Dany, 'El Rojo', al centro y de puño en alto |
"Seamos realistas, pidamos lo imposible"
El Colectivo Acción Directa de
Chile trae al presente un fragmento del interesante texto de Daniel
Cohn-Bendit "El Izquierdismo: Remedio a la enfermedad senil del comunismo".
Cohn-Bendit o 'Dany el Rojo', fue uno de los líderes del épico levantamiento
popular de 'Mayo del 68' francés, en donde se conjugaron las demandas, las
luchas y los sueños de los trabajadores y los estudiantes de todo un país. A 49 años de aquella renovadora expresión del poder del pueblo, queremos
reinterpretar nuestro presente, preñado de los esfuerzos de recuperación de nuestro movimiento popular, a la luz de algunas de las enseñanzas
que aquella otra experiencia transformadora nos dejara
EL IZQUIERDISMO, REMEDIO A LA
ENFERMEDAD
SENIL DEL COMUNISMO.
DANIEL COHN-BENDIT
Colección Norte Autores Daniel
Cohn-Bendit, Editor Grijalbo,
1969, Nº de páginas 323 páginas.
“La historia del izquierdismo se
identifica, para nosotros, con lo que de revolucionario hay en el movimiento
obrero. Marx fue izquierdista con
respecto a Proudhon, y Bakunin lo fue con respecto a Marx. Lenin fue izquierdista en su oposición a la
socialdemocracia reformista, así como, durante la revolución de 1917, con
respecto a sus propios Comité Central y Politburó.
Después de la revolución de 1917, “la oposición obrera” (desviación izquierdista en el seno del partido bolchevique) representó lo más revolucionario del partido (ejemplo: el anarquista Makhno, en Ucrania, contra los bolcheviques).
Después de la revolución de 1917, “la oposición obrera” (desviación izquierdista en el seno del partido bolchevique) representó lo más revolucionario del partido (ejemplo: el anarquista Makhno, en Ucrania, contra los bolcheviques).
La historia del izquierdismo se prolonga
hasta nuestros días gracias a la crítica constante de cuanto se hace y dice en
el movimiento obrero. Por lo demás, esta
historia no nos parece que afecte mucha a esa otra, falsa y carente de interés,
de la oposición anarquistas-marxistas.
“Lenin ha repetido más de una vez que las masas están mucho más a la
izquierda que el Partido, del mismo modo que éste lo está mucho más que su
Comité Central” (Trotsky, Historia de la revolución rusa).
La historia del izquierdismo ha
desempeñado un importante papel en las jornadas de mayo-junio en París. ¿Qué es hoy lo auténticamente
izquierdista? ¿La IV Internacional ,
la
Internacional Situacionista o la Federación Anarquista ? El izquierdismo es todo lo nuevo que había en
el pasado y que siempre ha sido derrocado por lo viejo de ese pasado. Nosotros integramos eso nuevo a nuestro
presente, desarrollándolo y ampliándolo con objeto de no autoahogarlo en
nuestro propio movimiento, y lo hacemos porque hoy también existe lo viejo.
¡Dejemos que los muertos entierren a los muertos!
Las transformaciones y la evolución de
la crítica izquierdista responden, por una parte a la evolución y
transformación de la sociedad capitalista, y por la otra a la evolución y
transformación de la revolución rusa en contrarrevolución burocrática mantenida
y defendida, fuera de la URSS ,
por los distintos partidos comunistas.
Por lo tanto, no consideramos que el Partido Comunista Francés se
equivocara, cometiera errores o traicionara durante las jornadas de mayo-junio,
sino que simplemente actuó en función de sus intereses burocráticos en tanto
que Partido, y de los –no menos burocráticos- de la URSS , en tanto que Estado.
Para muchos todo esto no será otra cosa
que trivialidades, a pesar de que para el conjunto del movimiento obrero no
llegan a ser ni eso. Sin embargo, en
nuestra opinión, la condición necesaria para que renazca un movimiento revolucionario
es que le movimiento obrero realice la experiencia de esas trivialidades y
nuestra labor se concreta en la formulación de las mismas, con el fin de
activar su difusión.
La acción revolucionaria no es
solitaria: esta acción que tiende a transformar la sociedad, solamente puede
ser efectuarse en un marco colectivo que, naturalmente, tiende a
extenderse. Del mismo modo, la actividad
revolucionaria –colectiva y siempre intentando serlo mucho más- implica
necesariamente una cierta organización.
