En SinPermiso
Public. 10/01/16
Noam Chomsky, por
repetir un lugar común, figura entre los mayores intelectuales radicales vivos.
No es menos cierto o manido añadir que también es una figura ampliamente
controvertida, acusada desde varios cuarteles de una serie de errores que van
de la “negación del genocidio” a un rígido “quietismo moral” frente a
atrocidades masivas. Muy recientemente, críticos de tonalidades políticas
disímiles afirman haber identificado toda una serie de sinsentidos en sus
declaraciones sobre Siria.
En la siguiente
entrevista, [realizada para la revista norteamericana Jacobin por] Emanuel
Stoakes le plantea algunas de estas críticas a Chomsky.
Si bien se reafirma
en su oposición a una intervención militar en toda regla, Chomsky declara que
no se opone en principio a la idea de una zona de exclusión aérea establecida a
lo largo de un corredor humanitario (aunque las recientes intervenciones de
Putin no han hecho sino liquidar la posibilidad de la anterior opción). Chomsky
clarifica asimismo su postura sobre la matanza de Srebrenica en 1995 y la
intervención de la OTAN en Kosovo en 1999.
Además de responder
a sus críticos, Chomsky ofrece sus reflexiones sobre un amplio abanico de temas
aparte: qué habría que hacer para combatir al EI, el significado de las luchas
populares en América del Sur y el futuro del socialismo.
Como siempre, deja
traslucir su creencia subyacente en nuestra capacidad de construir una sociedad
mejor.
¿Cuál
es su reacción a los atentados de principios de noviembre y qué piensa de la
actual estrategia occidental de bombardeo del EI?
Está
claro que la actual estrategia no está funcionando. Los comunicados del EI,
tanto en este caso como en el de avión ruso, fueron muy explícitos. Si nos
bombardeáis, vais a sufrir. Son una monstruosidad, y se trata de crímenes
terribles, pero no sirve de nada esconder la cabeza en la arena.
El
mejor resultado sería que el EI quedara destruido por fuerzas locales, lo que
podría suceder, pero para eso hará falta que esté de acuerdo Turquía. Y el
resultado podría ser igualmente malo si los elementos yijadistas apoyados por
Turquía, Qatar y Arabia Saudí salen vencedores.
El
resultado óptimo consistiría en un acuerdo negociado del género del que se
prepara paso a paso en Viena, combinado con lo dicho antes. Mucho pedir, me
parece.
Nos
guste o no, el EI parece haberse asentado con bastante solidez en las zonas
suníes de Irak y Siria. Parecen comprometidos en un proceso de construcción de
un Estado que es extremadamente brutal pero bastante éxitoso, y que se atrae el
apoyo de comunidades suníes que puede que desprecien al EI pero lo consideran
como la única defensa contra alterativas que son incluso peores. La única
potencia regional de envergadura que se les opone es Irán, pero a las milicias
chiitas respaldadas por Irán se las juzga igual de brutales que al EI y
probablemente sirven para movilizar el apoyo a éste.
Los
conflictos sectarios que están haciendo trizas la region son resultado
substancialmente de la invasion de Irak. Eso es lo que quiere decir Graham
Fuller, antiguo analista de la CIA y especialista en Oriente Medio, cuando
afirma que “creo que los Estados Unidos son uno de los creadores clave de esta
organización”.
La
destrucción del EI por cualquier medio imaginable podría poner las bases de
algo peor, como ha ido sucediendo con bastante regularidad con las
intervenciones militares. El sistema de estados de la región impuesto por el
poder imperial británico y francés tras la I Guerra Mundial, con escaso interés
as por las poblaciones bajo su control, se está desmoronando.
El
futuro parece sombrío, aunque hay algunas rendijas de luz, como las de las
zonas kurdas. Se pueden tomar medidas para reducir muchas de las tensiones en
la region y contener y reducir el nivel extravagantemente elevado de armamento,
pero no queda claro qué más puede hacer las potencias externas aparte de avivar
las llamas, como llevan haciendo desde hace años.
