La Revolución Finlandesa de 1917
Durante
el siglo pasado, los trabajos históricos de la revolución de 1917 se han
centrado normalmente en Petrogrado y en los socialistas rusos. Pero el Imperio
ruso estaba compuesto predominantemente por no-rusos, y las convulsiones en la
periferia del imperio eran habitualmente tan explosivas como las del centro
El
derrocamiento del zarismo en febrero de 1917 desencadenó una ola revolucionaria
que inmediatamente inundó toda Rusia. Quizá la más excepcional de estas
insurrecciones fuera la revolución finlandesa que un académico llamó “la guerra
de clases más claramente definida del siglo XX”
En Bandera
Roja -12/6/12
La
excepción finlandesa
Los finlandeses eran
distintos a cualquier otra nación bajo el mando zarista. Anexionada de Suecia
en 1809, a Finlandia se le permitía gozar de autonomía gubernamental, libertad
política y, llegado el momento, incluso de su propio parlamento democráticamente
elegido. Aunque el zar trataba de limitar su autonomía, la vida política en
Helsinki se parecía más a Berlín que a Petrogrado.
En un periodo en
que los socialistas del resto de la Rusia imperial estaban obligados a
organizarse en partidos clandestinos y eran perseguidos por la policía secreta,
el Partido Socialdemócrata de Finlandia (SDP) operaba abierta y legalmente.
Como la socialdemocracia alemana, los finlandeses construyeron de 1899 en
adelante un partido obrero de masas y una densa cultura socialista con sus
propias salas de reuniones, grupos de mujeres obreras, coros y ligas
deportivas.
Políticamente, el
movimiento obrero finlandés estaba embarcado en una estrategia de orientación
parlamentaria y de paciente educación y organización de los obreros. Su
política era en principio moderada: era raro hablar de la revolución y la
colaboración con los liberales era habitual.
Pero el SDP se
distinguía de los partidos socialistas de masas legales en Europa en que se
volvió más combativo en los años previos a la I Guerra Mundial. Si Finlandia no
hubiera formado parte del Imperio ruso es probable que se hubiera desarrollado
por el camino de moderación de la mayoría de partidos socialistas de Europa
occidental, en el cual los radicales fueron cada vez más marginados por la
integración parlamentaria y la burocratización.
Pero la
participación de Finlandia en la revolución de 1905 escoró el partido a la
izquierda. En la huelga general de noviembre de 1905, un líder socialista
finlandés se maravillaba ante el levantamiento popular: “Vivimos en una época
maravillosa […] Gente humilde y satisfecha de cargar con el peso de la
esclavitud se ha sacudido de repente su yugo. Grupos que hasta ahora comían
cortezas de pino piden ahora pan”.
Tras la revolución
de 1905, los diputados parlamentarios moderados, los líderes sindicales y los
funcionarios se encontraron en minoría en el SDP. Tratando de aplicar la
orientación elaborada por el teórico marxista alemán Karl Kautsky, desde 1906
en adelante la mayoría del partido dotó a la táctica de la legalidad y al
enfoque parlamentario una política nítida de lucha de clases. “El odio de clase
ha de ser bienvenido, pues es una virtud”, decía una publicación del partido.
El partido anunció
que sólo un movimiento obrero independiente podría promover los intereses de
los obreros, defender y aumentar la autonomía finlandesa de Rusia y conquistar
una democracia política completa. La revolución socialista se convertiría con
el tiempo en la tarea principal, pero hasta entonces el partido debería
acumular pacientemente sus fuerzas y evitar cualquier choque prematuro con la
clase dominante.
Esta estrategia de
la socialdemocracia revolucionaria —con su mensaje militante y métodos “sin
prisa pero sin pausa”— fue espectacularmente exitosa en Finlandia. Para 1907,
se habían unido al partido cerca de 100.000 obreros, convirtiéndolo en la mayor
organización socialista per capita del mundo. Y, en julio de 1916, la
socialdemocracia finlandesa hizo historia al convertirse en el primer partido
socialista de cualquier país en alcanzar una mayoría parlamentaria. Sin
embargo, debido a la rusificación zarista de los últimos años, la mayor parte
del poder estatal finlandés estaba para entonces bajo administración rusa. Sólo
en 1917 pudo el SDP afrontar los desafíos de ostentar una mayoría parlamentaria
socialista en una sociedad capitalista.
