Por
Andrés Figueroa Cornejo
En
Chile la representación ejecutiva de las clases dominantes está compuesta por
los grandes capitales (donde se encuentran los propietarios y accionistas de
más del 90% de todos los medios de comunicación de masas), la oficialidad de
las Fuerzas Armadas, las jefaturas del sistema de partidos políticos, la
nomenclatura del clero católico y los intereses estratégicos del imperialismo
norteamericano (tal como en México, Colombia, Perú, Honduras, Puerto Rico, sólo
para mencionar los más evidentes de la región).
En
el sistema-mundo, Chile es plataforma financiera y de servicios; extractivismo
primario exportador minero, forestal, marino; agroindustria alimenticia,
retailer y pieza clave del liberalismo de vanguardia. Los modos a través de los
cuales el capital obtiene sus principales ganancias están asociados a la
sobreexplotación humana, al saqueo de recursos naturales, al sistema
financiero, las privatizaciones, el subsidio estatal y el ahorro previsional
administrado privadamente por las AFP, y la deuda generalizada y con promesa de
morosidad. El golpe de Estado de 1973 no restituyó ni el proyecto ni a la clase
dominante que precedió al gobierno de Salvador Allende. Por el contrario, el
país andino se convirtió en el campo de pruebas de la nueva fase y ofensiva
económico-política del capitalismo desplegado posteriormente entre los 80 y 90
del siglo XX en casi todo el planeta. De un período nacional-desarrollista,
Chile pasó a transformarse en el paradigma del liberalismo y sus relaciones
sociales que actualmente hegemonizan a escala mundial en sus diversas variantes
y cuyos polos dominantes se encuentran en los Estados-empresariales de Estados
Unidos-Canadá, China, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Rusia, India y
Brasil.
En
general y a nivel global, el capital financiero funciona como el momento
tutelar de la reproducción del capitalismo sobre sus demás momentos
(producción, intercambio (comercio) y consumo (distribución)). El momento financiero
como centro de mandos de la acumulación del capital, dinamizado por las nuevas
tecnologías en tiempo real (como ocurre en las bolsas y en la estructuración
bancaria o industria de la deuda infinita e impagable), genera las mayores
utilidades, la deuda, la concentración con tendencia monopólica del capital, y
las crisis. Porque las crisis de sobreproducción y sobrecapacidad productiva
están articuladas desde el capital ficticio, el endeudamiento y las burbujas
financieras. Asimismo, el momento financiero del capital no corresponde a una
parte de la totalidad del planeta capitalista. Es el momento que organiza la
totalidad del movimiento del capital y sus industrias más rentables, como la
armamentista, el narcotráfico, la red de trata de personas, la prostitución
infantil, la energía (petróleo, agua, extractivismo), la deuda, la producción
alimenticia y el conocimiento de punta (ciencia y tecnología).
Hoy
Chile es presa de un fuerte decrecimiento debido a la caída internacional de
los precios de los commodities y del cobre, su dependencia respecto del dólar
norteamericano, la postergación de inversiones y donde, por su condición de
economía periférica, cualquier crisis en los centros del capitalismo, en
particular del imperialismo norteamericano, se multiplica como maldición sobre
sus costas.
Las encuestas,
Bachelet y las expresiones de la crisis
Como
en la democracia nepotista, antipopular, elitista y secuestrada chilena no
existen consultas político-populares de ninguna especie, entonces abundan las
llamadas encuestas de “percepción” de la población. Adimark es una empresa de
“estudios de mercado” que consensuadamente por y para los pocos de arriba,
tiene prestigio y credibilidad.
De acuerdo a la encuesta de abril
de 2015 de Adimark (http://www.adimark.cl/es/estudios/index.asp?id=280) , a casi 5 meses del estallido de los casos de corrupción que involucran
a miembros de todo el sistema de partidos políticos dominante (Nueva Mayoría y
Alianza, PRO incluido), o los dos rostros intercambiables del partido único que
administra los intereses del gran capital), los resultados pusieron a la
presidenta Michelle Bachelet con un 31% de aprobación y un histórico 64% de
rechazo. El gobierno fue aprobado por un 26% y deplorado por un 70%. En
el ítem de Corrupción de organismos del Estado, la encuesta arrojó un 14% de
aprobación y 84% de rechazo.