Este
año hemos visto al gobierno griego debatirse con sus acreedores para llegar a
un acuerdo. Resulta tentador contemplar este enfrentamiento, así como la crisis
en su conjunto, menos como un caso en el que la UE trataba de gestionar una
crisis de la deuda en el común interés de la Unión y más como una batalla entre
la sociedad griega y los que se benefician de la austeridad. ¿Estaría usted de
acuerdo? ¿Cómo ve la situación?
No
ha habido un esfuerzo serio por gestionar la crisis de la deuda. Las políticas
impuestas a Grecia por la Troika exacerbaron de manera aguda la crisis minando
la economía y bloqueando prometedoras oportunidades de crecimiento. La proporción
de la deuda en relación al PIB es hoy bastante más elevada de lo que era antes
de que se instituyesen esas medidas políticas y el pueblo de Grecia ha tenido
que pagar un precio terrible, aunque a los bancos alemanes y franceses que
tienen una buena parte de responsabilidad en la crisis les vaya muy bien.
Los
llamados “rescates” de Grecia fueron a parar principalmente a los bolsillos de
los acreedores, hasta en un 90% según algunas estimaciones. El antiguo jefe
del Bundesbank, Karl Otto Pöhl, hizo la muy plausible observación
de que toda la cuestión “tenía que ver con proteger a los bancos alemanes, pero
sobre a todo los bancos franceses, para que no perdieran lo que se les
adeudaba”.
En
un comentario en una de las principales revistas del establishment
norteamericano, Foreign Affairs, escribe Mark Blyth, uno de los críticos
más persuasivos de la destructiva austeridad seguida por programas de
depresión: “Nunca hemos entendido a Grecia porque nos hemos negado a ver la
crisis como lo que era: una continuación de una serie de rescates del sector
financiero que comenzaron en 2008 y que siguen retumbando hasta hoy”.
Todas
las partes reconocen que la deuda no se puede pagar. Debería haber sido
radicalmente reestructurada hace ya tiempo, cuando la crisis podía haberse
gestionado cómodamente o podía haberse declarado sencillamente “odiosa” y
haberse cancelado.
La
cara desagradable de la Europa contemporánea es la que presenta el ministro
alemán de Economía, Schäuble, aparentemente la figura política más popular de
Alemania. Según informa el servico de noticias de Reuters, explicó que “podría
hacerse necesario cancelar algunos de los préstamos para que la deuda del país
llegue a un nivel manejable”, mientras que “al mismo tiempo descartaba esa
medida”. En resumen, ya os hemos exprimido todo lo que podemos, así que
perdeos por ahí. Y buena parte de la población se está perdiendo literalmente,
deshechas sus esperanzas de sobrevivir decentemente.
En
realidad, a los griegos no los han exprimido aún del todo. El vergonzoso
acuerdo impuesto por los bancos y la burocracia incluye medidas para garantizar
que los activos griegos caigan en las codiciosas manos correctas.
El
papel de Alemania resulta especialmente vergonzoso, no sólo porque la Alemania
nazi asolara Grecia, sino también porque, como apuntó Thomas Piketty en Die
Zeit, “Alemania es ciertamente el mejor ejemplo de un país que no ha
reembolsado su deuda externa a lo largo de su historia. Ni después de la I ni
de la II Guerra Mundial”.
El
Acuerdo de Londres de 1953 liquidó la mitad de la deuda de Alemania, poniendo
las bases de su recuperación económica y, en la actualidad, añadía Piketty,
lejos de ser “generosa”, estos días “Alemania se aprovecha de Grecia, pues le
extiende préstamos a tipos comparativamente altos”. Todo el asunto es sórdido.
Las
medidas políticas de austeridad que se le han impuesto a Grecia (y de modo
general a Europa) fueron siempre absurdas desde un punto de vista económico y
han sido un completo desastre para Grecia. Como armas de la guerra de clases,
no obstante, han sido bastante eficaces a la hora de socavar sistemas del
bienestar, enriqueciendo a los bancos del norte y a la clase inversora y
empujando a la democracia a los márgenes.
