Manifestación por José Vergara |
“Transformar
los DD.HH. en política de Estado”
En Radio Universidad de Chile –public. 2/7/16
Ante la
situación de descalabro
que día a
día se aprecia
en lo político,
en lo económico,
en lo social,
la defensa de
los DD.HH. ofrece
quizás una posibilidad
de seguir forjando
vínculos entre ciudadanos
que no están
dispuestos a asistir
de brazos cruzados
al ocaso de
la sociedad en
la que viven.
Forjar lazos, profundizarlos y
hacer fuerza en
pos de la
profunda transformación que
sin duda alguna
estamos necesitando.
¿Por qué
los DD.HH? Porque,
hasta que inventemos
algo mejor, sus
textos de referencia
establecen con claridad
lo mínimo que
un Estado debe
garantizar a sus
ciudadanos. Ese mínimo,
en Chile, es
un máximo. Es
cosa de leer
la Declaración Universal
de los DD.HH.
y contrastarla con
algún periódico. El
resultado es más
que desalentador. Es
escalofriante.
Marcha por José Huenante |
Ciudadanos golpeados,
torturados, asesinados, quizás
hechos desaparecer por
aquellos cuya misión
fundamental es protegerlos.
Las imágenes difundidas
estos días en
torno a las
acciones emprendidas por la familia
de José Vergara,
desaparecido el 13
de septiembre de
2015, impactan. Entre
otras cosas, impacta
el cartel que
sostienen sus familiares.
Es en blanco
y negro, presenta
una foto del
joven, y dice
en letras grandes:
¿Dónde Está?
El vínculo
es evidente. El
vínculo, tanto en
los hechos como en la denuncia, con lo
que fue la práctica
de la desaparición
forzada. De pronto
esa conexión, esa
relación es lo
que llama la
atención de una
noticia a otra
porque en los
mismos días hemos
visto encadenarse en
las rejas del
antiguo Congreso a
militantes de DD.HH.
en señal de
repudio ante los
beneficios otorgados a
militares condenados por
crímenes cometidos durante
la dictadura.
En
el día de
ayer (1 de julio), en La Moneda, se entregó
una carta firmada por más de
40 agrupaciones y dirigida
a la Presidenta
de la República,
donde se le
pide un pronunciamiento explícito, en
particular sobre el
hecho de que
“a los criminales
de lesa humanidad
no les asiste
la prescripción, la
amnistía, ni el
indulto”. Y no porque a los
firmantes se les ocurra que tiene que ser así sino porque esas son las
disposiciones que rigen cuando se trata, precisamente, de crímenes de lesa
humanidad.
Lorena Pizarro,
presidenta de la
Agrupación de Detenidos
Desaparecidos, tras reunirse
con el Ministro
del Interior, se
expresó en estos
términos: “En estos
momentos hay gente
marchando alrededor de
la Moneda, lo
vamos a hacer
cada viernes como
lo hacíamos en
dictadura en el
bandejón central, hace
unos días atrás
nos encadenamos en
el ex Congreso
frente al palacio
de Tribunales y
vamos a seguir
realizando éstas acciones”.
El
vínculo entre una cosa y otra existe. Explícito en las palabras de Lorena
Pizarro. Implícito, pero no menos potente, en el cartel que sostiene la hermana
de José Vergara. Las violaciones a las DD.HH. en el presente y las violaciones
a los DD.HH. en el pasado constituyen un solo y mismo problema.
Se
trata de la cuestión de los límites. Se trata de que, en una sociedad, no todo
debe ser posible. Se trata de que no basta con proteger a los asesinos de
crímenes pasados, miembros de las FF.AA., para asegurar la coexistencia nacional.
Se trata de que la coexistencia nacional supone también no sacrificar, en
nombre de supuestos intereses superiores, los derechos de las grandes mayorías
de no privilegiados que tiene nuestro país. Se trata de que, confrontada a una
situación de violencia extrema, una familia no debería estar sola para reclamar
que el Estado chileno asegure sus derechos en vez de violarlos. Se trata de que
violentados, no sólo por el incumplimiento de los compromisos asumidos por el
Estado respecto a su situación en tanto víctimas de violaciones a los DD.HH., sino también por los beneficios que, en paralelo, se otorga a quienes fueron
responsables de esas mismas violaciones, los militantes que ayer se movilizaron
para entregar su carta a la Presidenta de la República tampoco deberían estar
solos. Se trata de que cada uno de nosotros debería sentir como propias esas
necesidades y actuar en consecuencia. Porque, de alguna manera, es el conjunto
de la sociedad lo que peligra cada vez que algunos de nuestros derechos es vulnerado.
Nada
de esto puede suceder sin una auténtica política de Estado. Es necesario que
los DD.HH. dejen de ser abordados como la reivindicación de un sector
particular de la sociedad chilena. Tampoco es suficiente que sean política de
un gobierno. Hace falta continuidad, hace falta tiempo para desarrollar algo
que en veintiséis años de democracia no hemos podido construir. Una cultura de
los derechos humanos. Y una capacidad de acción acorde que nos permita
organizarnos para exigir los debidos cumplimientos desde una
perspectiva amplia, abarcadora. Porque, sin duda, el derecho a la
vida, a la seguridad, a la integridad física son fundamentales. Pero no es el
único. Desarrollar una auténtica cultura de los derechos humanos es también
tener bien claro la pluralidad de derechos existentes entre los cuales cierta
cantidad de derechos económicos, sociales, culturales. Lo que incluye los
derechos de los trabajadores.
Me
atrevo a decir que quien se propusiera,
en Chile, simplemente
cumplir con todos
y cada uno
de los artículos
de la Declaración
Universal de los
DD. HH. –otorgándole un
lugar relevante a los artículos
23, 25, 26– tendría
un programa político
de envergadura. Más
allá: quién se propusiera
usar todos los
recursos del Estado
para cumplir con
ellos estaría dando un salto fundamental en pos de la mejoría de las
condiciones de vida de todos.
Mientras
eso no suceda, la plataforma que ofrece en potencia la defensa de los DD.HH.,
en sus múltiples escenarios, en sus diversas cronologías, es también ese mínimo
denominador común en el que podemos quizás encontrarnos. Encontrarnos para
evitar que la especificidad de cada lucha termine disgregándonos, para
desarrollar acciones conjuntas y favorecer la unión de todos los que, en Chile
y en tantas otras partes del mundo, no tenemos ni deseamos privilegios.
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