Los
primeros meses
Las noticias de la
insurrección de febrero en la cercana Petrogrado llegaron como una sorpresa a
Finlandia. Pero una vez confirmados los rumores, los soldados rusos emplazados
en Helsinki se amotinaron contra sus oficiales, como describió un testigo: “Por
la mañana los soldados y marineros marcharon con banderas rojas por las calles,
en parte desfilando cantando la Marsellesa, en parte en grupos separados,
repartiendo lazos y trozos de tela rojos. Patrullas armadas de marinos de tropa
deambulaban por toda la ciudad desarmando a los oficiales que a la menor
resistencia o al no aceptar el distintivo rojo eran fusilados y abandonados ahí
mismo”.
Los gobernantes
rusos fueron expulsados, los soldados rusos emplazados en Finlandia declararon
su fidelidad al Soviet de Petrogrado y la policía finlandesa fue destruida
desde abajo. La narración de primera mano en 1918 del escritor conservador
Henning Söderhjelm —expresión inmejorable del punto de vista de las élites
finlandesas— lloraba la pérdida del monopolio de la violencia del Estado: “Era
política expresa del SDP finlandés destruir completamente la policía. La fuerza
policial, que había sido disuelta por los soldados rusos al comienzo mismo de
la revolución, no volvió a existir jamás. El pueblo no tenía confianza en esta
institución y en su lugar se estableció una milicia en unidades locales para el
mantenimiento del orden, cuyos hombres pertenecían al Partido Obrero”.
¿Qué debería
reemplazar el viejo gobierno local ruso? Algunos radicales impulsaron un
gobierno rojo, pero estaban en minoría. Como en el resto del imperio, Finlandia
se encontraba en marzo envuelta en la llamada “unidad nacional”. Esperando
ganar mayor autonomía del nuevo gobierno provisional ruso, un ala de líderes
moderados del SDP rompió con la inveterada posición del partido y se unió a un
gobierno de coalición con los liberales finlandeses. Varios socialistas
radicales denunciaron esta maniobra como una “traición” y una flagrante
violación de los principios marxistas del SDP. Otros líderes del partido, sin
embargo, aceptaron la entrada en el gobierno para evitar una división en el
partido.
La luna de miel
política de Finlandia duró poco. El nuevo gobierno de coalición se vio
rápidamente atrapado en el fuego cruzado de la lucha de clases, cuando se
desplegó una combatividad sin precedentes desde los centros de trabajo, las
calles y las áreas rurales de Finlandia. Algunos socialistas finlandeses centraron
sus esfuerzos en construir milicias armadas de obreros. Otros impulsaron
huelgas, el sindicalismo militante y el activismo fabril. Söderhjelm describía
la dinámica: “El proletariado ya no rogaba ni rezaba, sino que exigía y
reclamaba. Nunca, supongo, ha estado el obrero, pero especialmente el bruto,
tan hinchado de poder como en el año 1917 en Finlandia”.
La élite de
Finlandia esperaba al principio que la entrada de los socialistas moderados en
el gobierno de coalición obligara al SDP a abandonar su línea de lucha de
clases. Söderhjelm se lamentaba de que estas esperanzas se desvanecieran: “Se
desarrolló el puro mando de la turba a una velocidad inesperada. […] Antes que
nada, [hay que culpar] a la táctica del Partido Obrero. […] Incluso si el
Partido Obrero actuaba con una cierta dignidad en su conducta más oficial,
proseguía su política de agitación contra la burguesía con incansable celo”.
Mientras que los
socialistas moderados del nuevo gobierno, así como sus líderes obreros aliados,
trataban de atenuar la insurgencia popular, la extrema izquierda del partido
llamaba sistemáticamente a una ruptura con la burguesía. Oscilando entre estos
polos socialistas se situaba una tendencia centrista amorfa que daba un apoyo
limitado al nuevo gobierno. Y aunque la mayoría de líderes del SDP por lo
general seguían dando prioridad a la esfera parlamentaria, la mayoría apoyaba
—o al menos aceptaba— el levantamiento desde abajo.
A la luz de la
imprevista oleada de resistencia, la burguesía finlandesa se volvió cada vez
más beligerante e intransigente. El historiador Maurice Carrez señala que las
clases altas finlandesas nunca aceptaron ni se resignaron a “compartir el poder
con una formación política a la que veían como la encarnación del demonio”.
