“18 de septiembre, ¿día de la Independencia de Chile?”
Por
Haroldo Quinteros Bugueño, Profesor; en Edición Cero –public. 8/9/17
El 18 de septiembre de 1810 no sólo NO es la fecha de
nuestra independencia, sino, además, la fecha en que los sectores realistas que
habitaban en Chile en esa época declararon la continuidad de la colonia chilena
como posesión del imperio español. En 1808, el emperador francés Napoleón
Bonaparte, que por entonces ya había ocupado toda Europa continental excepto
Rusia, procedió a la invasión de España, la mayor superpotencia colonialista de
la época. La resistencia española a los disciplinados y poderosos ejércitos
napoleónicos fue inútil.
Napoleón ocupó el país y obligó al rey Carlos IV a
abdicar, quien lo hizo en favor de su hijo Fernando, que terminó cautivo en el
sur de España. Napoleón puso en el trono a su hermano José, y al conocerse
estas noticias en las colonias españolas americanas, sus administradores,
obviamente realistas, organizaron juntas de gobierno cuyo fin era asegurar la
continuidad de la posesión española de las colonias. Éstas serían administradas
por los más fieles súbditos de la lejana corona, aunque, desde luego, sin las
instrucciones del rey. Esta iniciativa, por sobre cualquiera otra
consideración, involucraba un rechazo a Napoleón y los ideales republicanos
–aunque fuesen teoría- que él representaba. Por lo tanto, la convocatoria a la
Primera Junta de Gobierno hecha por un pequeño grupo de aristócratas de la
colonia de Chile el 18 de septiembre de 1810 sólo era parte de esa estrategia
realista continental. Sólo hasta aquí, la conclusión ya es obvia: no hay
absolutamente ninguna razón que justifique esta fecha como el día de la
independencia de Chile.
Las explicaciones que se han dado para celebrar el 18 de
septiembre como nuestro Día Patrio carecen de todo fundamento histórico e
ideológico. Había, se dice, entre los convocados a formar la junta algunos
personajes de convicciones independentistas. Eso es cierto, pero eran una
ostensible minoría. De hecho, eran un pequeño grupo de infiltrados
revolucionarios en un colectivo formado esencialmente de aristócratas
derechamente realistas. Téngase bien en cuenta que el bando patriota ya
entonces existía y actuaba en Chile clandestina y organizadamente,
especialmente debido al legado orgánico dejado por la “Conspiración de los Tres
Antonios,” que ya explicaré. Se arguye también que el objetivo de la reunión
era darse “un gobierno propio.” Esto es verdad, pero “un gobierno propio no de
una nación, sino de una colonia, cuyos habitantes, supuestamente, eran leales
al rey. También se argumenta en favor de otorgar al 18 de septiembre la
categoría de Día Nacional, la irrupción del “Motín de Figueroa.” Veamos:
El 1° de abril de 1811, más de 6 meses después de reunida
la Junta, y ya muerto su presidente, un teniente coronel ultra-realista, Tomás
de Figueroa, junto a algunos seguidores, se alzó para impedir la constitución
(no por la vía democrática, por supuesto) de un Congreso que sustituiría a la
Junta, aunque ésta conservaba enteramente su sello y carácter realista y
anti-independentista. La razón que tenía Figueroa era su temor que este
Congreso fuese infiltrado por independentistas; de ahí que trató de evitar su
constitución. Arguyó que para gobernar la colonia bastaba la Real Audiencia y
un gobernador leal al rey, mientras éste continuara refugiado en Cádiz, el
puerto español del sur que, protegido por la flota inglesa, Napoleón no pudo
ocupar.
Como se comprobó que algunos miembros de la Real
Audiencia habían apoyado la asonada, la minoría patriota activa en la Junta,
entre ellos Ignacio de la Carrera (el ilustre padre de los cuatro hermanos
Carrera), se jugó por entero por disolver la Real Audiencia, encarcelar y
deportar a los golpistas y exigir el fusilamiento de Figueroa, lo que ocurrió
el mismo día de su intentona. Pero aun esa explicación es insuficiente, porque
la disolución de Real Audiencia se veía venir desde hacía mucho tiempo, y
García Carrasco ya había sido destituido; de modo que era natural que el poder
político y la administración de la colonia terminaran concentrándose en la
Junta, la que, repito, era contraria a la independencia.
En el acta evacuada por la Junta aquel 18 de septiembre
de 1810, no hubo ninguna resolución de independencia, en absoluto. De partida,
la junta no se hizo llamar “Junta Nacional de Gobierno,” como falsamente aún se
enseña en nuestras escuelas. ¡Cómo podría ser “nacional” si la nación no
existía! El nombre oficial que le dieron sus organizadores fue “Junta Provisional
Gubernativa del Reino.” El “reino” era, por supuesto, un nombre común que se
daba a las colonias españolas, como la de Chile, que tenía el status de
“capitanía general” en la nomenclatura imperial hispana. Tampoco hubo “cabildo
abierto,” aunque así lo declararan los juntistas. La reunión se basó en
invitaciones personales y tuvo lugar en un recinto cerrado, en el “Real
Tribunal del Consulado de Santiago,” celosamente custodiado por el ejército
realista de entonces.
