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El 16 de julio
de 1925, en un Chile social y políticamente convulso, en donde el congreso
había sido disuelto el año anterior luego de un golpe dado por los militares,
quienes habían traído del exilio para gobernar -de una forma bastante precaria-
a Alessandri El Viejo, y cuando faltaba un mes para el plebiscito que aprobara
la trascendental Constitución Política de 1925, un grupo de anarquistas
españoles realizó el primer asalto bancario que recuerde la historia nacional.
En esa época, hay que decirlo, los anarquistas tenían el temple y la impronta de
Durruti, un bravo defensor del Madrid revolucionario asediado por los fascistas
de Franco y la entente reaccionaria de Europa
Un asalto
anarquista
El ataúd que
transporta al líder anarquista Buenaventura Durruti, atraviesa las calles de
una Barcelona consternada bajo la suave lluvia de esa mañana del 23 de
noviembre de 1936. El himno anarquista “Hijos del Pueblo” rompe el sepulcral
silencio en medio de un mar de puños alzados y banderas rojinegras. Medio
millón de personas se volcaron a la calle para acompañar las exequias del más
grande anarquista que conociera el mundo. El sepelio espontáneo, organizado por
todo un pueblo a su más querido héroe.
La
bala que alcanzo el corazón de Durruti el 20 de ese mes, mientras defendía una
Madrid cercada por los mastines de Franco, también desangró el corazón del
pueblo español; Durruti moría en el momento en que su presencia era inspiración
y ejemplo para España.
El
hombre que burlara a la muerte en tantos lugares, dejaba de ser historia y se
convertía en mito.
El
rastro inmortal de su huella, también dejó su marca en Santiago de Chile. Más
de diez años antes de esa lluviosa mañana en que ingresara a la muerte.
Una
fría noche de Julio de 1925, tres hombres cruzan el centro de Santiago,
enfundados en gruesos abrigos. Caminan distraídamente mientras terminan de
fumar sus cigarros. Pronto se detienen frente a un céntrico edifico de un gris
opaco.
A
pesar de la avanzada hora, una débil luz restañaba desde una de las oficinas de
la IWW (Industrial Workers in the World).
En el interior, el obrero gráfico Pedro Nolasco, espera con ansiedad la llegada
de los legendarios solidarios; grupo armado que había devuelto golpe a
golpe la brutal represión de la patronal española. Nolasco conocía el feroz
asalto al Banco de Gijón, que además de causar el inmediato exilio de los
solidarios, había logrado deslumbrar a los anarquistas chilenos.
Un
escueto mensaje le advertía la llegada del grupo a la IWW. Sí, era cierto.
Sería una escala totalmente imprevista y secreta en el itinerario del grupo.
Pronto
escuchó los débiles golpes en la puerta. La contraseña esperada lo hizo saltar
de su silla. Ahí afuera, estaban los célebres anarquistas españoles.
El
primero en entrar a esa oficina de la IWW, era un gigante de rasgos duros, con
una sonrisa que iluminaba su ancha cara morena, como de papa recién arrancada
de la tierra.
Buenaventura
Durruti estrechó entre sus fuertes brazos al sorprendido Nolasco.
-
Mis camaradas, Francisco Ascaso y Gregorio Jover - dijo con un vozarrón afable,
y agrego con una risa poderosa - amigo Nolasco, quite esa cara de sorpresa y
sirva ese vino que es la fama de esta tierra-.
Departieron
toda esa noche. Durruti irradiaba un intenso carisma que contrastaba con la
seriedad de Francisco Ascaso; de maneras espartanas y sobrias, pero que poseía
un intenso brillo de coraje en los ojos.
Estarían
unos días en Chile, y sacarían el mayor provecho para la lucha anarquista.
Pedro Nolasco quedo con la boca abierta al enterarse de los planes del grupo.
-
Intentaremos un asalto, compañero Nolasco- dijo Durruti con su habitual
sonrisa.
Si
los anarquistas chilenos los apoyaban con la logística, podrían contar con una
parte del botín, pero, agregó, actuarían solos y sobre ese punto no habría
discusión.