Nueva Mayoría obtuvo una
aprobación del 24% y un 67% de desaprobación, mientras que la Alianza tuvo un
17% de aprobación. O sea que el conjunto de partidos políticos, oficialismo y
oposición burguesas, sumaron un magro 41% de aprobación entre la población. Por
su parte, ambas cámaras, parlamento y senado, lograron romper su propio récord
con casi un 80% de rechazo.
Como efecto de la colaboración en
los desastres naturales en el norte del país, los bomberos, carabineros y el
ejército alcanzaron una aprobación de alrededor de un 90%. Es preciso
puntualizar que la nota positiva se debió a la ayuda a la gente en las
catástrofes mencionadas y no a causa de la represión contra el pueblo
movilizado ni contra la resistencia Mapuche.
En materia de trabajo, la
desaprobación de la gestión gubernamental tocó el 61% de rechazo; en economía
un 65% de rechazo; en transporte colectivo un 72% de desaprobación; casi un 70%
de rechazo en el ámbito Mapuche; en gestión ambiental sacó un 62% de
desaprobación; en el Transantiago casi un 80% de desaprobación; un 74% de
rechazo en el sector de la salud y un 65% de desaprobación en educación.
El relato convenido por el poder
como un todo para caracterizar su propio drama es de “crisis de confianza en la
clase política”, delimitado convenientemente a los casos de corrupción de
Soquimich, Penta y Caval. O sea, según las mismas leyes de la tiranía luego
refinadas por los gobiernos civiles, su crisis sería primero moral y luego
correspondería a una “clase” política. Sin embargo, la supremacía sin discusión
de los intereses económicos del gran capital –transnacional y combinado con capitales
de origen nativo- sobre cualquier cargo público que reclama el voto, no es un
acontecimiento, una anécdota o un incidente. Es el modo hegemónico a nivel
planetario a través del cual se desenvuelve el capitalismo en su presente fase.
Con el fin violento del período nacional-desarrollista en América Latina, y en
Chile en particular, los gobiernos civiles votados (salvo en Venezuela de
Chávez y Maduro, y Bolivia de Morales, procesos devenidos de sendos
levantamientos populares, como el ‘caracazo’ y la ‘guerra del agua’) que el
marco de acción decisional de los ejecutivos y legislativos se encuentra
acotado a la sola administración de un mismo sistema económico, político,
cultural y social. Como la inflación, el voto ha sido devaluado
estructuralmente porque así lo demanda la ganancia del capital.
Asimismo, los pocos dueños de todo
hablan de “clase política”, cuando incluso en términos burgueses, la política
en sistemas de representación electoral debe asociarse al derecho de cualquier
persona a participar en igualdad de condiciones en la disputa de cargos
públicos. Decir “clase política” es plantear explícitamente la existencia de
una arquitectura social de castas inamovibles dentro de la cual la política es
la especialidad de un grupo de autoproclamados administradores del Estado.
Semejante discurso sólo ahonda aún más la distancia entre los funcionarios
públicos elegibles y las grandes mayorías. Es cierto que la dictadura del
capital históricamente ha requerido de una representación leal a sus intereses
en el Estado cuya sola realidad ya expresa una sociedad dividida entre una
minoría opresora y una mayoría oprimida. Lo particular en la actual coyuntura
chilena es la revelación y el sinceramiento público de la lucha de clases y las
relaciones de fuerza y de poder como las contradicciones reales que definen la
política.
