México, 1956: Che, sentado, 2º desde izq; Fidel, de pie, con la flecha |
“De médico a guerrillero en el DF”
“Charlé con Fidel toda una noche. Y
al amanecer ya era el médico de su futura expedición"
E. G. de la S. en Revolución
La Ciudad de México
cambió de manera estrambótica la vida del futuro guerrillero, aquí conoció los
preparativos de la Revolución Cubana, el amor, la cárcel, la familia, los
estudios, el trabajo, las armas, el deporte, sobre todo se hizo soldado sin
dejar de ser médico. Por eso recordamos algunos pasajes de Ernesto “Che”
Guevara en la capital chilanga.
Nombrado como el “Che” en México
Tras
recorrer Argentina, Chile, Perú, Colombia, Venezuela, Bolivia en
motocicleta, trabajó en un leprosario en el Amazonas. De ahí llegó a Guatemala
(1953) y coincidió con un grupo de cubanos que participó en el ataque al
cuartel Moncada el 26 de julio y que escapaba de la isla. Decidió venirse a
México con ellos, encabezados por Antonio “Nico” López. Lo llamaban “Ernesto
Guevara” y como los argentinos le dicen a los demás: “Che”, los cubanos
comenzaron a llamarlo así.
Médico de corazón
Al
llegar a México, Ernesto Guevara trabajó como voluntario en el Instituto
Mexicano del Seguro Social (IMSS), en el área de alergología del Hospital
General, tres veces a la semana, sin cobrar un solo peso. En ese tiempo
escribía el libro La función del médico en América Latina.
Legionario Masónico
Cuando
tenía 27 años conoció a Raúl Castro en la Ciudad de México. En ese momento el
hermano de Fidel huía de Cuba tras ser acusado de instalar bombas. Después le
presentaron a Fidel Castro, quien rondaba los 29 años. El primer encuentro ocurrió
una noche de julio de 1955, en la calle José de Emparán, en la casa de la
cubana María Antonieta González. Ernesto se integró a la Legión Masónica del
Valle de México del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, en un centro ubicado en
Sadi Carnot número 75, colonia San Rafael, delegación Cuauhtémoc.
Fotógrafo de niños y vendedor de
juguetes
A
la par de su trabajo voluntario en el IMSS y de las investigaciones médicas,
Ernesto fue fotógrafo de prensa de la Agencia Latina de Noticias. Ganaba $700
pesos mensuales. Se le asignó la cobertura de los II Juegos Panamericanos en la
Ciudad de México, del evento deportivo esperaba obtener $4000 pesos. Sin
embargo, la agencia informativa cerró, por lo que para cubrir sus necesidades
tuvo que fotografiar a niños en la calle San Juan de Letrán (hoy Eje Central,
se colocaba a la altura de los Churros El Moro). Incluso llegó a vender
juguetes en las calles durante las últimas semanas de 1954.
Devorador de libros
Rentaba
un departamento en la calle Bolívar, en el Centro Histórico. Recorría la calle
de Gante, donde se ubicaban algunas armerías y una de sus librerías favoritas
que hoy ya no existe. Su amigo Julio Roberto Cáceres, con quien llegó a México,
trabajaba como velador en la librería del Fondo de Cultura Económica. Durante
la noche, Ernesto lo acompañaba, tomaba libros de los anaqueles para
leerlos sin comprarlos. Estas visitas le ocasionaban problemas en su
relación con la peruana Hilda Gadea.
Romanceaba en la Condesa
En
una carta, el argentino escribió a uno de sus amigos: En relaciones públicas
sigo más o menos igual. Sin haber hecho una amistad intelectual o sexual que
valga la pena. Sin embargo, al iniciar su noviazgo con Hilda Gadea, debía
visitarla en la colonia Condesa. Ella rentaba un departamento en la calle
Pachuca número 108, lo hacía junto con su amiga Lucila. Hilda quería una
casarse con Ernesto y formar una familia, pero él estaba interesado en sólo
tener una relación intelectual y sexual, mas no amorosa ni permanente. Cuando
iban al cine, el futuro guerrillero prefería las películas de Mario Moreno
“Cantinflas”.
Alumno de la UNAM
El
“Che” no realizó examen de admisión a la UNAM; sin embargo, logró entrar a
clases de Economía como “oyente”. Existen fotografías de Ernesto con Hilda
Gadea en Ciudad Universitaria. Asistía a la Hemeroteca Nacional a leer
sobre el asalto al cuartel Mocanda y se sumó al Movimiento 26 de julio. Años
después, los estudiantes cambiaron el nombre del auditorio “Justo Sierra” de la
Facultad de Filosofía y Letras por “Ernesto ‘Che’ Guevara”.
