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martes, 26 de septiembre de 2017

AL MUNDO TODAVIA LE FALTAN 43: HACE 43 NOMBRES DE UN TINTERO ENSANGRENTADO


Hace 43 nombres de un tintero ensangrentado

Pretérito imperfecto de estudiante quemado con pólvora de huesos, consumido en llamas fraguadas de impunidad que agigantan los llanos, que separan las dhalias de las bestias.

Espadas sangrientas enlazadas de cuartel inmoral, asolan las calles de Iguala.


Entre el 26 y 27 de septiembre del año 2014 en la ciudad de Iguala, ocurrió la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Esto fue el resultado de una sucesión de incidentes entre los normalistas y fuerzas armadas. Los alumnos habían decido apropiarse de buses en los cuales asistirían al acto conmemorativo, que se realizaría el 2 de octubre en la ciudad de México, a razón de la Masacre de Tlatelolco del 68. Aquel año, el ejército mexicano asesinó alrededor de 40-70 estudiantes, según el gobierno de turno. (Lo cual es impugnado por testigos y sobrevivientes, entre otros, donde la suma de muertos sobrepasaría las 200 personas. Hasta el día de hoy no hay certeza de cuántos fueron asesinados).

Quizás alguien podría pensar que lo ocurrido con los normalistas ha sido una ironía del destino. Los hechos históricos indican todo lo contrario. Los gobiernos mexicanos han demostrado ser duchos asesinando estudiantes desde hace décadas. (Guerrero 1960, Chilpancingo, 20 estudiantes muertos por el ejército. D.F, 1971, El Halconazo, 120 estudiantes muertos por el ejército etc.).

Lo ocurrido en Iguala, fue rápidamente dado a conocer a la opinión pública, porque el gobierno no puede censurar internet o en su defecto, mandar a eliminar a todos los periodistas que no distribuyan falsedades.

La cacería contra los estudiantes fue realizada por elementos de: La Policía Municipal, La Policía Estatal o Ministerial, La Policía Federal, La Policía de Huitzuco, la Policía de Cocula y El Ejército. (Batallón 27 de infantería) Todos ellos organizados y comunicados entre sí, a través del sistema de comunicación militar C-4. Gracias a este sistema, coordinaron el ataque al unísono en contra de los buses donde viajaban los jóvenes. Murieron 9 personas en los ataques. 43 alumnos fueron bajados de los vehículos y subidos a patrullas militares. Alrededor de 60 salvaron la vida, debido a vecinos que escuchaban sus gritos de auxilio y se atrevieron a abrir las puertas de sus casas, salvándoles de una muerte segura.

Según el gobierno de Enrique Peña Nieto, una nueva organización criminal llamada “Guerreros Unidos” sería la responsable de la desaparición y supuesta quema de los normalistas.

En forma lacónica, pero no por eso menos dolorosa, la versión más aceptada es que los estudiantes, tuvieron la mala suerte de tomar dos camiones que contenían un contrabando de heroína, avalada en dos millones de dólares, con destino a Estados Unidos. Esa noche el jefe del crimen organizado habría llamado al Coronel José Rodríguez Pérez, (quien estaría en la planilla de pagos), para que rescatara la mercancía. Eso explicaría la fijación de todos los militares en dos buses específicos.


Los normalistas que había en otros camiones, pudieron sobrevivir. Los 43 extendieron su mala fortuna, según testigos protegidos, por haber presenciado a las fuerzas armadas desempacando la droga de los camiones. Ese evento habría provocado que se tomara una improvisada y cruel decisión, pero un hábito común y corriente entre ríos de intereses. No deben quedar testigos. 43 nombres serán borrados del pizarrón. Sólo el desierto, sola la jungla, sólo chacales con jinetas en los hombros, sabrán dónde están.


Han pasado tres años del suceso y el estado mexicano sigue empeñado en fabricar impunidad y culpar a otros por sus actos, específicamente al crimen organizado. Lo que es contradictorio porque estas organizaciones pagan sagradamente sus rentas al poder político-judicial-militar, para que éstos los dejen “trabajar” tranquilamente, en su rubro de cementerios ambulantes.

El gobierno de Peña Nieto, desde que ocurrió la desaparición de los estudiantes, ha encubierto lo que ocurrió aquella noche, sembrado el terror en el estado de Guerrero: Detenciones arbitrarias, torturas (violaciones incluidas) electrocuciones, intimidación de testigos, más desapariciones. Sin olvidar mencionar que agentes de la policía y clérigos burocráticos se dieron a la tarea de esconder pruebas, hacer desaparecer vídeos comprometedores y registros de llamadas. Diseminar versiones falsas, tergiversar las pesquisas, etcétera.


Hasta la fecha no hay culpables declarados o procesados en forma rigurosa en contra el mundo militar. Todo lo contrario, la impunidad es patrocinada por el gobierno. Incluso hay ascensos de los involucrados en esta degollina. Actos discretos, pero premios al valor de militares que participaron en la matanza, y que probablemente, no les cuentan este tipo de proezas a sus hijos.