El
proceder de la Troika es hoy una desgracia. Apenas sí puede haber duda de de
que su meta consiste en establecer firmemente el principio de que hay que
obedecer a los amos: no se tolerarán desafíos a la banca del norte ni a
la burocracia de Bruselas y debe abandonarse todo pensamiento de democracia y
voluntad popular.
¿Cree
que la lucha que se produce en torno al futuro de Grecia resulta representativa
en buena medida de lo que está sucediendo en el mundo en este momento, es
decir, una lucha entre las necesidades de la sociedades y las exigencias del
capitalismo? Si este es el caso, ¿tiene usted mucha esperanza de una salida
decente y humana cuando los triunfos parece tenerlos todos un pequeño número de
personas vinculadas al poder privado?
En
Grecia, y de manera más general en Europa, en distintos grados, se están
revirtiendo algunos de los logros más admirables de la era de postguerra con
una versión destructiva del ataque neoliberal a la población global de la
pasada generación.
Pero
se le puede dar la vuelta. Entre los estudiantes más obedientes de la ortodoxia
neoliberal estaban los países de América Latina, y también, no es de
sorprender, entre aquellos que sufrieron los mayores perjuicios. Pero en años
recientes se han abierto camino hacia un rechazo de la ortodoxia, y de modo más
general, por primera vez en quinientos años están dando pasos significativos
hacia la unificación, liberándose de la dominación (norteamericana en el siglo
pasado), y afrontando los traumáticos problemas internos de sociedades
potencialmente ricas que han estado tradicionalmente gobernadas por élites
opulentas (en su mayoría blancas) orientadas al exterior en medio de un mar de
miseria.
En
Grecia, Syriza podría haber señalado una evolución semejante, razón por la cual
había que desbaratarla de un modo tan salvaje. Hay otras reacciones en
Europa y en otros lugares que podrían cambiar el rumbo y conducir a un
futuro bastante mejor.
Este
año se conmemoró el vigésimo aniversario de la matanza de Srebrenica. Se ha
podido saber que los EE.UU. observaron cómo se producían los asesinatos en
tiempo real desde sus satélites y que muchas de las grandes potencias del mundo
se mostraron negligentes o algo peor cuando se trataba de hacer esfuerzos para
impedir una carnicería previsible. ¿Qué cree usted que debería haberse hecho
entonces? ¿Cree usted, por ejemplo, que los musulmanes bosnios deberían haber
tenido más oportunidades de de defenderse desde mucho antes?
Srebrenica
era una zona segura sin apenas protección y no debemos olvidar que gracias a
ese estatus se convirtió en base de las milicias asesinas de Nasir Oric para
atacar las aldeas serbias de los alrededores, con un coste brutal y jactándose
de sus éxitos. Que iba a haber antes o después una respuesta serbia no era
demasiado sorprendente y deberían haberse tomado medidas para “impedir una
carnicería previsible”, por tomar prestadas sus palabras.
El
mejor enfoque, que podría haber sido factible, habría debido consistir en
reducir y acaso terminar con las hostilidades en la region, en lugar de
permitir que se recrudecieran.
Ha
recibido usted numerosas críticas por su postura sobre la intervención en
Kosovo. Si lo he entendido bien (acaso me equivoque), piensa usted que había
alternativas al bombardeo y que podría haberse detenido la violencia si hubiera
habido mayor voluntad política por encontrar una solución diplomática. ¿Es
correcto? ¿Puede resumirnos lo que se podría haber hecho a modo de alternativa?
No
he visto críticas de mi postura sobre la intervención y no es muy probable que
las haya por la sencilla razón de que apenas sí llegué a adoptar una postura.
Como ya dejé claro en lo que escribí sobre la cuestión (The New Military
Humanism), apenas sí entré a debatir la conveniencia de la intervención de
la OTAN. Eso se establece claramente en las primeras páginas.
El
tema aparece en las tres últimas páginas, haciendo notar que lo anterior
— el libro entero — deja “sin responder” la pregunta de lo que debería haberse
hecho en Kosovo, aunque parece un “juicio razonable” que los EE.UU. estaban
seleccionando una de las opciones más dañinas entre las distintas que había a
su disposición.
