“Chile puede proponerse fomentar la
convergencia con Perú a través de la configuración de escenarios que favorezcan
los intereses de ambas partes”
Por Gabriela Riveros
Medina*
En TeleSurTV
Public. 21/01/16
Durante las últimas
dos décadas los condicionantes estructurales han presionado a miles de familias
peruanas a abandonar su país origen en busca de mejores condiciones de vida. De
acuerdo con los datos censales del Instituto Nacional de Estadísticas chileno,
se estima que entre 1992 y 2002 el número de inmigrantes peruanos en Chile
aumentó en un 350% lo que equivale a 354,581 registrados. Además, a principios
del 2014 el Ministerio de Desarrollo Social de Chile dio a conocer los
resultados de la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen)
2013, señalando que del número total de avecindados en Chile, un 33.3% proviene
de Perú.
Este
creciente flujo inmigratorio de origen peruano hacia Chile plantea el gran
desafío de estrechar las relaciones con el vecino andino. Si bien no podemos
negar la importancia del intercambio comercial entre ambos países, este se debe
más bien a la presencia de inversión extranjera directa, mas no a esfuerzos
conjuntos de integración comercial. Existe además una relación asimétrica en la
composición de las inversiones, ya que mientras que Perú vende mayoritariamente
commodities, Chile le exporta mayoritariamente servicios, donde Perú cosecha un
déficit comercial acumulado a favor de Chile.
“El
comercio intraindustrial detectado es sumamente escaso, y no es horizontal (de
bienes finales) sino vertical (el Perú aporta al comienzo de la cadena
productiva, y Chile le da valor agregado) y, mientras Chile utiliza la relación
bilateral para consolidar su proceso de desarrollo, el Perú perpetúa un patrón
primario exportador” [Relaciones Económicas Perú – Chile: ¿Integración o
Conflicto?, Alan Fairlie Reinoso y Sandra Queija de la Sotta; Centro de Investigaciones
Sociológicas, Políticas, Económicas y Antropológicas; Pontificia Universidad
Católica del Perú.] La frontera entre interdependencia y dependencia es
demasiado estrecha y mientras exista esta relación de dominación, la tensión
longeva entre ambas naciones persistirá por encima de los lazos de amistad
bilateral.
No
obstante, Chile puede proponerse fomentar la convergencia con Perú a través de
la configuración de escenarios que favorezcan los intereses de ambas partes.
Una relación vecinal que supere los problemas pendientes y sea sostenible en el
tiempo es posible a través de la institucionalización de una agenda de
cooperación de carácter multidimensional. La adopción de medidas de confianza
mutua donde las economías sean actores de colaboración y no de competencia
puede llevar a Chile a pasar de ser un país reactivo, a ser uno propositivo,
con intereses en la interdependencia económica.
Para el entorno altamente globalizado externo tanto Chile como Perú son economías pequeñas perennizadas en la exportación de commodities. No obstante, una agenda bilateral conjunta cargada de voluntad política podría permitirles sumar esfuerzos para que juntas, consigan realizar exportaciones con valor agregado que sean competitivas.
Pero
incluso, un acercamiento, más sencillo y cotidiano que las alianzas comerciales
es el reconocimiento y la aceptación de la diferencia de los grupos de
inmigrantes peruanos con los que convivimos en un mismo tiempo y espacio
geográfico. El soft power propio de la movilidad de personas podría aportar en
el trabajo de subsanar los obstáculos que hemos interpuesto en esta cooperación
bilateral.
Lamentablemente
hasta ahora la acogida chilena al migrante peruano no se ha caracterizado por
una implacable solidaridad. La población peruana ocupa mayoritariamente la
posición de servidumbre de la población chilena privilegiada, donde esta última
se ha mostrado impermeable ante el posible aprendizaje y misticismo cultural,
sólo permeado por el interés hacia la gastronomía peruana.
Celebramos
un doble discurso trascendente: menospreciamos los atributos indígenas del
migrante trasandino, pero al mismo tiempo nos aprovechamos de él como mano de
obra barata y como elemento dinamizador de nuestro desarrollo social. Esta
moral de doble estándar debe ser reemplazada por posturas solidarias y por
políticas públicas que sustituyan los esfuerzos normativos por esfuerzos
cooperativos institucionalizados. La alternativa por lo tanto es aprovechar la
presencia– en el corto y mediano plazo – de la inmigración, y entenderla como
una oportunidad para la integración y el beneficio mutuo.
Erradicar
la discriminación para acercarnos al respeto a la diversidad y abogar por poner
fin a las sistemáticas violaciones a los derechos humanos que sufren los
inmigrantes a través de la negación de su acceso tanto a la salud como a la
educación públicas y a un sistema previsional garantizado sólo por no poseer la
nacionalidad chilena, podría configurar lazos bilaterales amistosos que tarde o
temprano deriven en la institucionalización de una agenda de cooperación
efectiva, sustentable y de largo plazo.
*Gabriela Riveros Medina es economista,
egresada de la Universidad de Santiago de Chile
Equipo Internacional – CAD CHILE
Enero 22 de 2016
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