La verdad histórica es que los primeros y verdaderos
cabildos abiertos de nuestra historia fueron convocados un año después, en
1811, bajo el gobierno del primer Padre de la Patria (por lo menos,
cronológicamente) y Primer Presidente de Chile don José Miguel Carrera. Un
“cabildo abierto” es una instancia de participación popular y de carácter
resolutivo, y la reunión aquella, por el contrario, congregó, por simple
co-optación, solamente a unos centenares de personas conocidas por su
figuración en el ambiente social, todos los aristócratas de la colonia, los
dueños de tierras y fortuna, entre ellos algunos poseedores de títulos
nobiliarios, condición completamente contraria a los ideales patriotas; jefes
varones de familias pudientes, dignatarios, autoridades y burócratas de la
corona, la jerarquía de la Iglesia Católica, y los oficiales mayores del
ejército, que eran realistas, obviamente. ¡Vaya día de la independencia! Para
rematar, la declaración oficial de la Junta, entre otros (nada
independentistas) conceptos, reza:
“(Procurar) los medios más ciertos de quedar asegurados,
defendidos, y eternamente fieles vasallos del más adorable monarca Fernando (…)
y más a propósito a la observancia de las leyes y conservación de estos
dominios a su legítimo dueño y desgraciado monarca, el señor don Fernando Séptimo
(…) Todos los cuerpos militares, jefes, prelados, religiosos y vecinos juraron
en el mismo acto obediencia y fidelidad a dicha junta instalada así en nombre
del señor Don Fernando Séptimo, a quien estará siempre sujeta.”
Ergo, el día 18 de septiembre de 1810 sólo hubo una
reunión realista, de rechazo, primero, a la posibilidad que la colonia española
de Chile pasara a ser una colonia francesa; y segundo, a la posibilidad que la
derrota militar de la metrópoli imperial pudiera dar origen a un alzamiento
independentista. A esto, además, los juntistas le dieron a la reunión un tono
especialmente emblemático, al elegir como su presidente a Mateo de Toro y
Zambrano.
Este personaje, que se enorgullecía en exhibir su título
de nobleza “Conde de la Conquista” (nótese, de la “conquista”), era un decrépito y
enfermo anciano realista de 83 años, edad tan exageradamente avanzada en
aquellos tiempos, que murió sólo meses después de constituida la junta. Sin
duda, había sido elegido su presidente precisamente para enfatizar con el mayor
vigor el carácter conservador de la reunión.
El 18 de septiembre sólo puede recordarse como la fecha
en que los realistas imponían en la colonia chilena un gobierno local
pro-colonial y anti-republicano con el solo objetivo de administrarla puesto
que ya no podía serlo desde el trono imperial. En otras palabras, fue el
establecimiento de un gobierno anti-patriota que no se hubiese constituido si
Napoleón Bonaparte no hubiese invadido y sometido completamente a España en
1808. Por lo tanto, los juntistas del 18 de septiembre de 1810 sólo reafirmaron
ese día sus convicciones monárquicas. Proclamaron su conformismo colonial y,
con ello, su oposición al republicanismo, la igualdad, la libertad de
pensamiento, el laicismo de Estado, la democracia y la independencia de Chile;
exactamente lo contrario de lo que creían y propugnaban nuestros patriotas,
inspirados en los principios de la Revolución Francesa. Por cierto, la lucha
por la independencia ya se había iniciado, y su mayor expresión fue la “Conspiración
de los Tres Antonios,” capítulo prácticamente desconocido por los chilenos,
porque no se la enseña de verdad en nuestras escuelas. Apenas se la menciona,
aunque fue una de las más importantes en el continente.
La “Conspiración de los Tres Antonios” tuvo lugar en el
Chile de 1780, poco después del triunfo de la revolución de independencia de
Estados Unidos (1776) y luego del horrendo acto de ejecución en Cuzco de Tupac
Amaru. Tres hombres de nombre Antonio, inspirados en los principios de la Revolución
Francesa, iniciaron en Chile la primera conspiración criolla, bien organizada y
programada, por la independencia en Chile y de América española. Dos de ellos
eran nacidos en Francia, Antoine Berney, y Antoine Gramusset, pero eran más
chilenos que franceses porque ya vivían muchos años en Chile, con esposas e
hijos chilenos; y uno criollo-chileno, Antonio de Rojas. Organizaron un grupo
independentista que tenía varias células en el país. El jefe mayor del grupo
era Antoine Berney, profesor de Latín y Matemáticas en Santiago. Los tres
Antonios fueron capturados, pero no fueron ejecutados porque en el caso de los
Antonios franceses, España tenía entonces las mejores relaciones con la corona
francesa, que era mucho más abierta que la española en materia de libertad
política.