Lo que nosotros impugnamos no es la necesidad de organizarse, sino la de
la dirección revolucionaria, la de la constitución de la constitución de un
partido.
Los análisis del fenómeno burocrático
están en el origen de nuestras tesis. La crítica de las organizaciones obreras
francesas nos permite descubrir que éstas son algo más que malas direcciones
necesitadas de corrección de errores o de denuncia de traiciones, y que de
hecho participan en el sistema de explotación en tanto que fuerza encuadradora
de la fuerza de trabajo. También descubrimos que existen tendencias
burocráticas a escala mundial, para las que la creciente concentración del
capital y la cada vez más extendida intervención del Estado en la vida
económica y social, aseguran un nuevo estatuto a las capas cuyo destino ya no
está vinculado con el capital privado.
Esos análisis corren, o deberían correr,
parejos con un estudio sobre la naturaleza del bolchevismo. Y a pesar de que
solamente sea posible efectuar la siguiente comparación con muchas reservas
–pues solamente será válida desde cierta perspectiva-, los grupúsculos
marxistas-leninistas de tipo bolchevique (trotskistas o pro-chinos) sólo ven en
el proletariado una masa a dirigir, al igual que el PCF. Así pues, esta relación que los partidos
mantienen con los trabajadores la volveríamos a encontrar, transpuesta al
interior de las organizaciones, entre el aparato de dirección y base. La división entre dirigentes y simples
militantes es una norma. La democracia
se fundamenta en el principio de la ratificación, y como consecuencia, al igual
que en la lucha de clases predomina el punto de vista de la organización, en la
lucha en el seno del partido es el punto de vista del control de la
organización el decisivo. Del mismo modo
que la lucha revolucionaria se confunde con la lucha del partido, ésta se
confunde con la lucha manejada por el buen equipo.
La crítica que se le puede hacer al
bolchevismo no es ni de orden psicológico ni de orden simplemente moral, sino
que es sociológica y no se asienta en conductas individuales, sino que concierne
a un patrón de organización social cuyo carácter burocrático es tanto más
notable cuanto que no siempre está determinado directamente por las condiciones
materiales de explotación.
La argumentación esencial a favor de la
constitución de un partido revolucionario se basa en el Qué hacer de hacer de Lenin, donde se considera con el
proletariado, no pudiendo acceder por sí mismo a la conciencia científica de la
sociedad, tiende espontáneamente a someterse a la “ideología imperante, es
decir a la ideología burguesa”. La empresa esencial del partido es sustraer al
proletariado de esta influencia, aportándole una enseñanza política que
solamente puede ser impartida desde el exterior del marco de su vida
cotidiana. Además, Lenin demuestra que
la organización proletaria debe, para ser superior a la de su enemigo de clase,
combatirla en su propio terreno: profesionalización de la actividad
revolucionaria, concentración rigurosa de las tareas, especialización de las
funciones de los militantes…Consecuencia implícita de ello es que el partido,
garantizada la validez de su programa por el solo hecho de que las masas lo
apoyan, se encuentra naturalmente destinado, si no a ejercer el poder, sí por
lo menos a participar en él.
Tales ideas son incompatibles con la
crítica de la burocracia y con la afirmación de la autonomía de las masas.
La política no es materia que se pueda
enseñar: es más bien algo que debe explicitarse como inscrito en la lista de
tendencias de la vida y la conducta de los obreros. Pero esta idea conduce a trastornar la imagen
de la actividad del militante, que ya no es “el tribuno popular” que sabe
aprovechar la menor ocasión para “exponer delante de todos sus convicciones socialistas
y sus reivindicaciones democráticas” (como pretendía Lenin: Qué hacer), sino que es alguien que,
partiendo de una crítica o de una lucha de los trabajadores en un sector
determinado, intenta formular su capacidad revolucionaria, mostrar cómo ésta
encausa el hecho mismo de la explotación y, por lo tanto, extenderla. En este caso, el militante aparece como
agente y no como dirigente.
De hecho, si se afirma la necesidad del
partido, si se sostiene tal afirmación en que el partido detenta el programa
socialista y se caracteriza a la autonomía de los organismos forjados por los
trabajadores según el criterio de su acuerdo con dicho programa, entonces el
partido se ve naturalmente destinado a ejercer –antes y después de una
revolución- el poder, todo el poder real de las clases explotadas.
