A 42 AÑOS DE LA ‘REVOLUCION DE LOS
CLAVELES’
(y eso que en Portugal
nunca pasaba nada)
Recién nacía el día
25 de abril de 1974, unos 20 minutos desde la medianoche, cuando la canción de José
Afonso 'Grandola,
vila morena' sonó a través de Radio Renascença. Fue la señal para dar
inicio al movimiento de tropas dirigida por jóvenes capitanes del ejército
portugués que, en lo inmediato, acabó con una dictadura cívico-militar que
duraba casi medio siglo, 1926-1974. A éste levantamiento, que contó con un alto
apoyo popular, se le conoce como la ‘Revolución de los Claveles’.
Dicho
movimiento fue, en la práctica, un pronunciamiento militar de una parte de las
FFAA que se orientó a poner fin a la dictadura de Antonio de Oliveira Salazar,
terminar con el Estado
Novo que fuera impuesto en el país luso y otorgar la independencia a
las colonias de ultramar. En este sentido, la revolución fue un éxito. Se puso término
a la mentada dictadura y se hizo con un Golpe de Estado incruento, con imágenes
inolvidables como los estudiantes dando claveles a los militares, la liberación
de los presos políticos y el regreso de líderes de la oposición exiliados, como
lo fueran Mario Soares o Álvaro Cunhal.
El ‘Movimiento de
las Fuerzas Armadas’
El
MFA o “Movimento das
Forças Armadas” fue una organización ilegal constituida dentro del
ejército portugués durante la dictadura de Salazar, que también tuvo un
papel destacado en el comienzo de la Tercera República Portuguesa. Estaba
formada en su mayoría por oficiales de baja graduación.
Comenzó
en el año 1973 como
un movimiento de jóvenes oficiales que habían estado luchando en la Guerra Colonial de África. El MFA estaba
constituido por militares de ideas izquierdistas. Los motivos que movían a los miembros
de este grupo de militares eran el deseo de libertad democrática, de forma
amplia, y el descontento por la política seguida por el gobierno en relación
con la Guerra Colonial. Sus principales
objetivos eran el fin de la guerra sucia, la retirada de las colonias de África,
elecciones libres y la supresión de la odiada policía política portuguesa
–PIDE-.
El
25 de abril de 1974, el MFA tomó los puntos estratégicos del país y el régimen
dictatorial se derrumbó. Las tropas fueron comandadas en el terreno por
diversos capitanes, de entre los cuales uno de los más importantes fue Salgueiro
Maia, que comandó a las tropas venidas de la escuela de caballería de Santarém.
En el cuartel de Pontinha, las operaciones eran dirigidas por el brigadista Otelo Saraiva de Carvalho.
Durante
todo el turbulento e inestable proceso de transición, el MFA tuvo
un importante papel en la vida política portuguesa.
Después
de las movilizaciones del 28
de septiembre de 1974,
el general Spínola fue obligado a renunciar a la
presidencia de la República, que fue entregada al general Costa Gomes. En marzo de 1975, tras un intento
de golpe de estado espinolista, el MFA anunció que se había iniciado la
transición al socialismo en Portugal. Fue nacionalizada
toda la banca y la mayor parte de la gran industria. También se inició un
proceso de reforma agraria.
En
abril de 1975
sufrieron un revés electoral, a favor del Partido Socialista.
En
el verano de 1975, el Partido Socialista y el Partido Social Demócrata
salieron del cuarto gobierno provisional, dirigido por el militar Vasco
Gonçalves, del MFA, al que acusaban de no respetar la democracia y querer
imponer un régimen socialista.
Durante
ese verano el Movimiento de las Fuerzas Armadas
se dividió abiertamente en tres facciones:
*
Una apoyaba a Vasco Gonçalves y era próxima al Partido Comunista Portugués. Creía que
con el apoyo del ejército y del movimiento obrero del sur de Portugal tenía
una base social suficiente para avanzar con las transformaciones sociales del
país. Consideraba que si mucha gente humilde, sobre todo en el norte rural del
país, había votado a partidos no revolucionarios, era porque no conocía sus
verdaderos intereses. La transformación social en curso y el trabajo de
propaganda les haría apoyar la revolución en un futuro;
*
Otra facción defendía el pluralismo político y estaba próxima al Partido Socialista. Defendía las
conquistas sociales de la Revolución, pero querían ser escrupulosos con el
respeto por los procedimientos democráticos formales como forma de expresar la
voluntad popular. Se llamaban a sí mismos los puros del MFA, y entre
ellos destacaban Vasco Lourenço y Melo Antunes;
*
Una tercera facción defendía el Poder
Popular, era fuerte en el COPCON y estaba influida por varios
partidos cercanos al maoísmo, como el MES y el PRP. Creía que había que
favorecer la autonomía de los movimientos populares, obreros y vecinales, y
defender la Revolución evitando una institucionalización de las fuerzas
armadas. A partir del verano de 1975, Otelo Saraiva de Carvalho fue el portavoz
militar de esta corriente, que luego se destacaría por su militancia en
organizaciones, tanto políticas como armadas, adscritas al maoísmo.