Polarización
de clase
El derrumbe del
gobierno de coalición finlandés comenzó en el verano. Para agosto, el
avituallamiento del imperio había colapsado y la expectativa de la hambruna
aterrorizaba a los obreros finlandeses. Las revueltas por la comida estallaron
a principios de mes y la organización de Helsinki del SDP denunció el rechazo
del gobierno a adoptar medidas tajantes para afrontar la crisis. “La hambrienta
clase obrera pronto perdió toda la confianza en el gobierno de coalición”
señalaba Otto Kuusinen, principal teórico de izquierda del SDP que fundaría el
movimiento comunista finlandés al año siguiente.
La intransigencia
socialista en la lucha por la liberación nacional aumentó aún más la
polarización de clase. Los socialistas finlandeses lucharon con tenacidad para
acabar con la continua injerencia del gobierno ruso en la vida nacional
interna. Al lograr la independencia esperaban utilizar la mayoría parlamentaria
—y su control de las milicias obreras— para impulsar un ambicioso programa de
reformas políticas y sociales.
Un líder socialista
explicaba en julio que “hasta ahora hemos sido obligados a luchar en dos
frentes: contra nuestra propia burguesía y contra el gobierno ruso. Para que
triunfe nuestra guerra de clase, para ser capaces de concentrar toda nuestra fuerza
en un frente, contra nuestra propia burguesía, necesitamos independencia, para
lo cual Finlandia está preparada”.
Los conservadores y
liberales finlandeses también querían, por sus propias razones, fortalecer la
autonomía de Finlandia. Pero no estaban dispuestos a usar métodos
revolucionarios para alcanzar este objetivo, ni apoyaban por lo general los
intentos del SDP de lograr una independencia completa.
El choque llegó
finalmente en julio. En el parlamento finlandés, la mayoría socialista propuso
el histórico proyecto de ley valtalaki [del poder] que proclamaba
unilateralmente la completa soberanía finlandesa. Con la dura oposición de la
minoría parlamentaria conservadora, la valtalaki fue aprobada el 18 de julio.
Pero el gobierno provisional ruso, dirigido por Alexandr Kerensky, rechazó
inmediatamente la validez de la valtalaki y amenazó con ocupar Finlandia si no se
respetaba el veredicto.
Cuando los
socialistas finlandeses se negaron a ceder o a renunciar a la valtalaki, los
liberales y conservadores de Finlandia aprovecharon el momento. Esperando
aislar al SDP y poner fin a su mayoría parlamentaria, apoyaron y legitimaron
cínicamente la decisión de Kerensky de disolver el parlamento, democráticamente
elegido, de Finlandia. Se convocaron nuevas elecciones parlamentarias, en las
que los no-socialistas obtuvieron una estrecha mayoría.
La disolución del
parlamento de Finlandia marcó un punto de viraje decisivo. Hasta ese momento,
los obreros y sus representantes tenían muy altas expectativas en que el
parlamento pudiera ser usado como vehículo de la emancipación social. Kuusinen
explicaba que “nuestra burguesía carecía de ejército, ni siquiera podían contar
con una fuerza policial. (…). Por eso, había muchas razones para mantenerse en
el transitado camino de la legalidad parlamentaria, en el que, al parecer, la
socialdemocracia podía obtener una victoria tras otra”.
Pero se hacía
evidente para cada vez más obreros y líderes del partido que el parlamento
había llegado al límite de su utilidad.
Los socialistas
denunciaron el golpe antidemocrático y atacaron a la burguesía por conspirar
con el Estado ruso contra los derechos nacionales de Finlandia y sus
instituciones democráticas. Según el SDP, las elecciones al nuevo parlamento
eran ilegales y se habían ganado por medio de un amplio fraude electoral. A
mediados de agosto, el partido ordenó a todos sus miembros que dimitieran del
gobierno. No menos importante, los socialistas finlandeses se aliaron cada vez
más estrechamente con los bolcheviques, el único partido ruso que apoyó su
intento de independencia. Todas las partes habían arrojado el guante y la hasta
entonces pacífica Finlandia se precipitaba hacia la explosión revolucionaria.
La lucha
por el poder
Para octubre, la
crisis a lo largo de todo el imperio ruso había llegado a su punto de
ebullición. Los obreros finlandeses en la ciudad y el campo exigían
furiosamente que sus líderes tomaran el poder. Empezaron a estallar violentos
choques a lo largo de Finlandia. Sin embargo, muchos en la dirección del SDP
continuaban creyendo que el momento de la revolución podría ser postergado
hasta que la clase obrera estuviera mejor organizada y armada. A otros les
atemorizaba abandonar la esfera parlamentaria. En palabras del líder socialista
Kullervo Manner a finales de octubre: “No podemos evitar la revolución por
mucho tiempo (…). Se ha perdido la fe en el valor de la actividad pacífica y la
clase obrera comienza a creer sólo en su propia fuerza (…). Si nos equivocamos
respecto a la rápida llegada de la revolución, estaremos encantados”.