Tal
como queda explicado de manera clara y nada ambigua desde el principio, incluso
desde el título, el libro se refiere a un tema completamente distinto: la
importancia de los sucesos de Kosovo para la “nueva era” de “principios y
valores” dirigida por “estados ilustrados” cuya política exterior ha entrado en
una “fase noble” con “sagrado resplandor” (por citar algo de la retórica
celebratoria examinada).
Esos
temas importantísimos deben distinguirse de manera pronunciada de la pregunta
por lo que debería haberse hecho, algo que apenas abordé. Un asunto importante
y evidentemente impopular, que es mejor evitar. No recuerdo haber visto
siquiera una mención del asunto de todo el libro en los comentarios críticos
sobre el mismo.
Yo
examiné las opciones diplomáticas disponibles, apuntando que el acuerdo
alcanzado tras 78 días de bombardeos fue un compromiso entre la OTAN y las
posiciones serbias anteriores a los bombardeos.
Un
año más tarde, después del final de la guerra, examiné ampliamente y en detalle
en mi libro A New Generation Draws the Line el rico historial documental
sobre el trasfondo inmediato del bombardeo. Este revela que se registró un
grado de violencia repartida entre las guerrillas de ELK [Ejército de
Liberación de Kosovo] que atacaban desde Albania y una respuesta serbia brutal,
y que las atrocidades se recrudecieron de manera muy brusca tras el bombardeo,
tal y como el general al mando, Wesley Clark, previó con exactitud de modo
público y comunicó de modo particular a las autoridades norteamericanas.
Si
ha habido críticas de lo que yo realmente escribí, yo no las he visto, aunque
tiene usted razón en que ha habido muchas condenas furiosas…concretamente, de
lo que yo no escribí.
Respecto
a una posible alternativa, se daban lo que parecían opciones diplomáticas
bastante prometedoras. Que hubieran podido funcionar es algo que no sabemos,
puesto que se dejaron de lado en favor del bombardeo.
La
interpretación habitual, que he examinado en otro lugar, es que el bombardeo
estuvo motivado por un importante aumento de las atrocidades. Esta inversión de
la cronolgía es bastante común y corriente, y resulta útil para establecer la
legitimidad de la violencia de la OTAN. El importante aumento de las
atrocidades fue consecuencia de los bombardeos, no causa de estos, y como quedó
indicado, se previó de modo bastante público y con autoridad.
¿Cuál
cree que era el verdadero objetivo de la intervención balcánica de la OTAN?
De
creer al liderazgo norteamericano-británico, el verdadero objetivo consistía en
establecer la “credibilidad de la OTAN” (había otros pretextos, pero se
vinieron rápidamente abajo). Tal como resumió Tony Blair las razones
oficiales, no bombardear “habría supuesto a un golpe demoledor a la
credibilidad de la OTAN”, y “el mundo habría estado menos seguro como
resultado de ello”, aunque, tal como yo repasé con cierto detalle, “el mundo”
disintió abrumadoramente, a menudo de forma muy áspera.
“Dejar
sentada la credibilidad” — en lo esencial, un principio mafioso — constituye un
rasgo significativo de la política de una gran potencia. Un vistazo más
profundo sugiere motivos que van más allás de aquellos que se recalcan
oficialmente.
¿Se
opone a las intervenciones militares en cualquier circunstancia en caso de
desastre humanitario extremo? ¿Qué condiciones las harían aceptables desde su
punto de vista?
Los
pacifistas puros se opondrían siempre a una intervención militar. No es mi
caso, pero creo que como toda ocasión en la quer se recurre a la violencia,
debe soportar la pesada carga de la prueba. Resulta imposible dar una respuesta
general acerca de cuándo está justificada, aparte de algunas fórmulas
inútiles.
No
resulta fácil encontrar casos genuinos en los que haya quedado justificada la
intervención. He revisado el historial histórico y académico. Es muy tenue.
Destacan dos posibles ejemplos en el periodo posterior a la II Guerra Mundial:
la invasión vietnamita de Camboya, que puso fin a los crímenes de los jemeres
rojos en su apogeo, y la invasión de Pakistán por parte de India, que terminó
con las horribles atrocidades en el antiguo Pakistán Oriental.