Así pues, la democracia no está pervertida
no está pervertida por malas normas organizativas, sino por la existencia misma
del partido. La democracia no puede
realizarse en el seno del partido porque éste no es , en sí mismo, un organismo
democrático (es decir, el organismo representativo de las clases sociales que
pretende ser). Lenin comprendió
perfectamente que el partido es un organismo artificial –fabricado al margen
del proletariado-, que será bueno cuando esté sostenido por las masas y malo cuando
éstas no lo acaten; pero sus preocupaciones no pasaron de ahí, hasta el punto
de que en El Estado y la Revolución ni
siquiera aborda el problema de la función del partido: “el poder revolucionario
es el pueblo en armas y sus consejeros que lo escoltan”. Para Lenin, el partido no tiene más
existencia que la de su programa, que es precisamente el poder de los
soviets. Pero nosotros, que descubrimos
en el partido a un instrumento privilegiado de formación y selección de la
burocracia ( y sancionado por la experiencia histórica), no podemos menos que
proponernos relegar ese tipo de organización.
Porque intentar conferirle atributos democráticos incompatibles con su
esencia es caer en una mixtificación de la que Lenin no era víctima; es
presentarlo como organismo legítimo de las clases explotadas u concederle un
poder mucho mayor del que jamás pudo soñar en el pasado.
¿Cuál es, pues, la concepción de la
actividad revolucionaria que estamos empeñados en defender? La resultante de lo que los militantes no
son, ni pueden ni deben ser: una dirección.
Los militantes son una minoría de elementos activos provenientes de
capas sociales diversas, agrupados en razón de un profundo acuerdo ideológico,
y que se dedican a luchar, a contribuir al desarrollo de la lucha, a disipar
las mixtificaciones mantenidas por las clases y burocracias dominantes, a
propagar ideas como la de que los asalariados, si quieren defenderse, se ven
apremiados para asumir su propia suerte a escala de la sociedad, y que esto es
el socialismo.
La madurez política se desarrolla a
través de la experiencia y dentro de la acción.
La acción de las minorías activas no puede tener otros objetivos que el
mantenimiento, la suscitación o la clarificación de las luchas contra el
sistema. En ningún caso se trata de
constituir un grupo de presión en el interior o al margen de las organizaciones
del movimiento donde ha de situarse su intervención, siempre abierta y pública.
Los meses de mayo-junio vieron el
nacimiento de una floración de comités de acción o de base en las empresas, que
al margen de las estructuras esclerotizadas del sindicato, intentaban unificar
la lucha de los asalariados de la empresa, superando las divergencias entre las
distintas burocracias sindicales que no son, ni pueden ser, las divergencias
profundas entre los propios asalariados.
A partir de esto, consideramos poder afirmar que la dimensión de la
lucha cuyas bases fueron establecidas durante este período, alcanzará en lo
sucesivo un estadio superior con la revolucionarización de determinados grupos
obreros en particular y asalariados en general.
Es absurdo y romántico considerar la Revolución , con “R”
mayúscula como la resultante de una acción única y decisiva. El proceso revolucionario se forja y se
refuerza cotidianamente contra el aburrimiento del paisaje capitalista, que nos
impide, no solamente ver que “bajo los adoquines está la arena…”sino también
que la arena está por todas partes: en nosotros, en los lugares de trabajo y en
nuestras relaciones con los demás.
Todo movimiento revolucionario coherente
debe partir del simple hecho de que ninguna forma de organización que se dé a
sí mismo puede estar en contradicción con el proyecto revolucionario. Debe encontrar formas y estructuras de
intervención que se definan y creen en la acción, encausando perpetuamente esos
elementos para no dejar que cuajen formas absolutas.
Todo comité de acción, movimiento más
amplio o comité de base debe funcionar sobre algunos principios inmutables
entendidos como condiciones básicas para una transformación de la vida. A saber: 1)el reconocimiento de la pluralidad
y diversidad de las tendencias políticas en la corriente revolucionaria,
proposición ésta que nos obliga a reconocer la acción autónoma de un grupo
minoritario como legítima y necesaria (cualquier pluralidad del espíritu debe
realizarse en la práctica social para que se convierta rápidamente en
trivialidad básica, reconocida por todos); 2)la revocabilidad de los delegados
y el poder efectivo de las colectividades; es decir, que cualquier labor
parcelaria debe ser constantemente encausada y transformada por todos, con
objeto de abolir la idea tecnocrática de los especialistas y de la
especialización de la revolución: 3)la circulación permanente de las ideas y la
lucha contra el acaparamiento de la información y el saber; 4) la lucha contra
todas las formas de jerarquización; 5) la abolición en la práctica de la
división del trabajo (abatir las barreras entre el trabajo intelectual y el
manual, y derrocar la división sexual del trabajo); 6)la gestión por los
asalariados de las empresas donde trabajan, acción ésta que por el momento no
puede sino ser espontánea, pero que debemos preconizar como una de las
posibilidades revolucionarias; 7)proscribir en la práctica las tentaciones
judeo-cristianas (como la abnegación y el sacrificio) y comprender que la lucha
revolucionaria sólo puede ser un juego en el que todos experimentan la
necesidad de jugar.
