En Radio
Universidad de Chile –public. 24/3/16
–
¿Y esa palabra? ¿Dictadura? ¿Qué es? –pregunta la maestra.
–
¡Un problema que tuvimos! –responde, con voz segura, un niño.
Ambos
están sentados en el suelo. Son parte de la ronda en la que participan otros
veintidós niños y niñas. La maestra repite las palabras y las anota en una
cartulina en la que ha ido consignando las diferentes ideas que han expresado
sus alumnos. Es un grupo de primer grado. Los niños tienen 6 años.
La
escena ocurre en Buenos Aires y se enmarca dentro de los preparativos de la efeméride
del 24 de marzo, fecha que conmemora el golpe de Estado de 1976, devenida Día
Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia (2002) con carácter de
feriado nacional (2005).
Esta
fecha se relaciona también con los objetivos del artículo 92, párrafo c, de la
nueva ley de educación del año 2006 que define el carácter obligatorio para
todas las jurisdicciones “[del] ejercicio y construcción de la memoria
colectiva sobre los procesos históricos y políticos que quebraron el orden
constitucional y terminaron instaurando el terrorismo de Estado, con el objeto
de generar en los/as alumnos/as reflexiones y sentimientos democráticos y de
defensa del Estado de Derecho y la plena vigencia de los Derechos Humanos”.
Acorde a esta ley, hace diez años que los maestros argentinos de nivel
primario, secundario –y puntualmente, de nivel inicial– vienen trabajando estos
temas.
Todo
lo que ocurre en el aula habla de una larga experiencia: de la maestra; de esa
escuela en particular (una escuela primaria de gestión privada ubicada en un
barrio de clase media); del país, en su capacidad de hacerle frente a estos
temas, con lo que eso implica en términos de reconocimiento y protagonismo de
los organismos de DD.HH. y en términos de voluntad de erigir los DD.HH. (en
sentido amplio) en política de Estado a lo largo de más de una década.
Esa
compenetración “se escucha” a través de las menciones que los chicos hacen a
materiales pedagógicos elaborados por el Ministerio de Educación que le han
acercado sus familias y/o sus docentes. En especial, en el marco del canal
televisivo Paka Paka y la serie de dibujitos “Zamba” (que aborda temas
históricos).
Y
es que los chicos hablan. Un montón. Por eso, aclarados estos primeros
elementos, conviene agregar otros sonidos a la escena. Mientras la maestra hace
su pregunta y el niño responde… otros veintidós pequeños forman un coro y
quieren, ellos también, compartir sus respuestas. Eso es lo que hacen: las
sueltan como globos, las arrojan como pelotas, las arrastran, las desparraman,
las rejuntan, las superponen, las encastran. El ambiente es bullicioso. Más
bien alegre. Todos o casi todos parecen querer hablar y ninguno se ve muy
decidido a esperar su turno. La maestra les asegura que habrá un tiempo para
cada uno pero que hace falta silencio para poder escuchar al compañero, al
amigo. Al otro.
En
esta escena –que se compone de múltiples escenas más chiquitas porque los niños
no solamente están en el piso sino que lo están cada cual a su manera con una
envidiable libertad en la postura– lo que más llama la atención no es tanto la
horizontalidad de la relación sino algo así como la circularidad.
Círculo
formado por los cuerpos: ronda que recuerda –en superposición y casi en
transparencia– otras rondas. Círculo de las palabras en el que cada cual tiene
su momento. Círculo del abrazo de la maestra que consuela al que no hizo la
tarea y está triste porque no sabe lo que es el Día de la Memoria pero no
importa: “ahora lo descubrimos con los amigos”. Círculo del saber que se
construye entre todos.
Este
sería uno de los puntos de encuentro entre esta maestra y sus colegas. (Una
maestra que sea dicho de paso, pero el dato tiene cierta importancia, tiene la
edad que nos separa del golpe de Estado). Como lo explica el director, detrás
de esta manera de trabajar –que no es propia de este tema– no hay un referente
en particular ni una sola escuela de pensamiento sino el aporte de muchos y
convicciones compartidas: la escuela es pensable; la diversidad es valorable;
cada uno tiene un poder de decir; es posible y deseable construir lo común.
Cierta idea de la infancia, entonces. Cierta idea de la escuela, por supuesto.
Pero,
también, cierta idea de la democracia valorable no como simple dispositivo sino
en sus múltiples desafíos. Entre los cuáles éste, que el director subraya:
“¿cómo hacemos visibles problemas que para otros no lo son?”. Respecto a la
efeméride del 24 de marzo acota, resaltando las prácticas más cotidianas:
“porque tenemos experiencia democrática podemos hablar de democracia”. Aunque
suene raro, el orden de la oración es central.