Estos
dos casos no forman parte, sin embargo, del canon aceptado, debido a la falacia
del “agente equivocado” y a que en ambos casos Washington se opuso de forma
acerba y reaccionó de manera bastante desagradable.
Pasando
al caso de Siria, observamos que hay una horrenda situación humanitaria y no
hay final en el horizonte en lo que se refiere a la guerra interna que se está
librando. Conozco a algunos activistas sirios que están furiosos por lo que
perciben como tolerancia de su parte del inmenso infortunio que sufre la gente
que tiene vivir con barriles bomba y demás; afirman esto porque creen que se opone
usted a cualquier clase de intervención contra Asad, por limitada que sea, por
razones ideológicas.
¿Es
esto exacto o correcto? ¿Apoyaría la idea de una zona de exclusión aérea, con
la imposición de un corredor humanitario? ¿Podría clarificarnos cuál es su
postura acerca de Siria?
Si
la intervención contra Asad mitigara o acabara con una situación espantosa,
estaría justificada. Pero, ¿conseguiría tal cosa? No abogan por la intervención
los observadores atentos al escenario con un íntimo conocimiento de Siria y la
actual situación, como Patrick Cockburn, Charles Glass y unos cuantos más que
son los más acerbos críticos de Asad. Advierten, y con no poca
plausibilidad, me parece, que bien pudiera exacerbar la crisis.
El
historial de intervenciones militares en la región ha sido horrible con
rarísimas excepciones, un hecho que apenas sí puede pasarse por alto. Las zonas
de exclusión aérea, los corredores humanitarios, el apoyo a los kurdos, y otras
medidas serían probablemente de ayuda. Pero si bien es fácil de apelar a
la intervención militar, no es cosa sencilla proporcionar planes razonados y
bien concebidos, tomando en cuenta las probables consecuencias. Yo no he visto
ninguno.
Uno
se puede imaginar un mundo en el que las intervenciones las asuma alguna
benigna fuerza entregada a los intereses de aquellos que sufren. Pero si nos
preocupamos por las víctimas, no podemos hacer propuestas destinadas a mundos
imaginarios. Sólo para este mundo, en el que las intervenciones, con rara
coherencia, las emprenden las potencias entregadas a sus propios intereses, en
el que las víctimas y su destino resultan secundarios, pese a elevadas
declaraciones.
El
registro histórico está dolorosamente claro y no ha habido conversiones
milagrosas. Eso no significa que no pueda llegar a justificarse nunca una
intervención, pero esas consideraciones no pueden ignorarse, por lo menos si
nos preocupamos por las víctimas.
Si
echamos la vista atrás a su larga vida de activismo y estudio, ¿qué causa o
asunto se siente más contento de haber apoyado? Y a la inversa, ¿qué es lo que
más lamenta? ¿Desearía haber hecho más en algunos frentes?
La
verdad es que no sabría decirlo. Hay muchas causas que estoy contento de haber
apoyado, en mayor o menor medida. La causa a la que me dediqué más
intensamente, desde principios de los años 60, fueron las guerras de los EE.UU.
en Indochina, el crimen internacional más grave de la época posterior a la II
Guerra Mundial. Eso implicaba hablar, escribir, organizar, implicaba
manifestaciones, desobediencia civil, resistencia directa y la expectativa,
básicamente evitada más o menos por accidente, de una posible condena a prisión
prolongada.
Algunos
otros compromisos fueron semejantes, pero no con ese grado de intensidad. Y en
cada caso hay remordimientos, siempre los mismos: demasiado poco, demasiado
tarde, demasiado ineficaz, aun cuando hubiera algunos auténticos logros en las
entregadas luchas de tanta gente en las que tuve el privilegio de participar de
algún modo.
¿Qué
es lo que le da más esperanza para el futuro? ¿Cree que los jóvenes
norteamericanos con los que se ha relacionado son distintos de aquellos que
trató décadas atrás? ¿Han cambiado a mejor las actitudes sociales?
