Hitler y enfervorizados seguidores en la cervecería Bürgerbräukeller, 27/2/25 |
Por ello, no resulta extraño que el asesino de la diputada
laborista inglesa Jo Cox la atacase profiriendo gritos ultranacionalistas
“Con Hitler, en la cervecería”
Por Xavier Terrades
La extrema derecha
europea se reorganiza, se pone al día, actualiza su discurso, intentando
aumentar su influencia entre los ciudadanos arrojados a las cunetas sociales
por la nueva voracidad capitalista, que, mientras despoja derechos, impone
salarios de hambre, condena a los jubilados a pensiones miserables, limita
huelgas, intenta destruir los sindicatos obreros, extiende también las ráfagas
del miedo al futuro, arrebatando a inmigrantes y refugiados la condición de
víctimas objetivas de las guerras capitalistas y de la acción imperial de
Estados Unidos y sus aliados europeos, para otorgarles la máscara infame de invasores que llaman a las puertas de
Europa, de musulmanes terroristas y de africanos indeseables. Y esos nuevos
destacamentos fascistas empiezan a cubrirse, en todo el continente, con las
banderas de cada país: porque ellos son los verdaderos griegos, los auténticos
finlandeses, los legítimos alemanes, los acreditados franceses, los innegables
austriacos.
En
Hungría y en Polonia, en Dinamarca y en Holanda, en Austria y en Finlandia, en
Estonia y en Eslovaquia, en Lituania y en Grecia, en Letonia y en Alemania, la
extrema derecha aumenta su influencia, indagando en los fermentos del miedo y
de las viejas identidades patrióticas para construir un nuevo lenguaje que les
permita acumular el patrimonio del espanto ante la nueva pobreza, y del miedo
ante la invasión de gentes extrañas que esperan ante las fronteras de Europa.
La Polonia de Kaczyński se apodera de todos los resortes del país, y,
fiel atlantista, introduce en las escuelas polacas la rectitud sombría del
catolicismo más estricto, represor y penitente, junto a la nueva sabiduría de
la bondad de la OTAN, para que los niños polacos aprendan que la seguridad
depende de la posesión de las armas, del discurso guerrero que postula acumular
más soldados en el Este; que el patriotismo pasa por acoger tropas extranjeras,
soldados norteamericanos que harán frente a la eterna amenaza de Moscú.
Los
niños polacos ya tienen los materiales escolares para acoger a la OTAN, para
aprender a querer a los marines, para estar en guardia permanente y
alejar para siempre la tentación de la vieja comuna polaca, como
califica la extrema derecha de Kaczyński a los años socialistas en
Polonia. Las librerías tienen también esos materiales, y los maestros deberán
llenar de patriotismo los días escolares, hacerles comprender que las armas son
imprescindibles, enseñar a los niños que la soberanía polaca requiere tener en
casa a esos extraños militares del otro lado del mundo. Esa es la nueva garra
fascista, que empieza a mostrarse en Polonia.
Pero
no es sólo Polonia. En todos los países europeos, los nuevos fascistas se
visten con los ropajes patrióticos, aunque la historia de cada país y las
rencorosas obsesiones impongan diferencias. La extrema derecha polaca es
patriota, pero también servil a Washington; en cambio, otros movimientos
enarbolan el patriotismo exclusivo, como hacen Marine Le Pen y el Frente
Nacional en Francia, cuyo articulado discurso se apropia incluso de
reclamaciones históricas de la izquierda, y lanza demagógicas soflamas contra
la Europa liberal, instalando en el debate público francés que la alternativa
política a esta insuficiente, mezquina y gangrenada Unión Europa en manos de la
plutocracia, no es la izquierda sino la extrema derecha que se apodera de la
bandera del país. Le Pen huye de los tópicos tradicionales del fascismo y de
los nazis, de las banderas con esvásticas y de las marchas con el saludo
romano, y se ofrece a Francia como la solución a los males que llegan desde
Europa y desde una globalización capitalista que ha aplastado a millones de
ciudadanos franceses. En otros lugares, como en los países bálticos, como en Ucrania,
los nazis desfilan con sus estandartes, protegidos por los gobiernos, pero una
parte del movimiento fascista también se apresta a adoptar un nuevo lenguaje,
mirándose en Le Pen y en la poderosa extrema derecha del norte de Europa, que
cuenta con sólidos apoyos electorales.
Ese
es el nuevo escenario, aunque esos nacientes movimientos fascistas, nazis, se
dan a veces de bruces con su propia historia: la Alternativa para Alemania
(AfD), la nueva extrema derecha teutona, se reunió hace unas semanas en la
cervecería Hofbräukeller de Múnich, en la Wiener Platz, un lugar
venerado por el nazismo alemán, porque allí inició Hitler su irresistible
ascensión al poder, allí hizo su primer discurso público, y empezaron a
desfilar los patriotas para, unos años después, cruzar el puente de Maximiliano
sobre el río Isar y llegar a la Odeonsplatz durante el Putsch de
Múnich que, pese a su fracaso, pondría las bases para su llegada a Berlín.
Es
apenas un aviso, que ha pasado inadvertido para casi todos, pero esos nuevos
patriotas que desfilan por toda Europa con las enseñas y banderas nacionales,
acaban siempre extrayendo las esvásticas de los matorrales del odio, terminan
siempre tejiendo las camisas pardas, aventando el sudor agrio de los hombres
con correajes, tomando cerveza en la Hofbräukeller de Hitler.
Colectivo Acción Directa Chile –Equipo
Internacional
Junio 18 de 2016
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