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“Mantras del perfecto y maldito economista”
Por Fabrizio
Lorusso
El economista bien educado nunca contesta “sí” o “no”, sino “depende”. No
importa cuál haya sido la pregunta. Decir que todo depende salva su vida y su
carrera. Le da incluso un aura de respetabilidad si la mueca facial que
acompaña su no-respuesta es convincente, firme. Este hábito inveterado de
contestar siempre “depende” no es un mito, sino una enseñanza universitaria,
uno de aquellos tips que el profesor
de microeconomía da a sus alumnos terminando el semestre.
El economista con Denominación de Origen Controlado
se jacta de ser portador de la Fuerza. Es decir, se interpreta a sí mismo como
el conocedor de una ciencia poderosa y perfecta, de un arte sublime y de una
apreciada profesión. Sin embargo, según el dicho, “quien mucho abarca poco aprieta”,
y no ha habido en la historia nadie, salvo quizás Leonardo da Vinci y pocos
barbudos revolucionarios más, que haya sido un excelente científico, un
refinado artista y, a la vez, un profesional impecable de éxito, hasta en los
negocios.
Además, no importa verdaderamente si, en su pasado,
el profesional-artista-ecónomo se ha equivocado, si sus operaciones llevaron a
quiebras y despidos, o incluso si a nivel sistémico la economía real está
fregada. Lo que cuenta es la aplicación de un corpus teórico incomprensible y
certificado ISO, la “sabiduría o mantra convencional”, que contiene las
fórmulas mágicas del éxito para todo problema. Estos secretos son revelados a
los brujos 2.0 quienes pudieron salir indemnes de un MBA (Master in Business Administration) en una universidad de la Ivy League como Harvard, Yale, Chicago o
Stanford o de un posgrado en la London
School of Economics.
La economía y la gerencia, entendidas como
disciplinas y teorías, son ciencias sociales, humanas, y no exactas. Pero pretenden
ser como las ciencias naturales y se proponen como totalizantes.
En fin, pese a
que en las últimas décadas los manuales de materias económicas y
administrativas se han llenado de inconfesables demonstraciones matemáticas e
inefables estadísticas, el “profesional” de la economía no es un químico o un
biólogo. Vive de probabilidades ficticias, curvas gaussianas e inferencias
surrealistas que pretenden explicar el mundo, pues asimilan el mundo físico,
los objetos, a lo que viene siendo su simple valor de intercambio o cash. La
naturaleza se asimila a la mercancía. Bien lo ha relatado el ensayista Nassim
Taleb en su obra “El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable” en la
que desmonta los credos de los economistas que, por su lado, los elevaron al
rango de verdades y con ello piensan poder manejar países y economías, mercados
y empresas (que finalmente terminan siendo lo mismo, es decir, blancos de
experimentos sociales administrables del mismo modo).
El buen economista ve a “hombres económicos” (el
famoso homo oeconomicus latín) que están al acecho en todos
lados. Cree que su vecino es racional o que, al menos, actúe la mayoría de las
veces según parámetros racionales. Supone que él y los demás pobladores de su
condominio hacen las mejores elecciones en términos de optimización
Pareto-eficiente. Entiende que su primo es un egoísta, como toda la humanidad,
y que su novia maximiza utilidades, más que nada. Él mismo lo hace con ella
porque así incrementa el beneficio global. Sus colegas viven atrapados en el
dilema del prisionero.
Además, está seguro de que si el 1% de la humanidad,
que detiene casi toda la riqueza del mundo, se enriquece más y prospera libremente,
todos se beneficiarán y la Tierra será un mejor lugar. Por goteo de la riqueza
hacia abajo, por un derrame automático y dadivoso, y porque así dicen los
feligreses neoclásicos de Milton Friedman, el 99% de la población va a vivir
bien, en paz y desarrollo. En otras palabras: la pobreza desaparecerá por sí
sola, nada más hay que tener paciencia. Mientras tanto, trabajen y muéranse de
hambre.
En este inframundo de competencia entre
humanos-económicos, no hay lugar para los débiles. El mercado es amo de casa y
de llaves, barre todo aquello que no lo sabe secundar. La persona de carne y
hueso desaparece y queda su holograma economicista dedicado al consumo y al
goce ilimitado. La Modernidad, dice el teólogo de la liberación y luchador
social Leonardo Boff, ve a la naturaleza como algo que se debe dominar, vencer,
explotar y conquistar. El proyecto “moderno”, engendrado desde Occidente y
extendido al mundo gracias a la llamada “anglobalización” y la expansión del
sistema capitalista en todos los rincones del planeta, se olvidó, hace tiempo,
quizás desde el principio, del “cuidado de la casa común”, o sea de la Tierra.
La humanidad ésta, finalmente, encaminada hacia un punto de no retorno, por
ejemplo en el tema del calentamiento global y el uso de los recursos naturales
(finitos) según planes de despojo (infinitos).