Por
su parte, la maestra indica que trabajar estos temas con niños chicos supone un
verdadero “caminito de hormiga”. Un camino diferente cada año que varía según
las características del grupo, los proyectos de la escuela, la propia
inspiración. En este caso, lo primero fue hablar con los padres durante la
primera reunión a principio de mes: anunciar que estos temas iban a ser
tratados; más tarde intercambiar con los chicos, recoger impresiones, trabajar
con los “saberes previos” (este año salió con fuerza el tema de la identidad
vinculado con el robo –apropiación– de bebés durante la dictadura y la lucha de
Abuelas de Plaza de Mayo). Luego hubo “tarea para la casa”: un trabajo de
investigación que no suponía abrir ningún libro sino hablar con los padres,
solicitar su atención y su palabra. A partir de esa consulta, la maestra invitó
a los chicos a dibujar. Esos dibujos fueron los disparadores de la ronda que
sucedió como puesta en común de lo que cada cual traía de su casa.
Se
podría seguir hablando del tema durante horas porque la calidad de la
experiencia lo merece. Acotemos: el trabajo se siguió desarrollando durante
varios días e implicó entre otros hitos una experiencia interdisciplinaria con
la maestra de artes plásticas que devino, a la vez, una suerte de clase de
expresión corporal. Tan importante como las etapas descritas fue el rol de
la(s) maestra(s) en cada una de esas etapas. Su tercer plano, su segundo plano,
su primer plano, según las necesidades.
Pregunta:
¿es esta experiencia representativa de lo que pasa en las escuelas argentinas
en torno a estos temas? No. No del todo. Está claro que cada escuela es un
mundo y que existe una disparidad de situaciones (entre escuelas privadas y
escuelas públicas; entre los barrios; entre los profesionales que están a
cargo; entre los alumnos).
Sin
embargo, la idea de que los saberes se construyen entre todos está haciendo su
camino y es perfectamente posible encontrar experiencias comparables en
escuelas públicas. Alguna vez, en el marco de esta columna, hablé de Gaspar.
Ahí también había una maestra. Podría hablar de otras experiencias en las que,
desde la escuela pública, se recurre a las familias, se dialoga, se trabaja con
ellas, se las incorpora a ese proceso colectivo de elaboración de un saber.
Pero quizás, es cierto, sea más difícil encontrar ahí esa libertad de los
cuerpos diciendo y ejerciendo.
Entonces,
experiencias como las descritas ni hablan de un todo ni son un hecho aislado.
Se trata más bien de una realidad argentina que, ciertamente, coexiste con
otras.
Las
actividades realizadas con este grupo fueron la ocasión de hilar fino en torno
a la idea de derechos, en particular el derecho a la identidad que Abuelas de
Plaza de Mayo logró hacer integrar a la Convención sobre los derechos del niño
(se recomienda ver un episodio de Zamba y también uno de “Así soy yo” centrado
en los nietos recuperados).
Sucedió
que en uno de los encuentros, en una ronda también, uno de los chiquitos que
estaba aclarando qué tipo de delitos se había cometido durante la dictadura
nombró varios: es delito que te maten, es delito que te hagan desaparecer y es
delito –dijo– “que te cambien de lugar”.
El
niño pensaba en otros niños… apropiados, alejados de sus familias. Pero habría
que poder acuñar la expresión y –quizás– tipificarla porque permite entender lo
que tienen en común prácticas y situaciones tan dispares como: la apropiación
de menores, la detención ilegal, la desaparición forzada de personas, el
exilio, el éxodo y las mil maneras que puede adoptar la inmigración.
Cabe
aclarar para los lectores no familiarizados con estos temas que la idea no es
espantar a los niños. Al contrario. Si bien es imposible evitar que la tristeza
aflore por momentos, se trata de hacer posible un pensamiento que aleje el
espanto, que lo mantenga a raya y generar cierta cantidad de seguridades. Por
ejemplo a partir de este dato: en Argentina, los responsables de estos delitos
están siendo juzgados y condenados (existe un importante programa destinado a las
escuelas secundarias: “la escuela va a los juicios”). En esta parte –cuyo
objetivo es pensar sin espantar– dirigida a los niños más chiquitos, la
colaboración de las artes (artes plásticas, literatura, entre otros) ha sido
fundamental.
Por
último, no deja de ser conmovedor que esas personas que no tuvieron derecho ni
a una tumba puedan, de alguna manera, participar en un proceso educativo tan
importante. Que estén en el aula, que acompañen a estos hijos y a los hijos de
sus hijos. Que vuelvan a la escuela. Ahí desde donde –en ciertos casos– las
sacaron, ese día funesto en que las cambiaron de lugar.
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