En La Jornada
Diciembre
26 de 2015
La fusión entre
Monsanto y Syngenta, dos de las más grandes y combatidas empresas de semillas
transgénicas y agrotóxicos a escala mundial, parecía una mala fantasía. Hoy es
probable y sólo una de las fusiones espectaculares que están ocurriendo. Aunque
Syngenta rechazó por segunda vez a Monsanto –quiere más dinero–, otras dos
gigantes, DuPont (dueña de Pioneer) y Dow Chemicals, acordaron apenas hace unos
días fusionarse. Monsanto sigue intentando con Syngenta. Es apenas un rincón
del escenario: los planes de las corporaciones van más allá, en pos de
controlar sectores claves y cada vez más grandes de la producción
agroalimentaria.
En
1981, el Grupo ETC (entonces llamado RAFI) denunció que las empresas de
agroquímicos estaban comprando las semilleras y que su objetivo era desarrollar
cultivos que toleraran los tóxicos de las propias empresas, para crear
dependencia de los agricultores y vender más veneno, su negocio más lucrativo.
Nos llamaron alarmistas, dijeron que tal tecnología nunca iba a existir; hasta
que en 1995 la industria comenzó a plantar transgénicos: exactamente ese tipo
de semilla.
En
ese entonces había en el mundo más de 7 mil empresas que producían semillas
comerciales, la mayoría familiares, y ninguna controlaba más de uno por ciento
del mercado; 34 años después, seis trasnacionales controlan 63 por ciento del
mercado global de semillas y 75 por ciento del mercado global de agrotóxicos.
Monsanto, Syngenta, DuPont, Dow, Bayer y Basf, todas originalmente fabricantes
de veneno, son las seis gigantes que controlan agrotóxicos, semillas y 100 por
ciento de los transgénicos agrícolas, expresión de la fusión de ambos negocios.
Como casi no quedan empresas, se dedican ahora al canibalismo. Syngenta es la
más grande productora de agrotóxicos a escala global, por lo que hasta la
empresa china de agrotóxicos, ChemChina, ofertó por ella, pero no le llegó al
precio.
Monsanto
insiste porque necesita desesperadamente acceder a nuevos agrotóxicos, ya que
su producto estrella, el glifosato, está en crisis. En dos décadas de
transgénicos el uso masivo de glifosato ha generado 24 malezas resistentes que
colocan en inmensos problemas a los agricultores. El aumento de cáncer, abortos
y malformaciones neonatales en las zonas de cultivo de transgénicos en
Argentina, Brasil, Paraguay es de proporciones epidémicas. Que hijos de
campesinos mueran no parece importarle a Monsanto, pero la Organización Mundial
de la Salud declaró en 2015 que el glifosato es cancerígeno en animales y
probablemente en humanos y eso sí fue un golpe. Por esto y más, a Monsanto le
urge cambiar de agrotóxicos, cambiar de nombre por su enorme desprestigio y, si
puede, cambiar de sede para evitar impuestos.
El
glifosato inventado por Monsanto es el agrotóxico más vendido en la historia de
la agricultura. Sólo por maíz y soya transgénica, su uso aumentó 20 veces en
Estados Unidos en 17 años, cifras similares en Brasil y Argentina, y 10 veces a
escala global. Pero ese negocio va en declive. Y Monsanto, engolosinada con su
cuasi monopolio de transgénicos, no ha hecho investigación: en 2013, el maíz
transgénico tolerante a glifosato representaba 44 por ciento de sus ventas
totales, la soya tolerante a glifosato 11 por ciento, y más de 30 por ciento de
sus ventas provienen de formulaciones de glifosato (RoundUp, Faena, Rival y
otras marcas).
El
glifosato ya no funciona, sus impactos son muy graves, pero los maíces
transgénicos de Monsanto van casados con éste. Por eso le urge que se autorice
su siembra en México, lo cual le daría un respiro para vender sus semillas
obsoletas, hasta que aquí pase lo mismo: malezas resistentes, baja producción,
semillas mucho más caras y patentadas, epidemia de cánceres y deformaciones
fetales. Todo junto a contaminar transgénicamente el centro de origen mundial
del maíz, dañando gravemente el patrimonio genético, cultural y de
agrobiodiversidad más importante del país. Huelga decir hay mucho mejores
opciones para producción de maíz y que México no necesita sembrar transgénicos
para abastecer su consumo.
Aunque
Monsanto es el caso más evidente, todas las gigantes de transgénicos tienen
iguales intenciones, con otros químicos también muy tóxicos. Pero todas están
topando con los límites de su propia ambición. Así emergen nuevos escenarios
corporativos al entrar en juego otros sectores, como las trasnacionales de
fertilizantes y maquinaria agrícola. El Grupo ETC analiza esta coyuntura en un
nuevo informe sobre fusiones corporativas: Breaking
Bad: Big Ag MegaMergers in Play (http://tinyurl.com/nz3g2at).
Según
ventas de 2013, el mercado mundial de semillas fue 39 mil millones de dólares
(mmdd), el de agrotóxicos 54 mmdd, el de maquinaria agrícola 116 mmdd y el de
fertilizantes 175 mmdd. La tendencia parece ser que los dos últimos engullirán
a los otros, creando un escenario de controles oligopólicos aún más amplios.
Por ejemplo, la trasnacional de maquinaria John Deere tiene contratos con cinco
de las seis gigantes de transgénicos para aumentar sus ventas a través de
pólizas de seguro que condicionan a los agricultores a usar sus semillas,
agrotóxicos y maquinaria. Tecnologías de automatización, drones, sensores y
datos del clima también están concentrados en esas empresas y se ofertan en el
paquete.
Si
esas fusiones se permiten, vamos hacia nuevos oligopolios que controlarán
semillas, variedades, agrotóxicos, fertilizantes, maquinarias, satélites, datos
informáticos y seguros. Y que dañarán, contaminándolas y por otras vías, a las
opciones reales para la alimentación y el clima: la producción campesina,
descentralizada, diversa, con semillas propias, que son quienes alimentan a la
mayoría de la población.
Por Silvia Ribeiro
Investigadora
del Grupo ETC
Equipo Internacional – CAD CHILE
Enero 1 de 2016
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