Después de que los
bolcheviques conquistaran el poder a finales de octubre, parecía que Finlandia
sería la siguiente en la lista. Sin el apoyo militar del gobierno provisional
ruso, la élite de Finlandia quedó peligrosamente aislada. Los soldados rusos
—estacionados en Finlandia por cientos de miles— apoyaban en general a los
bolcheviques y sus llamamientos a la paz. “La ola del bolchevismo victorioso
llevará agua al molino de los socialistas y son ciertamente capaces de hacerlo
girar”, observaba un liberal finlandés.
Las bases del SDP y
los bolcheviques en Petrogrado imploraron a los líderes socialistas que tomaran
inmediatamente el poder. Pero la dirección del partido daba rodeos. Nadie tenía
claro que el gobierno bolchevique pudiera mantenerse más allá de unos pocos
días. Los socialistas moderados se aferraban a la esperanza de encontrar una
solución parlamentaria pacífica. Algunos radicales planteaban que la toma del
poder era posible y urgentemente necesaria. La mayoría de los líderes vacilaban
entre estas dos opciones.
Kuusinen recordaba
la indecisión del partido en este momento crítico: “Nosotros los
socialdemócratas, ’unidos sobre la base de la guerra de clases’, oscilábamos a
un lado y luego al otro, dirigiéndonos decididamente hacia la revolución para
luego retirarnos de nuevo”.
Incapaz de llegar a
un acuerdo sobre la insurrección armada, en vez de eso el partido llamó a una
huelga general el 14 de noviembre en defensa de la democracia contra la
burguesía, por las urgentes necesidades económicas de los obreros y por la
soberanía finlandesa. La respuesta desde abajo fue abrumadora. De hecho, fue
mucho más allá del cauto llamamiento a la huelga.
Finlandia quedó
paralizada. En varias ciudades, las organizaciones locales del SDP y Guardias
Rojas tomaron el poder, ocuparon edificios estratégicos y arrestaron a los
políticos burgueses.
Parecía que este
patrón revolucionario se repetiría pronto en Helsinki. El 16 de noviembre el
Consejo de la huelga general en la capital votó a favor de la toma del poder.
Pero cuando los líderes moderados sindicales y socialistas condenaron la
decisión y dimitieron de la institución, el Consejo dio marcha atrás ese mismo
día. Resolvió que “puesto que una minoría tan amplia disentía, el Consejo no
puede, en esta ocasión, empezar a tomar el poder para los obreros, sino que
continuará ejerciendo presión sobre la burguesía”. La huelga se desconvocó poco
después.
El historiador
finlandés Hannu Soikkanen ha enfatizado que la huelga de noviembre fue una gran
oportunidad perdida: “Caben pocas dudas de que este fue el mejor momento para
que las organizaciones obreras tomaran el poder. La presión desde abajo era
enorme y la voluntad de lucha estaba al máximo (…). Sin embargo, la huelga
general convenció a la burguesía, con pocas excepciones, del grave peligro que
representaban los socialistas. Invirtieron el tiempo hasta que estalló la
guerra civil para organizarse bajo una dirección firme”.
Fijándose en la
indecisión del SPD para las acciones de masas, Anthony Upton ha dicho que “los
revolucionarios finlandeses fueron en general los revolucionarios más
miserables de la historia”. Tal afirmación podría sostenerse si nuestra
historia terminara en noviembre, pero los siguientes sucesos mostraron que el
espíritu revolucionario de la socialdemocracia finlandesa se mantuvo.
Tras la huelga
general, los frustrados obreros, cada vez más, buscaron armas y se encaminaron
hacia la acción directa. La burguesía se preparaba, de igual modo, para la
guerra civil, formando a su “Guardia Blanca” y pidiendo al gobierno alemán
ayuda militar.
A pesar de la
acelerada ruptura de la cohesión social, muchos líderes socialistas continuaron
dedicados a estériles negociaciones parlamentarias. Pero esta vez el ala
izquierda del SDP se plantó y declaró que cualquier otro retraso en la acción
revolucionaria sólo conduciría al desastre. Por medio de una larga serie de
batallas internas, en diciembre y principios de enero, los radicales vencieron
finalmente.