¿Por qué? Porque el relato
encarnado en la figura de Michelle Bachelet respecto de reformas cosméticas en
materia de derechos sociales (trabajo, educación, salud, impuestos, derechos
indígenas, atención a las regiones e incluso “proceso constituyente”) no habría
sido necesario sin las grandes protestas estudiantiles que arrancaron en los
albores del siglo XXI y tuvieron su pico en el 2011. Fue la juventud sin
porvenir, los secundarios de lo que va restando de la educación municipal
destruida sistemáticamente por su apropiación privada, junto a un sector
aspiracional de los universitarios; fue la lucha consistente del Pueblo
Mapuche; fue la multiplicación del ambientalismo contra el extractivismo
destructivo; fue el protagonismo de la mujer en todo el movimiento popular;
fueron las grandes protestas en distintas regiones por el abandono estatal;
fueron las huelgas de los trabajadores/as del subcontrato, los puertos y las
forestales fuera de la legalidad, en conjunto, los procesos que ofrecieron las
pistas programáticas de Bachelet (que ganó la presidencia con un 26% del
electorado habilitado para sufragar, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=176975).
No obstante, y pese a que las
luchas arriba mencionadas fueron convertidas en promesas electorales por
cumplir, el descrédito popular de la democracia secuestrada chilena ya estaba
instalado. A su vez, y como señala Antonio Gramsci, las expresiones políticas
de las clases dominantes suelen “meterse al bolsillo” las demandas de las
clases subalternas, de acuerdo a las relaciones de fuerza. Esto es, junto con
intentar cooptar por todos los medios a los liderazgos colectivos, el poder
recoge las reivindicaciones del pueblo en lucha y las retorna descafeinadas,
vaciadas de transformación radical. A fin de cuentas, en tiempos de paz
inestable, el objetivo del poder bajo el capitalismo es la gobernabilidad
necesaria para su reproducción. Y en Chile actual, es la gobernabilidad para
beneficio del capital inversionista y el acatamiento a las reglas del juego
impuestas por la OCDE, el FMI y el Banco Mundial. Eso ha hecho Bachelet con
cada una de las vociferadas reformas, mutadas finalmente en papel mojado. Por
eso los trabajadores/as organizados continúan exigiendo un nuevo código
laboral; por eso los estudiantes convocaron a una segunda protesta nacional por
una educación gratuita y pública para el 14 de mayo próximo (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=197756); por eso los Mapuche radicalizan su combate antiguo; por eso el ambientalismo
consecuente sigue dando batallas por el agua y la sobrevivencia de las
comunidades víctimas del extractivismo. Los casos de corrupción solamente
coronan una verdad que el pueblo conocía desde hace tiempo. La presidenta nunca
ha salido de la célebre frase que el escritor italiano Giuseppe Tomasi di
Lampedusa puso en boca de su personaje Tancredi: ‘Si queremos que todo siga
como está, necesitamos que todo cambie’.
Contra la peste del olvido en
Chile, urge precisar que Michelle Bachelet es hija del general de brigada
aérea, Alberto Bachelet, muerto de un ataque al corazón mientras era torturado
por agentes de la Inteligencia de la dictadura pinochetista por ser un oficial
que no estuvo de acuerdo con el golpe de Estado. Michelle Bachelet durante la
Unidad Popular de Allende, influida por el después detenido y desaparecido
diputado y miembro del comité central del Partido Socialista, Carlos Lorca, comenzó
a militar en esa tienda desde muy joven. Durante su exilio, prosiguió sus
estudios de medicina en la entonces República Democrática de Alemania o
Alemania Oriental donde se casó con Jorge Dávalos en 1977, también miembro del
PS. Con Dávalos tuvo dos hijos (Sebastián y Francisca) y su matrimonio acabó en
1984. Bachelet volvió a Chile en 1979 y entre 1985 y 1987 sostuvo una relación
emocional con el combatiente y uno de los voceros del Frente Patriótico Manuel
Rodríguez (FPMR, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=113276), Álex Vojkovic, quien murió en un extraño accidente automovilístico el 16
de octubre de 2014. Vojkovic realizó la vocería de la organización
revolucionaria cuando ocurrió la internación de armas en la zona de Carrizal
Bajo y el fallido intento de ajusticiar al tirano en 1986. En aquella época
Bachelet estaba adscrita al Movimiento Democrático Popular (MDP), única
agrupación que congregaba a todas las fuerzas de la izquierda radical contra la
tiranía y que propagaba todas las formas de lucha. Su constitución fue tardía y
relativamente breve, y se diluyó ante el debate de participar o no en el
plebiscito de 1988, parte de la agenda de la propia junta militar gobernante.