La
situación del verano de 1975, con la movilización anticomunista del norte y el
PS sacando multitudes a la calle para protestar contra al gobierno de Vasco
Gonçalves dejaron claro que éste no podría gobernar pacíficamente. En una nueva
asamblea del MFA, la facción cercana a los socialistas venció en las votaciones
y Vasco Gonçalves tuvo que dimitir.
El
PREC concluyó con el golpe de estado del 25
de noviembre por parte del sector moderado del MFA y liderado por Ramalho
Eanes.
El Movimiento
Popular
Desde
hacía trece años, el régimen
fascistoide portugués estaba enredado en una guerra con las colonias africanas
(Guinea-Bissau, Angola y Mozambique). Parecía incapaz de recuperarse. Los
gastos militares representaban una carga asfixiante para la economía y eran un
verdadero lastre para la necesaria modernización del Estado. Amenazados con
realizar un servicio militar de cuatro largos años, muchos jóvenes proletarios
preferían emigrar, huir de la pobreza y el uniforme. Sin embargo, y a pesar de
la fuerte represión policial, las luchas obreras no habían conocido
tranquilidad desde mediados de los años sesenta, y los sectores capitalistas
modernistas aspiraban abiertamente a una transición hacia un régimen
democrático parlamentario. La guerra colonial no se podía ganar y aparecía a
los ojos de la población como un factor de inmovilismo. Hacía falta dar vuelta la
página a toda costa.
Una
vez desencadenado el golpe, el pueblo de Lisboa y de Oporto acude en masa a las
calles, desafiando las consignas militares que pedían a la población que
permaneciera en casa escuchando la radio y contemplando los acontecimientos en
la pequeña pantalla. Por todas partes, desde las pequeñas ciudades hasta las
olvidadas aldeas de lo más recóndito del país, el rechazo al odiado régimen estuvo
acompañado de una oleada de protesta social que no había sido prevista por los
conspiradores condecorados. Así fue como dos años de intensa agitación social y
política transformaron un golpe de Estado militar en una "revolución de
los claveles". Esta última expresión, instaurada por la prensa, provino del
hecho que durante los primeros días el pueblo puso claveles en los fusiles de
los soldados insurgentes.
En
un comienzo, los militares se vieron superados por los acontecimientos. En
particular, la exigencia popular de detener el envío de nuevas tropas a África
y del regreso inmediato del contingente precipitó la búsqueda de una solución
política a la cuestión colonial. Las manifestaciones por el fin de la guerra se
sucedieron, las revueltas impidieron el embarco de las tropas, mientras que en
África se rebelaban los soldados, dejando las armas y exigiendo volver.
Dos
meses más tarde, en julio de 1974, los jefes militares hablan de la necesidad
de transferir el poder a las organizaciones nacionalistas africanas que llevan
la lucha armada en las colonias. Eso se logrará un año más tarde. La
movilización popular contra la guerra impone de hecho el fin del colonialismo;
es un hecho histórico definitorio e irreversible de la revolución de los
claveles. Las concesiones hechas a toda prisa a las organizaciones
nacionalistas -expertas en la guerra de guerrillas, pero no preparadas para
asumir el nuevo poder del Estado postcolonial- sólo fueron la respuesta
burguesa a esta aceleración de la Historia.
La Izquierda Socialdemócrata
y Reformista Contra las Huelgas
Pasados
los primeros días de fiesta en las calles, la agitación se desplazó a los
lugares de trabajo. El fin del antiguo régimen significa, sobre todo, la
posibilidad de reunirse y discutir libremente: en una palabra, el fin del
miedo. Para los explotados, la arrogancia patronal, la dureza de las relaciones
laborales y las vejaciones del asalariado se asimilaban al fascismo. Se
organizaron asambleas y se intentaron las primeras ocupaciones. Inquieta, la flamante
junta militar condena las huelgas, las reuniones y los ataques contra la
jerarquía de las empresas.