En enero, las
palabras revolucionarias del SDP se tradujeron por fin en hechos. Para marcar
el inicio de la insurrección, la tarde del 26 de enero los líderes del partido
encendieron una lámpara roja en la torre del Sala Obrera de Helsinki. Los días
sucesivos, los socialdemócratas y sus organizaciones obreras afiliadas tomaron
fácilmente el poder en todas las grandes ciudades de Finlandia; el norte rural
quedó, por el contrario, en manos de las clases dominantes.
Los insurgentes de
Finlandia redactaron una proclamación histórica anunciando que la revolución
era necesaria puesto que la burguesía finlandesa, unida al imperialismo
extranjero, había dado un golpe contrarrevolucionario contra las conquistas
obreras y la democracia: “El poder revolucionario en Finlandia pertenece desde
este momento a la clase obrera y sus organizaciones. (…) La revolución
proletaria es noble y severa (…) severa para los insolentes enemigos del
pueblo, pero preparada para dar su apoyo a los oprimidos y marginados”.
Aunque el recién
instaurado gobierno rojo trató al principio de seguir un cauto camino político,
Finlandia descendió con rapidez en una sangrienta guerra civil. La clase obrera
finlandesa pagó muy caro el retraso en la toma del poder, puesto que desde
enero la mayoría de las tropas rusas habían regresado a sus hogares. La
burguesía aprovechó los tres meses desde la huelga de noviembre para reclutar
sus tropas en Finlandia y en Alemania. Al final, casi 27 000 finlandeses rojos
perdieron sus vidas en la guerra. Y después de que la derecha aplastara la
República Socialista de los Trabajadores de Finlandia en abril de 1918, otros
80 000 obreros y socialistas fueron recluidos en campos de concentración.
Los historiadores
están divididos en torno a si la revolución finlandesa pudo haber triunfado de
haberse iniciado antes y si hubiera tomado un enfoque político y militar más
ofensivo. Algunos afirman que, en último extremo, el factor decisivo fue la
intervención imperialista de Alemania en marzo y abril de 1918. Kuusinen hace
un balance similar:
“El imperialismo
alemán escuchó los lamentos de nuestra burguesía y pronto se dedicó a engullir
nuestra recién conquistada independencia, que a petición de los
socialdemócratas finlandeses fue reconocida por la República Soviética de
Rusia. El sentimiento nacional de la burguesía no sufrió daño alguno por este
asunto y el yugo de un imperialismo extranjero no le causó terror cuando
parecía que la patria estaba a punto de convertirse en la patria de los
obreros. Estaban dispuestos a sacrificar todo el pueblo al gran bandido alemán
si éste les mantenía en el deshonroso puesto de conductores esclavizados”.
Lecciones
aprendidas
¿Qué podemos pensar
de la revolución finlandesa? Lo más obvio es que muestra que la revolución
obrera no fue sólo un fenómeno de la Rusia central. Incluso en la pacífica y
parlamentaria Finlandia, el pueblo trabajador se fue convenciendo de que sólo
un gobierno socialista podía ofrecer una salida a la crisis social y a la
opresión nacional.
Tampoco los
bolcheviques fueron el único partido en el imperio capaz de dirigir a los
obreros al poder. En muchos sentidos, la experiencia del SDP finlandés confirma
la perspectiva tradicional de la revolución planteada por Karl Kautsky: por
medio de una paciente organización y educación con conciencia de clase, los
socialistas obtuvieron una mayoría parlamentaria, obligando a la derecha a
disolver la institución lo que, a su vez, hizo estallar una revolución de
orientación socialista.
La preferencia del
partido por una estrategia parlamentaria defensiva no le evitó, al final, tener
que derrocar al poder capitalista y dar pasos hacia el socialismo. En
contraste, el burocratizado Partido Socialdemócrata de Alemania —que había
abandonado hacía tiempo la estrategia de Kautsky— sostuvo activamente el poder
capitalista en 1918-19 y aplastó violentamente los esfuerzos por derribarlo.
Pero Finlandia no
sólo mostró la fuerza sino también los límites potenciales de la
socialdemocracia revolucionaria: vacilación en abandonar la esfera
parlamentaria, subestimación de la acción masas y una tendencia a inclinarse
hacia los socialistas moderados para mantener la unidad del partido.
Eric
Blanc
Jacobin Magazine
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¡Qué la Historia
nos aclare el pensamiento!”
Colectivo Acción
Directa Chile -Equipo Internacional
Junio 15 de 2017
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