En la realidad, el “triunfo del No” a la extensión del mandato del régimen
militar fue el resultado de un pacto interburgués digitado por el imperialismo
norteamericano. Para el Pentágono la dictadura ya era un estorbo y un peligro
ante las masivas protestas populares. Necesitaba que Chile volviera a los
gobiernos civiles a condición de que se mantuviera el capitalismo de vanguardia
del país y no fuera tocado Pinochet ni su entorno (pacto cumplido al pie de la
letra por la inmensa mayoría de los mandarines de la oposición liberal
posteriormente agrupada en la Concertación de Partidos por la Democracia, hasta
el presente).
Sin embargo, y como sobran los
casos en Chile, América Latina y el mundo, la historia y decisiones políticas
de Michelle Bachelet sufrieron una sustantiva vuelta de tuerca política. En
1996, la actual mandataria estudió en la Academia Nacional de Estudios
Políticos y Estratégicos en Chile (dirigido por oficiales que, a su vez,
estudiaron las políticas de guerra en contra del pueblo en la Escuela de las
Américas, hoy Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en
Seguridad,http://es.wikipedia.org/wiki/Instituto_del_Hemisferio_Occidental_para_la_Cooperaci%C3%B3n_en_Seguridad) y luego en el Colegio Interamericano de Defensa en Washington (http://es.wikipedia.org/wiki/Colegio_Interamericano_de_Defensa), conducido directamente por instructores de las FFAA usamericanas. De
esta última institución, tres de sus alumnos han terminado en la presidencia de
sus países: Bachelet, Lucio Gutiérrez de Ecuador y el actual presidente de
Guatemala, Otto Pérez Molina. ¿Sus conductas en común? Intensificación de las
políticas capitalistas antipopulares, fidelización con el imperialismo
norteamericano y corrupción. Casi está de más ilustrar la amistad y
subordinación de Bachelet con el presidente Barak Obama.
Siempre dentro del mismo ámbito,
en 2009, la presidenta chilena obtuvo la Insignia de Oro de Americas Sociaty
‘en reconocimiento de los logros sociales y económicos del gobierno chileno en
tiempos de crisis global’. El acto se efectuó en el Council of the Americas
presidido por el influyente archimillonario sionista David Rockefeller. El
evento fue co-auspiciado por la minera canadiense Barrick Gold, la cual posee
un puesto en el Council junto al Banco de Chile de la familia Luksic y la
Celulosa Arauco de la familia Angelini. Otros miembros incluyen a CorpBanca,
vinculada al empresario Álvaro Saieh, y El Mercurio SAP de Agustín Edwards
Eastman, íntimo de Rockefeller, y uno de los artífices fundamentales del golpe
de Estado de 1973.
Por ello no resulta extraño que el
anuncio de cambios en el gabinete de gobierno realizado por Bachelet el pasado
7 de mayo de 2015 fuera mediante una entrevista con Mario Kreutzberger, ‘Don
Francisco’, uno de los grandes sionistas en Chile y más allá, a través del
canal 13 de televisión cuyo accionista mayoritario es el grupo Luksic. Todo
cuadra y nada es accidental. Las señales “de confianza” fueron dadas hacia los
intereses del gran empresariado, al capital financiero, al imperio
norteamericano y al sionismo. Para los poderosos, garantías, para el pueblo
chileno, circo.
Finalmente, el pirotécnico cambio
de gabinete anunciado se tradujo el lunes 11 de mayo en un ‘parto de los
montes’. Hubo cinco salida de ministros y 4 enroques entre los que ya estaban.