Una
vez más, las consignas son ignoradas y el movimiento actúa como una mancha de
aceite. Se reclama el aumento de los salarios, las vacaciones pagadas, la
reducción de los horarios de trabajo y el fin del trabajo a destajo. Se expulsa
a los soplones, a los pequeños dictadores y a los jefes de personal, muy a
menudo ligados a la antigua policía política (PIDE).
El
Partido Comunista, como de costumbre, se posiciona contra esas acciones (5/12/74):
"Vivimos en un régimen capitalista y no en un régimen socialista. Las
empresas tienen propietarios. No corresponde a los trabajadores decidir quién
debe trabajar o no".
A
veces, las reivindicaciones son poco precisas y no negociables, señal de que
algo profundo está a punto de nacer: un deseo de cambiar la vida. La agitación
gana las calles y los barrios, en los que se generalizan las ocupaciones de las
viviendas vacías, bajo la mirada de los militares, cómplices del entusiasmo
popular.
No
hacía falta tanto para que la burguesía se volviera loca. En un primer momento,
se adhiere al poder militar y al primer gobierno provisional -de participación
comunista y socialista- que hace algunas concesiones, e instituye el salario
mínimo con el fin de calmar la situación. Pero los patronos comienzan a
despedir y a cerrar las empresas. Otros, ligados al antiguo régimen, emprenden
la huida. El miedo ha cambiado de bando
Rápidamente,
una nueva oleada de huelgas contra los despidos invade todos los sectores,
desde los servicios públicos hasta la metalurgia. Durante las primeras huelgas,
los militares han intervenido como mediadores, se han presentado como aliados
de los trabajadores ante los patronos, tratando de reducir los conflictos.
La
huelga de Correos, en julio de 1974, y sobre todo la huelga de la compañía
aérea TAP, en septiembre de 1974, marcan un giro en las relaciones entre los
trabajadores, los militares y la izquierda.
Por
primera vez desde el 25 de abril, los huelguistas descubren que hay unos
límites que no se pueden sobrepasar, los del interés general del sistema. En
junio, el ejército democrático dispara contra los presos de las cárceles de
Lisboa que se han amotinado para exigir una amnistía más amplia y, unos días
más tarde, los trabajadores de la TAP son sometidos al reglamento y disciplina
militares. Los cabecillas son detenidos e interrogados, se examinan las fotos
de los manifestantes con el fin de identificarlos y las batidas de la policía
en el extrarradio están a la orden del día. Los soldados que rechazan las
órdenes son detenidos.
Sin
vacilar, el Partido Comunista se pone del lado de los ganadores: "En
ningún país, ni los de las viejas democracias, se pueden permitir llamadas
abiertas a la deserción y la agitación dentro del Ejército" (Entrevista de
un dirigente del PC -Alvaro Cunhal-, Expresso, 22 de junio de 1974).
En
agosto, la ley elaborada por la izquierda restablece el derecho de huelga, pero
prohíbe las huelgas políticas. Es el momento escogido por el PC para lanzar una
feroz campaña anti-huelga: "No a la anarquía económica", "No a
la huelga por la huelga", "No a las huelgas irresponsables". Y
el jefe comunista Cunhal repite: "La huelga general conduce al caos".
Consciente del vacío dejado por el desplome de los antiguos sindicatos
fascistas, el Partido aprovecha la ocasión para crear un nuevo sindicato único:
la Confederación General de los Trabajadores Portugueses (CGTP).
El
enfrentamiento con las nuevas fuerzas del Estado, el ejército y los partidos de
izquierda radicalizan las luchas obreras. Las reivindicaciones se hacen
políticas, criticando explícitamente la idea del "interés general"
que impone la izquierda como límite para las luchas. La amplitud de la protesta
contra el orden capitalista desborda los muros de las empresas, rompe las
separaciones entre los diversos campos de agitación. En este momento preciso,
los estalinistas portugueses se ven incapaces de limitar la protesta a las
empresas y la separación entre lugar de trabajo y sociedad civil tiende a
desaparecer.
A
las manipulaciones políticas, los trabajadores responden con la
auto-organización y la democracia de base. El recurso a las asambleas se
generaliza, se forman comisiones de trabajadores que superan las divisiones
corporativistas de los nuevos sindicatos, compuestos de delegados elegidos y
revocables. El gran problema concreto, inmediato, es el de la coordinación de
los diversos organismos en lucha. Se da el paso: se crean dos coordinaciones.
