Temporeros de la fresa en EE.UU. |
“Nadie es ilegal”
Publicamos
a continuación la Introducción de Mike Davis, miembro del Consejo de Redacción
de Sin Permiso, al libro Nadie
es Ilegal, Haymarket Books, (Chicago, Illinois), del que es coautor junto a
Justin Akers Chacón, historiador profesor de Estudios Chicanos. En el libro,
los autores recorren un siglo de luchas de los inmigrantes por derechos,
ciertamente una gran contribución al debate que traspasa hoy los conflictos
locales y que la nueva derecha de los Estados Unidos y, particularmente el
triunfo de Donald Trump, recorre el planeta. SP
Por Mike Davis
En SinPermiso –public. 4/6/17
Los campos de oro de
california han sido irrigados muy frecuentemente con la sangre de sus
trabajadores. Un caso notorio fue la gran huelga que se diseminó como fuego
incontrolado por todo San Joaquín Valley en el otoño de 1933. Protestando por
los bajos salarios que impedían alimentar a sus hijos, cerca de 12 mil
personas, principalmente mexicanos recolectores de algodón, escaparon de sus
trabajos conducidos por el izquierdista Sindicato Industrial de Trabajadores
Agrícolas y Conserveros.
La
manifestación masiva, moviéndose en caravanas de coches y camiones entre las
diferentes granjas, rápidamente paró las cosechas en un área de trescientas
millas cuadradas. Los agricultores rápidamente trajeron esquiroles provenientes
de Los Ángeles, pero la mayoría de ellos desertaron o fueron atemorizados por
la ferocidad de los huelguistas.
Los
agricultores, los desmontadores de algodón y la cámara de comercio recurrieron
a la estrategia clásica: se prepararon a sí mismos en grupos de vigilancia
imponiendo el terror en los condados. Estas Alianzas de Protección de
Agricultores desintegraron los mítines de los huelguistas, los expulsaron de
sus campamentos, quemaron sus tiendas, los apalearon y hostigaron en los
caminos y amenazaron a los comerciantes que intentaran suministrarles créditos
o emplearlos. Cuando los huelguistas se quejaron a las autoridades, los
sheriffs locales se subordinaron a los vigilantes. “Protegemos a nuestros
agricultores aquí en Kern Country”, comentó un sheriff. “Ellos son
nuestra mejor gente…hacen que el país vaya adelante…y los mexicanos son
escoria. No tienen estándares de vida. Los tratamos como manadas de cerdos” /1/.
A
pesar de las palizas, los arrestos y los desalojos, la solidaridad de los
huelguistas permaneció inconmovible hasta principios de octubre, mientras los
agricultores experimentaban la pérdida de sus cosechas. El San Francisco
Examiner notificó que todo el valle era un “volcán ardiente” listo para
erupcionar. Funcionarios del Estado ofrecieron una comisión de indagación que
el sindicato rápidamente aceptó, pero los vigilantes respondieron con
asesinatos. En una reunión en Pixley el 1º de octubre, el líder sindical Pat
Chambers se dirigía a los huelguistas y sus familiares cuando diez camionetas
de vigilantes con escopetas irrumpieron abruptamente en la escena. Chambers, un
veterano en este tipo de trifulcas, previendo el peligro inminente, dispersó la
reunión y alertó a los huelguistas para que se refugiasen en las oficinas
centrales del sindicato, a un lado de la carretera. El historiador Cletus
Daniel describió así la masacre:
“Cuando
el grupo se dirigía hacia el edificio, uno de los agricultores disparó su
rifle. Un huelguista se aproximó a éste bajándole el cañón del fusil y otro
agricultor armado corrió hacia él, lo tiró al suelo y lo asesinó de un disparo.
Inmediatamente el resto de los agricultores abrieron fuego sobre los
huelguistas y sus familiares que trataban de huir. En medio de los gritos de
los que permanecían heridos en el suelo, los agricultores continuaron el fuego
dentro del vestíbulo del sindicato hasta que se acabaron las municiones”. /2/
Los
vigilantes mataron a dos hombres, uno de ellos el representante local del
cónsul general mexicano, e hirieron gravemente a otros ocho manifestantes,
incluso a una mujer mayor. Un periodista de San Francisco informó que el
salvaje tiroteo destrozó las banderas norteamericanas que colgaban en las
oficinas del sindicato. Casi simultáneamente, en Arwin, sesenta millas al sur,
otra banda de vigilantes agricultores abrió fuego contra un grupo de
manifestantes matando a uno e hiriendo a varios. Aunque los trabajadores
retornaron desafiantemente a la huelga, los agricultores amenazaron con
expulsar a sus familiares del campamento de la huelga cerca de Corcoran.
Enfrentando aún más violencia de todo tipo, los huelguistas cedieron a
regañadientes a las presiones federales y del Estado y aceptaron un aumento de
salarios en lugar del reconocimiento del sindicato.