¿Lo predecible? El militante demócrata cristiano Jorge Burgos en la cartera del
Interior; el socialista Marcelo Díaz, ex embajador en Argentina, a la vocería
gubernamental; el socialista y ex secretario general de la OEA, Jorge Insunza,
en la secretaría general de gobierno; y, tal vez el cambio más relevante para
mayor tranquilidad del empresariado (y que significó la inmediata reacción
positiva de la bolsa), la ubicación en el Ministerio de Hacienda del PPD
Rodrigo Valdés, ex presidente del BancoEstado, asesor de Hacienda durante el
gobierno de Ricardo Lagos, con un pasado de altas responsabilidades en el Banco
Central, el Fondo Monetario Internacional, Barclays Capital y BTG Pactual. Esto
es, un incuestionable amante del liberalismo reinante.
Las modificaciones formales de
Bachelet terminaron por ratificar, sobre cualquier duda, el contenido de clase
de su administración con superior nitidez. Los pocos de arriba, felices.
La iglesia y la lucha
de clases
Chile está entre los cinco países
con mayor población católica de América Latina. El Papa Francisco es jesuita y
los jesuitas en Chile han jugado un rol importantísimo a nivel educacional, el
cual se ha traducido en el egreso de sus establecimientos de estudio de
relevantes figuras políticas (desde la Democracia Cristiana, la pinochetista
UDI, hasta la izquierda revolucionaria (en sus aulas se educó hasta el
periodista que suscribe este artículo)), como de distintos ámbitos de la vida
nacional.
El número uno de la oficialidad de
la Iglesia Católica chilena es, hasta ahora, Ricardo Ezzati, quien ha padecido
el cuestionamiento de una relevante fracción de la Iglesia Católica y de los
católicos en general (http://www.theclinic.cl/2015/03/26/revuelta-en-la-uc-contra-ezzati-por-profesor-jesuita-despedido-60-academicos-arremeten-con-una-carta/), a causa de sus posiciones ultra conservadoras en todos los campos de la
política pública, la protección de sacerdotes pedófilos y el castigo a la
Iglesia de la opción por los pobres.
El buró de la Iglesia Católica es
parte del directorio que comanda desde arriba, junto al gran empresariado, las
FFAA y el sistema de partidos políticos dominante, guardianes ejecutivos del
actual orden de las cosas en el país. Sin embargo, ocurre que las políticas del
Papa Francisco tienen como fundamento una urgente renovación con el fin de
salvar la crisis mundial de la Iglesia asociada a un ramillete de variables
donde sobresalen los innumerables casos de pedofilia sacerdotal y el
distanciamiento sideral entre la curia y los pueblos. De allí el perfil del
Papa Francisco, su conducta y discurso tendientes a la actualización e
influencia en los problemas más acuciantes del planeta. Al interior de esa
estrategia de sobrevivencia y reposicionamiento de una de las instituciones más
antiguas del mundo, Ricardo Ezzati no tiene cabida. Esto es, el daño que ha
provocado y que provoca Ezzati al diseño político de la dirección del Vaticano,
lo convierte en un obstáculo preciso de sortear lo antes posible.
La Iglesia Católica no es
impermeable a la lucha de clases. En su interior, de manera histórica y sobre
todo en América Latina, la Iglesia e incluso los jesuitas en particular, ha
estado cruzada por las contradicciones propias de una sociedad dividida en
clases sociales de intereses irreconciliables. ¿Cuántos sacerdotes han sido
parte protagónica de insurrecciones, guerrillas, del poder popular, de las
resistencias contra las tiranías, etc. en el continente? ¿Y en Chile?
Innumerables. Aun, han practicado el internacionalismo popular, pagando con su
vida la lucha por la liberación de los pueblos.
Entonces, por un lado, parte
significativa de la Iglesia Católica oficial chilena debe estar reclamando con
fuerza el alineamiento con la estrategia vaticana en curso con el fin de
recobrar la autoridad moral sobre la sociedad chilena, y por otro, desde hace
un tiempo que sacerdotes y seminaristas han retomado la tradición de conjuntar
su compromiso con el Cristo trabajador y mapuche y humillado/a y empobrecido/a
y en combate y el paraíso en la tierra.