La de Lisboa, la comisión interempresas, reagrupa la izquierda sindical. Pero
la voluntad de algunos militantes no podía colmar la pasividad de la mayoría de
los explotados. Así, adelantándose a las condiciones del momento, esas formas
de organización van a funcionar contra el objetivo buscado de autonomía.
Fuertemente influidos por las corrientes maoístas y otras formaciones de
vanguardia, se convierten en lugar de enfrentamiento burocrático, vaciándose
progresivamente de la participación de la base obrera. A pesar del carácter
"retrasado" de Portugal y de su aislamiento, que impidieron que un
proceso revolucionario pudiera desarrollarse hasta el final, estas
organizaciones autónomas siguen siendo la expresión de la radicalidad del
movimiento. Su corta vida impide que puedan tener una resonancia internacional.
Pero su actividad marcó definitivamente los meses más calientes de la
revolución de los claveles.
1975, la Izquierda
Revolucionaria y la Otra
A
comienzos de 1975, la situación económica sigue degradándose: las pequeñas
empresas cierran, el gran capital nacional privado se exilia y las
multinacionales están a la espera. El país vive una atmósfera de protesta
generalizada, mientras que el Estado se ve debilitado por la existencia de
varios centros de poder.
Los
trabajadores militantes están divididos. Los "realistas", que siguen
las consignas de los sindicatos controlados por el Partido Comunista, plantan
cara a los que se ven tentados por el radicalismo revolucionario, organizados
en varias comisiones de trabajadores. El éxito de la gran manifestación del 7
de febrero en Lisboa, organizada por la comisión interempresas, contra los
despidos y la represión capitalistas, la solidaridad manifestada por los
soldados encargados de proteger el Ministerio de Trabajo (controlado por los
comunistas) y la Embajada americana, muestran que esa corriente aumenta en su
influencia. Más que la presencia de los comunistas en el aparato del Estado, lo
que inquieta a los burgueses a partir de ahora es la radicalización de la
agitación social así como a los políticos y militares, garantes de los
intereses capitalistas del bloque occidental.
El
PC, por su capacidad de control y de represión del movimiento huelguista, se ha
impuesto en las instituciones. Por su parte, el PS no tiene medios de hacer
fuerza en el enfrentamiento social y se pone bajo la protección de la jerarquía
militar. Con la tentativa de golpe de marzo de 1975, las corrientes
conservadores tratan de derribar la tendencia del momento. Pero el compromiso
popular, el odio al fascismo son tales que los derechistas son barridos. Ese
fracaso -y el consiguiente reforzamiento de las corrientes de izquierda del PC-
abre la segunda fase de la revolución de los claveles, con la constitución de
un gobierno cercano a las posiciones de los comunistas.
Hasta
comienzos de 1975, el proletariado agrícola de los latifundios del Alentejo
-región situada en la mitad sur del país- permanecía a la espera, manifestando
su apoyo al PC. El primer gobierno provisional, por otra parte, se había
apresurado a legalizar los primeros sindicatos obreros agrícolas.
Durante
siglos, esos obreros habían sobrevivido a un sistema de trabajo temporero que
simbolizaba para ellos la explotación y la miseria capitalista. A pesar de las
intenciones anunciadas por los nuevos dirigentes de tener en cuenta una reforma
agraria, los grandes propietarios no cambiaron de actitud. Como siempre, los
obreros agrícolas se encontraron sin trabajo el invierno de 1974-1975. En un
primer momento, el descontento se expresó por medio de acciones directas
-incendios de cosechas y de bienes pertenecientes a los latifundistas- y los
grandes propietarios fueron blanco de atentados. A comienzos de 1975, las
primeras ocupaciones de propiedades surgieron espontáneamente, al margen de
cualquier iniciativa del reformismo y sus cuadros sindicales. Pero los obreros
agrícolas no dejaron de llamar al ejército para que resguardara sus acciones.
Dos
acontecimientos políticos -que traducen un cambio en las relaciones entre las
fuerzas sociales- van a acelerar el movimiento de ocupación de las propiedades:
el éxito de la manifestación de extrema izquierda obrera en Lisboa en febrero
de 1975, y al mes siguiente, el fracaso del golpe conservador. Durante los
primeros seis meses de ese año, el movimiento de ocupación se extiende a toda
la mitad sur del país, con la excepción del Algarve, región de pequeñas propiedades.