Lo que también es un elemento repetitivo de lo acaecido, es la cobardía de las fuerzas armadas. Una vez más, muy machotes y chingones en contra de aquellos que están desarmados. Arrogantes y pretenciosos en contra de gente humilde y amarrada, pero rastreros, sin honor ni decoro, cuando hacen reverencia con sus bufandas de grasa ante el sólo paso de algunos gringos y sus ordenanzas. Son lo más parecido al asesino conquistador, decapitando indios por algún trozo de plaza.


México, administrado por Malinches y com-pinches.

Algunos lugares de México, quiérase o no, se han convertido en burdeles gestionados por bestias de cualquier calaña. Aves de rapiña, de festín en contra de posiciones políticas fetales que mas parecen orugas entregadas y pusilánimes. Ni águilas, ni serpientes. Buitres devorando larvas.

La contaminación ambiental en México debe ser de tanto cuerpo chamuscado. Allí se respira impunidad. Allí corre la ley del plomo, tanto a nivel molecular como militar. Más que México, morgue. Depósito de cadáveres, donde el día de los muertos, se “celebra” todos los días del año.


No se trata de que en México existan manzanas podridas en el ataúd estatal. Ocurre lo contrario, hace años que todo el cajón está descompuesto, la excepción, la rareza, es que aún existan gentes honradas y decentes.


Ya no se escuchan las calandrias, sólo disparos y gritos de espanto.

Un país de 119 millones de habitantes que tiene a 53,4 millones de pobres. Sin educación, sin trabajo, sin posibilidades de nada. Es ahí que muchos esperan ansiosamente que el narcotráfico o el gobierno, los reclute para que cumplan los anhelos que el sistema económico no brinda a cualquier pelado.

Se estima que los carteles de la droga en México utilizan entre unos 25 a 30 mil niños como empleados. Es tanta la demanda, que desde hace muchos años, el crimen organizado apadrina chamacos desde temprana edad, para después graduarlos de policías, abogados o burócratas, que retribuirán todo lo invertido en ellos cuando llegue el momento.


México, manicomio retocado por el cuarto poder. Administrado por sociópatas y todas sus lacras. Caraduras, charlatanes, matones, trinquiteros, chingones, mitómanos, explotadores, modeluchas, parásitos y famosillos. Todo el abecedario del calvario de verlos, de saberlos, de escucharlos. Todo esto finamente encintado con una losa a modo de epitafio y la protección a cargo de un ejército de salvajes y policías de pesadillas y prontuarios aberrantes.


El ombligo de la luna bajo las fauces de un cancerbero de tres siglas, que muerde todo lo que tenga a su paso. Reparte mordidas de todo tipo, a quien sea que no esté debajo del dominio de sus patas. México, tan cerca de Estados Unidos y tan lejos de la ciencia.

No hay profundidad lingüística o descriptiva que sea capaz de enmarcar los niveles de sadismo que saquean el territorio. Enfermos decapitando y desmembrando gentes, quemando vivos a otros. Ejecutando niños, embarazadas. Cintas macabras que envuelven y enlutan la patria.


Mientras toda la nación no se levante en armas o palmas y se gane sus derechos mano a mano en contra de los explotadores, poco se puede hacer. No sólo se debe luchar por conocer el destino de los estudiantes desaparecidos, o castigar a los culpables de fechorías. ¿Cómo se evitarán las siguientes desapariciones, los siguientes asesinatos y abusos? Más que apuntar nombres, se debería apuntar más alto, por ejemplo, cambiando las relaciones de producción económicas, que son la matriz desde donde emanan tantas desgracias.

Más que actos impulsivos, manifestaciones dramáticas, todas válidos obviamente, quizás la idea central sería la toma del poder político imperante, y eso no se logra con jornadas segregadas o grupos defendiendo sólo sus ranchos o sus cantos particulares. No se trata de un individuo, ni de grupos o partidos, sino de algo más amplio y más profundo que paliativos judiciales o sociales. Todas las formas de lucha son válidas, pero de que hay algunas más importantes que otras, las hay, eso tendría que estar, aparte de aprendido, bastante claro.


Hace tiempo que el país está en ruinas y escombros morales, donde el terrorismo de estado se impone. Aún no llega un grado de dolor que logre despertar toda la arquitectura social mexicana. Aún el epicentro de los alaridos, no remueve a todos. Y en ello, ¿Cómo le ha ido al país, observando cómo los partidos de siempre, se reparten el poder entre ellos, mientras los oprimidos miran indiferentes desde las galerías?


Como algunos animales bien amaestrados: -Levante su mano y enséñele su pulgar entintado al señor-! ¿o prefiere tinta carmesí saliendo de su garganta?


Como sea, en los dos casos, la sumisión y el silencio es lo que se espera.


Remera amarilla, cabello largo, cejas de sangre, punzón perforando todos los nombres.

Antonio, otro etcétera, otro extra en este léxico de muertes.

(Con afecto combativo y redactivo, para Coordinadora La Fuga)

Andrés Bianque Squadracci

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