Quien escribe el presente texto
también es cristiano. Del Cristo de los de abajo. Y sabe cómo rima ese Cristo
con la ética libertaria y rebelde. Como sabe que la pureza profiláctica o la
ortodoxia o los manuales o los remedos históricos son materiales inútiles si no
se adecúan a la realidad y dinámica concreta de los pueblos en su carrera por
la conquista de una sociedad liberada del capitalismo inhumano.
Ezzati ya es el pasado hasta para
los creyentes más moderados/as.
¿Y la organización de
los trabajadores/as y los pueblos?
Al sur inmensamente mayoritario de
la sociedad de clases, como en casi todo el mundo, la fragmentación premeditada
o inconsciente del movimiento popular en Chile traba su densidad y
protagonismo. Son incontables las agrupaciones anticapitalistas que intentan y
edifican poder y luchas limitadas territorial y sectorialmente. La superación
del “tribalismo” anticapitalista no sólo demanda un proyecto político de poder
unitario y poscapitalista, una estrategia, las tácticas, una línea política de
orientación colectiva (http://kaosenlared.net/chile-que-es-una-linea-politica-para-la-transformacion-social/). Todavía se trata de empeños en ‘Intranet’, desbrozados,
compartimentados, ensimismados. Tan cierto como que no existe todavía el
instrumento político de la revolución en Chile, es la ausencia de ataduras
férreas entre las diversas expresiones del combate contra el capitalismo. La
acción y reflexión conjunta de los denominados ‘movimientos sociales’ es la
condición sin la cual no es posible constituirse en actor y sujeto de
transformaciones estructurales. En verdad, no hay ‘movimientos sociales’, sino
que un movimiento popular descoyuntado.
Siempre existe lucha de clases, lo
que falta es conducción, victorias parciales, dirección unitaria de la
totalidad de las batallas político-sociales. El sindicalismo que procura
destruir el economicismo funcional, el antipatriarcado, el ambientalismo
consecuente, la pelea dura de los pueblos originarios, los pobladores sin casa
ni derechos sociales, los endeudados desde muy jóvenes, los estudiantes, el
activismo de los Derechos Humanos, todas las caras resueltas contra la infamia,
la alienación y la miseria más o menos encubierta, etc., tal como el enemigo de
la humanidad que en Chile mantiene una unidad granítica, deben convertirse en
una fuerza social total. De sus hijos/as mejores devendrán, por autoridad
ganada en la práctica y las políticas correctas, la organización
revolucionaria. De menos a más, de lo simple a lo complejo, de la unidad en la
acción hasta la unidad política y orgánica. Desde la convicción de poder, la
formación política, la práctica coherente y cada cual en su sitio.
Si bien la ética de quienes
aspiran a cambiar la vida radicalmente está sintetizada esencialmente en los
intereses históricos de los trabajadores/as y los pueblos, esa misma ética se
sostiene sobre la solidaridad militante, la reciprocidad, la conducta
insobornable, el colectivo sobre el individualismo, la democracia sobre el
caudillismo, los intereses del pueblo sobre cualquier bandera, la crítica y
autocrítica permanente, el amor y la disposición de combate, y la mismidad
entre los público y lo privado.
Y un asunto añoso que resulta
estratégico: el internacionalismo concreto y no sólo declarativo. Ante los
poderes mundializados del liberalismo y el capital insaciable, ni siquiera los
proyectos socialdemócratas son posibles en un solo país. La emancipación humana
poscapitalista, por necesidad material, exige la coordinación metálica con los
movimientos populares y las organizaciones revolucionarias del mundo. Y no por
razones de ‘retaguardia’. Sino que por razones de sobrevida y garantía de
duración y profundización de la sociedad futura en términos ampliados
geopolítica y económicamente. Por cuestiones ligadas a la hegemonía de la
humanidad sobre el capitalismo.
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