en numerosos mítines
y pronunció numerosos discursos reafirmando los lazos de solidaridad con el
proceso liderado por el compañero presidente Allende.
En
la ocasión, Salvador Allende declaró que al invitar a Fidel Castro interpretaba
el anhelo del pueblo de Chile, que había manifestado siempre marcado interés
por la presencia del líder cubano en nuestro país. “Cuba es una nación
vinculada a la historia de América Latina, Fidel Castro representa a una
auténtica revolución y queremos intensificar los tradicionales lazos amistosos
que siempre han existido entre nuestros países“, expresó Allende.
“Disparen
sobre Fidel” ha ordenado la CIA a dos de sus agentes, escribió Eduardo Galeano
en sus Memorias del Fuego a propósito de los planes para asesinar a Fidel:
“Solo sirven para ocultar pistolas automáticas esas cámaras de televisión que
hacen como que filman, muy atareadas, la visita de Fidel Castro a Santiago de
Chile. Los agentes enfocan a Fidel, lo tienen en el centro de la mira, pero
ninguno dispara”. Tiempo después se supo que sintieron un miedo terrible de
cometer tal acto.
Fidel
dejó caer un huracán caribeño sobre el país, mientras lo recorría de punta a
cabo para conocer el proceso chileno directamente. Durante 24 días, tomó pisco,
usó ponchos, comió chirimoyas, jugó basketball y se sentó en la mesa con medio
Chile; fue declarado hijo ilustre de Punta Arenas, de San Miguel, discurseó a
trabajadores, estudiantes y campesinos y no dudó en agarrarse con la derecha,
que a través del diario Tribuna lo ridiculizaba y exigía que se fuera. En el
Santa Laura se reunió con más de 25 mil mujeres y, cuando al fin decidió irse,
llenó el Nacional.
En
los diferentes encuentros de Fidel con múltiples sectores sociales destacan los
intensos debates con el movimiento estudiantil, que a cuatro décadas de aquella
histórica visita continúa siendo el sector más inquieto social y políticamente y
con más interrogantes acerca de su futuro. Por cierto, entonces el movimiento
estudiantil creía haber encontrado las respuestas, pero a la vez, en ese sector
social se reflejaban también los diversos enfoques existentes en la izquierda
chilena (y mundial). Por ello, resultan extremadamente interesantes los
diálogos entre Fidel y los jóvenes de las universidades del Norte, de Concepción
–cuna del Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR– y la Universidad Técnica.
A
los universitarios del Norte, les advirtió que el sectarismo era capaz de
destruir una revolución. “En nuestro país la fuerza de la revolución está en la
unidad. Claro que nosotros no pretendemos ni mucho menos que cada cual vaya a
renunciar a sus criterios, a sus ideas, a sus cosas, pero creemos que hay que
tener conciencia muy clara de la importancia que tiene la unidad de las fuerzas
revolucionarias… Si nosotros hubiéramos establecido una especie de secta de los
guerrilleros de las montañas, ¿dónde habría tenido cabida el resto del país? La
historia de nuestro país no la escribió un grupo de hombres, la ha escrito
realmente un pueblo entero. (…) La revolución debe tener un objetivo: ganar,
sumar, fortalecerse.”
Y
ante los estudiantes de la Universidad de Concepción, sostuvo que las tesis de
la Revolución cubana tenían plena vigencia. Afirmó allí que “en Chile está
ocurriendo un proceso revolucionario. Y nosotros incluso a nuestra revolución
la hemos llamado un proceso: un proceso no es todavía una revolución, un
proceso es un camino, un proceso es una fase que se inicia y si en la pureza
del concepto lo debemos caracterizar de alguna forma, hay que caracterizarla
como una fase revolucionaria que se inicia. Hay que tener en cuenta las
condiciones en que se desenvuelve ese proceso, con qué medios, con qué
recursos, con qué fuerzas, qué correlación de fuerzas…”.
Julio
Palestro, actual alcalde de San Miguel, era apenas un niño cuando Fidel acudió a
visitar su popular comuna, donde había oficiado poco antes de alcalde su padre,
de igual nombre. “Cuando me dijeron que iba a conocer a Castro no lo podía
creer. Antes de salir para la ceremonia, yo estaba nervioso pero mi padre
parecía no estarlo. Puede ser porque él estaba acostumbrado a los discursos,
era algo normal. Además, Fidel a pesar del icono revolucionario que suponía,
era muy cercano a la gente. Para mí, que era todavía un niño, Fidel era un verdadero
mito”, evoca Julio.
“Recuerdo
que su tono de voz dejaba a todos impactados. Nos reunimos frente al hospital
Barros Luco, donde se ubicaba una estatua de José Martí. Este monumento después
desapareció, por obra de la dictadura o quizás por la construcción del metro.
En ese lugar, se le entregó un megáfono a Fidel y comenzó su discurso. La
verdad es que no me acuerdo bien de lo que habló; primero, porque fue hace
tantos años y segundo, porque yo estaba muy emocionado. Gran Avenida estaba
colmada de gente que gritaba en un principio y que luego se sumía en un
silencio increíble para escuchar al Comandante. Aplaudíamos cada vez que él
hacía una pausa. Cuando lo declararon hijo ilustre, el ruido de los cánticos y
los aplausos fue sobrecogedor. Después, se dirigió a la estatua del Che
Guevara, estuvo ahí unos momentos y siguió con su gira. Para mi padre fue un
orgullo haberlo tenido en San Miguel”.
El
diálogo con el presidente Allende fue abierto, productivo y aleccionador. Fidel
advirtió a Allende de manera acertada sobre los peligros de la reacción
golpista, pues es bien conocido que Allende confió demasiado en los militares:
“No
olvides por un segundo la formidable fuerza de la clase obrera chilena y el
respaldo enérgico que te ha brindado en todos los momentos difíciles; ella
puede, a tu llamado ante la Revolución en peligro, paralizar los golpistas,
mantener la adhesión de los vacilantes, imponer sus condiciones y decidir de
una vez, si es preciso, el destino de Chile”.
Hoy,
a 44 años de esas sabias palabras de Fidel, nos parece una grandísima lástima
que Allende y las fuerzas de la Unidad Popular no hubieran atendido a la
necesidad de fortalecer el gobierno popular y haberse preparado contra el
golpe, alentando el despliegue del único poder capaz de enfrentarlo y de llevar
al pueblo y a los trabajadores al Socialismo: el Poder Popular.
¡QUE LA HISTORIA NOS ACLARE EL PENSAMIENTO!
¡SÓLO LA LUCHA Y LA UNIDAD NOS HARÁN LIBRES!
Colectivo Acción Directa – CHILE
Noviembre 10 de 2015
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