En Radio Universidad de Chile –public. 20/6/16
“La única
manera de aumentar el mínimo de poder es usar el mínimo de poder. Vamos a
admitir que tú tienes solamente un metro de espacio, si no lo ocupas, el poder
mayor te ocupa ese metro” -Paulo Freire
La frase no es parte
de un libro. Es algo que el educador dice en una entrevista televisiva
realizada en castellano que se encuentra fácilmente en Internet. Es bueno eso. No sólo leer los libros sino
también ver y oír a algunos grandes pensadores, algunos grandes hombres de
acción de otros tiempos. Paulo Freire (1921-1997) fue ambas cosas. Aunque entre
sus múltiples enseñanzas está la que consiste en cuestionar falsas dicotomías:
pensar y actuar no son actividades diferentes sino elementos indisociables de
un solo y mismo quehacer.
Si
algunos de los lectores del diario no estuvieran familiarizados con su
pensamiento hay una buena noticia. Las obras completas del educador brasileño
fueron puestas a disposición del público en libre acceso. Es un gran aporte a
la educación de todos. Porque sin duda, aunque en otro mundo posible, Paulo
Freire debería ser lectura indispensable (indispensable pero no “obligada”). No
solamente para quienes se destinan al oficio de educar sino a cualquier oficio.
Hay algo en Freire y eso se advierte en cualquier libro, en cualquier página,
en cualquier párrafo, que le habla directamente a la persona, hombre o mujer,
algo como un conjuro, un llamado que dice una sola cosa: “no hay que perder la
confianza”.
Esa
es la obra. La obra que unos junto con otros debemos realizar: trabajar en las
condiciones de la restauración de la confianza perdida. O mejor, en los
términos de Freire, debemos educar la esperanza.
Había
que tener coraje para hablar así, atravesar el siglo XX, vivir sus vicisitudes,
dejar de lado una carrera de abogado, optar por trabajar como maestro, elegir
permanecer entre los más pobres, ir encarcelado por lo mismo, conocer el
exilio, llegar a Chile, trabajar acá, pensar acá lo que podía ser una pedagogía
del oprimido (“del” y no “para”), discutirla, escribirla, publicarla (en todos
los países que recorrió antes que en el suyo), defenderla, ponerla a prueba,
asistir a todos los acontecimientos contenidos en la expresión “siglo XX” y, a
los 70 años, escribir un libro llamado “Pedagogía de la esperanza”… que en sus primeras páginas dice así:
“Debe
haber un sinnúmero de personas que piensan como un profesor universitario amigo
mío que me preguntó asombrado: ‘¿Pero cómo, Paulo, una Pedagogía de la
esperanza en medio de una desvergüenza como la que nos asfixia hoy en Brasil?’
Es que la ‘democratización’ de la desvergüenza que se ha adueñado del país, la
falta de respeto a la cosa pública, la impunidad, se han profundizado y
generalizado tanto que la nación ha empezado a ponerse de pie, a protestar. Los
jóvenes y los adolescentes también salen a la calle, critican, exigen seriedad
y transparencia (…)”.
Acotación:
cualquier parecido con otras situaciones aquí y ahora, no es mera casualidad.
Sigue la cita:
“(…)
No soy esperanzado por pura terquedad, sino por imperativo existencial e
histórico. Esto no quiere decir, sin embargo, que porque soy esperanzado
atribuya a mi esperanza el poder de transformar la realidad (…) Mi esperanza es
necesaria pero no es suficiente. Ella
sola no gana la lucha, pero sin ella la lucha flaquea y titubea (…). Una de las
tareas del educador o la educadora progresista, a través del análisis político
serio y correcto, es descubrir las posibilidades –cualesquiera que sean los
obstáculos– para la esperanza, sin la cual poco podemos hacer porque
difícilmente luchamos, y cuando luchamos como desesperanzados o desesperados es
la nuestra una lucha suicida, un cuerpo a cuerpo puramente vengativo”.
Impacta
que Paulo Freire haya escrito estas páginas a los 70 años, así como impacta
escuchar a jóvenes de 20, 30 años, o adultos de 40 años, sostener discursos que
apuntan hacia otro lado. Discursos de la desolación, sin duda justificados,
ante las terribles violencias y sinvergüenzuras de las que somos testigos todos
los días.
¿Será
que la esperanza nace de la lucha? ¿Será que sólo el que luchó, cayó, sufrió,
volvió a levantarse y a caer y a levantarse, puede tener esperanzas? ¿Será que
la esperanza es el premio –el único premio– al que pueden aspirar los
luchadores que nunca jamás se dan por vencidos? ¿Será que la desesperanza es lo
propio de quién no ha jugado todas sus cartas todavía? ¿De quienes no han
entrado todavía en franco y abierto combate? ¿Será que los que no tenemos 70
años, no estamos encarando correctamente nuestros combates?
Repito
y le pido al viejo maestro que acompañe, que ayude a seguir pensando la cosa:
“La única manera de aumentar el mínimo de poder es usar el mínimo de poder.
Vamos a admitir que tú tienes solamente un metro de espacio, si no lo ocupas,
el poder mayor te ocupa ese metro”.
En
la última columna hice mención a otros escenarios posibles. Escenarios pequeños
donde de pronto una persona –una sola persona– a través de su acción es capaz
de ir generando la concientización, la acción y la puesta en relación de otros.
No ignoro que la idea de “pequeños escenarios” molesta. Es cierto: parece ser
que no alcanza. Que no hay forma de que alcance. Lo que yo quiero señalar
cuando me refiero a ellos y lo preciso porque me parece necesario que se
entienda el punto, es esto: no hay porqué elegir. No hay una sola escala de la
política. Existe una pluralidad de escenarios posibles. Toda una gama entre el
más pequeño (la vereda donde una ama de casa es capaz de poner en movimiento a
toda la cuadra y a todo un barrio) hasta el más grande (entre los cuales las
casas de gobierno y los congresos donde trabajan nuestros irresponsables
políticos – con las necesarias excepciones y salvedades).
En
la medida en que todo indica que, en esta coyuntura que estamos viviendo, las
formas tradicionales y rutinarias de hacer política, nos han transformado en
ciudadanos ineficaces, incapaces de generar cambios significativos en la
orientación de quienes gobiernan –o solamente capaces de transformar para
peor–, es obligación (no veo cómo plantearlo de otra forma), es obligación, o
debería serlo, identificar la escala en la que sí podemos algo, los escenarios
en los que sí podemos algo. O sea, plantearse también: ¿quién puede qué? ¿Dónde?
¿Con quién? Y como dijera el maestro: ¿a favor de qué? ¿Contra qué?
Sin
duda Paulo Freire puede seguir acompañando éstas y otras reflexiones. Acciones
que todavía podríamos cometer.
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