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“Fidel Castro y el Che, detenidos”
El
Archivo General de México guarda el informe secreto sobre la captura en junio
de 1956 del líder cubano y de Ernesto Guevara
En El País
Fue rápido. La
Dirección Federal de Seguridad sabía bien lo que hacía. Dentro del Packard
verde, modelo 1950, iban cinco hombres. En el cruce de la calle de Mariano
Escobedo con Kepler, tres bajaron. Uno era alto y corpulento, de paso firme. A
distancia se advertía que era el líder. Cuando iba a perderse en las sombras,
los agentes que le seguían se lanzaron a por él. El hombre alto, al verlos
venir, echó mano a su automática. Pero antes de que pudiera sacarla, ya tenía una
pistola besándole la nuca. Si en aquel instante el policía hubiese apretado el
gatillo, la historia de América habría cambiado. Aquella noche del 21 de junio
de 1956, en esa esquina de la Ciudad de México, Fidel Alejandro Castro Ruz
acababa de ser detenido sin un disparo. Tenía 29 años y una revolución por hacer.
Fidel y el Che detenidos, junio de 1956 |
La
célula cubana había caído. En pocos días fueron apresados 22 castristas. El
nudo de la trama se ubicaba en el número 49 de la calle de Emparán, donde vivía
la opositora peruana Hilda Gadea. Su esposo fue el más desafiante ante la policía
y, a diferencia de sus compañeros, se declaró marxista-leninista. Era asmático,
argentino y pobre. Se llamaba Ernesto Guevara de la Serna.
Después
de tres días de interrogatorios, el cerebro de la redada, el capitán Fernando
Gutiérrez Barrios, redactó su informe sobre la “conjura contra el Gobierno de
la República de Cuba”. El texto, de cinco folios mecanografiados y guardado en
el Archivo General de México,
se ha convertido, desde que fue desclasificado, en un documento clave para
comprender la génesis de la revolución castrista, pero también el ambivalente
papel de México en el hervidero de la época y que el propio Gutiérrez Barrios
encarnó como nadie. El capitán, que sería jefe de los servicios de
inteligencia, conjugó a lo largo de su imperio la represión feroz a la
izquierda mexicana con la acogida de destacados exiliados y prófugos de
dictaduras. Algo que, a la postre, acabó haciendo con aquel carismático cubano
que había caído en sus manos.
Castro
había llegado a México en julio
de 1955. Desde que descendió las escalerillas del DC-6 bimotor, su objetivo
había sido preparar el regreso. Para ello había tejido una red de 40 fieles.
Era el núcleo duro de una revolución. Una organización secreta que reclutaba y
se entrenaba para el asalto final. “El objeto es capacitarse militarmente para
integrar mandos que dirijan en su país a los descontentos”, señala el
documento. Los instructores eran el mismo
Castro, y el antiguo coronel de la República española Alberto Bayo Giraud.
Las clases se impartían en el rancho Santa Rosa, en Chalco, e incluían
“prácticas de tiro, topografía, táctica, guerrilla, explosivos, bombas
incendiarias, voladura con dinamita…”.
El
informe, en el que se atisba cierta admiración por el “dirigente máximo”
cubano, muestra que Castro era el eje de toda la maquinaria. Él clasificaba a
los reclutas por su rendimiento, disciplina y cualidades para el mando.
Incluso, en un anticipo del control omnímodo que luego practicaría en Cuba, reglamentó con detalle la vida
en el interior de la “casa residencia”. “[Castro les] hace ver que para estar
preparados a una acción armada se necesita una disciplina estricta”.
De
poco sirvió la advertencia. Gutiérrez Barrios, de un manotazo, había dejado
todo al descubierto: pisos francos, armamento, correspondencia, claves, fondos,
contactos, financiadores…, hasta los incómodos cuestionarios que los
revolucionarios debían cumplimentar dando cuenta de sus compañeros. Con este
material en su poder, el futuro de Castro y su revolución dependía del
maquiavélico capitán. Y este jugó sus cartas. En sus conclusiones descartó
cualquier nexo con el Partido
Comunista, minimizó la importancia de las armas requisadas (“pocas y
fáciles de adquirir”) y enfatizó que se trataba de un “grupo opositor
independiente” que solo buscaba derribar a Fulgencio Batista: “Dicen contar con
el 90% de la población de su país y señalan que el pueblo cubano […] ha
recibido gran cantidad de armamento”.
Un
mes después, Fidel
y el Che quedaban libres. Gutiérrez Barrios sería en adelante su amigo.
México también. A primera hora del 25 de noviembre de 1956, bajo una lluvia
fría, el Granma zarpaba desde Tuxpan rumbo Cuba. Daba comienzo la
revolución.
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¡Hasta la victoria siempre!
Colectivo Acción
Directa CAD -Chile
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