En
los días posteriores fueron instalados en una sencilla pensión de Avenida
Matta. Pronto se unieron dos solidarios más; el hermano de Ascaso; Alejandro y
Antonio Rodríguez; el famoso Toto. El grupo estaba completo.
Esa
misma semana un titular del diario Los Tiempos, relataba un fallido
intento de asalto a las dependencias del Club Hípico. En la calle 21 de mayo,
pleno centro de la ciudad, un grupo de extranjeros había intentado asaltar a
los empleados que se defendieron a balazos, abortando a los atracadores que
huyeron sin lograr ser capturados.
Era
el primer intento de los solidarios.
Sin
amilanarse, Durruti planeó el que sería el primer asalto a un banco en Chile.
El
lugar escogido: una pequeña sucursal en el populoso y bullente barrio Franklin;
la sucursal matadero del Banco de chile.
La
fría mañana del 16 de julio, el día de la virgen del Carmen, el grupo abandona
la pensión de Avenida Matta y se disgregan en distintas direcciones. Durruti se
dirige al centro de la ciudad; la concurrida Plaza de Armas.
Una
vez ahí, se dedica a observar el movimiento mientras enciende un cigarro.
Pronto divisa un taxi, un enorme Hudson negro estacionado en una esquina de la
plaza. Se encamina a abordarlo. Una vez dentro, le ordena al conductor enfilar
a la calle San Diego, y desde ahí a la sucursal matadero del Banco de Chile.
Cuando
el Hudson se detiene frente a las oficinas del banco, Durruti saca un revolver
del abrigo y lo coloca en la nuca del Conductor.
-
Quedaos quieto, si lo que queréis es vivir por supuesto...- susurra desde el
asiento posterior.
El
aterrado conductor observa por el espejo retrovisor la ancha sonrisa de Durruti
en esa cara de rasgos moros, ahora cubierta por un antifaz negro.
En
ese momento abordan el taxi los otros cuatro anarquistas, cruzan unas breves
palabras y el toto queda vigilando al conductor.
Los
cuatro españoles cruzan la calle. Durruti guía al grupo. Con sus abrigos negros
ondeando en la fría brisa de esa mañana, al llegar a la puerta, los demás
anarquistas se cubren con antifaces. La rutina que tantas veces han repetido en
distintos lugares del mundo será aplicada por primera vez en el convulsionado
Chile de esa década.
Durruti
fulmina con la mirada a un arriero que se encuentra en la puerta recolectando
dinero para los calicheros que han llegado a Santiago víctimas del cierre de
las salitreras. De pronto, se lleva el dedo índice a los labios en señal de
silencio y le guiña un ojo.
- Señores
¡Arribas las manos!- Grita con el marcado acento español que confundirá a la
prensa y a la policía en los días posteriores.
Los
anarquistas, con un Colt calibre 38 en cada mano, saltan la barra de bronce del
mostrador y reducen rápidamente a los cajeros. Durruti se encarga del único
guardia que había en ese momento, propinándole un violento golpe con la cacha
del revolver.
El
atraco se realiza en cosa de minutos; los asombrados clientes que acudieron al
banco en ese momento no daban crédito a sus ojos. Cuando lograron salir del
estupor solo alcanzaron a divisar los negros abrigos flameando hacia la calle.
Durruti
se detiene frente al arriero y deposita un fajo de billetes en sus manos, luego
vuelven a cruzar la calle hasta el Hudson que los espera con el motor en
marcha. Antes de abordar el taxi, disparan al aire para confundir a la
muchedumbre de matarifes y comerciantes que circulan por San Diego.
Tres
funcionarios salieron en persecución del Hudson que huía arrojando una lluvia
de amenazadoras y sibilantes balas.
A
comienzo de agosto, los solidarios abandonaban tranquilamente Santiago
rumbo a Argentina con el dinero del primer banco asaltado en chile.
La
vida del líder anarquista alcanzaría su punto más alto en la formación de la célebre
Columna Durruti. Durante los aciagos días de la guerra civil [Revolución nos parece
mejor -CAD],
la defensa de España de la garra fascista fue el digno epílogo a una vida
dedicada a la libertad del hombre.
Un
ligero hálito de esa apasionada vida quedo flotando en el Santiago oloroso a
café y ladrillos de 1925.
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