Las
esperanzas para el futuro siempre tienen que ver con lo mismo: con gente
valerosa, con frecuencia bajo graves coacciones, que se niega a plegarse a
autoridades y persecuciones ilegítimas y con otra gente que se dedica a
combatir la injusticia y la violencia, jóvenes que quieren sinceramente cambiar
el mundo. Y con el historial de éxitos, siempre limitados, a veces con
retrocesos, pero que dobla con el tiempo el arco de la historia hacia la
justicia, por tomar prestados los términos que hizo célebres Martin Luther King
de palabra y obra.
¿Cómo
contempla el futuro del socialismo? ¿Se siente inspirado por los cambios
acontecidos en América del Sur? ¿Se pueden sacar lecciones para la izquierda en
América del Norte?
Como
los demás términos del discurso político, “socialismo” puede significar muchas
cosas diferentes. Creo que se puede trazar una trayectoria intelectual y
práctica desde la Ilustración al liberalismo clásico, y (tras romper en los
escollos del capitalismo, en evocadora frase de Rudolf Rocker) en la versión
libertaria del socialismo que converge con las principales tendencias
anarquistas.
Mi
impresión es que las ideas básicas de esta tradición nunca están lejos de la
superficie, más bien, como el viejo topo de Marx, están siempre a punto de
resurgir cuando se dan las circunstancias correctas y los activistas comprometidos
encienden las llamas justas.
Lo
que ha sucedido en años recientes en América del Sur tiene importancia
histórica, me parece. Por vez primera desde los conquistadores, sus sociedades
han dado pasos del tipo de los que antes esbocé. Pasos vacilantes, pero muy
significativos.
La
lección básica es que si se puede llegar a esto en circunstancias severas y
brutales, deberíamos ser capaces de hacerlo bastante mejor si disfrutamos de un
legado de relativa libertad y prosperidad gracias a las luchas de lo que nos
precedieron.
¿Está
usted de acuerdo con el pronóstico de Marx de que el capitalismo acabará
destruyéndose a sí mismo? ¿Cree usted que pueden arraigar una manera de vivir y
un sistema económico alternativo antes de que se produzca una implosión, con
consecuencias potencialmente caóticas? ¿Qué tendría que hacer la gente
corriente preocupada por la supervivencia de sus familias y del mundo?
Marx
estudió un sistema abstracto que posee algunos de los rasgos centrales del
capitalismo realmente existente, pero no otros, entre ellos el papel crucial
del Estado en el desarrollo y sostenimiento de instituciones predadoras. Como
buena parte del sector financiero, que en los EE.UU. depende para la mayoría de
sus beneficios del programa implícito de seguros del gobierno, según un estudio
reciente del FMI: más de 80.000 millones de dólares anuales, según la prensa
económica.
Las
intervenciones estatales a gran escala han sido un rasgo destacado de las
sociedades desarrolladas, de Inglaterra a los EE.UU. y a Europa y Japón y sus
antiguas colonias, hasta el momento presente. La tecnología que hoy usamos, por
poner un ejemplo. Se han desarrollado muchos mecanismos que podrían
preservar las formas existentes de capitalismo de Estado.
El
sistema existente bien puede destruirse por una serie de razones, algo que
también discutió Marx. Nos dirigimos, con los ojos abiertos, a una catástrofe
ambiental que podría acabar con el experimento humano igual que está liquidando
especies a un ritmo como no se había visto desde que hace 65 millones de años
un enorme asteroide impactó contra la Tierra. Y ahora el asteroide somos
nosotros.
Hay
tarea de sobra para la “gente corriente” (y todos somos gente corriente) con el
objeto de eludir desastres que no quedan lejos y construir una sociedad
bastante más libre y justa.
Noam
Chomsky Catedrático emérito de lingüistica del Massachusettes
Institute of Technology, EE UU, es uno de los activistas sociales más
reconocido por su magisterio y compromiso político.
Fuente: Jacobin, 23 de diciembre de 2015 / Traducción: Lucas
Antón
Equipo Internacional – CAD CHILE
Enero 21 de 2016
No hay comentarios :
Publicar un comentario