La represión –que se hace y se hará
tanto más violenta cuanto mayor sea el impacto del movimiento revolucionario en
la sociedad- necesita formas de acción que desbaraten a la máquina
represiva. Si pedimos la autorización de
los grupos de extrema izquierda prohibidos, y si continuamos luchando para
conseguirla, ello sólo es con el fin de
acelerar su descomposición y disolución por el mismo movimiento revolucionario.
Debemos imponernos, como labor esencial,
continuar agitando las estructuras burocráticas tradicionales, tanto al nivel
de las instituciones como al de la llamada representación de los trabajadores o
de los revolucionarios. Nadie puede
representar a otro.
Crear uno, dos, tres movimientos de
enfrentamiento, politizar todas las estructuras de la sociedad, servirse de
todas las miniinstituciones existentes para hacer entrar definitivamente la
política en la vida (es decir, para despolitizar la vida)…La multiplicación de
los centros de contestación descentraliza la vida política y convierte en
ineficaz a la represión. Cualquier
acción que responda con la misma moneda a las tentativas de intimidación del
poder, sólo puede tener efectos benéficos para todos. Quebrar
el aislamiento de las luchas es luchar en todas partes, es no crear la
organización mesiánica que es el partido dirigente. La coordinación de las luchas debe hacerse
–sería imposible de otro modo- a partir de acciones prácticas, y el intercambio
de información debe efectuarse con la ayuda de circulares y tribunas, e incluso
un periódico cuya responsabilidad de redacción será asumida por un grupo
autónomo distinto para cada número.
Si de lo que se trata, para las minorías
activas, es de hacer saltar los cerrojos de las superestructuras sociales, no
debemos perder nunca de vista que la autoemancipación de los explotados tiene
por corolario absoluto la autoorganización en la acción, la cual desemboca en
la autodefensa contra el poder represivo.
El movimiento revolucionario debe reconsiderar por sí mismo su acción,
con objeto de obtener las oportunas lecciones de ello. El tipo de organización que proponemos no
puede estar ni a la vanguardia ni a la retaguardia de las luchas, sino en su
seno. Para nosotros, sin embargo, no
puede ser cuestión de construir la Organización con una “O” mayúscula, sino de
facilitar la creación de una multitud de centros insurreccionales –ya sean un
grupo ideológico, un grupo de instituciones o una banda de “blousons noirs” politizando su acción- ,
discrepando radicalmente de la vida atomizada.
Todo grupo debe abolir la noción de
interior y de exterior para acabar con el sectarismo “honesto” basado en un
radicalismo coherente. Todo grupo debe poseer
su propia forma de expresión e información, integrado al exterior en la vida
del grupo, y permitiendo de ese modo que una forma de expresión generalizada
sea la suma coordinadora de la autonomía de las colectividades activas.
Los sucesos de mayo-junio han hecho
resaltar la fragilidad de las superestructuras de la sociedad ante los ojos de
todos.
Es cuestión de comprender que la
burocratización no disminuye la división de la sociedad, sino que, al
contrario, la agrava a la vez que la complica.
El sistema funciona en interés de la minoría que está en la cumbre, y la
jerarquía no suprime, ni podrá hacerlo jamás, la lucha de los hombres contra
esta minoría y sus normas. Los
asalariados (ya sean obreros, calculadores o ingenieros) no podrán liberarse de
la alienación y de la opresión, a menos que derriben al sistema suprimiendo la
jerarquía e instaurando la gestión colectiva e igualadora de la
producción. Mientras esperamos, la única
diferenciación que tiene alguna importancia práctica verdadera es la que existe
a casi todos los niveles de la pirámide, entre aquellos que aceptan al sistema
y aquellos otros que, en la realidad cotidiana de la producción, lo combaten.
