Por Mariano Turzi
En SinPermiso
-Public. 31/1/16
El recientemente
firmado (se refiere a la rúbrica
del 5/10/15 –nota del CAD) Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación
Económica (TPP) tendrá implicancias determinantes no solo para el futuro de la
economía internacional, sino del orden global. En ese sentido, su consolidación
o estancamiento determinará en gran medida el devenir de la integración
regional latinoamericana. Esta nueva realidad transformadora de los asuntos
globales tendrá consecuencias decisivas para las estrategias de acción e
inserción externa de gobiernos y compañías en América Latina. Si en el siglo XX
el Canal de Panamá marcó la separación del continente americano en norte y sur,
en el siglo XXI el TPP está introduciendo un nuevo vector al proceso de
integración latinoamericano, dividiendo a la región en este y oeste, o Pacífico
y Atlántico. El riesgo para América Latina es que esa división se traduzca en
diferencias de regionalización y divergencias de regionalismo. La primera hace
referencia a un proceso de naturaleza más bien económica, liderado
principalmente por actores no estatales comerciales (compañías) y financieros
(bancos y organismos de crédito). El segundo resalta las dimensiones
institucionales y políticas.
Entendida
como el proceso creciente de transnacionalización, la regionalización
latinoamericana es la dimensión más directamente impactada por TPP. En una
etapa de capitalismo globalizado organizado alrededor de cadenas de valor, el
TPP introduce alteraciones que impactarán en los patrones de inserción nacional
de cada uno de los países/sectores/eslabones. Compañías asiáticas y
latinoamericanas verán cómo cambiarán sus costos y beneficios a causa de la
nueva estructura institucional y es esperable un realineamiento de intereses y
estrategias a las nuevas oportunidades y amenazas. Por ejemplo, los textiles
vietnamitas –que hoy enfrentan un arancel de entrada a Estados Unidos de 17,5%–
no tendrán impuestos bajo el TPP. De hecho, compañías de indumentaria de varias
provincias chinas ya han estado invirtiendo miles de millones de dólares en el
sector de indumentaria de Vietnam para aprovechar los aranceles favorables y
las ventajas impositivas del este nuevo acuerdo. Lo mismo es posible que ocurra,
ad intra, en el proceso de regionalización en América Latina, generando nuevas
geografías económicas.
En
cuanto al regionalismo, ya se advierte una creciente fractura de naturaleza
política. La Alianza del Pacífico (AP) ha sido postulada por políticos y
analistas como una fuerza contraria al Mercado Común del Sur (Mercosur). Ese
nuevo agrupamiento sería pragmático en lo político, abierto en lo comercial,
liberal en lo financiero y más funcional a los intereses de Estados Unidos en
lo geopolítico.
El
Mercosur, por el contrario, sería un anacronismo estancado por su populismo
ideológico, su defensa del proteccionismo mercantilista y el recelo de los
actores financieros internacionales, aunque a la vez sea el sostén de un
proyecto más autónomo de Washington. Estos dos modelos diferentes de
integración –regionalismo abierto y bilateralismo competitivo– no son
inherentemente incompatibles o antinómicos. De hecho, la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) ha hecho propio el lema «unidad en la
diversidad». Pero desde una perspectiva de economía política internacional, el
TPP provee una estructura externa de incentivos que favorecen y fortalecen
coaliciones internas de poder con visiones y gestiones de proyectos de
desarrollo nacional que no tienen a la integración latinoamericana como
prioridad estratégica.
La
integración económica nacional y la integración económica regional en América
Latina tienen que tomar en cuenta los nuevos límites y oportunidades del TPP
con urgencia y profundidad en el análisis. Organismos como la CELAC o la UNASUR
deberían plantear un diálogo para sincerar posturas y estructurar eventuales
transiciones. Tanto para la autonomía política como para el desarrollo
productivo, la falta de coordinación representa un riesgo significativo. Aún en
el caso de que la tendencia hacia la fragmentación competitiva fuese
inevitable, el ordenamiento de ese proceso bajo un esquema de desintegración
regional sería preferible a una disgregación desordenada. El riesgo es que esa
diferencia se transforme en divergencia. El incentivo externo del TPP podría
generar que tanto regionalización como regionalismo acaben capturados por
intereses y agendas extrarregionales. De hecho, los documentos sobre las
negociaciones preliminares que se han filtrado a través de WikiLeaks, revelan
–por ejemplo, en el caso de derechos de propiedad intelectual– cómo la
estructura comercial regional sería rediseñada de acuerdo a los intereses
corporativos de los gigantes del sector farmacéutico internacional (se utilizan
esas fuentes debido al secretismo e los acuerdos).
El
dato geopolítico crítico es que el TPP no es un acuerdo para crear comercio
sino para administrar comercio y finanzas. Constituye un movimiento de
retaguardia más que de avance; la gestión de un poder declinante más que el
despliegue de un poder ascendente. Washington ya no confía en su propia
posición. Cuando los poderes hegemónicos se sienten seguros, proclaman y
promueven los principios de la libertad. Sin contemplar las diferencias
iniciales, la libre competencia juega a favor de las asimetrías existentes. Su
poder es global y sus aspiraciones de construcción de orden también. Ya sea por
voluntad o capacidad, el TPP refleja claramente que las ambiciones
norteamericanas actuales son mucho menos ambiciosas. El «pivote a Asia» y el
TPP son la respuesta institucional que intenta dar la superpotencia
norteamericana a realidades que están más allá de su control: la económica de
la globalización y política de la interdependencia. Esa realidad es que el
mundo se reconfigura en base a bloques regionales más que a parámetros
globales. El TPP ha introducido para América Latina una amenaza estratégica de
largo plazo: la recreación hegemónica. Ya sea intencional o involuntaria, desde
el Norte o hacia el Este. Sin «conciencia de región», América Latina perderá
espacio de acción internacional y quedará siendo geopolítica y
geoeconómicamente relegada a una posición funcional a diseños más allá de su
opinión y control.
Nota:
Los actuales miembros del TPP son Australia, Brunei, Canadá, Chile, EE.UU.,
Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam. Y se han
alineado ya otros posibles candidatos, como Corea del Sur, Taiwán, Filipinas y
Colombia.
Mariano Turzi,
Universidad Di Tella
Equipo Internacional – CAD Chile
Febrero
7 de 2016
No hay comentarios :
Publicar un comentario