Si bien la lucha del proletariado rural no toma una forma explícitamente
política, de contestación anticapitalista, su objetivo es claramente derrumbar
las condiciones de propiedad existentes. Para conseguir los medios de vidas,
expropian los latifundios. Los ocupantes no dividen las tierras en parcelas
privadas, sino que organizan colectivamente el trabajo y la producción. Se
crean cooperativas por aquí y por allá, pero de manera general la nueva forma
de propiedad que se pone en marcha sigue siendo vaga.
No
se trata de que durante el verano de 1975 los sindicatos agrícolas vayan a
retomar el control del movimiento. En julio, el poder político interviene para
darle un marco legal. La ley de expropiación de tierras transforma el
movimiento de ocupación y de gestión colectiva de las tierras en reforma
agraria. El espíritu colectivista de los obreros agrícolas, que no habían
dividido los latifundios, facilita la tarea del Estado. A partir de este
momento, el Partido Comunista y los militares reprimen las "ocupaciones
salvajes, oportunistas e incluso antirrevolucionarias". Porque sobre el
conjunto de las propiedades ya ocupadas, una buena cuarta parte queda fuera del
campo de aplicación de la nueva ley… Para el PC, la reforma agraria ha sido
siempre concebida como una acción del Estado. Desde esta óptica, la
nacionalización de los latifundios es la respuesta de éstos a la
colectivización espontánea de la propiedad privada por parte de los obreros
agrícolas.
Y
aún más, para el PC, la reforma agraria es un punto fundamental del proyecto de
socialismo de Estado, cuyo fin es la reorganización de la producción agrícola y
el aumento de la productividad. Las propiedades ocupadas, cooperativas o
colectividades de producción, se convierten en Unidades Colectivas de
Producción (UCP) gestionadas por cargos comunistas según criterios de
rentabilidad económica, y se vinculan económicamente al Estado.
El
Partido Comunista toma así el control económico y político de esta región que
abarca la mitad sur del país. Pero, aunque el proletariado agrícola sigue
viendo la reforma agraria como una reapropiación de los medios de vida, el
aumento de la productividad y del rendimiento agrícola, programados por los
comunistas, encuentra una fuerte resistencia. Los obreros agrícolas han
aceptado sin quejas la nacionalización de las tierras colectivizadas, pero no
están dispuestos a someterse a criterios de rentabilidad capitalista, y a
plegarse al aumento de la productividad del trabajo mediante la reducción de la
fuerza de trabajo.
El Estado contra el
"Poder Popular"
La
institucionalización de la reforma agraria no fue un caso aislado. De marzo a
agosto de 1975, el gobierno de Gonçalves -que llevaba una política dirigista de
intervención en la economía conforme a su orientación comunista- trata de
normalizar la situación social. Para responder a las inquietudes populares ante
el paro, y bajo la presión del PC que encuentra en ello un medio de reforzar su
implantación en el Estado, el gobierno acelera el proceso de nacionalización de
empresas. Reglamenta sin parar, reprime movimientos, acciones o iniciativas
independientes, buscando un acuerdo con las fuerzas políticas de la derecha, y
de la Iglesia católica en particular. Por medio de financiaciones, y como lo
había hecho con la reforma agraria, el Estado sofoca las experiencias de
autogestión en la industria. En efecto, a partir del verano de 1974, y tras la
ocupación de numerosas fábricas abandonadas por los patronos, se puso en pie
una red de empresas en "autogestión", sobre todo en el textil. Esas
empresas siguieron funcionando según las leyes del mercado, incluso aunque
hubiera intentos de instaurar una mayor igualdad en los salarios, la rotación
de tareas y el cuestionamiento de la jerarquía. En efecto, los trabajadores y
las trabajadoras se limitaban a vender directamente al público las mercancías
producidas y no lograban su salvación sino gracias al trabajo extra y al
endeudamiento con el Estado. Al margen de una experiencia limitada de
autogobierno de empresa, y en ausencia de una ruptura con la lógica
capitalista, la autogestión se había transformado en auto-explotación.
En
un año, el PC ha pasado de ser un grupo clandestino a ser una fuerza política
dominante en el Estado, una fuerza nada comparable con su implantación social.
En la administración pública y las grandes empresas, en los ministerios, sus
militantes o compañeros de viaje ocupan puestos de responsabilidad. Esta rápida
ascensión y esa ansia de poder cristalizan miedos antiguos y hacen nacer una
nueva hostilidad. Naturalmente, el Partido es rechazado por los sectores
conservadores de la población sometidos al dominio de los notables, los
caciques locales y la Iglesia, que conspiran abiertamente. Pero su actitud
arrogante en el aparato del Estado y en los sindicatos, sus campañas
productivistas de puro estilo estalinista y su oposición a los movimientos de
huelga, son todas acciones que apuntan a los trabajadores más combativos.