El caso del criollo Antonio de Rojas es distinto. Este
patriota pertenecía a una de las familias más aristocráticas del país, muy
ligada a los realistas. Finalmente, los tres hombres fueron enviados a Perú,
para ser juzgados, y de Perú Berney y Gramusset fueron expulsados a Francia. El
barco en que iban se hundió en el oceáno, y los antonios franceses murieron.
Antonio de Rojas fue expulsado a España a cumplir su sentencia de cárcel.
Después volvió a Chile, con la intención de seguir luchando. Aquí fue capturado
por orden del gobernador García Carrasco, desterrado a las islas de Juan
Fernández, pero, muy anciano y enfermo, alcanzó a volver a Chile poco antes de
morir, en 1816.
Las proclamas de los Antonios fueron los primeros
documentos revolucionarios chilenos. Poco o nada de ellos se habla o se conoce.
Una de esas proclamas declaraba el carácter que tendría el nuevo estado libre
de Chile. Veamos:
1. Sustitución del régimen monárquico por el republicano.
2. Gobierno establecido en un cuerpo colegiado, repartido entre el Jefe de
Estado y el Senado. 3. Elección de las autoridades por voto popular, incluyendo
el voto de los indígenas “araucanos” o mapuches. 4. Abolición de la esclavitud
y de la pena de muerte. 5. Fin de los títulos de nobleza y las jerarquías
sociales. 6. Redistribución de la tierra, repartiéndola entre todos los
chilenos en lotes iguales. 7. Exportación de la revolución chilena al resto de
América y el mundo.
En verdad, hay varias fechas para proclamar la verdadera
independencia de Chile. Desde luego, el 5 de abril de 1818, el triunfo patriota
definitivo en Maipú contra los ejércitos realistas. También el 12 de febrero de
1817, fecha de la contundente, aunque no definitiva, victoria patriota en
Chacabuco, que puso fin al período de la Reconquista o de “Restauración” como
la llamaban los realistas. Ya en el poder, O’Higgins, el vencedor de Chacabuco,
declaró oficialmente el 12 de febrero como el de nuestra independencia. Nuestro
Día Patrio puede ser también el 4 de septiembre. Veamos por qué:
Recordemos que el 4 de septiembre era en nuestra antigua
democracia la fecha en que el pueblo elegía a los presidentes de la República.
La razón es que ese día, en 1811, don José Miguel Carrera seguido por sus
hermanos, algunas fuerzas militares y civiles armados patriotas atacaron la
guarnición realista de Santiago, desarmaron otros cuerpos armados de la
capital, tomaron el poder y declararon al día siguiente, por primera vez en
nuestra historia nacional, la independencia de Chile, asumiendo Carrera la
primera magistratura de un país libre y soberano, con un emblema tricolor y
escudo patrio.
La independencia de Chile tuvo con Carrera una clara
impronta popular. El 15 de noviembre de 1811, el primer gobernante patriota de
Chile convocó a un cabildo abierto, que se realizó en la Plaza de Armas, para
proclamar ante el país y el mundo que Chile era un país libre habitado por
chilenos, no por españoles. Esta vez no hubo invitaciones ni reuniones a
puertas cerradas custodiadas por esbirros armados hasta los dientes, pues la
convocatoria fue universal. Un mes después, Carrera dio el golpe de gracia a
los realistas. Destituyó a los oficiales realistas del Ejército y disolvió el
Congreso, que no era sino una derivación de lo que había sido la reaccionaria Junta
de Gobierno del 18 de septiembre del año anterior. Poco después, en 1812,
proclamó nuestra primera constitución política como nación soberana, el llamado
“Reglamento Constitucional,” carta política de carácter republicano, conocido
como la Constitución de 1812. Durante su gobierno, Carrera hizo varias
concesiones formales a los todavía poderosos realistas, pero sólo para impedir
una guerra civil. En el corto período de su gobierno, Carrera decretó la
libertad económica y de comercio, rompió relaciones con el virreinato del Perú,
el primer bastión del colonialismo español en Sudamérica.