La revolución “anticipada” de 1968 nos
permite entrever un nuevo desarrollo del proceso revolucionario. Las luchas de los sectores privilegiados
(como la Universidad ,
la información e incluso el cine), suscitan una combatividad a todos los
niveles de la pirámide. Esta fracción, a
menudo joven, de la población arrastra a la lucha, desbloqueando los cerrojos
ideológicos, a la masa de los asalariados.
La crisis de la cultura capitalista y la descomposición de los valores
(en el sentido más amplio) y de su correspondiente personalidad humana, deben
ser analizados sin olvidar ni un instante que la “sociedad no es ni puede ser
una sociedad sin cultura”.
La consideración fundamental del
capitalismo y los múltiples procesos de conflicto, se traducen y se traducirán,
mientras esta sociedad exista, en crisis de naturaleza múltiple, en rupturas
del funcionamiento regular del sistema.
Hemos vivido un momento de ruptura desencadenado de una forma verosímil
por la crisis de la “cultura” de la “vida” capitalista. En estos períodos de lucha, los explotados
transforman la realidad y, sobre todo, se transforman a sí mismos, de tal
suerte que cuando esta lucha prosiga no puede hacerlo si no es a un nivel
superior. La maduración de las
condiciones del socialismo no puede ser jamás una maduración objetiva (pues
ningún hecho tiene significación fuera de una actividad humana, y querer leer
la certeza de la revolución en los simples hechos no es menos absurdo que
pretender leer en los astros), ni tampoco una maduración subjetiva en el
sentido psicológico. Los trabajadores de
hoy están lejos de tener explicita conciencia de la historia de estas
lecciones, que es una maduración histórica (es decir, la acumulación de las
condiciones objetivas de una conciencia adecuada, acumulación que solamente
puede ser producto de la acción de las clases y los grupos sociales), y que no
está gobernada por ninguna ley (lo cual, aun siendo probable, nunca será
fatal). La burocratización de la
sociedad plantea explícitamente el problema social conocido: el de la gestión
de la sociedad. Pero ¿para quién y con
qué medios? En tanto que el problema
“económico” primario ve disminuir su importancia, el interés y las
preocupaciones de los asalariados podrán inclinarse hacia los verdaderos
problemas de la vida en la sociedad moderna, hacia las condiciones y la
organización del trabajo, hacia el sentido mismo del trabajo en las condiciones
actuales, hacia los demás amplios aspectos de la organización social y de la
vida de los hombres.
A todo esto es necesario añadir otro
“todo” también importante: la crisis de la cultura y de los valores tradicionales,
que plantea cada vez más a los individuos el problema de la orientación de su
vida concreta, tanto en el trabajo como en sus restantes manifestaciones
(relaciones con la mujer y los hijos, con los demás grupos sociales, con tal o
cual actividad “desinteresada”…), y también el de su circunstancia y,
finalmente, el de su significación. Cada vez menos los individuos pueden resolver
sus problemas conformándose simplemente con las ideas y las poses tradicionales
y heredadas, e incluso cuando se forman ya no las interiorizan, es decir, que
ya no las aceptan como indudables.
Porque esas ideas y esas poses, incompatibles tanto con la realidad
social actual como son las necesidades de los individuos, se destruyen en el
interior y la burocracia dominante intenta reemplazarlas por la manipulación,
la mixtificación y la propaganda. Pero
esos productos sintéticos no resisten mucho más que los otros a la moda del año
siguiente, y no pueden engendrar más que conformistas fugitivos y
exteriores. Los individuos están, pues,
obligados a inventar, en un grado creciente, respuestas nuevas a sus
problemas. Y al hacerlo, manifiestan su
tendencia a la autonomía en su comportamiento y en sus relaciones con los
demás, éstas cada vez más reguladas por la idea de que una relación entre los
seres humanos sólo puede basarse en el reconocimiento, por parte de cada uno,
de la libertad y la responsabilidad del otro en la conducta de su vida.
Si se toma en serio el carácter serio de
la revolución, si se comprende que la gestión obrera no significa solamente un
determinado tipo de hombre, entonces hay que reconocer que esta tendencia es
tan importante, en tanto que índice revolucionario, como la tendencia de los
obreros a combatir la gestión burocrática de la empresa. El proceso revolucionario de los meses de
mayo-junio en Francia no hace más que reafirmar la certidumbre de que un día
nos organizaremos nosotros mismos nuestra vida.
No lo haremos –ni lo hacemos- por nuestros hijos- el sacrificio es
contrarrevolucionario y resulta de un cierto humanismo
estalino-judeo-cristiano-, sino para, por fin, “PODER GOZAR SIN TRABAS”.
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