Se
organiza una nueva corriente, denominada de "Poder Popular".
Reivindican una alternativa al poder cada vez mayor del PC y se han implantado
en las zonas urbanas de Lisboa, Setúbal y Oporto, en torno a algunas comisiones
de trabajadores o de habitantes de barrios pobres, y comités de soldados,
organizaciones aparecidas en el verano de 1975. Si bien las concepciones
vanguardistas del maoísmo dominan, las
ideas de un socialismo no autoritario comienzan también a manifestarse.
En
abril de 1975 tiene lugar en Lisboa el Congreso de Consejos Revolucionarios,
por iniciativa de un pequeño partido que preconiza el reforzamiento de los
vínculos horizontales entre organizaciones unitarias de base. Blanco de las
fuerzas reaccionarias, que lo atacan, el Partido busca momentáneamente una
alianza con la extrema izquierda y las organizaciones del "Poder Popular",
para cambiar de opinión rápidamente y ponerse del lado de los militares
conservadores que preparaban el golpe del 25 de noviembre de 1975. La posición
de la dirección del Partido se siente responsable. En realidad, el
aplastamiento de las corrientes izquierdistas por parte del Ejército no hizo
sino cumplir los designios técnicos de los comunistas. "La actitud firme del
Partido frente a una situación política y contra las acciones aventureras ha
contribuido mucho a que el levantamiento militar del 25 de noviembre no haya
desembocado en levantamientos en masa que muchos aventureros
pseudo-revolucionarios hubieran deseado provocar y que habrían tenido trágicas
consecuencias para el movimiento obrero y popular". Con ese reajuste de
último momento, el reformismo negocia su supervivencia política en la nueva
situación. En el lenguaje estereotipado marxista-leninista, "salvar el
movimiento obrero y popular" significa salvar la organización.
Los últimos focos
de la agitación social
El
25 de noviembre de 1975, un segundo golpe de Estado militar restaura la
autoridad central del Estado, neutraliza los centros de poder de la izquierda
militar. Lo fácil de la operación demuestra que las fuerzas militares, de las
que se decía que estaban en manos de comités de soldados así como de grupos de
extrema izquierda formados en el activismo y poseedores de armas, no era más
que una bravata.
Las
organizaciones de "Poder Popular" demostraron ser impotentes. Las
luchas políticas incesantes, las divisiones, habían terminado por desgastar a
los militares, vaciando a las organizaciones de toda iniciativa y de
imaginación. En un movimiento social agotado, las autoproclamadas estructuras
del poder militar revolucionario no eran más que conchas vacías.
Es
importante desentrañar lo que durante dos años fue el producto de prácticas
rígidas del vanguardismo, y lo que fue fruto de la acción autónoma de luchas,
las experiencias de autogobierno. Las acciones directas, las ocupaciones de
fábricas, la coordinación de las organizaciones autónomas, las expropiaciones
de tierras y viviendas, las tentativas de gestión colectiva de la producción y
el intercambio de bienes, la liberación de la palabra y del pensamiento
crítico, todo ello vincula la "revolución de los claveles" a las
corrientes modernas de emancipación social. Buscando respuestas a los problemas
del momento, los trabajadores más combativos se enfrentaron al Partido
Comunista y comprendieron la necesidad de construir un nuevo contenido para la
idea del socialismo. El concepto recién nacido durante ese movimiento, no
partidista, simboliza bien ese paso subversivo.
El
fracaso de la "revolución de los claveles" significa la victoria de
la transición democrático-burguesa. La clase dirigente portuguesa podrá
liquidar los arcaísmos del salazarismo y crear las bases de un nuevo ciclo de
explotación del trabajo. Portugal está maduro para aportar su granito de arena
al edificio europeo. Terminaron los días en los que "la poesía está en la
calle", por emplear la expresión del pintor Vieira da Silva. A partir de
ahora, será el día a día de la grisura y la náusea de la política
insignificante, con su cortejo de mediocridades, de corrupciones, de sinvergüencerías,
de oportunismo y la violencia corriente en las condiciones de vida, del trabajo
y del no trabajo.
¡Que la Historia Nos Aclare el Pensamiento!
Colectivo Acción Directa CAD - Chile
Abril 25 de 2016
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