Al
año siguiente, mientras a atención pública se encontraba fascinada con la épica
de la huelga general de San Francisco, los agricultores vigilantes y los sheriffs
locales violaron la Constitución en los campos de California e impusieron lo
que los “new dealers” y los comunistas denunciarían como “fascismo
agrícola”. Uno de los sitios más tenebrosos fue Imperial Valley – el más
cercano análogo racial y social de Mississippi – donde sucesivas huelgas en los
cultivos de lechuga, guisantes y melón durante 1933 y 1934 fueron disueltas con
absoluto terror, incluso con arrestos masivos, decretos anti-huelgas,
desalojos, palizas, secuestros deportaciones e intentos de linchamiento contra
los abogados de los huelguistas.
Aunque
los trabajadores urbanos guiados por los sindicatos del nuevo Congreso de
Organizaciones Industriales (CIO) derrocaron exitosamente a las “open shop”
(empresas que emplean a trabajadores que no son miembros de un sindicato) en
San Francisco y Los Ángeles, los trabajadores agrícolas de California – llámese
María Morales o Tom Joad – fueron aterrorizados por diputados fanáticos y
pandillas furiosas. Las amargas memorias de esos sucesos brutales están urdidas
en las novelas de John Steinbeck, In Dubious Battle y Grapes
of Wrath, así como en el evocador “Vigilante Man” de
Woody Guthrie:
“Oh,
por qué el vigilante,
por
qué el vigilante
lleva
esa escopeta recortada en sus manos?
¿Pretende
acabar con sus hermanas y hermanos?
Pero
dicho vigilante no fue sólo esa figura siniestra de la década de la depresión:
como explicaré en esta historia resumida; el vigilante vertió una sombra
permanente sobre California desde la década de 1850 en adelante. De hecho, el
vigilantismo – la coerción y la violencia de clase, racial y étnica,
enmascarada en una apariencia semipopulista para apelar a las altas autoridades
– ha jugado un papel mucho más importante en la historia del Estado del que se
conoce. Un amplio arco iris de grupos minoritarios, incluso nativos
norteamericanos, irlandeses, chinos, punjabiés, japoneses, filipinos, okies,
afroamericanos y (persistentemente en cada generación) mexicanos, así como
sindicalistas del comercio y radicales de varias denominaciones, fueron
víctimas de la represión de los vigilantes.
La
violencia privada organizada en conjunto, violando las leyes locales, ha
configurado el sistema de castas raciales de la agricultura de California,
derrotando a movimientos radicales de trabajadores como IWW, y manteniendo el New
Deal (Nuevo Acuerdo: política económica aplicada entre 1933 y 1940 por la
administración del presidente Roosevelt) fuera de los condados agrícolas del
Estado. También ha instalado innumerables leyes reaccionarias y ha reforzado la
segregación legal y de facto. Por otro lado, el vigilante no es una curiosidad
de un pasado maléfico sino un personaje patológico que experimente en la
actualidad un dramático resurgimiento al tener que enfrentar, los
anglo-californianos, el declinar demográfico y la evidente erosión de sus
privilegios raciales.
En
la actualidad, los armados y camuflados “Minutemen”, en sus diversas formas, instigando las
confrontaciones en la frontera, o (vestidos de civiles) hostigando a los
jornaleros frente a los Home Depots (grandes almacenes comerciales) suburbanos,
son la última encarnación de esa vieja personalidad. Su infantil forma de
pavonearse contrasta quizá de forma jocosa con la auténtica amenaza fascista de
Granjeros Asociados y otros grupos de la época de la depresión, pero sería
tonto ignorar si impacto.
Así
como los agricultores vigilantes de la década de 1930 lograron militarizar la
California rural para enfrentar los movimientos laborales, los “minutemen”
ayudan a radicalizar el debate dentro del Partido Republicano respecto a la
inmigración y la raza, contribuyendo al completo retroceso nativista contra la
propuesta de la administración Bush de un nuevo Programa Bracero. Los
candidatos en las elecciones republicanas de California del Sur compiten ahora
unos contra otros por los favores de los líderes de Minutemen. Estos
neo-vigilantes, armados y conocedores de los medios, que amenazan con reforzar
las fronteras, ayudan también a la cada vez más exitosa campaña de transformar
las leyes locales en políticas de inmigración. Y como diría un verdadero
dialéctico, lo que comienza con una farsa se convierte en algo mucho más
desagradable y peligroso.
Notas:
1. Carey Mc Williams, North
from Mexico (Philadelphia: J.B. Lippincott Co., 1948), pag. 175. Ver
también Devra Weber, Dark Sweat, White Gold: California farms Workers,
Cotton, and the New Deal (Berkeley: University of California Press, 1994).
Pp. 97-98.
2.-Claetus Daniel,
“Labor Radicalism in Pacific Coast Agriculture” (PhD diss., University of
Washington, 1972). 224.
Fuente:
Justin Akers Chacón, Mike Davis,
Nadie Es Ilegal, Combatiendo el Racismo y la Violencia del Estado en la
Frontera (Chicago, Illinois. Haymarket Books. 2009)
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Colectivo
Acción Directa Chile -Equipo Internacional
Junio 4 de 2017
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