Además de la palabra “depende”, otra muleta, apta
para las charlas en economía, es “ceteris paribus”. Algunos
economistas creen que la expresión es prestada del inglés, el idioma universal,
y la pronuncian como si así fuera (y suena muy mal). Pero no, viene del latín y
significa “a paridad de condiciones”. Para los no familiarizados con ella,
quiere decir básicamente que si todos los factores considerados en un
razonamiento económico son fijos y estables, podemos determinar que algo va a
pasar. Si nada cambia de nuestros supuestos y de las condiciones antes
mencionadas, entonces sí nuestra previsión se realiza. Funciona en la teoría,
en las aulas, pero una vez que se aplica a la realidad, esta forma
mentis es engañosa y funesta.
“Si María piensa como yo, optimiza a cabalidad, y si
la tasa general de empleo sigue estable, la inflación anual es constante, el
banco la trata igual como siempre, los intereses de su crédito suben según
dicte el mercado y ella continúa desempleada, ceteris paribus (si
NADA cambia en su vida), entonces tendrá que emigrar o darse al hampa”.
Parodiando un poco, la substancia es ésta. Previsiones basadas en modelos
teóricos, o en supuesto algo ingenuos, si no es que pedantes.
En 2010, salió en Italia el libro “Maledetti
Economisti”, Malditos Economistas (Las idioteces de una ciencia inexistente),
de Sergio Ricossa. Es un texto irónico y documentado sobre frustraciones y
exceso de la economía. Me valgo de un extracto del texto: “La historia de los
economistas es una tragicomedia. Habrían querido indagar sobre la dimensión
económica de la vida, explicarnos el porqué de la prosperidad y de la
depresión, hacernos entender algo de los fenómenos con los que cada día nos
topamos. Pero sus teorías, contradictorias, divergentes, hacen complicado lo
que es simple e indescifrable lo que es complejo”.
El economista tiende a confundir las dos acepciones
de “especulación”. La especulación filosófica trae un aumento del bienestar
intelectual común, al ser pública, de bajo costo y orientada al desarrollo de
las ideas de todos. Se especula mucho en la universidad, por ejemplo. Y
“universidad” nace de “universal”, pues justamente la institución debe tener
una vocación hacia la maximización general del conocimiento como bien común.
Sin embargo, en muchos casos es tachada de inútil e improductiva por grupos de
fe tecnocrática.
Son los mismos que, como lo hizo recientemente en
una conferencia el rector del ITAM, Arturo Fernández, afirman que Morena es un
“riesgo para México” y “la reacción y resistencia de la Coordinadora Nacional
de Trabajadores de la Educación (CNTE) ha sido como la que se espera de un
animal herido de muerte, que lanza gruñidos y zarpazos a diestra y siniestra;
se trata de una organización política que agrupa a un gremio radical formado en
una ideología guerrillera, rémora de lo peor de nuestro pasado político”. Y así
es que, frente a un pelotón de empresarios reunidos en Expo Bancomer (Santa Fe,
CDMX, ex DF), el economista recibe aplausos fáciles, automáticos,
descalificando a uno de los pocos grupos organizados que se oponen valiosamente
a la homologación neocapitalista fundamentalista, aplicada a la educación con
reformas laborales disfrazadas de “educativas”.
La palabra “especulación”, por el lado menos
filosófico y más material, ilumina la mente economista cada vez que se asocia
al adjetivo “financiera”. La especulación financiera salvaje, desligada del
sentido común y de la economía real, trae uno que otro beneficio, ceteris
paribus y si todo sale bien, al menos para unos cuantos. No importa si
se tumban a países enteros, haciendo quemar los ahorros para el retiro de
millones de ciudadanos. Los que son capaces de mover masas virtuales de
dinerales con tecladitos y touch screens, generan enormes agravios
al conjunto social y al sector público que tanto odian y que, sin embargo,
invocan para salvarse de la quiebra.
En Estados Unidos se ha criticado, sin surtir aún
muchos efectos, el “managerialismo”, o sea una ideología o degeneración de la
buena gerencia, de la “vieja administración”. Con base en esta ideología managerialista,
los negocios se vuelven el dominio exclusivo de una casta amoral, más allá del
bien y del mal, formada por técnicos y expertos legitimados a “dirigir”. Esto,
en suma, significa ganar más dinero en menos tiempo, sin pensar en los efectos
de su actividad. Las denuncias contra la insana deriva del modelo
estadounidense de enseñanza y operación de la economía y los negocios, antes y
después de la crisis de 2007-2009, no han servido. El mantra de los
economistas, más bien, se ha esparcido globalmente como semilla del ilusorio mantra
del ganar-ganar.
Colectivo Acción Directa Chile –Equipo
Internacional
Julio 26 de 2016
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