También impulsó la instrucción pública para niños y
niñas, puso en marcha la primera prensa nacional, en la que difundió la nueva
cultura de nación independiente, republicana e igualitaria, tal como la
describe el diario oficial de gobierno “La Aurora de Chile;” construyó escuelas
para el fomento de la educación y la nueva cultura patria; otorgó derechos de
propiedad de tierras y políticos al pueblo mapuche, respetando su calidad de
Estado. Carrera, además, ha pasado para siempre a la historia universal como el
primer gobernante del continente americano que abolió la esclavitud;
finalmente, cerró el Tribunal de la Inquisición y prohibió los pagos por los
sacramentos que el pueblo católico pobre no podía pagar. No obstante,
respetuoso de la Iglesia, fijó sueldos a los sacerdotes y nunca puso en
entredicho el ministerio eclesiástico en Chile.
Si bien Carrera, por la situación revolucionaria en que
se encontraba el país, gobernó unos 20 meses en calidad de dictador, su ideal
era la democracia parlamentaria estadounidense, cual era su objetivo político
ulterior, que vino a ser truncado por la Reconquista.
En 1812, Napoleón fue irrecuperablemente derrotado en
Rusia. Un año después, el emperador abandonó toda pretensión de dominio en
Europa y el mundo, y finalmente terminó completamente derrotado en Waterloo, en
1815. Ya en 1813, los ingleses, encabezados por el Duque de Wellington, habían
expulsado definitivamente a los franceses de España y devuelto la corona
española al sucesor de Carlos IV, su hijo Fernando VII.
Como la historia y la política son fenómenos globales, la
derrota de Napoleón también fue la derrota de la causa patriota en Chile,
porque en 1814, España volvía a ser la gran potencia imperialista de antes. En
España, Fernando VII restauró el orden monárquico absolutista, reinstauró la
Inquisición y persiguió a los liberales. Luego saltó al continente americano
con el fin de recuperarlo de las manos de algunos atrevidos revolucionarios
independentistas, como lo fue don José Miguel Carrera. Chile, una república
libre e independiente desde 1811, debió enfrentar al poderoso imperio español,
y en octubre de 1814 volvía a ser colonia, tras la derrota patriota en
Rancagua. La obra de Carrera fue aniquilada, y así terminó la “Patria Vieja,”
iniciándose el período de nuestra historia conocido como “La Reconquista.” Como
sabemos, nuestros incansables patriotas se reagruparon y reiniciaron la lucha
por la libertad, cuyo más fiero y audaz exponente fue el guerrillero Manuel
Rodríguez. Aquella difícil tarea concluiría exitosamente en abril de 1818.
En conclusión, el 18 de septiembre fue un invento de la
aristocracia realista, la misma que se declaró española en 1810, pero chilena
luego de Maipú. Expulsó a O’Higgins del poder en 1823, entonces el más
conspicuo de los patriotas republicanos vivos, y terminó con todo atisbo de
verdadera democracia republicana luego que los “pelucones” (conservadores)
vencieran a los “pipiolos” (liberales) en la batalla de Lircay en 1830. Al
mando de las tropas conservadoras estaba un antiguo militar patriota, José
Joaquín Prieto, ahora un convencido pelucón. El bando pipiolo tenía como jefe a
Ramón Freire, antiguo lugarteniente de O’Higgins y héroe de Maipú. Prieto fue
investido presidente de Chile, aunque el cerebro de su gobierno fue el
vicepresidente del país, y más tarde ministro, Diego Portales. Portales, además
de rico comerciante, era un confeso y radical conservador; por lo tanto,
contrario a los ideales y obra de Carrera y de O’Higgins en materia social.
Portales negó sistemáticamente al Libertador O’Higgins su vuelta a Chile desde
el exilio en Perú.
Fue Portales quien derogó el 12 de febrero como el Día
Nacional de Chile, cambiándolo en 1832, para siempre, por el viejo, realista y
aristócrata 18 de septiembre. Es decir, y dicho con toda claridad, Portales
desligó la celebración de nuestra independencia de la realidad histórica y de
la figura y obra de los patriotas de la Independencia, explícitamente de
O’Higgins, al eliminar el 12 de febrero como el Día Nacional, y de Carrera, al
dejar en el olvido el 4 de septiembre. En 1832, para rematar el edicto que
imponía al país el 18 de septiembre, Portales ordenó la primera “Revista
Militar,” ceremonia que hasta hoy tiene lugar en todo el país, y que conocemos
como la “Parada Militar.”
Portales ni nadie podrán borrar los hechos históricos.
Indiscutiblemente, el 18 de septiembre de 1810 no es la fecha en que Chile se
independizó de España; todo lo contrario, ese día los realistas, tanto
peninsulares como criollos, dejaron “guardada” la colonia de Chile hasta la
vuelta de “su adorable rey.” En fin, pese a quien pese, cuando queramos
celebrar el día de nuestra independencia, tenemos todo el derecho de hacerlo en
tres fechas de igual valor y contenido patrio. Así que:
¡Viva el 4 de
septiembre! ¡Viva el 12 de febrero! ¡Viva el 5 de abril!
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